Alfredo quien es el dueño de un club de putas ayuda a una pareja a iniciar a la mujer como esclava en el sexo
EMPUTECIMIENTO (I) – Alfredo
PREÁMBULO:
Este relato es la versión de Alfredo, propietario del club de alterne, donde Pedro, marido y AMO de Magda, quiere iniciarla en el camino del emputecimiento.
El lenguaje empleado, así como las reflexiones de Alfredo, están escritos en locución coloquial e intentan aproximarse, lo máximo posible, al empleado en la vida cotidiana.
Aparecen en el relato tratamientos hacia gais, prostitutas y otros colectivos que pueden parecer peyorativos. En absoluto debe entenderse en ello intención alguna de ofender, denigrar o humillar, tanto por parte del autor, como del propio protagonista, que muy próximos en sus ademanes y aptitudes, son muy respetuosos con cada individuo, hombre e incluso animal, sin importarles el género, tendencia sexual o ideas que profesen.
Igualmente se disculpan ambos ante cualquier persona a la que este tema parezca ofensivo.
(Habla Alfredo, el dueño del Club)
– ¡Oye!, -exclama una mujer entrada ya en años con pinta de camarera- ahí está una pareja que quiere hablar contigo.
Es Olga, la encargada y mi mano derecha. Me pilla repasando unos papeles en mi “oficina”, un cuchitril que me he instalado debajo de la escalera, entre los servicios y el reservado, dónde me paso unas cuantas horas cada día, con el pretexto de repasar algún papel, pero principalmente leyendo y oyendo por la radio música clásica.
Desde aquí domino de incognito los puntos calientes del local, pudiendo mirar, casi sin moverme, tanto a la barra como al reservado. No penséis que soy un voyeur, con la edad uno pasa ya de esas cosas, es solo pura precaución. En otros sitios tienen magníficas instalaciones de seguridad, cámaras ocultas, etc., pero mi sistema, arcaico si se quiere, pega más con el estilo de mi garito.
Después seguiré enseñándooslo.
Dejadme que primero atienda a estos pelmas, aquí no recibimos muchas visitas, y generalmente tampoco son para bien. Las únicas que solemos tener son las “nuevas”, pero esas vienen normalmente solas y Olga se entiende con ellas.
Hace mucho que deje de usar mi derecho de pernada y ya casi nunca pruebo la “mercancía”. Ahora solo lo hago de vez en cuando y únicamente si la “nueva” me hace tilín por algún motivo en especial. Son muchos años ya metido en el negocio y la carne por la carne ha dejado de llamarme la atención como antes. No os voy a engañar tampoco y un buen polvo siempre es bien venido, pero ahora me ponen más las situaciones morbosas que un coño prieto o unas tetas de a kilo.
Normalmente recibo a primera hora, cuando casi no hay cola para usar el “reservado”, y me conformo con que me hagan una buena mamada. La boca no engaña y la práctica te enseña que la que sabe usarla, sabe también cómo usar su chocho.
La verdad es que ahora son todas bastante insípidas, iguales, sin estilo que las diferencie, casi como el pescado congelado. Bien presentadas y en magníficos envoltorios, eso sí, pero sin el “desgarro” del producto nacional de antaño. Cuando una “nueva” viene acompañada… malo, problemas a la vista y solo si estamos en época de falta de personal, Olga me pasa el recado. No suele gustarme pero luego os seguiré contando porque. Ahora me voy a mirar a la “extraña pareja”
Es tan temprano que la barra está casi desierta. Solo han llegado la mitad de las chicas, casi siempre ocho en total y aun así teniendo que hacer virguerías (sin coña, je, je, je…) para entretener a los “cabritos” hasta que queda libre el único reservado del que dispongo. Sin embargo no hay mal que por bien no venga y lo pequeño del local hace que el roce sea casi inevitable.
Solo hay tres de los clientes tempraneros. Los tranquilos. Vienen a tomar su copita antes del curro, a ponerse cachondos tocándole el culo a alguna chica mientras pasa y como quién no quiere la cosa y luego, a trabajar, bien calientes y a la espera de descargar sus pelotas en el primer descanso. O los que tienen chica “fija” y vienen a follársela antes de que lo haga otro hoy, vaya, lo que se dice en el argot: a estrenarla. En fin, cuestión de gustos…
Pero volviendo a la extraña pareja, que hablo y hablo y luego me pierdo, ahí están, enfrente de la puerta, ella de espaldas. Con la poca luz y roja además, no hay Dios que pueda saber qué edad tendrá. Parece bien vestida, pero cubierta hasta casi los tobillos por un larguísimo abrigo de paño de lana, tampoco puedo asegurar nada. Por lo menos es morena, estoy hasta los mismísimos coj…, perdón, hasta las narices de rubias de bote. Con buena melena, al antiguo estilo, cayendo como una capa hasta debajo de los hombros, y unos taconazos de aguja de por lo menos ocho centímetros de largo. Eso me gusta.
El sí está de frente. Lleva puesto una gabardina de buena tela y mejor corte. Más alto que ella y más que yo, quizás entre el metro setenta y siete y el metro setenta y ocho. No parece corpulento, ni duro tampoco. Desde luego, un policía no puede permitirse una gabardina como esa, aunque ahora…
Yo diría que es un ejecutivillo de medio pelo. La trata con cuidado, como preocupándose de ella y se nota que tienen alguna tipo de relación íntima.
