Todo comenzó como un juego, pero esa dominación de parte de la madre y el padre de mi amiga hicieron que sintiera un gran placer

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Hace ya cuatro años, todo comenzó como un juego, pero sentirme dominada fue algo muy especial para mí. Mi amiga disfrutó viendo a su madre azotarme con su chancla, pero no vio el deseo y el ímpetu de su padre penetrándome. Entonces yo tenía diecinueve años.

Mi amiga Beatriz es preciosa: es delgada y muy alta, sus pechos llegan a la altura de mi boca, me gustaría morder sus pezones. Yo soy bastante guapa, pelirroja de melena larga y algo rizada, mi sexo tiene pocos pelos, pero mi monte de venus está bastante poblado. Mis pechos son grandes, mi culo firme y mi cintura estrecha; y mi piel es clara como la leche y mi rostro está lleno de pecas. Pero a Beatriz no le van las chicas, me lo dejó claro el día que le cogí el culo sin pedirle permiso.

Visitar su casa es entrar en un mundo de elegancia, su madre es la diseñadora de su propia casa. La madre de Beatriz es una señora de unos sesenta años, pero muy bien conservada.

La primera tarde que Laura, así se llama la madre de Beatriz, me tocó, me estremecí y sentí su personalidad fuerte, haciendo que yo me sintiera débil entre sus manos. Estábamos estudiando las dos una asignatura de la facultad en una mesa en el porche; su madre se colocó de pie detrás de mí y me puso una mano en el hombro derecho, apretándolo con fuerza, Beatriz miró a su madre y sonrió. La señora Laura me dijo:

_Margarita, eres preciosa, te molesta que te toque un poco, como un cariñito.

_No sé señora, es algo extraño, pero si le hace ilusión por mi encantada, yo también soy de dar abrazos y cariñitos, jaja que cosa más curiosa.

_ Gracias preciosa, tienes una mirada que hace estremecer, tus ojos claros son muy penetrantes jovencita, gracias por dejarme.

Dicho esto me dio un pellizco en la mejilla, ¡tan fuerte!, que me dejó la cara ardiendo, luego deslizó sus manos por mi cintura, las metió dentro de mi camiseta y me agarró por encima de mis caderas, ¡con fuerza!, clavándome un poco las uñas al apretar mientras me besaba, repetidas veces, la nuca; al irse su madre me dijo Beatriz:

_Margarita, a mi madre le van las mujeres, pero de un modo algo especial; mi padre lo sabe y le gusta verla «cazar». Si te molesta que te toque le digo algo a mamá.

_No, no le digas nada, estoy confundida, pero también excitada, me ha gustado que me pellizque, es algo extraño y más, haberlo hecho delante de ti, pero me he sentido bien, ya sabes que soy bisexual y tu madre, aunque es bastante mayor también tiene su morbo.

Cada tarde que estudiaba allí y, bajo la atenta mirada de mi amiga, su madre, cada vez iba más allá en sus tocamientos, siempre pidiendo permiso primero muy amablemente, algo que me parecía súper raro, más tocándome delante de mi amiga Beatriz, pero precisamente eso me daba un morbazo que me ponía chorreando nada más entrar en su casa. En esa época yo tenía diecinueve años y deseaba sentir intensamente.

Una tarde de estudio Laura me sacó los pechos por debajo de la camiseta, alzando esta hasta mi cuello y, ¡delante de su hija!, y me los magreó y pellizcó uno de mis pezones y lo mantuvo pellizcado unos minutos mientras estudiábamos, ¡y yo la deje hacérmelo!, porque no me podía mover, me estaba empezando a gustar que hiciera conmigo lo que quisiera, me sentía como entregada…solo me dijo:

_ Pelirroja, te gusta que te toque, ¿verdad?, cada día te veo más excitada, ¡pero como puedes ser tan guapa!, que labios tienes más hinchados, unnn que ricura de chica _ me halagaba hasta la extenuación y yo, que no tengo abuela… me dejaba querer y me dejaba hacer.

