Con mi compañera de piso nunca había pasado nada, hasta que una noche cene con ella por que la dejaron plantada. Fue el inicio de algo sexualmente satisfactorio

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Marta y yo éramos compañeros de un piso de estudiante cuando íbamos a la Universidad. Nos llevábamos bastante bien, cada uno iba a su bola, algo que a mí personalmente me gustaba, ya que soy de esos que les gusta tener un poco de independencia y que por estar en una misma habitación, tengo que estar llevando una conversación con la persona que esté en ella. Nos conocíamos y nos respetábamos, y eso estaba muy bien. También estaba genial que cada uno tenía sus propias tareas, y llevábamos las tareas de nuestro hogar temporal de una manera correcta. No nos gustaba que aquello fuese una pocilga, pero tampoco pasábamos mucho tiempo arreglándola, por lo que, nos sentíamos a gusto.

En el tema sexual, de la misma manera, cada uno iba a lo suyo y se sentía libre de traer al piso a cualquier conquista de la noche o del momento, y bien es cierto que, antes de lo que os voy a contar, llevamos ambos algunos amores que acabaron en la cama, pero no pasó de ahí, pues durante nuestros años de Universidad queríamos centrarnos en los estudios, y claro está, en desfogarnos alguna que otra vez. ¿Si os estáis preguntando si alguna vez habíamos tenido sexo ella y yo?, la verdad que no, estábamos acostumbrados ya a vernos pasear en bóxer o en sujetador y bragas por la casa, pero no nos habíamos acostado nunca. Nunca había salido la conversación, pero ambos sabíamos que, un polvo entre los dos, una noche de borrachera podía ser fatídica, ya que, de producirse este encontronazo, podía modificar bastante lo que ocurriese dentro del piso, y no queríamos que esto se diese, por lo que, en el campo sexual, preferíamos correr un tupido velo y dejarlo correr, corriéndonos con otras personas.

La cuestión es que, una tarde la notaba nerviosa, algo que pocas veces le ocurría, pues es una persona muy activa, muy directa cuando quería serlo, y esto era algo que me gustaba, pero estaba siendo muy esquiva en los últimos días y me preocupaba, como compañera de piso, y como amiga que había conseguido ser. En el almuerzo le pregunté que qué le pasaba y en qué la podía ayudar. Ella me comentó que hacía tiempo que conocía a un chaval, que le estaba “haciendo tilín” y que iba a tener una cita con él esa noche. Nosotros por lo general, teníamos la norma de no cambiar los planes de nadie, por nadie, es decir, si yo tenía una cita con una chavala, ella se quedaba en su habitación o simplemente estaba con nosotros y de la misma manera, al contrario, algo que nos hacía ver que seguíamos teniendo control sobre el sitio donde vivíamos, y no teníamos que echar a nadie mientras ocurriese la cita. Ella me comentó que tenía pensado hacer una cena especial, con una macedonia hecha con fruta súper afrodisíaca y también comprar algo de vino y otros alimentos que despertasen el apetito sexual. Parece ser que Marta quería llevar a la cama sí o sí al chico con el que había quedado. Me dijo que sobre las nueve de la noche llegaría, pero cuando estuvo acercándose la hora, me dijo que este chico le había mandado un mensaje diciéndole que al final no podía ser, que si en todo caso, otro día. En ese momento me dio pena mi compañera y le dije, que, si quería, podía comer con ella todo lo que había preparado. Ella aceptó, pero me dijo que le gustaría que nos vistiéramos para la ocasión y unos minutos después, me vi que la chica con la que vivía llevaba un vestido rojo precioso, con un escotazo y unas pintas realmente buenas. Nos pusimos a cenar y a ver una película, pero debo decir que de la película vimos la mitad, ya que había hecho en nosotros el efecto del afrodisíaco y viéndola como estaba, tan deliciosa con ese vestido y con el deseo a mil, nos fuimos para la cama y tuvimos el mejor polvo que recordaba en mucho tiempo. No solo tuvimos uno, sino estuvimos prácticamente toda la noche haciéndolo, incluso al día siguiente faltamos a clase ya que estábamos rendidos. Era increíble como de buenas a primeras, había cambiado mi concepto sobre ella, ya que nunca hubiera podido imaginar que se moviera de esa manera en la cama, con ese desenfreno, esas ganas de hacérmelo, tanto que a los días tuve incluso agujetas, aunque ya se sabe lo que se dice, si tienes agujetas es que has jodido bien, y yo estaba que no me podía ni levantar. A los pocos días, después de sentirnos algo extraños, decidimos volver a acostarnos, disfrutar de su sexo, se me hacía necesario, y la regla que nos habíamos impuesto, ya no la cumplíamos. Total, ¿para qué están las reglas si no es para quebrantarlas? En esta segunda sesión de intenso sexo, Marta confesó. Aquella noche no había quedado con ningún chico, todo era una encerrona para llevarme a la cama, pues llevaba ya tiempo que quería tenerme entre sus piernas. A día de hoy agradezco esa encerrona.

 

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