Me tenía atada, no podía librarme de él, fue así como pudo romperme el culo, el viejo que recolecta latas
Normalmente salía a tirar la basura los martes los jueves por la mañana. Alrededor de ese tiempo era cuando pasaba Don Ramiro como todos le llamábamos en la colonia de cariño. Era un hombre mayor, ya estaba senil pero era muy amable y atento. Vivía en una casa en la colonia vecina y se paseaba por todas las calles de la colonia recogiendo latas usadas de cerveza para vender el aluminio por kilo en algún lugar. No tenía familia. Su esposa había fallecido años atrás según le había contado a la gente y no tenía hijos. No quería irse a un asilo porque pensaba que lo tendrían medicado todo el tiempo así que él se cuidaba solo. Cada día que lo veía me saludaba con mucho cariño como a las demás personas. Me daba un poco de pena verlo tan solo pero no podía hacer más nada por él. Usualmente cuando alguien trataba de ayudarlo se negaba. Es un hombre en extremo orgulloso. Un día saliendo de mi casa para ir a trabajar lo encontré sentado a un lado de la banqueta. Estaba muy pálido y tenía la boca muy seca. El señor no se drogaba pero si era algo borracho. Nadie podría culparlo. La única mujer a la que había amado en su vida ya no estaba y no tenía a nadie más en el mundo. Vendía latas de aluminio para sobrevivir y era demasiado orgulloso para aceptar la ayuda de alguien. ¿Le pasa algo Don Ramiro, se siente bien? –Pregunte mientras le tocaba el hombro–. No me pasa nada hija, solo que ando algo débil –dijo con voz queda–. ¿Y porque anda así, no ha comido bien? –pregunte–. Pues no hija, solo a veces, es que ahora no he sacado muchas latas para vender y pues he tenido muy poca suerte –respondió–. Bueno pásele, déjeme hacerle algo de comer, para que tenga fuerzas para seguir trabajando –dije–. El me miro y me dijo –no como crees hija, no quiero que te molestes, además ya me siento mucho mejor–. No es ninguna molestia, vengase que ahorita le hago unos huevitos revueltos con chorizo –dije–. El me miro y acepto a regañadientes la invitación.
Decidí que ese día no iría a trabajar para tratar de cuidar un poco del señor. “Probablemente se encuentra anémico” fue mi pensar. Lo más conveniente era mantenerlo vigilado para que no se desmayara en medio de la calle o le pudiera pasar algo peor como un accidente con algún automóvil. El señor era un poquito difícil pero cuando lo tratabas era bastante amable. Póngase cómodo en la cocina ahorita le vengo a preparar algo –dije–. La verdad llevaba mi ropa para el trabajo por lo que decidí cambiarme de nuevo a mi ropa de casa. Un vestido de rosas que tengo sencillo con un escote algo grande pero pues era lo que llevaba puesto ese día, muchos ya lo han visto en mis fotos de mi blog. Total, Don Ramiro estaba sentado esperando su comida en la cocina mientras yo me cambiaba de ropa. Me puse el delantal blanco para cocinar y me dispuse a platicar un poco con aquel hombre. Yo le calculaba alrededor de sesenta años. Tenía barba grande totalmente canosa. La dentadura era postiza y se le salían con facilidad cuando hablaba. No tenía ni siquiera para comprar un buen pegamento dental. Era algo moreno y no muy alto. Su cabello era rizado y blanco también. No era muy atractivo y era algo obeso. No iba al chequeo médico muy seguido por lo que después de que termino su desayuno me ofrecí a darle un chequeo completo. ¿Hace cuánto que no se hace un chequeo general Don Ramiro? –Pregunte con curiosidad–. Bueno… la última vez que me lo hice mí esposa aún estaba viva, así que, hace muchos años creo –respondió–. Bueno yo soy doctora, yo podría hacérselo sin ningún costo, se lo garantizo –dije–. Don Ramiro era muy gentil y amable pero a fin de cuentas era hombre, Note mientras desayunaba y yo calentaba las tortillas que él no dejaba de mirar mi trasero. La tanga que llevaba ese día me picaba un poco y yo me estaba rascando tal vez eso había sido lo que le había llamado la atención, pensé ingenuamente. Puedo hacerle el chequeo aquí en mi casa, no es problema –dije–. El me miro algo nervioso y sin saber que responder por lo que lo anime para que lo hiciera por su salud. El acepto y yo le pedí que se quitara la ropa. Revise sus signos vitales, su respiración, los latidos de su corazón, su presión arterial lo básico. Sabía que el hombre no había tenido mujer en años y probablemente se había convertido en un mirón. Si, era buena persona pero muchos lo sorprendían tratando de hablar con jóvenes amas de casa. Como yo no estaba nunca en casa pues no lo había intentado hasta que tuvo la oportunidad aquel día. Respire hondo –dije mientras ponía el estetoscopio en su espalda–. El obedecía todo y realizaba los pequeños ejercicios correctamente.