_ Sí señora, me gusta que me toque, cada vez más, pero me siento extraña mostrándole mis pechos a su hija mientras usted me los agarra; aunque me excita la situación.

_ Por Beatriz no te preocupes, le encanta verme tocar a sus amigas, bueno, no a todas; solo a las que se dejan hacer, como tú.

_ Bueno, ahora lo entiendo, Beatriz es una mirona de campeonato jajja _ Beatriz asintió con la cabeza mientras sonreía. _ Laura se puso muy seria y me habló:

_Margarita, guapa; quiero pedirte algo, es algo que es muy importante para mí y, que para ti puede ser una experiencia única, ¡no me digas que no a la ligera!, por favor.

_ Dígame usted, a lo mejor la sorprendo, a mí me gusta mucho agradar.

Quiero que seas mi sumisa, solo como una experiencia para las dos, y solo cuando vengas aquí, solo como un juego sensual, «intenso». Es algo fácil de cumplir, solo es necesario que me obedezcas en todo lo que te diga, si lo aceptas, no me podrás desobedecer en nada. Anda, dime que sí, veras como te gusta jovencita.

_He oído hablar del tema y la verdad es que me hace ilusión probar, ya lo había pensado antes jajaj, pero solo como algo temporal y como un juego, ¡que yo no quiero tener dueña, ¡vale Laura!

_ Vale Margarita, por supuesto será como tu deseas, pero solo serás mi sumisa, como un juego, si me das tu palabra de honor de que me obedecerás en todo lo que te mande.

_ Tiene usted mi palabra, que para mí tiene mucho valor. Esto es algo nuevo para mí; pero me agrada ser sumisa suya e intentare hacer lo mejor posible «mi papel «.

_ Muchas gracias Margarita, ya nos vamos entendiendo, pero no todo serán caricias, quiero que disfrutes del dolor y de la cesión de tu voluntad. _ dijo Laura mientras Beatriz permanecía en silencio, como había estado toda la tarde, de mirona.

_ Vale, alguna experiencia dolorosa me parece algo emocionante, ¿verdad señora? _ dije entregada como una fiel perrita.

_ Por supuesto chiquilla, el palo y la zanahoria.

Después de darle a la señora Laura mi consentimiento, mi amiga Beatriz, me miró a los ojos con una sonrisa malévola en su rostro, como riéndose de mí, eso no me gustó.

Cuando Laura me tocaba, yo me quedaba como hipnotizada y me dejaba hacer, muy excitada, sintiendo la piel madura y áspera de sus manos surcar mi cuerpo mientras su hija Beatriz miraba con ojos de satisfacción. Me sentía como una presa, seducida por la hija y tomada por la madre. Beatriz me dijo que ver a su madre actuar le daba tanto morbo que se salía de sí misma y casi se corría del gusto. Yo no me comprendía a mí misma, siempre había sido una mandona con otras chicas y, siendo bisexual, también con muchos chicos… era algo que deseaba experimentar desde un lugar oscuro de mi mente.

Una de esas tardes y, mientras estudiábamos, me dijo su madre:

_Margarita, desnúdate, por favor, que quiero que estudies desnuda, que después te azotaré, y lo haré por no ser todo lo dócil y entregada que yo deseo que seas.

_ Señora, no le he dicho a nada que no, ¡bueno!, solo a lo de que el perro lamiera mi sexo, es que me daba mucho asco, pero si se va a enfadar, tráigalo y lo dejaré chupar mi sexo

_No, no hace falta Margarita, yo respeté tu negativa, porque también lo vi algo excesivo, para ti, y no te obligué a dejar al perro, que es tan bueno, que te lamiera. No es por eso guapetona, es por tu actitud, me gustan las jovencitas más dóciles y a ti se te ve muy altiva, incluso cuando te toco. ¡Venga!, desnúdate, si quieres darme gusto, niñata.

