En la academia hacia que la mirara, me provocaba mostrándome sus piernas. Una tarde fuimos en la misma dirección y terminamos a la orilla de un rio en donde follamos

Valorar

Es la primera vez que escribo un relato. Espero sea de vuestro agrado. Se admiten críticas.

En la academia no cesaban las miradas, ella se ponía siempre de lado para que la viera. Cruzaba la pierna sensualmente. me encantaba mirar sus piernas. Me encantaba mirarla.

Siempre pensé que ‘me pillaba’ siempre que la miraba, aunque cuando pasó el tiempo me di cuenta que el que ‘la pillaba’ era yo, ya que yo la miraba constantemente, y siempre sabía cuando me miraba.

Nunca me atrevía a hablarla. Me daba mucha vergüenza. Pero la suerte se puso por una vez de mi lado cuando, al salir de clase, nos dirigiamos al coche, que por cierto el mío estaba bastante lejos.

Me entretuve un poco al recoger, y cuando salí, estaba ella charlando en un grupo de gente. Al pasar al lado, me despedí, ella me sonrió, y yo la devolví la sonrisa.

Me dirigí a mi coche, cuando oí que me llamaban desde atrás. Era ella. Me puse nervioso. Me giré para verla, mientras ella corría para alcanzarme.

Comenzó a hablar conmigo, y haciendo referencia a qué íbamos en la misma dirección(lo cierto, es que mis nervios me impidieron recordar la conversación que tuvimos). Al poco tiempo, al menos a mí se me pasó muy rápido, ella llegó a su coche. Nos íbamos a despedir, ya que el mío aún se encontraba lejos, cuando ella se ofreció a acercarme.

Qué más podía pedir?

Acepté encantado, y nada más subirme al coche(era uno de esos grandes, como un monovolumen), nervioso por supuesto, ella continuó hablando mientras yo la indicaba donde estaba mi coche. Al llegar, paró en doble fila a la altura del mío, se giró para continuar charlando. Según colocó la pierna, no pude evitar desviar la mirada hacia sus piernas. Y….’me pilló’. Qué corte.

Pues ella, no sólo no se cortó, sino que sonrió. Fue intencionado?

Se me quedó mirando a los ojos, mientras yo me recuperaba del corte que estaba pasando.

Su mirada tenía un brillo especial, no pude evitar mirarla yo a los suyos. Mantuvimos la mirada unos instantes…maravillosos instantes. No hizo falta decir nada. Nuestras bocas se acercaron, sin mediar palabra, nos rozamos los labios, cerrando los ojos,…al separarnos, sólo pude oírla decir ‘qué ganas tenía’. Esta vez, sí que la presté atención. Sonreí. Volvimos a acercarnos. Esta vez, casi al unísono, nos acariciamos la cabeza, el pelo, por la nuca, mientras este beso se prolongaba aún más, siendo cada vez más húmedo, más sensual.

Ninguno de los dos quería separarse, no pude contar los segundos que estuvimos, pero creo que pasamos de los 3 ó 4 minutos sin dejar de besarnos.

Se me escapó un ‘yo sí que te tenía ganas’.

La carcajada que soltamos los dos, nos sirvió, al menos a mí, para soltar todos los nervios.

‘Tienes prisa?’ me preguntó.

Y mi respuesta fue instantánea: ‘Ahora ya no’.

Manteniendo ese brillo en los ojos, continuó: ‘nos perdemos?’

No articulé ninguna palabra. Sólo la besé.

Ella arrancó el coche, no sabíamos donde ir. Buscamos un sitio que estuviera tranquilo. Nada más cruzar el río parecía que a la izquierda había una zona que nos podría servir.

Mientras ella conducía, me acariciaba la pierna. Acto que yo repetía sobre la suya. Ambos la subíamos simultáneamente, acercándonos, cada uno sobre la pierna del otro, a la entrepierna.

La indiqué un hueco libre al fondo, bastante oscuro. No lo dudó, y directamente aparcó. Puso un para solo en el cristal delantero, y se pasó, aún no sé cómo lo pudo hacer, al asiento trasero. Yo traté de imitar su agilidad, pero no tenía su elasticidad. Qué torpe parecía, medio encajado sobre los dos asientos delanteros.

Cuando llegué al asiento trasero, me fijé que todos los cristales eran tintados, por lo que estábamos prácticamente ocultos.

