Dos hombres se dejan llevar por lo que sienten, mientras la nieve cae, ellos disfrutan de sus cuerpos sin problemas

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El autobús descendía lentamente la cuesta. Los copos de nieve difuminaban su forma y solo cuando aquí y allá frenaba, dos luces rojas como ojos de lobo iluminaban el contorno. La nevada arreciaba y ya cubría con profusión la carretera. Los árboles decorados con el blanco elemento vestían sus ramas desnudas.

Los dos hombres de pie observaban como el vehículo se perdía lentamente en la lejanía. Al fin las luces desaparecieron tras una curva. Andrés encendió la linterna.

  • Vamos llévame a tu casa. –  le dijo a David mientras le cogía por el hombro.

Empezaron a caminar sobre la mullida alfombra. Un silencio absoluto reinaba y solo la nieve aplastada a su paso emitía un leve crujido. El camino, iluminado únicamente por el rayo de luz de la linterna, era un tubo de inmaculada blancura donde bailaban los grandes copos de nieve. Era como caminar entre las nubes. El entorno había desaparecido y solo los negros troncos de los árboles del borde del camino guiaban sus pasos.

Al fin una mortecina luz se vislumbró frente de ellos.

  • Es mi casa. Ya estamos cerca. – dijo David.

Intentaron acelerar el paso pero David caminaba penosamente. Un escozor en su trasero apenas le permitía andar. Al fin se encontraron ante la puerta. Encima de ella un farolillo iluminaba la entrada. David miró a Andrés y con una espléndida sonrisa le dijo

  • Bienvenido a mi casa. – Para luego sacando las llaves abrir la puerta.

Dentro reinaba la oscuridad. David vivía solo desde que dos años antes falleciera su madre. Era la primera vez que Andrés estaba en su casa a la que la inesperada tempestad le había llevado.

Entraron y cerraron la puerta. Se quedaron en total penumbra. Solo un resplandor salía de una puerta al fondo.

  • Espera que encienda la luz. – dijo David.

Sin darle tiempo a moverse Andrés lo cogió por el brazo y le atrajo hacía sí abrazándole estrechamente. Luego le beso en la boca de forma apasionada. David respondió a su beso chupando con anhelo la lengua que se había introducido en su boca. Comenzaron a acariciarse aun con los chaquetones puestos sobre los que se derretía la nieve acumulada. Con celeridad se despojaron de las mojadas vestimentas. y  se volvieron a abrazar con ansiedad..

David sentía a través de la ropa el calor del cuerpo de su compañero. Andrés comenzó a frotar su polla endurecida contra la inhiesta verga  del joven. Este se estremeció con un escalofrío de placer sintiendo aquel enorme cipote al que se había entregado hacía pocos minutos. El minero arrancó de un tirón los botones de la camisa de su joven amante y le mordió con furia los erectos pezones.

De nuevo un deseo irrefrenable se apoderó de los dos hombres. David comenzó a acariciar el abultado paquete de su amigo mientras este deslizaba las manos por su trasero. Desabrochó el pantalón de Andrés y con fuerza le agarró el anhelado cipote que latió entre sus manos. Comenzó a recorrer el enorme ariete que hacía unos momentos le había abierto el culo por primera vez.

Andrés introdujo su mano en el trasero por la cinturilla del pantalón y recorrió la raja buscando el preciado tesoro que aquella misma tarde había descerrajado. Cuando encontró el botón lo frotó con un dedo. David se crispo y exhaló un profundo quejido. Abandonó su intento y acarició las nalgas de su amigo mientras este le masturbaba dulcemente.

Tras un rato buscó de nuevo el ojo del placer e intentó introducir uno de sus dedos en él.

  • No por Dios. Déjalo. – le dijo David suplicante mientras se quejaba quedamente.
  • Te duele mucho? – le pregunto preocupado Andrés.
  • Sí. Bastante. Déjame que se recupere

Andrés intranquilo se apartó de David. La verdad era que le había dejado el culo reventado. Cuando después de follárselo, se lo vio en el autobús, parecía el coño sangrante de una potra recién parida. Se sentía culpable del destrozo que había inferido a su joven amante.

  • ¿Es aquella la lumbre de la cocina? – preguntó Andrés  señalando la luz mortecina que salía de una puerta.
  • Sí. Parece que el fuego aún no se ha apagado del todo. Una vecina me prende la cocina para que la casa esté caliente cuando llegó.
  • Pues ven vamos allá quiero verte ese culo.