Con las mejillas rojas como el fuego me desprendí de la minifalda plisada, ya entonces me gustaban las minifaldas, después me quité la camiseta y el sujetador, dejando mis blancos y firmes pechos moviéndose como generosos flanes en el aire, un aire algo frío que erizó mis pezones poniéndolos duros como dos garbanzos. Luego me bajé las braguitas, de color rosa y con encajes transparentes, sacándomelas por los pies. Mi cuerpo desnudo y mi monte de venus pelirrojo lucían frente a la mirada de poder de la madre y la mirada de satisfacción de la hija. Quise ver deseo hacia mí en los ojos de Beatriz, pero no estaba segura de nada, solo estaba excitada y algo confusa. Laura me dijo:

_Margarita, eres preciosa, tus caderas rotundas y tu carita llena de pecas es preciosa, me gusta tu piel blanquita, eres muy tierna pelirroja, disfrutaré contigo. Me daré un baño en la piscina y, ¡cuando salga!, te azotaré como es debido.

_ Vale Laura, como usted mande _ dije sin mucha convicción.

Más de una hora estuvimos estudiando en el porche, yo desnuda y Beatriz vestida con un pantalón vaquero y una blusa celeste. Mientras su madre nadaba pasaron delante de mí, viéndome desnuda, varias personas: el jardinero, que me dio un buen repaso con la mirada a la vez que se agarraba «el paquete» por encima de los pantalones, la asistenta, que pasó la fregona junto a nosotras sin dejar de mirarme los pechos, y dándome dos restregones en los tobillos con la fregona húmeda. Me pregunto Beatriz:

_Margarita, si no te gusta estar desnuda, vístete; solo es un juego de mamá.

_ Beatriz, me siento expuesta por el deseo de tu madre y mi sexo está chorreando, es extraño pero me gusta; no te preocupes, estoy entregándome por decisión propia, quiero saber que se siente al ser una sumisa.

_ Vale Margarita, si estas segura; a mí me gusta verte en pelotas, eres muy bonita. Voy al aseo y ahora vuelvo Marga, ¡que me meo de la excitación!, por las piernas para abajo.

Mientras Beatriz orinaba en el aseo su padre pasó junto a mí, me dijo buenas tardes y se marchó; lanzándome una mirada de deseo y de soberbia que me penetro mentalmente. Estar desnuda, por mandato de Laura, me excitaba y me hacía sentirme vulgar; como un guiñapo; pero cuanto más sucia y baja me sentía, más empapado se ponía mi sexo y más excitado y ardiente estaba todo mi cuerpo.

Regresó Beatriz del aseo y seguimos estudiando las dos (poco estudiábamos en esa situación). Mi amiga Beatriz me miraba las tetas como si fueran suyas, y eso me gustaba y ponía mis pezones duros como dardos apuntándola.

Laura salió de la piscina y, en el borde de la misma se puso sus chanclas de goma. Se sacó por los pies la parte inferior del bikini, dejándome ver su sexo, muy bonito para tener sesenta años: su pubis era un triángulo perfecto de vello negro y brillante, su clítoris asomaba un poquito por abajo; se dejó puesta la parte superior de bikini negro. Miró fijamente a mis ojos claros y me dijo:

_Margarita, preciosa, ven y ponte de rodillas en el filo de la piscina, que te voy a azotar con una de mis chanclas de goma.

_ Sí señora, pero, ¿con una chancla?, ¿no me dolerá mucho Laura? _ dije como una pava, sin estar segura siquiera si lo deseaba sinceramente o no.

_Claro que te dolerá, ¡no te va a doler!; hay esta la emoción, tontita.

