Estaba de vacaciones con mi mujer en Córdoba y la putita comenzó a hablar con otros hombres. Termino follando a pesar de que este ahí
Aprovechando unos días de vacaciones por Navidad, mi mujer Sonia y yo planeamos una escapadita al sur. En concreto, viajaríamos a Córdoba, ya que era de las pocas capitales andaluzas que aún no conocíamos y todo el mundo hablaba maravillas de ella.
En efecto, los dos primeros días en la Ciudad Califal disfrutamos de lo lindo paseando por sus calles guía en mano, empapándonos de sus siglos de historia y visitando sus numerosos monumentos, con la archifamosa Mezquita al frente. Para mayor suerte, el buen tiempo nos acompañó en todo momento hasta el punto que pudimos olvidar los abrigos en el hotel. Realmente estábamos encantados con la elección que habíamos hecho, incluso nos apenaba tener que regresar a casa.
Pero el último día ocurrió algo que cambió completamente el recuerdo que me llevaría de la ciudad.
Tras dejar el hotel, decidimos darnos un último homenaje en un restaurante que la conserje nos había recomendado. La chica, muy simpática además de mona, nos aseguró que la ubicación era inmejorable y que allí podríamos degustar auténticas delicias de la gastronomía cordobesa, por lo que no nos lo pensamos dos veces.
No nos costó mucho encontrar el local porque, efectivamente, se encontraba en una zona privilegiada, en plena judería. A Sonia le encantó descubrir que estaba decorado como un típico patio andaluz, plagado de maceteros con flores de vivos colores que resaltaban sobre las paredes encaladas. Sin embargo, a mí me fastidió que, como se notaba a la legua, fuese un sitio pensado exclusivamente para los turistas.
Como la parte del patio estaba a rebosar de guiris, pasamos al interior, pero la sala también se encontraba prácticamente llena, por lo cual nos costó que alguien nos atendiera. Al fin se acercó a nosotros un vejete flaquísimo de frente sudorosa, que obvió el saludo y prácticamente nos arrojó dos cartas plastificadas y grasientas antes de gritar «¡¡Rafa!!» y volver a perderse entre otras mesas.
Para colmo, allí dentro apestaba a fritanga. Estaba a punto de proponerle que nos fuésemos a otro restaurante cuando un segundo camarero, un tipo de mediana edad con mandíbula cuadrada y patillas largas perfectamente perfiladas, nos prestó atención. No me causó una impresión agradable precisamente, pues tenía la camisa blanca empapada y apestaba a sudor recocido, aunque entendí que era algo comprensible, ya que tenía que apañárselas él solo con otros dos compañeros (el vejete y un chaval con aspecto de marroquí) para servir a todas las mesas, incluidas las del exterior. En cualquier caso, el de las patillas tampoco nos saludó y se limitó a conducirnos a una mesa al lado de los servicios que, para colmo, cojeaba, como comprobamos nada más sentarnos.
-¿No podemos sentarnos allí? -le propuse, señalando otra mesa mucho mejor situada, que permanecía libre.
El camarero puso mala cara, como si le supusiera un gran esfuerzo reubicarnos, pero enseguida se encogió de hombros, dándonos carta blanca.
La cosa no mejoró. Descubrí con desagrado que la carta era pobre y los precios bastante elevados y que los tres camareros se turnaban para tomar las comandas y servir las mesas sin ninguna coordinación.
Pero lo peor, sin duda, estaba por venir. No sabía si sería culpa del vino de pésima calidad que nos habían colado bajo el nombre «de la casa», pero juraría que el morillo, que era quien ahora nos atendía, se mostraba excesivamente simpático con mi esposa. Cuando pasaba por nuestra mesa, me ignoraba completamente, mientras con Sonia se deshacía en sonrisas. Antes de servirnos el primer plato, nos ofreció otra botella y, como la rechacé porque consideraba que ya habíamos bebido bastante alcohol antes de probar bocado, se acercó a ella para susurrarle que su marido era, y cito literalmente, «un poquito amargao».
Mi mujer, achispada por la bebida, no sólo no le recriminó las confianzas que se estaba tomando, sino que le rió la gracia. A partir de entonces, al descarado chaval solo le faltó coger una silla y sentarse a hacernos compañía. Ofuscado, vi que su compañero, el de las patillas, contemplaba la escena partido de la risa desde detrás de la barra. ¿Sería posible que aquel chulito estuviese tonteando con mi esposa en mis narices?
