Sara se queda sola en Navidad, recibe un regalo que no se esperaba, que era de otro mundo. Fue atada y violada, lo que siempre quiso
UN REGALO PARA SARA
Sara era una típica chica del extrarradio de Madrid. A sus 28 años llevaba como podía lo de tener que seguir viviendo con sus padres, soportar sus continuas peleas, y el no poder salir de ahí corriendo. Las cosas no habían ido bien económicamente, tuvo que dejar su carrera y ponerse a estudiar otras cosas con la esperanza de un futuro laboral en el que ganar el suficiente dinero para independizarse. Por el momento se sentía atrapada sin la posibilidad de salir de esa casa.
Sara era de estatura media, de piel pálida, melena teñida de un tono rojizo, grandes ojos azules, labios bien definidos adornados en ocasiones por piercings, nariz alargada y bonita que hacía que en su conjunto sus rasgos fueran atrayentes para cualquier hombre, esos rasgos en los que en el fondo se adivinaba cierta picardía que ella intentaba ocultar. El piercing de su lengua la delataba. Varios tatuajes adornaban ciertas partes de su cuerpo. Por lo demás ella no se gustaba, se veía gorda. Siempre vestía discreta en tonos oscuros, y a pesar de su opinión de sí misma, bajo toda esa ropa se intuían unos pechos apetecibles, ni muy grandes ni muy pequeños, lo justo para dar juego a cualquiera que pudiese acceder a ellos. Ella odiaba su culo que siendo generoso hacía la boca agua a cualquier hombre amante de dichos manjares. Pero a ella no le gustaba, ella sólo veía “lorzas”.
En lo sentimental tampoco habían ido bien las cosas para Sara. Tras varias parejas que no llegaron a funcionar, tras varias traiciones, tras varios engaños de tipos que la sometieron a mentiras con el único fin de meterla en caliente, ella estaba totalmente desencantada. De hecho, había decidido cerrarse a cualquier tipo de relación, aunque simplemente fuera sexual. Ya no le interesaba, el miedo a un nuevo desencanto y sus experiencias pasadas hacían que estuviera en una fase de apatía sexual casi absoluta. Dicha apatía era interrumpida en ocasiones por sus conversaciones con Q.
Q era una especie de sátiro con el que hablaba muy habitualmente. Se conocían desde hacía años, siempre hubo cierta tensión sexual entre ellos, pero nunca había pasado nada. Q era bastante mayor que ella, se llevaban más de 10 años. Un tipo que había tenido múltiples parejas, estables e inestables, y que ahora en su nueva situación de soltero estaba disfrutando de la vida totalmente resabiado. Se contaban sus vidas, y a ratos las conversaciones se tornaban sexuales, el 99% de las veces por la acción de Q. Él había dejado claro en numerosas ocasiones cierta obsesión por hacer disfrutar a Sara, sacarla de su “encierro” sexual, y ya de paso dar rienda suelta a sus bajas pasiones con ella. Q tenía una dilatada experiencia, y disfrutaba de sus innumerables filias. Habían fantaseado con algún encuentro que incluyera dominación, incluso simular una violación, ya que él había sido bastante activo en dichas vertientes lujuriosas, y a ella le picaba la curiosidad… y más cosas. Una noche de verano habían estado hablando de regalos navideños, y Q le pregunto a Sara que qué quería cuando llegaran dichas fechas. Sara, que ese día se sentía inquieta, le siguió el rollo a Q y le insinuó que estaría bien que como regalo simularan lo de la violación que habían estado hablando en otras ocasiones. La historia quedó ahí y nunca más comentaron lo de los regalos.