Dudé si seguir adelante… miré a mi amiga Beatriz, que me observaba con cara de satisfacción al ver como su madre iba a hacer de mí «su presa». No entendía el porqué de que el castigo tuviera que «aplicarlo» con una chancla, mejor hubiera sido una fusta o su mano; porque una chancla es algo muy chabacano para ser el objeto que me azotara a mí, toda una señorita; la vulgaridad de un calzado de goma me hacía sentir doblemente humillada… quizás eso era lo deseaba Laura, no sé. Me decidí al fin a cumplir la palabra dada y me puse de rodillas, desnuda como estaba, junto al borde de la piscina. La señora Laura se acercó a mí sujetando una chancla con su mano derecha, ¡al verla alzando la mano me sentí muy humillada!, me quería levantar y, sin embargo, una fuerza mayor que yo, desde mi interior, deseaba sentir como se estrellaba la chancla en mis posaderas. La señora Laura, ya muy cerca de mí, me dio un grito «de mando»:

_ ¡Agacha más la cabeza y levanta bien ese «culazo» que tienes, pelirroja! _ Dijo La señora Laura voz en cuello, moviendo la chancla en el aire como una batuta que indicara, los que tenían que ser, mis movimientos.

_Si señora _ dije ruborizada y, por qué no decirlo, asustada también.

Mi culo, que es rotundo y dicen que casi perfecto, se alzó en el aire de la tarde como la luna al atardecer. Sentí como la brisa acariciaba mis cachetes suavemente. La sensación de desnudez y la postura expuesta totalmente al castigo, me hicieron sentir totalmente entregada y, como un acto reflejo de mi sumisión, ¡Noté como se me abría el agujero del culo!, ¡solo!, sin proponerme abrirlo, esperando el castigo.

Mi cuello estaba girado a la derecha para ver llegar «el golpe»: vi la mano de la señora Laura alzarse muy arriba en el aire, mostrando la chancla de color verde turquesa bien agarrada por la parte del talón. Con la otra mano me agarró por la nuca haciendo que agachara la cabeza para no ver el castigo.

Con total entrega yo tenía la vista fija en la loseta rústica que había bajo mi cara, miraba su dibujo veteado para no pensar en lo que estaba dejando que me hiciera Laura… ¡De pronto sentí como si mi culo «estallara»!, tras recibir el primer golpe de la chancla; ¡la muy burra me dio en los dos cachetes a la vez!, ¡muy fuerte!, sonó como un trueno, por el duro choque entre la fuerte goma del calzado y la también dureza de mis carnes prietas… Sentí otro azote igual de fuerte, me dolió mucho, el culo me ardía. Laura aumentó el ritmo y los golpes con la chancla se sucedían muy seguidos, ya había perdido la cuenta de los azotes que había recibido. El sonido del golpear de su chancla era constante y muy sonoro, el eco del continuo estallar de mis posaderas retumbaba en todo el jardín… el dolor en mis glúteos era «bestial», el culo me ardía. Levanté la vista un poco y pude ver cómo junto a Beatriz, a unos veinte metros de distancia; ¡a más de cinco personas contemplando el espectáculo! Pude ver que entre ellos estaba el padre de Beatriz y su apuesto hermano mayor, ¡qué vergüenza!, también estaba el jardinero y Érika, la criada; y una señora mayor. Laura me dio un golpecito en la cabeza para que mirara al suelo. Su chancla se estampo entonces también en el comienzo de mis muslos. De golpe y porrazo, como había comenzado, cesó el castigo y al cesar los golpes sentí como me palpitaba el trasero como si allí tuviera el mismísimo corazón. Me sentía como «una puta barata», azotada, humillada… ¡y sin embargo!, una sensación de calma y de felicidad, que no podría describir, me invadía haciéndome sentir solo paz. Me había gustado, me gustaba sentir el dolor del castigo, la intensa excitación hacía que mi vagina se contrajera y abriera repetidas veces y mi ano siguiera abierto, ¡de par en par!

Noté como el flujo de mi sexo bajaba por la parte interna de mis muslos como petróleo que brotara tras «la perforación» de la chancla… me sentía feliz. Me dijo Laura con tono de satisfacción:

_No te levantes, ni abras la boca, que; como veo que tu chochito se ha empapado; «te lo voy a rematar Margarita».