No tardé en conocer la respuesta a esa pregunta. Pude comprobar cómo las visitas a nuestra mesa por parte del morillo eran cada vez más frecuentes e injustificadas y que en todas ellas no quitaba ojo al generoso escote de Sonia hasta que, atónito, me di cuenta de que, cada vez que se acercaba a ella, aprovechaba para rozarla con su paquete. Quise tranquilizarme a mí mismo. ¿No me estaría llevando por un absurdo ataque de celos? Me constaba que mi mujer (melena rubia, ojos azules claros, bajita pero muy tetona) era un bombón para cualquier hombre, pero aquello ya estaba pasando de castaño a oscuro. Cada vez que el marroquí pasaba por nuestro lado, el muy cerdo, con disimulo, frotaba su abultada entrepierna contra la espalda de mi mujer, contra su hombro… cada vez más cerca de su cara.
-¿Pero tú de qué vas? -le increpé, sin poder contenerme ni un segundo más.
-Álvaro, ¿qué pasa? -preguntó alarmada mi esposa, mientras el camarero me miraba fijamente.
-¿Que qué pasa? ¡Pues que este tío…!
Mientras hablaba, me levanté airado de la silla y, con el brusco movimiento, me derramé los restos de mi copa sobre el pantalón. Cuando alcé la vista, vi frente a mí al otro camarero, el tal Rafa, que había cruzado la sala de un salto.
-Pero, hombre, tenga cuidado -dijo, señalando la mancha púrpura que se extendía por encima de mi rodilla izquierda, y acercándose con una servilleta para limpiarla.
-¡Quita, joder!
-Álvaro, cariño, ¿estás bien? Cómo te has puesto el pantalón…
Por la voz pastosa de Sonia, supe que el vino, con el estómago vacío, le había causado un rápido efecto. Ella solía beber muy poco y ahora, al verme manchado y furioso, era incapaz de contener la risa en lugar de ponerse de mi parte. El chaval árabe aprovechó el momento de confusión para hacer mutis por el foro y fue el otro quien soltó la servilleta y tomó la voz cantante.
-No se preocupen por na, que esto se va en un ratillo. En el almacén tenemos un quitamanchas de los buenos, buenos. Venga por aquí.
Resolví acompañar al camarero mientras decidía si debía llamar al encargado, partirle la cara al niñato aquel o ambas cosas. En cualquier caso, no me gustó dejar a Sonia sola, aunque supuse que sería cuestión de cinco minutos.
-Quítese el pantalón, que así le podré dar mejor -me dijo el Rafa aquel una vez hubimos entrado en el almacén.
A regañadientes, me descalcé, me desabroché el cinturón, me bajé los pantalones quedándome en gayumbos y estaba comenzando a doblarlos cuidadosamente cuando una hostia me cruzó la cara.
-¿Pero qué…?
-Cierra el pico, maricona -una segunda bofetada me volvió el rostro para el otro lado-. ¿Te crees que no he visto cómo le mirabas el paquete al Mohamed?
-Te equivocas, no me estaba fijando en eso…
Una tercera hostia me dejó sin habla.
-Que te calles, cojones, que eres muy pesao. ¿Me vas a decir que no le estabas mirando la polla?
-Tu compañero… ¡tu compañero se estaba propasando con mi mujer!
Oírme decir eso le provocó una sonora carcajada.
-Propasando dice… Pues debe de ser una buena zorra tu mujer porque ella no se apartaba cuando el Moha le arrimaba la cebolleta.
Cuando escuché esas duras palabras me eché a temblar. Eso confirmaba que no eran imaginaciones mías. El camarero se estaba aprovechando de la embriaguez de Sonia y su amigo lo estaba encubriendo. ¿Cuántas veces habrían hecho la misma jugada con alguna clienta atractiva pasada de rosca?
-Quítate los calzoncillos esos de pijo que me traes.
-¿Para qué?
Esta vez no recibí una hostia, sino un puñetazo en el estómago que me hizo doblarme hacia delante.
-Para ver cómo crece tu mierda polla mientras me comes los huevos, jaja.