Llegaron las Navidades y un día, mientras anochecía, Sara se vio obligada a salir de su casa a comprar algo para la cena. Tenía la nevera tiritando, y su familia no estaba ya que habían decidido pasar la Navidad a casa de unos tíos de Sara. Ella había decidido no ir con ellos, y tras muchas discusiones, al final se había salido con la suya. Tenía toda la casa para ella. Era invierno y las calles de su barrio se encontraban desoladas bajo un manto de frío y lluvia que hacían que la mejor opción fuera quedarse en casa. Abrió el armario y un cierto aroma a antipolillas inundó su habitación. Cogió lo primero que encontró, total quería volver a casa lo antes posible. Un sujetador gris y unas bragas azules que no hacían juego, una camisa negra con botones del mismo color, unos leggings de invierno también negros, unos calcetines, y unas botas para evitar mojarse con la lluvia. Se enfundó en un abrigo que le cubría todo el cuerpo, salió a la calle y el fuerte olor a tierra mojada acarició su cara, eso a ella le encantaba. Comenzó a caminar hacia la tienda 24 horas por el camino que había seguido en innumerables ocasiones. No estaba lejos, pero sí que era necesario cierto tiempo para ir caminando hasta ella, y más con estas condiciones climatológicas. Intentaba caminar evitando los charcos para conseguir mojar lo mínimo posible sus botas. En un momento dado empezó a escuchar pasos a su espalda, como si alguien la siguiera. Al principio Sara pensó que eran imaginaciones suyas, pero, aun así, aligeró un poco su paso al caminar. Asustada escuchó perfectamente como los pasos a sus espaldas también incrementaban el ritmo. Sara decidió entonces girar por un callejón lateral, salir del camino directo hacia la tienda, y esperar en él para ver si en realidad la estaban siguiendo, o la persona que iba a sus espaldas pasaba de largo. Esperó resguardada de la lluvia en un portal mirando fijamente a la esquina de la calle perpendicular por la que se acercaban los pasos que le habían estado siguiendo. La lluvia no había conseguido aún eliminar el fuerte olor a orina que en dicho callejón se acumulaba de la noche de fiesta anterior. Temía que esa persona hubiera visto que ella se había metido por el callejón y fuera directamente a por ella. Fue entonces cuando vio pasar de largo por la esquina a un chaval totalmente embutido en ropa de abrigo corriendo hacia su destino, con la cara roja por el frío. Sara respiró aliviada y también se sintió un poco estúpida. Decidió entonces volver a la calle principal, a ver si llegaba pronto a la tienda y dejaba de pasar frío. Empezó a caminar hacia la calle principal, pero tras dar varios pasos de repente sintió que alguien le agarraba por detrás, ponía algo en su cara y dejaba de ver. Un intenso olor químico inundó sus fosas nasales. Intentó forcejear, pero en pocos segundos perdió las fuerzas y entró en una especie de estado de somnolencia, a ratos inconsciente, a ratos creía ver lo que pasaba. Sara notó como su captor la llevaba unos metros por el callejón, ella podía andar, pero con dificultades. Escuchó abrirse la puerta de un coche y sintió como la depositaban en la parte de detrás. Percibió como su rostro se pegaba al cuero de los asientos del vehículo. Intentó incorporarse, centrar la mirada para ver qué estaba pasando, vio como la persona que le había metido en el coche se sentaba en el asiento del piloto y lo arrancaba. En ese momento todo se volvió un fundido en negro y ella cayó en un profundo sueño.
Sara despertó, no tenía ni idea del tiempo que había pasado durmiendo. Lo primero que notó fue un fuerte olor a incienso mezclado con tabaco. Intentó abrir los ojos, pero algo le impedía hacerlo, tenía una venda alrededor de su cabeza evitando que pudiera ver nada. Al intentar llevar su mano a la cara para conseguir apartar lo que le impedía recuperar la visión se dio cuenta de su situación. Sara se encontraba tumbada en lo que parecía ser una gran cama. Sus brazos se estaban extendidos en forma de cruz a ambos lados de su cuerpo, sus muñecas estaban retenidas por algún tipo de atadura que impedía cualquier tipo de movimiento. Notaba la suavidad de las sábanas en el dorso de sus manos. Intentó entonces mover sus piernas y ahí fue consciente de que, al igual que sucedía con sus brazos, sus piernas se encontraban retenidas por el mismo tipo de atadura, las mantenía abiertas y sujetas a los lados de esa cama. Podía notar que ya no llevaba ni el abrigo, ni las botas, ni los calcetines puestos. Estaba descalza, pero todavía vestía el resto de su ropa. Tras unos segundos forcejeando escuchó una voz masculina que le resultó vagamente familiar:
– Buenas noches señorita, estaba esperando a que despertara.