Ella se puso detrás de mí, de rodillas también, acercó su boca a mi sexo y me lo chupó como una loba, mordiéndome los cachetes de vez en cuando (las marcas de sus dientes, junto con las del dibujo de la suela de la chancla, me duraron, ¡más de un mes!). La carne dolorida de mis cachetes se estremecía al sentir como me clavaba sus dientes… me corrí en su boca, intensamente y con contracciones, liberé mi tensión.

Al poco llegó la criada, Érika, con una bandeja de plata, que contenía dos zumos de naranja y una caja de madera de unos 25×15 cm. Érika entregó una copa de zumo a Laura y me dijo:

_Señorita, ¿desea usted un zumo de naranja? _ Le respondí algo maleducada, ¡la juventud!, supongo:

_No quiero nada, llévatelo chica _ dije sincera, acababa de correrme y estaba jadeando. Laura me llamó la atención:

_ ¡Cómo que «llévatelo chica » Margarita, más educación, porque Érika no sea española no hay que tratarla con desdén, hubiera estado mejor: Muchas gracias Érika, pero no me apetece, lléveselo. Como castigo Érika te dará un azote en el culo.

Érika soltó la bandeja en el suelo y con la mano derecha muy abierta, me dio un azote en el culo que ríete tú de los de la abuela, ¡lo dio con ganas la muy chula!

Después Laura sacó de la caja de madera un consolador de dos penes de color negro. Laura se introdujo la polla de goma más pequeña en la vagina, y entregó un pequeño mando a distancia a Érika y le dijo a esta:

_ Érika, pulsa a ver si funciona.

Al pulsar Érika, el pene grande que colgaba del coño de la señora, comenzó a vibrar en el aire con el sonido de una motosierra… dijo Laura:

_ ¡para, para!, que se me sale del agujero Érika, ¡va bien!, vamos a usarlo, Margarita.

Detrás de mí, la madre de mi amiga, me agarró por las caderas y Érica, como mamporrera, dirigió el aparato grande y negro hasta aplastarlo contra mis empapados labios menores. Ya la punta dentro de mi chocho, la señora me clavo las uñas en los cachetes y, de una sola embestida, me clavo «el invento» hasta la boca de mi útero. Estaba frío, pero me llenaba toda, Laura, sedienta de mí, comenzó a darme topetazos continuos que me hicieron gritar de placer. El pene de goma arrastraba todo mi coño adentro y afuera, ¡labios menores y labios mayores!, como si mi sexo fuera un rompeolas. Le dijo a Érika:

_ Érika, no te cortes, cuando te apetezca pulsa el mando; solo se acciona el pene grande, el de Margarita, así que disfruta haciendo saltar a la blanquita pelirroja.

Beatriz se acercó, se bajó las bragas y se comenzó a masturbar junto a nosotras con una mano, con la otra empezó a acariciar mi culo, ¡Cuánto la deseaba!, mis cachetes temblaban al sentir el suave roce de sus dedos, dedos que su madre aplastaba con los muslos y con el vello de su coño, al darme a mi arremetidas con la polla negra de goma. Beatriz me enseñaba, en esa postura junto a mí, como se masturbaba su negro coño frente a mis ojos, desee chuparlo, pero no me lo ofreció.

Erika, frente a mí, me apunto con el mando a distancia y mi cuerpo comenzó a vibrar por dentro, ¡que motor tendría eso!… mi vientre me dolía de cómo vibraba y mi vagina comenzó a convulsionar con orgasmos breves y continuos. Paraba y reanudaba la marcha a su antojo, la muy sinvergüenza me estaba corriendo «a distancia». Laura me dijo al oído muy bajito:

_Margarita, a veces, cuando yo lo decido, mi marido «termina» con mis sumisas follándoselas, sin que lo sepa mi hija. Entra en la casa, como si te fueras a duchar; sube las escaleras y en la puerta que te encuentras de frente, entra, que mi marido te estará esperando y te follara, ¿sigues obedeciéndome verdad?