Y cogiendo al muchacho de la mano lo arrastró tras de sí sin darle tiempo a replicar. Al llegar a la cocina Andrés le dijo:

  • Voy a atizar el fogón. ¿Dónde tienes carbón?
  • Ahí. Debajo del fregadero.
  • Enciende la luz y siéntate mientras yo avivó el fuego.

El zagal obediente encendió una desnuda bombilla que colgaba del techo y finalmente se sentó. Más las duras sillas de la cocina le producían un dolor lacerante  allí por donde más había gozado. Se removía inquieto sobre el asiento incapaz de coger postura, hasta que de un salto se puso en pie. Andrés torció la cabeza y le preguntó:

  • ¿Qué te pasa? ¿Por qué no te sientas?
  • No puedo. Tengo el culo en carne viva. – le respondió apesadumbrado el muchacho

Acabó su tarea con la cocina y tras lavarse las manos se dirigió hacia el muchacho diciendo.

  • Vamos, déjame ver.
  • No, déjalo. Ya pasara. – dijo David con una tímida sonrisa.
  • Vamos, vamos. No seas tonto. Veamos cómo está ese culete. – replicó guiñándole un ojo.
  • Es que…… Me da vergüenza. – dijo David mientras su cara enrojecía por el bochorno de mostrar su rota intimidad.

Andrés soltó una carcajada que hizo que el chaval se arrebolase aún más. Al darse cuenta del sufrimiento que debía de ser el enseñar la derribada defensa al que fue tu feroz asaltante; se aproximó y acariciándole tiernamente la mejilla le dijo:

  • Pero hombre, si ya te lo he visto. Es más, ha sido casi una hora mi deleite. De hecho lo conozco más que el mío propio. Yo te aliviaré – añadió dulcemente.

Tras tranquilizar al muchacho lo tomó por los hombros y  suavemente le hizo girarse. Cogió una silla y se sentó a sus espaldas, preparado para ver los destrozos ocasionados en la refriega amorosa.

  • Desabróchate los pantalones- le ordenó

David obediente siguió sus instrucciones soltando el cinturón. Cuando oyó la cremallera bajarse le dijo:

  • Ahora tranquilo. Déjame a mí.

Apoyando las manos en las caderas del joven fue quitándole lentamente los pantalones. Luego le bajó los blancos calzoncillos. En ellos refulgía una gran mancha carmesí. La mácula de la virginidad perdida.

  • Reclínate sobre la mesa y déjame hacer. Iré con cuidado no tengas miedo – le dijo Andrés empujando levemente su espalda.

David volteó la cabeza y le miró con cara compungida. Luego dejó descansar su pecho sobre la mesa. Andrés puso sus manos sobre ambas nalgas y con suavidad las fue separando.

Lo que vio le impresionó.

En medio de la raja estaba el destrozado agujero. Rojo como la cresta de un gallo se observaban las fisuras producidas en sus labios dilatados como la boca de un negro. Al separar más las nalgas una púrpura lágrima brotó de una de las brechas. Los pelos que le circundaban estaban pegados a su piel por una reseca costra mezcla de sangre y fluidos.

  • Dios mío. Menudo estrago he hecho- se dijo para sus adentros.

Soltó las cachas y le palmeó suavemente las posaderas. David exhalo un suspiro de dolor.

  • ¿Lo tengo muy roto? – preguntó alarmado.
  • No solo un poco. Te voy a lavar y curarlo bien. Mañana estará como nuevo. – mintió Andrés.

Se levantó y dirigiéndose a la cocina cogió un cazo que colgaba de una punta en la pared y tras llenarlo de agua lo puso a hervir. Miró a su joven amante que estaba tendido en la mesa con los brazos estirados agarrándose a los bordes. Con los pantalones y los calzoncillos a sus pies, con el culo expuesto, se le veía tan vulnerable pero a la vez tan deseable que hizo que Andrés tuviese una tremenda erección.

Mientras el agua alcanzaba el punto de ebullición se volvió a sentar en la silla y comenzó a acariciar las redondeadas y firmes nalgas que habían sido suyas. Luego suavemente apoyó sus labios en el trasero imberbe y lo recorrió con tiernos besos.  Tenía la piel suave como el melocotón.  David suspiraba aliviado.

Cuando se oyó el borboteo del agua se levantó y acercó el cazo que depositó en el suelo al lado de la silla. Se inclinó sobre el cuerpo yaciente y le besó amorosamente la espalda.