Fue entonces cuando Sara empezó a chillar, lanzado insultos y exigiendo que la desataran. Intentaba mover las manos y las piernas violentamente, aunque era inútil. Movía todo su cuerpo con fuerza intentando liberarse de sus ataduras, gritando, en cólera. Escuchó que la persona que le había hablado se acercaba a ella tranquilamente, haciendo caso omiso de sus alaridos. Una mano se posó suavemente sobre su boca, apretando con firmeza su cabeza contra el colchón. Podía oler el perfume de su captor, por un segundo incluso disfrutó de ese aroma.
– Voy a tener que interrumpir este escándalo que está montando, señorita. Si no deja usted de gritar tendré que verme obligado a evitarlo.
Sara dejó de gritar unos segundos e hizo como si se calmara. Su captor apartó la mano de su boca y ella volvió a gritar de nuevo con más fuerza. Siguió revolviéndose intentando liberarse. Volvió a sentir como suavemente la mano se posaba en su boca y volvía a apretar con firmeza su cabeza contra el colchón.
– Veo que no lo ha entendido. Deje de gritar y abra la boca.
La mano volvió a separarse de su rostro y ella volvió a gritar. Un segundo después algún tipo de tela había llenado su boca. Él, violentamente, la había introducido con sus dedos. Cuando ella ayudada de su lengua estaba intentando escupirla, él aprovechó para sujetar dicha tela con otra venda por detrás de su cabeza después de levantarla con una mano. Sara siguió intentando gritar, pero ya era inútil. Por mucho esfuerzo que hacía ningún sonido audible salía de su boca.
– Mucho mejor así.
Sara quedó en silencio intentando captar lo que sucedía alrededor. Su corazón iba a cien, su cabeza iba a mil, y estúpidamente no dejaba de intentar pensar en a quién le recordaba la voz que había escuchado. Estaba en pánico, aunque a la vez intentaba calmarse a sí misma pensando en cómo salir de esa situación. Inmediatamente escuchó los pasos de él alejándose de ella. También pudo oír cómo se abría y se cerraba un cajón. De nuevo volvió a notar como él se volvía a acercar a la cama.
De repente sintió en su tobillo derecho como el frío del metal rozaba su piel por debajo del leggings. Eran unas tijeras, y su captor había empezado descubrir su pierna cortando la tela del leggings desde su tobillo subiendo hacia su muslo. Sara volvió a revolverse con todas sus fuerzas intentando patear a ese tipo, pero sus ataduras obviamente se lo impedían. Él retiro las tijeras, se acercó lentamente a ella, y sin más le dio una bofetada. El eco del sonido seco de la bofetada inundó la habitación. Sara quedó inmóvil, impactada.
– Señorita Sara, así se va a hacer usted daño al final. Deje de luchar. Espero que le guste su regalo y Feliz Navidad.
Fue entonces cuando Sara cayó de golpe. Su captor era Q. Ahora sí que reconocía su voz. Inmediatamente se sintió más calmada, no sabía qué iba a pasar, pero le conocía hacía muchos años, él no iba a hacer nada que a ella le dañara, no se fiaba del todo, pero en principio eso pensaba. Recordó la conversación que habían tenido ese verano, y entendió lo del regalo. Aun así, estaba muy enfadada por el miedo que le había hecho pasar, por no haberla preguntado antes de hacer todo esto, por decidir tratarla así unilateralmente, sin consultar, ¿Qué se había creído este tío mierda? Además, este imbécil le había empezado a joder la ropa, a saber qué había pasado con sus botas. ¿En qué coño estaría pensando? Decidió dejar de oponer resistencia y ver qué le tenía preparado. Si no podía liberarse por sí misma para partirle la cara, en cuanto tuviera oportunidad le convencería para desatarla, y entonces se iba a enterar.