Aturdido aún por el dolor, me sentí asqueado por la imagen que se había creado en mi cabeza e intenté golpearlo, pero mi puño derecho no alcanzó su poderosa mandíbula. El muy cabrón me agarró del brazo y un segundo después me lanzó un rodillazo directo al pecho, que me arrojó al suelo y me cortó la respiración. Antes de que pudiera abrir los ojos, se sentó a horcajadas sobre mí y me arrancó con violencia los gayumbos.
Estaba indefenso y desnudo de cintura para abajo, con un maníaco sudoroso y agresivo sobre mí. Iba a gritar para pedir ayuda pero, antes de que pudiera hacerlo, me cerró la boca presionando con una mano.
-Si vuelves a chillar como una nena, te juro que te la clavo de una estocá y te reviento el ojete ese de bujarrón que tienes -me amenazó antes de sentarse sobre mi cuello.
Desde esa posición de superioridad, me inmovilizó las muñecas, amarrándolas con mi propio cinturón y repitió la operación quitándose el suyo para aprisionarme las piernas por los tobillos. Intenté calmarme hasta tener una posibilidad de incorporarme y escapar del almacén, aunque fuese reptando, pero entonces el camarero cambió de postura y se sentó sobre mi cara. Contuve la respiración cuanto pude, pero finalmente tuve que inspirar para no ahogarme y acabé gruñendo de pura repugnancia e impotencia. Forcejeé rabioso con mis ataduras, pero nada me libraba de tener la cara aplastada bajo ese apestoso culo.
Cuando por fin se cansó de ese castigo, se levantó y me liberó de su peso, momento que aproveché para gritar pidiendo auxilio. Su reacción fue tan rápida como contundente, pues me taponó la boca haciendo una bola con mis propios calzoncillos hasta que se me saltaron las lágrimas. A continuación, la mala bestia me agarró de las axilas y me arrastró hasta una taquilla. Me incorporó, me empujó y me encerró tras tirar mi ropa dentro.
En ese momento oí voces y risas, que me llegaban amortiguadas. A través de las rendijas de la taquilla vi, alarmado, que se trataba de Sonia y que llegaba acompañada del tal Mohamed. Lo que vi a continuación me dejó sin habla. Como si fuesen una pareja de novios adolescentes, empezaron a comerse las bocas con pasión.
-Moha, date prisa, que el viejo está solo atendiendo las mesas y se va a mosquear -le advirtió Rafa.
-Que vinga a buscarnos -le contestó el morillo, dejando de besuquear a mi mujer por un momento-. He echao la llave por dentro.
Los dos camareros se rieron y Rafa se acercó a mi mujer. De repente, los dos cerdos estaban sobándole la tetas a Sonia, que se dejaba hacer con una sonrisa estúpida, por debajo de su blusa. ¿Tan bebida estaba mi mujer para dejarse meter mano de aquella manera por dos desconocidos? De repente, me resultó evidente que esos dos hijos de puta la habían drogado echándole alguna sustancia erotizante en su copa de vino. ¡Dios mío, Sonia…!
Enseguida los magreos que le estaban procurando a mi pobre mujer pasaron a mayores. Entre los dos le quitaron la blusa, le bajaron el pantalón y le sacaron su sujetador, dejándola en braguitas y con los pechos fuera. Cada uno escogió uno para lamerlo mientras los amasaban con manos toscas. El malnacido de Rafa fue a más, mirando con sorna hacia la taquilla donde me tenía encerrado y amordazado mientras mordisqueaba el pezón derecho de Sonia, duro como una piedra.
Sin dejar de comerle las tetas, Mohamed le bajó lentamente las braguitas de encaje que tanto me gustaban. El coño cuidadosamente rasurado de mi mujer salió a la luz y ahora esos dos macarras podían verlo y disfrutarlo. Fue Rafa quien le metió el primer dedo, humedecido con su propia saliva. Sonia, con la cabeza echada hacia atrás, dejó escapar un gemido de placer y empezó a besarlo por toda la cara, recreándose en sus patillas sudadas, que lamió como si fueran un manjar exquisito. Por su parte, Moha aprovechó para bajarse la cremallera del pantalón y sacar un rabo oscuro y venoso de unos 18 centímetros.