  • Vamos a dejar que se enfríe un poco para empezar. Relájate vamos a curar ese magnífico culito que me ha vuelto loco. No sabes cómo siento haberte causado daño. – le susurraba al oído.
  • No lo sientas. Me has hecho gozar como nunca nadie lo había hecho antes. Solo quiero recuperarme para que me la vuelvas a meter con brío.
  • Pero ¿No te ha dolido? – le preguntó Andrés intrigado.
  • Si mucho. Pero el placer ha sido indescriptible. Es algo que jamás había experimentado. El tenerte bien adentro. Sentirme poseído por ti, entregado a tu goce, me ha producido una satisfacción que no podía imaginar. – le explicó el muchacho.
  • Bueno pues vamos a reparar eso que tanto placer nos ha dado a los dos. No sabes las ganas que tengo de estar de nuevo dentro de ti.

Sacando un pañuelo limpio del bolsillo lo empapó en el humeante líquido y tras retorcerlo, con una mano le abrió la raja mientras con la otra limpiaba el lacerado agujero. El agua se fue tiñendo de rojo con la sangre del desvirgue del muchacho. Cuando ya estaba totalmente limpio le separó las nalgas y empezó a soplar para acabar de secar la humedad que quedaba.

  • ¡Dios que gusto! – exclamó David suspirando.

El ojete boqueaba como un pececillo con cada soplido y los finos pelillos que lo circulaban se comenzaron a mover agitados por los soplos de aire. Era como la golosa boca de una ramera con el carmín en los labios, dispuesta para una lujuriosa mamada. Andrés se tuvo que contener para no desenvainar la polla y follárselo en aquel instante.

Para serenarse se levantó y le dijo:

  • Tienes miel en la casa. Es un buen cicatrizante.
  • Sí. En aquella alacena- le indicó David.

Encontró un tarro en uno de los estantes y regresó a su lado. Metió un dedo en el jarabe ambarino y cogiendo una generosa porción la extendió por la raja del maltrecho culo. Luego separó los molletes y con la lengua empezó a extender la dulce crema incidiendo en los alrededores del ojo enrojecido. Suavemente con la lengua fue introduciendo el dulce néctar en su interior.

  • ¡Qué gusto! ¡Qué alivio! – suspiraba el mozo.
  • ¿Te hace bien? – le pregunto cariñoso Andrés.
  • Mucho. Sigue así te lo ruego.

Prosiguió con sus acaramelados lametones mientras deslizaba una mano entre las piernas del joven buscándole el rabo. Este colgaba flácido entre las piernas, flanqueado por los huevos pendulones. Le agarró con una mano la polla y le empezó a ordeñar como si la teta de una vaca se tratara. La verga empezó a despertar de su letargo. Andrés sintió como crecía en sus manos y se elevaba alcanzando una increíble dureza. Suave como la seda, lisa como el marfil y caliente como el sol a mediodía, aquella polla alcanzó todo su esplendor. Comenzó a palpitar como pecho de paloma y  destilo una gota cuando Andrés la descapulló por completo. David suspiraba frenético con la paja que le estaba haciendo.

Una idea cruzó por la mente de Andrés.

  • Incorpórate – le ordenó

Le subió los pantalones que el muchacho sujeto con la mano, para luego indicarle:

  • Llévame a la cama.

David le cogió de la mano con la suya que estaba libre y le arrastró por un oscuro pasillo hasta llegar a una estancia en la que había una gran cama de matrimonio. En el dormitorio desnudo solo la mortecina luz de una lamparilla de aceite iluminaba una virgen de terracota que con las manos sobre su pecho elevaba los ojos a lo alto.

Se desnudaron mutuamente mientras se comían hambrientos de besos. Cuando acabaron de despojarse de sus vestimentas, David se apartó y mirándole compungido le dijo:

  • Andrés, no sé si podré otra vez.

Este le acarició la mejilla y luego se tendió en la cama. Abrió las piernas y extendiendo los brazos hacia el muchacho le dijo:

  • Ahora quiero que seas tú el que me folle. Quiero saber que se siente teniéndote dentro. Quiero que me metas la polla hasta el fondo y experimentar todo lo que tú has experimentado. Quiero que sea el primer cuerpo en el que penetre esa verga aun sin estrenar.

David se tendió sobre él y un escalofrío recorrió todo su cuerpo al sentir la ardiente piel del hombre que le iba a estrenar de todas las maneras posibles.  Se abrazaban mientras sus babeantes rabos se entrelazaban frotándose con ansia. Al cipote de Andrés no le hacía sombra la larga polla de David.