Sara dejó de forcejear y volvió a sentir el frío metal en su pierna. Q continuó cortando lentamente los leggings con las tijeras, recorriendo lentamente toda la pierna derecha hasta que llegó a la cintura. Sara percibió como su pierna se liberaba fuera de la tela. Entonces sintió lo mismo en su tobillo izquierdo. El sonido de las tijeras cortando la tela y la suave superficie metálica recorriendo su muslo hasta la cintura. Un minuto después, y tras notar como Q los retiraba, los leggings habían desaparecido del cuerpo de Sara, después de nuevo el silencio absoluto. Otra vez volvió a sentir de nuevo el aroma del perfume de Q, el mismo que antes había notado cuando le había tapado la boca con la mano. Oía su respiración, estaba cerca de ella, ahí comenzó a notar como le iba desabrochando los botones de su camisa, lentamente, de forma pausada y tranquila, de abajo arriba y uno a uno pacientemente. Después volvió a sentir el frío de las tijeras, en esta ocasión en sus brazos, primero subiendo por la manga derecha, y después por la izquierda, un minuto después sintió como la camisa desaparecía del todo. Sara seguía muy enfadada, le gustaba esa camisa y el subnormal este se la había cargado. Por otro lado, no entendía muy bien porqué la situación, el sentirse tan expuesta, el estar inmovilizada y a disposición de lo que tuviera pensado Q en su mente enfermiza, le estaba empezando a dar cierto morbo. Lo que peor llevaba era lo de la boca, pero justo en ese momento volvió a escuchar la voz de Q.
– Creo que está un poco incómoda con eso en la boca. La duda es ahora señorita, que si libero sus labios va a comportarse como debe. Nada de gritar, nada de dirigirse a mí si no se lo digo, nada de escándalos. Podemos llegar a un acuerdo en esto, si promete comportarse asienta con la cabeza. Si libero su boca y escucho su voz sin pedírselo, volverá la mordaza. Si no está dispuesta a mantener este pacto niegue con la cabeza.
Sara escucho detenidamente la voz pausada de Q, asintió con la cabeza sin pensárselo. Una voz en su interior le preguntaba “¿Pero qué haces? Tu objetivo era convencerle para que te soltara, para darle su merecido, y vas a aceptar no hablar” Estaba confusa, pero justo cuando se estaba preguntando esto sintió como Q liberaba sus labios, y sacaba de su boca la tela. Mientras estaba intentando generar algo de saliva para su boca seca, tras todo ese tiempo amordazada, notó como Q acercaba a sus labios lo que parecía una pajita de plástico.
– Veo que ha decidido ser usted obediente. Así me gusta. Beba un poco de agua y refresque la boca, luego la va a necesitar.
Sara acercó sus labios a la pajita y bebió del agua que le ofrecía Q. La verdad es que fue un gusto volver a sentir su boca liberada y húmeda de nuevo. ¿A qué se referiría él con que la iba a necesitar? ¿Qué más pensaba hacerle? ¿Por qué no la destapaba también los ojos? Sara se moría de ganas de hablar para solventar estas dudas y gritarle que la desatara. No sabía muy bien la razón, pero iba a seguir en silencio como él la exigió, al menos un rato más.
Volvió a sentir las tijeras, primero en su hombro derecho quebrando el tirante de su sujetador, luego en el izquierdo, y finalmente en la unión de ambas copas. A Sara por un lado le daba vergüenza, podía notar perfectamente como Q estaba disfrutando de la visión de sus tetas, de la palidez de su piel desnuda. El silencio, no se escuchaba absolutamente nada, ni un movimiento. Por otro lado, Sara empezó a pasar del morbo a la excitación con la situación. No se lo podía creer. ¿Por qué le ponía todo esto? ¿Cómo podía estar pasando vergüenza y a la vez excitarse mientras notaba que Q la miraba y hacía lo que quería a su antojo, si ella lo que estaba era enfadada? Sus pensamientos fueron interrumpidos de nuevo por la tijera en su cadera derecha, ya no se sentía fría, sólo su tacto metálico. Escuchó un clic a la derecha, otro a la izquierda, y comenzó a notar como Q tiraba de sus bragas azules dejándola al fin completamente desnuda.
En ese momento, Sara recordó aliviada que justo el día antes cuando se fueron sus padres, había decidido darse una merecida auto sesión de belleza. Empezó a pensar que al menos se había puesto sus mascarillas hidratantes, se había depilado las piernas y axilas, y también había decidido rasurarse del todo. Porque, aunque sus planes sexuales eran nulos desde hacía mucho tiempo, y su interés por solucionarlos esas Navidades rozaba el cero, le apetecía hacerlo para ella misma. Así que por lo menos mientras Q miraba en silencio su cuerpo totalmente desnudo, e intuía que en esos momentos lo que estaba era examinando su coño, al menos iba preparada… “¿Pero qué mierda estás pensando, Sara?” “¿Por qué te alivia que este imbécil te esté viendo depilada?” De nuevo esa voz en su cabeza luchaba con lo que había empezado a ser una excitación bastante creciente.
Los pensamientos de Sara fueron interrumpidos cuando sintió el tacto caliente de las manos de Q. Él se había sentado al lado de ella y empezó a acariciar su cuello en silencio, sentía como pasaba su dedo rozando lentamente su cuello, y como lo dirigía a su cara, como empezaba a juguetear con sus labios para de nuevo volver a bajar hasta su pecho. Pasaba la mano entre sus tetas sin tocarlas, y recorría su vientre camino a su pubis con lo que ya eran varios dedos. Cuando llegaba justo a su pubis desaparecía su tacto. Después iniciaba el camino inverso, desde su pubis varios dedos rozaban la piel de Sara subiendo por su abdomen, entre sus pechos, hasta su cuello para acabar rozando sus labios sin intentar meter los dedos en su boca. Así estuvo unos minutos. A Sara se le había pasado la vergüenza de golpe, sólo podía dejarse llevar por la sensación de esos dedos que no podía ver dónde iban a tocarla ni qué camino iban a llevar. Sin darse cuenta soltó un pequeño gemido, justo en ese momento Q retiró sus manos. Sara en principio se asustó por si Q la había escuchado y eso anulaba “su acuerdo”. Lo siguiente que sintió Sara fueron las grandes manos de Q posándose sobre sus piernas, recorriéndolas desde los tobillos a los muslos, jugando con el interior de ellos suavemente. Q al llegar con sus manos a las ingles de Sara evitaba ir más allá, y subía sus manos por las caderas de ella. Ya no eran dedos, ahora ya eran las dos grandes manos de Q sobando todo el cuerpo de Sara. Sara se estaba empezando a poner malísima con tanto sobeteo, no entendía por qué se estaba excitando tanto con todo esto, y sobre todo no entendía por qué le frustraba que Q aún no hubiera jugado con ciertas partes de su cuerpo. En ese momento a Sara se le volvió a escapar un pequeño gemido, y de nuevo Q retiró sus manos. “Joder, esta vez lo ha escuchado seguro” temió Sara.
Pasó algo de tiempo, apenas unos segundos, aunque a Sara le parecieron muchos minutos. Estaba con la incertidumbre de si Q lo había escuchado y la iba a volver a amordazar. Si iba a considerar que gemir era desobedecerle, no lo sabía. “¿Pero qué coño importa todo esto, tú estás tonta?” Su voz interna cada vez era más débil, y poco a poco empezó a notar que comenzaba a estar húmeda. No se lo podía creer, pero así era, Había pasado del terror, al enfado más fuerte, para terminar deseando que Q le sobara más, le sobara todo. Entonces volvió a sentir las manos de Q, en esta ocasión empezaron a apretar con firmeza sus tetas, jugaba con ellas, sentía como sus pezones, que se habían puesto duros cuando el cuerpo de Sara había empezado a sentir el tacto frío de la tijera, eran víctimas de los dedos de su captor. Volvió a sobarla entera con ambas manos, pero en esta ocasión no esquivaba sus pechos, los dedos de Q se hundían en la carne de Sara y ella notaba como los amasaba y disfrutaba con ellos. De repente, sintió algo húmedo en sus pezones. Q había empezado a babear sobre ellos, dejaba caer su saliva y la extendía con sus manos mientras seguía tocando las tetas de Sara. Sara, no era consciente de que había empezado a mover sus caderas, se había dejado llevar por la excitación e involuntariamente movía su cuerpo al ritmo de las manos de Q. Fue entonces cuando notó claramente que Q, sin dejar de manosear sus tetas húmedas por su saliva, comenzaba a lamerle el cuello. Sentía como la lengua lo babeaba entero y la alternaba con ligeros mordiscos. Percibía la lengua bajar lentamente desde su cuello, dejando un surco húmedo, directa a uno de sus pezones. Q empezó a chuparle las tetas, no las soltaba de sus manos, pero comenzó a comérselas también. Sara podía apreciar perfectamente como los labios de Q rodeaban sus pezones erectos y los succionaba, pasaba de uno a otro, escupía sobre ellos para luego recoger sus propias babas con su lengua y con sus labios. Fue entonces cuando Q, sin dejar de succionar una de las tetas de Sara, acercó dos dedos de su mano al coño húmedo de su víctima. Sara dio un respingo al sentir los dedos de Q introducirse levemente entre sus labios vaginales. Inmediatamente los dedos se llenaron del flujo de ella. Entonces Q paró de chupar las tetas de Sara. Ella sintió como él se levantaba de la cama. En el silencio de la habitación pudo perfectamente escuchar como Q se chupaba sus dedos.
– Señorita, veo que al final está disfrutando de su regalo de Navidad. ¿Esto es así? Puede usted contestarme.
– Sí, Señor. – contestó Sara mientras ella misma se sorprendía de dar esa respuesta de manera espontánea.
– Me alegra escuchar eso. Continuaré entonces.
Sara no se podía creer lo que había contestado. Estaba tan cachonda que lo único que podía pensar era en lo cachonda que estaba. Ya no había odio, venganza, vergüenza, ni enfado. Le daba igual su ropa rota. Sólo le importaba lo mojada que estaba y que lo solucionaran, porque ella atada no podía solucionarlo. La situación se le había ido de las manos y había hecho enmudecer del todo esa voz interior que antes le hablaba indignada. Ya no temía lo que Q le fuera a hacer, ahora ella quería que Q le hiciera.
Volvió a escuchar un cajón abrirse y cerrarse. De nuevo sintió como Q se sentaba a su lado. Sara estaba expectante. Comenzó a notar de nuevo las babas de Q sobre su piel, como hacía rato sobre sus tetas, pero en esta ocasión entre sus piernas. Podía sentir intensamente la saliva chorrear desde su pubis, empapar su clítoris, y escurrirse entre sus labios vaginales. De nuevo volvió a notar los dedos de Q introduciéndose en su coño lentamente, esta vez pudo sentir como los metía hasta el fondo. Otra vez Sara volvía a gemir, pero esta vez ya no fue un gemido leve, no podía controlarlo. Q seguía dejando caer saliva sobre los labios abiertos de Sara, mientras sus dos dedos entraban y salían del interior de ella aumentando progresivamente la velocidad. Sara comenzaba a jadear, sentía como sus tetas se movían al ritmo de los dedos de Q, cada vez más rápido. Estaba empapada tanto por dentro, como por fuera. Q siguió escupiendo mientras aumentaba el ritmo. Llegado a ese punto Q decidió meter un tercer dedo, Sara movía las caderas rítmicamente mientras gemía sin complejos y los tres dedos entraban y salían de ella velozmente. Q ya no podía aumentar más el ritmo de sus dedos, comenzó entonces a tirar de ellos hacia el suelo pélvico de Sara sin reducir la velocidad. Ella se contraía, movía sus piernas como intentando liberarse de sus ataduras, su boca se llenaba con sus propias babas, las ataduras de sus brazos también se tensaban debido a su agitación. Un zumbido se empezó a sentir en la habitación uniéndose a los sonidos que producía Sara, y al chapoteo de los dedos de Q. Rápidamente él sustituyo sus dedos por el vibrador que minutos antes había sacado del cajón, y continuó al mismo ritmo frenético torturando a base de placer el interior de Sara. El torrente de saliva finalizó, y por sorpresa Q acercó sus labios al clítoris de Sara, que hacía rato aparecía expuesto, abultado exultante de excitación, y brillante por las babas. Lo succionó metiéndolo entre sus labios y manteniéndolo dentro de su boca mientras lo limaba rozándolo con la punta de su lengua al mismo ritmo constante que con el vibrador torturaba la entrepierna de su víctima. Sara no supo si pasaban segundos, minutos, u horas. El placer y la excitación a la que había llegado con la situación, y los movimientos de los dedos de Q, parecía insuperable, pero el sentir el vibrador, los labios y la lengua de Q trabajando su clítoris la llevo poco a poco a lo que se fue convirtiendo un orgasmo brutal. Sara gritaba mientras se corría, las sábanas se encharcaban aún más con su flujo, todo su cuerpo se convulsionaba sin parar de ser víctima de la obra de Q, que mantenía su lengua y el vibrador en movimiento constante hasta que en un último estertor ella pareció calmarse. Fue entonces cuando él retiro lentamente el vibrador de entre los muslos empapados de ella y lo apagó. Acercó su boca a su pubis, y empezó a limpiar sorbiendo y recogiendo con su lengua todo el premio en forma de líquido que su buen hacer había conseguido. Para Sara, aunque no había podido ver nada desde que despertó ahí tumbada, sentir esa boca después de tanto placer supuso un pequeño martirio ya que no podía más en ese momento, tenía la zona muy sensible después del orgasmo y así no se iba a conseguir calmar del todo.
– Creo que al final he acertado con su regalo. En breve la libraré de sus ataduras, no desespere, pero por el momento aún queda la guinda del pastel.
Sara había empezado a calmarse. Sentía la piel de todo su cuerpo húmeda entre babas, sudor, y flujo. Ya ni le molestaban las ataduras, ni el no poder ver nada, comprendió que todo eso había hecho que su orgasmo fuera de los más intensos de su vida. De nuevo volvió a sentir la pajita de plástico en sus labios. Ella, obediente, sin decir nada, sorbió un poco de agua. La verdad es que tenía la boca seca después de haberse corrido tan violentamente. De repente fue sorprendida cuando volvió a escuchar el sonido del vibrador al activarse. No entendía lo que Q pretendía con eso, pero inmediatamente volvió a sentir como el dispositivo se abría de nuevo camino entre sus labios vaginales. La vibración se volvió tortura en ese preciso instante ya que Sara no había podido relajarse del todo, y sintió como la excitación que pensaba superada tras el orgasmo volvía a su ser. Sara volvió de inmediato a moverse como poseída de nuevo por la acción del vibrador. Pudo sentir como en esta ocasión Q simplemente había introducido del todo el artefacto conectado en su interior, pero no lo movía. Sara apretaba con fuerzas los músculos de su vagina en un intento desesperado de expulsarlo, mientras su excitación se elevaba más y más. De nuevo volvió a escuchar la voz pausada de Q que se elevaba por encima de sus gritos y jadeos.
– No desespere, señorita. Ya falta poco. Ahora va a abrir usted su boca para mí.
De inmediato, Sara obedeció la orden de Q y abrió su boca de par en par. Sólo podía pensar en el vibrador, le daba igual todo lo demás. Al instante algo empezó a rozar sus labios y a golpear su cara. Era duro, suave y caliente. Tardó un momento en reconocer ese olor tan familiar, aunque hacía muchos meses que no lo disfrutaba. En ese preciso instante Sara fue consciente de que la dura polla de Q estaba empezando a llenar su boca. Ella la abrazó con sus labios, y comenzó a saborearla acunándola con su lengua mientras centímetro a centímetro ocupaba su garganta. La mente de Sara sólo podía pensar en dos cosas llegados a ese punto, en su coño ardiendo por la acción del vibrador, y en respirar sin atragantarse mientras esa polla jugaba una y otra vez con su boca y su garganta. Q le estaba follando la boca a su antojo, y a Sara le estaba encantando. De vez en cuando sacaba su miembro erecto del interior de Sara para golpear con él su rostro salpicándola con sus propias babas. Después volvía a violar su lengua y a llenar su garganta, una y otra vez, con movimientos rítmicos que cada vez eran más rápidos, tan rápidos como iba creciendo de nuevo la excitación de ella. Las babas chorreaban por las mejillas de la víctima de Q, acompañadas por sus lágrimas ante el esfuerzo de devorar esa polla tan dura. Entonces ella sintió de golpe como los dedos de Q comenzaban a rozar su clítoris a toda velocidad. Todas las sensaciones que el cuerpo de ella estaba experimentando se multiplicaban por el hecho de encontrarse en profunda oscuridad. En el preciso instante en el que Sara volvió a llegar al éxtasis de su orgasmo, pudo sentir como su boca comenzaba a llenarse con la leche con la que Q la premiaba. Dos fuertes chorros colapsaron en su lengua y su garganta, Sara volvió a disfrutar de ese sabor que tanto había echado de menos. Q velozmente la sacó de su boca. Ella pudo notar entonces como él terminaba su corrida sobre su cuerpo. Mientras que Sara disfrutaba de las últimas contracciones de su orgasmo, pudo notar como cientos de gotas de espeso líquido caliente impactaban a lo largo de su piel que también ardía, sobre sus pechos y su abdomen. Un breve instante después Sara sintió como su boca recibía una última visita de Q. Mecánicamente ella succiono los restos blanquecinos que adornaban la piel del miembro de Q tras su intenso orgasmo. Q sonrió.