Qué sensación de estar haciendo algo prohibido. Parecíamos quinceañeros.

Ella se me sentó encima sin dudarlo, puso sus manos sobre mi cabeza, acariciándola, mirándome a los ojos, y volvió a besarme. Me encantaba. Mis manos se deslizaron por su espalda, abrazándola, pegando su pecho hacia el mío.

Se echó levemente hacia atrás para desabrocharme mi camisa. Yo bajé mis manos hasta su culo. Qué sensación. Por fín pude acariciarlo. No se detuvo en la camisa, y continuó abriendo el cinturón, y posteriormente el pantalón.

Yo no me quedaba atrás, y tras desabrochar rápidamente su blusa, localicé en su espalda el broche del sujetador, y con una sola mano se lo desabroché en cuestión de segundos (reconozco que se me da bien). Una vez hecho esto, la quité toda la parte superior, acariciando sus pechos con ambas manos.

No sé como lo hizo, pero con un toque sobre mis brazos, dejé de acariciarla, se arrodilló entre mis piernas, y comenzó a bajarme los pantalones y los calzoncillos hasta los tobillos.

‘Ya es mío’ dijo en ese momento, y me lo agarró con una mano, acercandoselo a la boca para comenzar una de las mejores mamadas que jamás me han hecho. Fue tal la excitación que me provocó, que en un par de ocasiones, tuve que pedirla que se detuviera y y fuera más despacio. No quería terminar aun.

Pasados unos minutos, la hice una seña para que se incorporara, y volví a disfrutar de su boca. Digo bien al calificarlo de disfrute, ya que nunca había saboreado unos besos de esa forma. Eran especiales.

Ahora me tocaba a mí. Me puse de lado, permitiérndola sentarse, casi tumbarse, para arrodillarme yo y ponerme entre sus piernas. Metí las manos por debajo de su falda, y comencé a bajarla el tanguita despacito, mirando sus ojos con picardía. Mientras lo hacía, ella se mordía el labio inferior. Según estaba, su pecho me quedaba a una altura ideal para comenzar a chuparselo, a darla pequeños mordisquitos en los pezones. Ya que mis manos estaban ocupadas, porqué no utilizar mi boca, no?

Cuando se lo quité del todo, comencé a rozar mi cara por el interior de sus muslos, acercándome a su clítoris. Cada vez que llegaba a él, y ante un suspiro suyo volvía por la otra pierna. Tan sólo lo hice dos veces. No quería perder tiempo y me fui directamente a su clítoris. Estaba empapado. Me encantaba su olor. Disfrutaba al quedarme impregnado de ese olor. Jugaba con mi lengua, y según apretaba en un sitio u otro, notaba como ponía rígidas las piernas. Estuve jugando un buen rato, pero no quería que se corriera aún.

Cuando me retiré, ella misma me ayudó a incorporarme y sentarme, momento que aprovechamos los dos para volver a besarnos.

No dudó ni un momento, en sentarse encima de mí, e introducirselo dentro de ella. Entró a la primera, ella estaba totalmente empapada, totalmente lubricada y mi erección era tal, que sólo tuvo que dejarse caer para que entrase hasta el fondo. Tanto era así, que yo notaba como se me mojaba las piernas por ellas.

Sin dejar de besarnos, comenzamos un vaivén mutuo, lento, acompasado, sin prisas. Sin parar de hacerlo, nos retirábamos para seguir mirándonos. Ella se acercó a mi oído y me susurró que estaba a punto de correrse, y que quería que yo acabase dentro de ella.

No tuvo que repetirlo más, yo ya llevaba varios minutos haciendo un esfuerzo por no terminar y fue en cuanto la noté que se tensaba, cuando yo comencé a correrme dentro.

A ella la duró el orgasmo varios minutos. De hecho, empezó a correrse antes que yo, y cuando yo acabé, aun la notaba apretando y soltando las piernas.

Se dejó caer sobre mi hombro, suavemente, muy despacio. Su respiración era agitada, aunque no tanta como la mía. Estábamos sudorosos. En esta postura, sólo podía besarla la frente. Ella se dio cuenta, se incorporó, y me lo puso fácil para poder besarla.

Mis nervios habían desaparecido (como no?)

Y en la radio sonaba Miguel Ríos:

“…en el río aquel

tu y yo y el amor

que nació de los dos. “

Deja una respuesta 0

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *