Todo ocurrió una noche en los años 70, en Nueva York, en una época en la que mandaban los malvados, aunque en este caso la historia es sobre una malvada

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En la media llevaba una pistola. Era el único sitio posible en aquel vestido y que no se notara. Caliente entre sus largos y ahusados muslos. No es un arma grande, una automática plana y pequeña, un arma de chica con la cachas de nácar y calibre veintidós.

La culata orientada hacia adelante como un complemento fálico preparada para empuñarla en canto la situación lo hiciera necesario confiada en sus rápidos reflejos.

El vestido es sexi corto mostrando parte de los muslos justo hasta el cañón del arma. Un escote hermoso y generoso desvía la atención hacia los pechos perfectos. Haciendo que sus peligrosos interlocutores se olviden del riesgo que supone la imponente rubia.

 

Meneando la cadera, balanceando las tetas cruzando la sala llena de macarras y de sus putas vestidas casi sin ropa o desnudas por los vestidos que llevaban.

La sala entera olía a sexo, a calor, al aceite de las armas y a la grasa del cabello de los matones de medio pelo y de sus meretrices.

 

Al fondo del salón un estrado y sobre el estrado un sofá  y sobre el sofá, allí como presidiendo aquel circo una chica menuda, joven, mulata, su piel de oscuro terciopelo y su figura perfecta habría llamado la atención en cualquier lugar pero en esa reunión clandestina de hampones solo sus duros oj

os negros como el azabache y su voluntad de hierro imponían sus deseos sobre el resto.

Sin la menor vacilación la rubia avanzó hacia allí cruzando como un rompehielos entre los cuerpos medio desnudos en el asfixiante ambiente.

 

Los matones se apartaban a su paso, las furcias admiraban su cuerpo hermoso y su nívea piel mientras apartaban de su camino las piernas largas y bronceadas.

Casi todos los miraban con deseo pero notando el calor del acero entre sus muslos recordaba la misión que la llevaba allí.

Casi quince centímetros sobre el suelo flotando sobre sus tacones. El tiempo caminaba lento en aquella salga, la atención focalizada en la rubia o en la mulata. La tensión entre ellas que se miraban a los ojos.

Los mas cercanos a ellas casi podían notar la electricidad estática. La corriente del deseo. Entre ellas los escotes solo por mirarse parecían abrirse un poco mas. Mas de la mitad de los hermosos pechos de ambas al descubierto. Por fin llegó al estrado, al diván de la mulata. No iba a matarla, por lo menos no antes de follársela. No antes de comerle el jugoso coño moreno.

Las demás chicas de la sala ya estaban medio desnudas algunas cabalgando sobre el fulano con el que estaban o comiendo las tetas de alguna de sus amigas. La rubia meneaba la cadera, sus poderosas tetas que a cada movimiento salían un poco mas de la liviana tela.

Ya asomaban parte de sus pezones allí donde la mulata tenía clavados sus lindos ojos color avellana. Abrió un poco mas las piernas y allí entre los lindos muslos asomaba un fino tanga rojo de encaje, pues el vestido que apenas cubría su cuerpo se había recogido en torno a su perfecta cadera. La rubia miraba allí deseando probar con la legua la humedad que a esas alturas debía recoger la liviana prenda.

 

Recogió las piernas y dejó un hueco en el diván para el sublime culo de la rubia. Esta se sentó a su lado rozando su piel suavemente, dejando que el calor reinante invadiera su cuerpo. Se saludaron con las manos pero dejándolas juntas algún tiempo mas del necesario. Acariciando y sintiendo los finos dedos de la otra. Una voluptuosa negra cubierta únicamente con un vestido de rejilla gruesa que la desnudaba entera les acercó un par de copas. Los gruesos pezones de la africana oscuros y duros asomaban por el trenzado de la red.

La mulata separó sus muslos y apresó la cintura de la rubia entre ellos atrayéndola hacia su flexible cuerpo. La rubia de poderosos pechos los apoyó en el cuerpo fino de la mulata y por fin los labios de ambas se juntaron en un tórrido beso. Intercambiando en él los sabores del alcohol cruzando lascivas sus lenguas. Las mulata se apoderó del culo de la rubia amasándolo con todas sus fuerzas casi a punto de encontrar el arma. Un suspiro general de alivio surgió de todos los pechos y se relajó la tensión en la sala.

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