Quedó tan extasiada que no reaccionó cuando Q volvió a sacar de su interior el vibrador. Tampoco pudo moverse cuando comenzó a sentir que le desataba los tobillos y las muñecas, simplemente respiraba tumbada, intentando calmarse hasta poder volver en sí.
Pasaron unos minutos en el que el silencio volvió a la habitación. El mutismo sólo fue roto por el sonido de un mechero y un cigarro al encenderse. El olor al humo de tabaco jugaba con la nariz de Sara mientras se recuperaba.
– Espero que haya disfrutado de su regalo, señorita. Ya puede usted quitarse la venda de los ojos.
Sara movió sus doloridos brazos y descubrió sus ojos claros. En un primer momento todo era penumbra, y aunque la habitación estaba iluminada por velas, la ausencia de visión durante tanto tiempo hizo que Sara tardara en enfocar su vista y aguantara la luminosidad. Entonces pudo ver a Q sentado en un sillón de lo que parecía una gigantesca habitación de hotel. Q fumaba con una parsimonia y tranquilidad exultantes, y vestía un traje negro con una camisa a juego. Miraba fijamente a Sara, como el que mira a alguien despertarse, como si no hubiera pasado nada en esa habitación. Sara le observaba sin mediar palabra.
– Señorita, a su lado tiene usted una bata. Ahí al fondo se encuentra el baño. En él encontrará dos armarios. En el de la derecha estarán sus botas, sus calcetines, y su abrigo. También podrá encontrar un juego de ropa interior de su talla, una camisa, y unos leggings similares a los que ha perdido accidentalmente. En el armario de la izquierda habrá un collar, maquillaje que espero sea de su gusto y otro tipo de ropa. Usted va a entrar ahí y se va a dar un baño. Tarde el tiempo que desee, encontrará todo lo necesario para que lo disfrute. Después de su baño, elegirá uno de los dos armarios. Si elige el derecho se vestirá, y al salir del baño continuará hacia su derecha hasta la puerta de salida. Tras bajar unas escaleras encontrará un taxi ya pagado esperándola para llevarla a su casa. Si se decide por el armario izquierdo, deberá ponerse el collar, maquillarse como guste, vestir lo que en él encuentre, y volver hasta aquí sobre sus rodillas como mi perra. Yo estaré esperándola.
Sara asintió con la cabeza sin decir nada. Estaba todavía en estado de shock. Cuando se puso de pie le temblaban las piernas. Cogió la bata negra de la que le había hablado Q, se vistió con ella, y se encaminó hacia el baño como pudo. Q siguió fumando su cigarro, inmóvil, observándola.
Sara cerró la puerta tras de sí. La luz del baño era muy fuerte aún para sus ojos, así que los tuvo que entornar. Pronto vio los dos armarios a los que se refería Q. Un gran espejo, una bañera imponente llena de agua caliente rodeada de numerosos botes de lo que parecían sales y geles, toallas, dos grandes lavabos y en definitiva todo lo que uno puede esperar en un baño de un hotel de lujo. Sara se miró al espejo, abrió la bata y pudo ver como su cuerpo y los laterales de su boca estaban bañados en el semen de Q. No tenía buena cara, estaba despeinada después de tanto forcejeo, y tanto en sus muñecas como en sus tobillos podía apreciar las marcas que se había hecho ella misma tirando en su excitación. Dejó caer la bata al suelo y se metió en la bañera. Usó las primeras sales que encontró y con una gran esponja comenzó a frotar su piel y a relajarse. El agua caliente rodeaba todo su cuerpo y con ella encontró la paz. Sara disfrutó de su premio en forma de baño el tiempo que quiso. Tras eso, salió de la bañera y comenzó a secar su cuerpo y su pelo con una de las mullidas toallas.
Cuando ya se encontró totalmente seca fue directa al armario de la derecha, lo abrió, y efectivamente encontró lo que Q le había dicho, la ropa que le quedaba y las prendas muy parecidas a las que había perdido por la acción de Q. En un primer momento ella estaba decidida a irse a su casa, vestirse y salir de ahí corriendo. La curiosidad hizo que Sara entonces se dirigiera al armario izquierdo. Puso su mano en el pomo de la puerta del armario y lo abrió lentamente…
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