Se besaron apasionadamente, con lentitud, disfrutando del roce de sus lenguas. Las manos de Andrés acariciaban la espalda de su amigo y este metió las suyas bajo el culo de su camarada y comenzó a apretarle las cachas.

Cuando le comenzó a morder el cuello Andrés se estremeció de gusto. Luego lentamente su recorriendo su peludo pecho hasta alcanzar uno de los pezones que succionó y mordió con fruición. Lengüeteando pausadamente fue descendiendo al encuentro de su sexo. Cuando David lo tuvo a la vista pudo constatar las tremendas dimensiones de aquel fantástico príapo que le había desflorado. Acercó la nariz y olió intensamente. Ahora desprendía un fuerte olor almizclado fruto de su anterior cópula. Olía a macho en celo. Para David olía a gloria bendita. Con boquita de piñón atrapó la punta del capullo que ya destilaba su néctar agridulce. Luego comenzó a absorber lentamente el glande mientras entreabría los labios.

  • ¡Qué bien lo haces cabrón! No hay coño que se le compare.- le dijo Andrés con entre gruñidos.

Cuando tuvo todo el bálano en la boca, su lengua empezó a rodearlo en círculos. No era tarea fácil pues aquel portentoso pedazo de carne casi ocupaba todo su interior. Luego empezó a sacarlo y meterlo de la boca mientras absorbía con fuerza. Andrés sentía como si le quisiese extraer todo su ser a través de la verga. Al sentir como incrementaba la cadencia de la mamada echó las manos a la cabeza del ardoroso mozo, temeroso de acabar con prontitud. Tirándole de los pelos hizo que soltara su presa.

  • Dios lebrel, más despacio. Vas a conseguir que me corra antes de empezar.

David alzó la vista y mirándole fijamente a los ojos posó la punta de su lengua sobre el capullo y comenzó a juguetear con el frenillo para después descender lamiendo todo el tronco hasta llegar a los huevos. Grandes, gordos y peludos se descolgaban por su propio peso. Se metió uno en la boca y lo chupó como dulce fruta. A continuación pasó al otro y le dio el mismo tratamiento. Cuando se cansó de jugar con ellos descendió más abajo en busca de lugares inexplorados.

Un respingo de placer recorrió todo el cuerpo de Andrés al sentir la boca de su amante chupándole el perineo. Lentamente fue subiendo las piernas a la vez que el trasero para permitirle alcanzar lugares más recónditos. Cuando la lengua del zagal alcanzó los pliegues de su ano una descarga eléctrica le  atravesó todo el cuerpo hasta alcanzar la cabeza donde estalló en un relámpago de erotismo sin par.

  • ¡Oh amor que delicia! Me estas volviendo loco. – dijo mientras acariciaba los cabellos del galán.

David había aprendido la lección de un buen maestro y aunque aún novicio sabía poner en práctica las enseñanzas con manifiesta pericia. Apuntando la lengua fue pintando cada uno de los pliegues de aquel abultado botón con húmedas pinceladas. Al final como si de un pequeño falo se tratara se fue lentamente introduciendo en su interior.

  • ¡Qué gusto! Dios no podía imaginarme esto. Es una delicia David. Sigue te lo ruego. – le decía Andrés entre suspiros.

David retorcía su lengua como una culebra en el interior del hombre que se movía al ritmo que esta le imponía. Un dedo sustituyó a la sinhueso introduciéndose profundamente en la, hasta aquel momento, sellada cámara. El esfínter se cerró tras su paso intentando estrangular a su audaz invasor. Comenzó entonces un mete y saca que de forma acompasada aumentaba su ritmo a la vez que presionaba por los laterales para dilatar su perímetro. Cuando ya se deslizaba con holgura otro de los largos dedos de David se unió a su tarea y tras el otro.

El hombre con tres dedos en el culo gemía ante tan poderosa irrupción. En su ano dilatado sentía los latidos de su sangre que se acumulaba en la hollada abertura. Su corazón se aceleraba guiado por los pulsos de su cancela. David al verle ya preparado le dijo:

  • ¿Quieres seguir? ¿Quieras que te la meta?
  • Si clávamela de una vez.
  • Te va a doler.- le dijo David mientras sacaba los dedos.

Andrés suspiró aliviado al sentir como se liberaba su agujero. Este como una flor al atardecer fue cerrando sus pétalos dulcemente.