– ¿Oye hija, hace cuanto te divorciaste de tu esposo?
–Hace algunos años.
–Pues de lo que se perdió el pendejo.
– ¿Porque lo dice?
–Pues porque muchos de los hombres de la colonia les gustaría tener una hembra como tu hija.
– ¿Usted como sabe eso Don Ramiro?
–Pues porque platico con ellos de muchas cosas. Muchos quieren darte duro.
–Bueno creo que eso fue suficiente, no le permito que me hable de esa manera.
–No pasa nada hija, muchos saben que eres una ninfómana.
–No sé de qué me está hablando.
–He visto los chicos que metes a tu casa cuando tus hijos no están. Jóvenes y mayores, de todo te chingas.
–No puedo creer que me haya visto.
–La mayoría de la gente no pone atención en las cosas pero alguien que no tiene nada que hacer como yo, la historia es totalmente diferente.
–Por favor no diga nada a mis hijos, se lo imploro.
–No te preocupes hijita tu secreto está a salvo conmigo pero pues a cambio de eso me gustaría que me hicieras un favor muy grande.
–Lo que usted me pida.
–Quítate la ropa, quiero ver tu cuerpo.
Yo sabía que aquel hombre me tenía en sus manos y no podía hacer nada al respecto. Le pedí que me ayudara con el cordón de mi vestido en la espalda y me lo quite. Me vio en tanga y en mi sostén blanco de victoria secrets nuevo. ¡Vaya que te ves como una perra con esa tanga mamita! Yo me quede frente a él. Don Ramiro estaba en calzones y podía ver que a pesar de ser un hombre anciano tenía una fuerte erección en su entrepierna. Tenía un olor terrible porque no había tomado un baño últimamente y recorría grandes distancias todos los días. No te quedes ahí parada perrita, quítate a la chingada los pinches calzones y el chichero ese –dijo–. Cuando me quite mi sostén tape mis pezones con mis manos y mi vagina igual. Se me acerco y me quito con fuerza las manos de mis senos. ¡Ay cabrón que chichotas, tienes unos melones enormes Julia! –grito sorprendido–. Se me antojo probar de tu teta como un bebé, ven para acá quiero chuparlas perra –dijo mientras me sujetaba con fuerza–. Usted dijo que solo verme desnuda –replique–. Yo no dije que solo eso, era apenas el inicio –dijo–. Me puso en el sillón acostada y comenzó a chupar mis senos como un obsesionado. Yo trataba de frenarlo pero él los ensalivaba como un demente sin control. Su dentadura se salía constantemente y el olor de su saliva era muy parecido a la mierda. De pronto me beso y sus labios y lengua me supieron como si hubiera besado a un excremento. El sabor era horrible y lo peor era que no se detenía por nada. Gracias a dios se detuvo pero solo para pedirme que lo mamara. Con mucho asco me puse de rodillas en la alfombra de la sala y le baje los pantalones. El olor a orinas y a mierda que salía de su entrepierna eran nauseabundos. Su pene estaba lleno de vellos púbicos largos y blancos. Tenía un prepucio que se veía muy sucio porque incluso tenía smegma de fuera. No se había pelado así que lo hice. Una capa blanca en la orilla del glande se descubrió junto con un olor asqueroso. Comete el quesito Julia, que no se desperdicie –dijo mientras se reía–. Yo lo comí soportando las ganas de devolver el estómago. El sabor era algo terrible y su textura era lo peor. El viejo asqueroso solo lo disfrutaba mientras yo luchaba por no vomitar encima de él, aunque ahora pienso que debí haberlo hecho. Me tomo del cabello y me dijo –hazme una cubana con esos melones tuyos perra de mierda–. Yo puse su pene que no era nada especial en medio de mis senos. Escupí una gran cantidad de saliva en el medio y comencé a masturbarlo para que se viniera rápido. El me estiro el cabello y me dijo –no tan fuerte perra–. Uy no sabía que no aguantaba ni un poco anciano maricón, le faltan huevos verdad –dije mientras le hacia la cubana–. El me dio una cachetada y me dijo –bájale de huevos ramera–. Yo seguí masturbadlo hasta que se vino. El hombre no duro ni tres minutos. Era un hablador pero no se iba a rendir en ese momento. Me hizo beber su asqueroso semen amarillento y luego me dijo prepárate porque esta mañana desayuna pancho putita. Me aventó al sofá y sin condón me penetro rudamente en el ano.