_ Por supuesto Laura, nunca había sentido algo así.

_ Bien, trátalo con cariño, zorrita preciosa, eres tan sensual que me vuelves loca Pelirroja.

Le dije a Beatriz que iba a ducharme.

Entré en la casa desnuda, junto a la puerta de entrada estaba el hermano de Beatriz, (al que yo había despreciado hacía un año), me miró descaradamente el coño y las tetas con altivez, el muy cerdo. Cerré la puerta de la casa dejando a Enrique, así se llama el hermano de mi amiga, afuera. Subí las escaleras sintiendo como el flujo de mi chocho me llegaba ya a los pies. Entré en la habitación indicada y, al entrar; encontré al señor «meneándose la polla frente a la puerta», ¡qué barbaridad!, qué cosa más grande, ¡con su edad!, unos setenta y cinco años: tenía un pene bastante largo, pero sobre todo muy, muy gordo, tanto que su glande era tan grande como una bola de billar, e igual de brillante. Me dijo el señor:

_Me dijo mi mujer que te mandaría conmigo, pero solo te follare si a ti te parece bien, ¿sí?

_ Sí señor, hágamelo.

Bien pelirrojita, túmbate en la cama boca arriba con las piernas bien abiertas.

_ Sí señor.

En la cama tumbada lo vi caer sobre mí con el ímpetu de un jovencito. Agarró mi monte de venus pelirrojo de un puñado con su mano derecha, alzando mi pubis y mi vientre en el aire como si yo fuera una muñeca de trapo.

Su vientre, algo colgandero, se aplastó contra mi ombligo. Su gran polla me penetró de golpe, tal era «su calibre», que estando totalmente lubricada por los chanclazos de su mujer y, por sus arremetidas con el consolador; me dolió el chocho al metérmela… sentí como mis labios mayores se volvían sobre sí mismos, ¡queriendo meterse en la vagina!

El señor Carlos, así se llama el papá de Beatriz, no cesaba en sus arremetidas, apretando mi coño desde adentro y haciéndome sentir muy llena. Su pene se tensó más aún dentro de mi sexo y, sus distendidos testículos golpeaban bajo mi sexo como continuos golpecitos muy agradables, como si llamara a «mi puerta»; me dijo el señor Carlos:

_Margarita, estoy muy excitado, hacía mucho que no me empalmaba con esta dureza y es que ver tus rizos rojos, tu sexo rojo también y ese cuerpo tan blanquito y casi exento de pecas, pero sobre todo tu rostro, tu belleza, hace que me sienta muy afortunado; mirarte me enciende como no recordaba, gracias joven, por despertar mi cuerpo.

_De nada señor y, aunque solo estoy obedeciendo, la verdad es que su pene me está volviendo loquita, ¡valla martillo señor!

_ Martillo, jaja, gracias Margarita.

Su pene se puso tan duro dentro de mi chocho, ¡que me doblaba el cuerpo desde adentro!; ¡qué barbaridad el señor Carlos!, me comencé a correr repetidas veces, más de cinco, «creo». Él no se corrió, no, me la sacó y poniéndome en pompa me la metió en el culo, escupiéndome en el ano repetidas veces para que me entrara bien… entró muy apretada, pero, aunque me dolió, no fue tanto como imaginé al ponerme en pompa sabiendo el rabo que calzaba el señor, también es verdad que mi culo había estado abierto casi toda la tarde, como una carpa en un estanque, quizás presintiendo «la bola de billar «, que era su glande, y que el señor Carlos metería en su interior.

Mi ano estaba tan abierto a los pocos minutos que su pene bailaba en mi interior como si yo fuera un vaso de cubalibre alto y lleno de aceite, en el que el señor Carlos metió su polla gorda y dura. Al entrar y salir un buen rato su pene de mi ano, mi cuerpo se relajó tanto que mi culo hacia ruidos como de vacío; estaba totalmente distendido mi colon y, el músculo que como anillo rodea mi «puerta de atrás», parecía haberse deshecho; tanto es así que después de sacarme el señor su miembro, palpé mi trasero con la mano y me entraron perfectamente, ¡cuatro dedos!