  • No creo que sea peor que esto. – Dijo Andrés mientras suspiraba confortado
  • Va a ser peor te lo aseguro. Lo sé por experiencia propia.- le dijo el joven con una sonrisa de medio lado.

A la mortecina luz de la lamparilla de aceite Andrés vio la cara pletórica de deseo de su joven amante. Como un depredador presto a saltar sobre su presa, sus ojos brillaban con el ansia y el morbido deseo de enterrar su ariete en el interior de la invulnerada fortaleza.

Andrés yacía inerme temeroso del asalto final. Pero a la vez un morboso sentimiento de entrega se comenzó a apoderar de él.

Anhelaba que aquella joven verga que no había conocido mujer, ni agujero donde meter, perdiese su virginidad mientras él perdía la suya. Quería entregarse sin condiciones a aquel hombre que le había abierto caminos insospechados. Ansiaba que aquella larga y virginal polla se enterrase en su interior y depositase su simiente, para que formase parte de su ser aunque solo fuese por breves instantes.  Suspiraba porque le poseyese como nadie antes lo había hecho.

  • Adelante corcel, móntame de una vez. Si tú lo soportaste yo también podré. – le dijo para insuflarle valor.

David se irguió y cogiéndole de los tobillos elevó sus piernas dejándole totalmente expuesto. Empezó a puntearle con la polla sin conseguir ensartarla en la diana. Nervioso miraba a su entregado amante como niño desvalido sin saber qué hacer. Andrés sentía como el duro tolete le golpeaba por todas partes sin  alcanzar su objetivo. Al fin le dijo

  • Espera semental. Yo te guio – y le acarició la mejilla tranquilizándolo.

Cogió el inhiesto rabo con la mano y tras descapullarlo lo apoyó en la entrada. Luego cogiendo sus nalgas con las manos las abrió para facilitar el asalto la poderosa estaca.

  • Ahora. Clávamela ya. -Dijo mientras cogía aire.

De una estocada le enterró el capullo. Sintió como si una espada se clavara en lo más profundo de su ser. Un dolor lacerante en el ano le hizo gemir desgarradoramente. Su ano palpitante intentaba expulsar aquel enorme bulto que estiraba su piel hasta casi rasgarse. Era como si el asta de un toro bravo le hubiese empitonado en su sensible ojo.

  • Por Dios te lo pido detente. No lo puedo soportar.- le dijo mientras sentía como las lágrimas brotaban.
  • ¿Te he hecho daño? – le preguntó David solicito.

Allí estaba él, a su edad, con las piernas en alto, con el rabo de un muchacho clavado en el culo mientras las lágrimas se escurrían por sus mejillas como una joven doncella. Al ver la cara de conmiseración del joven inexperto, intentó tranquilizarse. Sabía que era la primera vez que desfloraba a alguien y comprendía su desazón.

  • Tranquilo pasará. Deja que me acostumbre a tenerte dentro.- le dijo sonriéndole con esfuerzo.

Puso sus manos sobre el pecho del zagal para evitar que se moviese y comenzó a acariciarle tiernamente para amansarlo. Sentía como su culo latía acompasado con la polla que lo ocupaba. Durante minutos latieron como si fueran uno solo. Tal era la apretura de su contacto que parecía se hubiesen fundido el uno en el otro. El insoportable dolor fue cesando y notaba como su descerrajado agujero se iba amoldando lentamente al cipote que lo había  descerrajado. Agarró al muchacho de la cintura y fue guiándole lentamente hacia su interior. Milímetro a milímetro aquella barra de carne horadaba la galería. Cuando ya le había clavado un buen pedazo de rabo hecho la mano hacia la polla del muchacho para comprobar si el tormento se acababa.

  • ¡Dios no me metió ni la mitad! – se dijo para sus adentros para a continuación en un susurro decirle. – Muévete despacio. Fóllame con suavidad.- le dijo mientras dejaba descansar sus piernas rodeando la cintura del muchacho.

El joven primerizo comenzó a moverse lentamente hacia adelante y hacia atrás, enterrando en cada viaje un poco más su larga verga en el interior de su cuerpo. La excitación hacía que poco a poco fuese incrementando su ritmo. Un ardor quemaba todo su interior como si un hierro candente se hundiese en lo más profundo de sus entrañas.