Como un rato antes en el salón del restaurante, pero esta vez sin nada de ropa de por medio, pegó su entrepierna a las caderas de mi mujer, haciendo gestos obscenos más propios de un simio en celo. Al verlo, Rafa sonrió maliciosamente y empujó a Sonia de los hombros hacia abajo, hasta ponerla justo a tiro para que la polla de su colega le rozase los labios. Mi mujer besó el capullo reluciente del moro y se lo introdujo en la boca para lamerlo con cara de verdadera gula. Poco a poco se fue tragando también el tronco, centímetro a centímetro… hasta sacárselo de nuevo y volver a empezar. Mientras con la mano derecha le pajeaba, con la izquierda le masajeaba ese par de huevos pendulones. Desde mi posición, me pareció ver trabajar a una actriz porno muy experimentada.
-Eh, no te olvides de mí -dijo mi captor, desabrochando su pantalón y mostrándole por la costura lateral del gayumbo una barra de carne enrojecida y durísima, de un tamaño similar a la del moro.
Sonia giró la cara para catar el nuevo regalito que se le ofrecía y, desde luego, no le supo nada mal. Con qué ganas les mamaba mi mujer las pollas a esos dos tíos, que en un estado normal de conciencia, no le habrían parecido ni remotamente atractivos. Y ahora el cabrón de Rafa aplastaba su barriga velluda y sudorosa contra su frente, follándole la boca. Cuando se cansó de pellizcarle los pezones, mi amigo el moro la agarró del pelo y restalló su hombría contra sus mejillas, una y otra vez, hasta ponérselas coloradas. Pobre Sonia… Yo jamás la había tratado de una forma tan humillante.
-Pero qué bien lo haces…
-La siñora es una ixperta -añadió el moro, chocando su mano con Rafa.
Para mi horror, sentí un pinchazo en mi entrepierna. ¿Cómo podía excitarme ver que dos tipos se estaban beneficiando a mi mujer en mi puta cara? Y, sin embargo, allí estaba mi trempera como testigo.
En esta ocasión fue Rafa quien cogió un mechón rubio y la elevó a su altura.
-Vale ya de juegos. Lo que quiere esta hembra es que le demos una buena follada.
Mohamed se rió con ganas y Rafa comenzó a desvestirse completamente. Luego el chaval lo imitó y así pude comprobar que tenían dos cuerpos muy distintos: el del chico, oscuro, lampiño y fibrado y el otro, pálido, bastante velludo y con tendencia a la obesidad. Sin embargo, a ninguno le hacía ascos mi mujer en su calentura inducida.
-Saca los condones -mandó Rafa a Moha.
Este recogió del suelo sus pantalones y rebuscó hasta extraer una cartera de cuero.
-Sólo mi queda uno -anunció con gesto pensativo.
-Ya lo has oído, guapa. Vas a tener que elegir cuál de los dos quieres que te la meta…
-Los dos, tenéis que ser los dos. Uno me puede dar por detrás…
Para ser la primera vez que hablaba, la lujuria de mi mujer me golpeó en mi orgullo como un mazazo.
-Pues elige rápido quién se pone la gomita o elegiremos nosotros por ti -insistió Rafa.
Sonia cogió el par de pollas palpitantes que se disputaban sus orificios y lamió las puntas húmedas, como sopesando la decisión. Tras unos breves segundos de duda, se giró para dar la espalda a Rafa y quedó de frente a Moha.
-Pa mí el coñito -confirmó triunfante el marroquí y empezó a enfundarse el miembro en látex.
-Ya le abro el culo yo, no te preocupes -dijo Rafa, mirando fijamente hacia mi taquilla con una mueca cruel.
Cerré los ojos, asqueado por la escena. Cuando volví a abrirlos, mi mujer ya estaba siendo penetrada doblemente por los dos camareros y yo no sabía si sus gemidos eran provocados por el morbo que le producía la situación o porque realmente tener a esos dos tíos bombeando con ganas la había excitado sobremanera. ¿Disfrutaba realmente siendo jodida por un puto moro? ¿Le había cabido por detrás todo el rabo del otro? Yo no podía saberlo, pero aquellos jadeos y resoplidos la delataban. No estaba fingiendo, no, estaba gozando como la perra que había descubierto que era.
-Ya sólo falta que se la meta el viejo -soltó de pronto Rafa-. ¿Lo llamamos?
Un sudor frío recorrió mi espalda. No serían capaces… ¿o sí?