Me la sacó del culo, me puso de rodillas en el suelo y, ¡se la meneo como un animal frente a mi boca abierta! Su pecho, algo flácido; saltaba a la vez. Puso la punta de su polla apretada contra mis labios abiertos, abriéndolos como una ventosa contra su glande… y se corrió, ¡dentro de mi boca!, con un solo chorro, pero tan espeso que se me pegaba la lengua dentro de boca al paladar. Solo unas gotas cayeron hacia abajo deteniéndose en mis pechos como cola de carpintero… el resto; ¡el resto lo saboreé dentro de mi boca!, como una cuajada de leche, diréis que soy una guarrilla, pero es que su semen, ¡era tan dulce! El semen no siempre lo es (lo sabréis quienes «habéis tragado mecha»), pero el del señor Carlos era una delicia, daba gusto rebañar las gotitas pagadas a los dobleces del pellejo de su glande: para limpiárselo del todo tuve que estirar su pellejito y repasarlo con la punta de mi larga lengua. El señor Carlos se empeñó en darme un fajo de billetes, no le dije que no, me hacía ilusión cobrar como si fuera una prostituta, ese dinero era el fruto de mi belleza y de mi sexualidad «expandida». Me dijo el señor Carlos al entregarme el fajo de billetes de cien euros:

_Margarita, zorrita, ya sé que era gratis follarte, pero lo he pasado tan bien que quiero regalarte este dinero.

Al salir de la casa de mi amiga mi coño era un trozo de carne majada, mis cachetes estaban surcados por marcas de la chancla y de los dientes de Laura, y mi boca estaba como gelatinosa por el semen espeso que se había pegado a mi paladar como una pintura viril.

Repetí varias veces con el matrimonio, la siguiente con los dos a la vez; fue un día en que no estaba su hija, pero que regresó antes y estuvo en la habitación masturbándose mientras sus padres me daban «un palizón sexual», no vi bien que Beatriz estuviera presente, pero a la vez me excitó (ya lo contaré, porque fue bestial). Cuando Laura comenzó «a cederme» a otros matrimonios, al de dos que me cedió, corte la relación.

Aquel primer día de sumisión y entrega, salí de aquella casa sintiéndome plena, no me sentí nada culpable, algunos días después sí me sentí algo nerviosa al tener dudas sobre si mi experiencia de sumisión había estado bien o si había sido algo excesivo o mediocre. Después de cuatro años aún tengo dudas sobre si fue el modo correcto de iniciación a lo que, como un vicio, ya he practicado en bastantes ocasiones: tanto la sumisión como la dominación. Quería contar esta experiencia desde hace tiempo, pero me daba algo de vergüenza desnudar mi pasado. Para muchas personas acostumbradas a la acción puede parecerles algo del montón; pero para mí, con diecinueve años como tenía entonces, fue una experiencia que me hizo cambiar hasta en la forma de pensar, «para bien» creo, ahora soy: más libre, más abierta y mucho más decidida en todo lo que me propongo, ¿Qué pensáis quienes me leéis?, ¿creéis que a una sumisa de verdad le habría gustado?, o por el contrario habría dicho, ¡aficionados!

Ahora, a veces; disfruto de mujeres mayores y de hombres también mayores, porque me hace sentir como si tuviera un don, el de ver y sentir cómo rejuvenezco sus cuerpos con mi belleza, con mi sensualidad y con mi entrega, muchas veces sintiéndome sumisa también, en cambio otras domino yo disfrutando al someter. Esos penes dormidos, esas vaginas sedientas que hago despertar me hacen sentir como una seguidora de Afrodita, como una alumna que quiere destacar.

Gracias por estar hay.

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