Sentir aquel caliente cipote taladrándole sin pausa, hizo que el dolor se mitigase y poco a poco fuese sustituido por un placer que se iba incrementando con cada empuje del joven semental. A ello se añadía la cara de deleite de su amante, que ya consciente de su dominio lo follaba furiosamente. En cada acometida, Andrés sentía como ponía los ojos en blanco como una muñeca zarandeada. Sin poder aguantar más el gusto que aquella polla le estaba proporcionando comenzó a gritar mientras se acompasaba a su ritmo.

  • Así, así. Fóllame duro. Metete dentro de mí. Clávamela hasta el fondo

Como si fuera una orden recibida David de un empujón se la enterró por completo. Sintió sus huevos pegados a su piel mientras el glande se perdía en lo más profundo de su ser. Un punto placentero dentro de él le hacía que de su polla manase sin pausa un líquido que le empapaba el estómago.

Se inició entonces un furibundo mete y saca que le transportaba fuera de sí en oleadas de placer indescriptibles. Oía a David bufar como un cimarrón montando a su yegua.

  • ¡Qué gusto! Me matas de placer. Dale más fuerte. Móntame sin freno cabrón. – gritaba enloquecido como una zorra bien follada.
  • ¿Quieres polla? Toma polla te voy a empalar como un cerdo. Te la voy a sacar por la boca, te lo juro. – le respondía David dándole violentos empellones.

Estuvo durante largos minutos montándole desaforadamente al borde del clímax. De repente le dio un tremendo empujón como queriendo meterle los huevos por el culo y comenzó a soltar trallazos de leche en su interior.

Al sentir las convulsiones de la polla de su amante que se propagaron como un terremoto por todo su cuerpo; comenzó a correrse abundantemente mientras un líquido caliente inundaba sus entrañas. Un orgasmo interminable se extendió por todo su ser mientras estrujaba amorosamente el cuerpo del muchacho que se desplomó exhausto sobre él.

Después llegó la calma. Andrés acariciaba dulcemente la cabeza del muchacho que poco a poco fue cediendo al sueño con su polla aún en el interior. Al fin los dos se durmieron abrazados.

…….

La luz del alba iluminaba la habitación. Andrés desnudo miraba por la ventana mientras fumaba un cigarrillo. Las azules volutas danzaban iluminadas por la claridad del nuevo día. Había cesado de nevar, Afuera un paisaje virginal de un blanco impoluto se extendía por doquier. La nieve comenzaba a brillar a los débiles rayos del sol matutino que se filtraban a través de las nubes de algodón que cubrían el cielo, decorado aqui y alla con pinceladas de un azul intenso.

Andrés torno la cabeza y miró el lecho donde entre las sábanas desordenadas yacía sobre el pecho el cuerpo de su joven amante. Dormía desnudo con el pelo alborotado. Sus anchas y varoniles espaldas subían al ritmo acompasado de una plácida respiración. Su culo, aquel culo que había sido su perdición, se mostraba en todo esplendor. Sus abultadas y redondeadas nalgas se elevaban como suaves colinas, flanqueando el río por donde había discurrido el fluido de su pasión. Entre sus esbeltas piernas entreabiertas  apenas se adivinaba los contornos de su sexo dormido. Cabizbajo volvió a mirar por la ventana.

  • Dios mío ¿Pero qué he hecho?. – pensó.

Cómo podía haberse metido en este lio. A sus 37 años. Con una familia a sus espaldas. Sin haber sentido nunca atracción por su mismo sexo, se había enamorado arrebatadoramente de un jovenzuelo casi imberbe como una loca. Le sedujo. Le desvirgó en todos los sentidos. El mismo permitió con gusto que le penetrara. Y además estaba deseando ansiosamente volver a hacerlo. ¡No sentía ninguna vergüenza!

  • ¿Y ahora qué? ¿Qué voy hacer? se dijo para sus adentros.

Se volvió y apoyándose en el alféizar de la ventana, se deleitó observando el bello cuerpo dormido. Sabía que no lo podría dejar. Que sería incapaz de olvidarlo. Era suyo para siempre. Lucharía para que nada ni nadie los separara. Había encontrado el amor de su vida y solo la muerte podría arrebatárselo.

En ese momento David se despertó. Se giró sobre un flanco y apoyando un codo en la almohada dejó descansar su somnolienta cara en una mano.

  • ¿Qué haces ahí desnudo?
  • Te miraba mientras dormías.
  • Anda ven te vas a enfriar. Yo te daré calor. – y diciendo esto aparto las sabanas.

Con una mirada seductora le mostraba la inhiesta vara del placer que tenía entre las piernas. Andrés apremiado por el deseo se tendió a su lado

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