Por suerte, ambos estallaron en una carcajada. Me alivió enormemente que sólo estuviesen bromeando porque Sonia estaba tan salida que quién sabe si lo hubiera aceptado.
-¿Ti gusta, guapa?
-Síiiii, no paréis, por favor…
-¡Dale fuerte, Moha, con un par de huevos!
Menuda follada le estaban dando a mi Sonia. ¿Es que esos dos no tenían piedad? Sí seguían así, iban a reventar a mi mujer, quien por su expresión había perdido completamente la cordura. Un hilillo de baba descendía por su boca, boca que debía oler a…
-¡Está chorriando la cabrona! -exclamó Moha, retirándose un momento y observando la humedad que recubría su condón.
Ahora eran tres cuerpos desnudos entrelazados que parecían formar un sólo ser sudoroso y jadeante. Mi mujer, cachonda perdida, y yo luchando conmigo mismo, deseando que aquella tortura terminase lo antes posible…
Cuando sus caderas comenzaron a empujar a un ritmo animal, pensé que el morillo no iba a aguantar más, pero fue Rafa quien me sorprendió con un alarido. Sacó la polla justo a tiempo para correrse en tres largos chorros sobre los glúteos de Sonia y luego hizo un esfuerzo por volvérsela a meter en el culo de un solo empellón. Sonia se abrió de piernas para acogerla y, al sentirse empalada, puso los ojos en blanco.
Loca de lujuria, movió hacia atrás la grupa, ordeñando los últimos grumos del falo que la había sodomizado, y quizás fue eso lo que hizo que Moha también estallase entre estertores. Cuando por fin sacó su generoso miembro del coño de Sonia, se despojó de la goma y mostró su corrida en alto, bamboleándola como un péndulo.
-Trae aquí -dijo Rafa, arrebatándole el condón.
No sé por qué no cerré los ojos, pero por no hacerlo tuve que presenciar cómo vertía el contenido en la boca de Sonia, hasta que no quedó ni una gota de esperma. Mi mujer lo tragó todo y se relamió, provocadora.
-¡Cago en la puta! -soltó Moha, alucinado.
Después de eso, cuando ella intentó besar primero a Rafa y luego a Moha, ambos la rechazaron. Rafa le dio una sonora palmada en el culo y, después de limpiarse la punta del capullo con sus braguitas, comenzó a vestirse.
-Vámonos, que tu marido va a sospichar -dijo Moha, poniéndose el pantalón.
-¡Mi marido! Debo de haber perdido la cabeza porque lo había olvidado completamente… ¿Pero no se fue contigo a buscar un quitamanchas para su pantalón, Rafa?
-Se lo busqué, pero no quedaba. No te preocupes, que mi jefe le iba a dar una vuelta por la bodega para quitarle el mal rato -improvisó.
-Pues espero que ese paseo se haya alargado porque si no andará como loco buscándome y a ver qué excusa me invento…
Esa frase me hizo darme cuenta de dos cosas: primero, que en sus actos había mucho más consentimiento del que yo había imaginado y segundo, que después de aquello nunca podría denunciar a los camareros ni tan siquiera encararme con ellos.
Cuando se recompusieron, Sonia y Moha salieron aparentando normalidad. Sólo entonces se giró Rafa, vino hacia mí y abrió la taquilla. Al verme empalmado y aturdido por lo que acaba de presenciar, me miró con cara de desprecio. Me sacó el calzoncillo de la boca, liberó mis muñecas y tobillos. Luego me lanzó un cargajo en plena cara.
-Confórmate con eso porque es lo único que vas a catar de mí, cornudo -y el maldito hijo de puta arrogante volvió entre risas al comedor.
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-¿Lis ha gustado la comida? ¡Sien por sien casera! -preguntó Moha.
-Estaba todo delicioso, muchas gracias -contestó Sonia, con un guiño que no me pasó desapercibido.
-¿Y a usted, señor?
Tuve que asentir, cabizbajo.
-Esperamos que hayan disfrutado nuestras especialidades: el flamenquín cordobés y el ajoblanco estilo mozárabe, bien espesito. Aquí les esperamos para cuando deseen volver y repetir.
Las últimas palabras de Rafa, después de aquel almuerzo tan perturbador, aún resuenan en mi cabeza, atormentándome sin fin.