– Tú, diles que estoy ocupado -le suelto a Olga-, que tomen lo que quieran por cuenta mía y que salgo en cuanto pueda.
– ¡A tus órdenes! Jefe -me contesta ella con algo de sorna-.
Esta Olga cada vez se me sube más a las barbas. Si no fuera porque se me ha hecho imprescindible y por qué con la edad uno se toma las cosas de otra manera, se hubiera ido más de un día bien calentita a su casa.
Vaya mano que tiene la tía para llevar esto, con un buen par de ovarios. En realidad poco trabajo ya, simplemente hago acto de presencia, observo, hago como que controlo y firmo algún pago a proveedores. ¡Y que buena estaba la hija puta! Aún consigue ponerme cachondo, sobre todo cuando se rebota y me contesta como una fierecilla. Creo que por eso me gusta tanto buscarle las vueltas, je, je, je.
Cuando llegó, hace ya… bueno mejor no pensar cuanto hace, acababa de parir y ahora creo que su hijo ira pronto a la universidad. Vaya panzadas de trabajar que se pega la tía, tan solo para verle cada tres o cuatro semanas. Le tiene con sus padres, creo que ella los mantiene a los tres, padres e hijo. Mil kilómetros entre ida y vuelta, menos mal que me hizo caso y se sacó el carné. Ahora con su cochecito no le pesa tanto, pero antes…
¡Joder!, ni leer sabia cuando llego, y ahora, ya querría ver yo al ejecutivo ese llevando esto mejor que ella. ¡Como que podría prescindir del gestor!, sino fuera porque en esta capital de provincia, casi despoblada, todos tenemos que vivir y como suele decirse, una mano lava a la otra. En un negocio como el mío, tengo que estar a bien con todos por la cuenta que me tiene.
Creo que ya he hecho bastante el paripé, voy a ver que quieren estos. Por la pinta deduzco que será una a quien el marido se le está gastando la mitad del sueldo con alguna de las chicas y viene con el amigo “complaciente” a quejarse. Ni será la primera vez ni la última. La gente tiene tendencia a creerse que los demás son poco menos que hermanitas de la caridad, que han de velar por sus problemas aun a costa de salir perjudicados. ¡Qué coño! Esto es un bar de alterne, aquí se viene a beber y a follar, nadie obliga a nadie a entrar. ¡El que no quiera polvo que no se arrime a la era! Como si yo no tuviera bastante con mis problemas para tener que cuidar de la economía familiar de la clientela.
De todas maneras, también he de reconocer que estoy harto de decirle a estas que no abusen del personal. Que el adicto es fácil de contentar e imposible de largar. Más vale una buena juerga de despedida que un habitual de cubata diario.
– Ustedes dirán -le digo a la parejita mientras llego donde están-. Olga ¿has atendido a estos señores?
– Si, gracias -me responde él entre lacónico y severo-, ya nos han servido.
Vaya repipi, menos mal que no tiene media hostia. Espero que no pretenda ponerse borde. Y ella, ¡Que avergonzada esta! No si al final va a resultar guapa y todo, como a mí me gustan, cuarentona, pero en sazón. Fruta madura y dulce, ¡Sí señor!, ¿A ver qué quiere? La miro fijamente como quien espera respuesta, pero no abre la boca. Tiene su Coca-Cola sin tocar, sin embargo, el listo se está tomando un whisky, solo, con hielo, y claro, Olga se lo ha puesto del bueno. Listillo…
– Perdonen, estaba ocupado -añado formal y distante-, díganme.
– ¿No podemos hablar en un sitio más privado? -pregunta él-.
Y este, ¿Se creerá que está en el Palace? Esto estará viejo, decrepito más bien, pero es parte de la historia de esta puta ciudad. Setenta años hará en el 2009, anda que no me lo contó veces el anterior propietario. Abrió el mismo día que entraron los “suyos”. Eso sí, maricón de mierda, de misa todos los domingos y a robar todo lo que podía a las niñas que a la primera queja, una paliza y de baja sin cobrar diez días. ¡Cerdo!
Pues sí, esto es casi una antigüedad, como la catedral. Como que, a veces, hasta lo fotografían los turistas, je, je, je… Pero lo que es espacio, no sobra.
– Pues no, no dispongo de un lugar más discreto, pero si quiere vamos al extremo de la barra -le contesto algo molesto-. Es lo más privado que hay.
– Bueno, menos… ya sabe -me suelta el muy gilipollas-.
– No se preocupe, no sé lo que querrá decirme -añado como para tranquilizarlo y quitar hierro al asunto-, pero en este rincón se han discutido cosas más importantes, seguro. Olga, ponme lo mismo que al Señor y llévalo todo al final de la barra -a lo que apuntillo serio y firme-, y cuida de que estas no se acerquen. Bueno -digo dirigiéndome al de la gabardina-, ¿Me cuentan o no?
– Si perdone -intenta disculparse sin darse cuenta de que lo que hace es hundirse más en la miseria-, imaginaba esto de otra forma.
– No me diga -respondo jocoso y molesto-, siento que le haya defraudado. Y ¿Cómo lo imaginaba? -le pregunto con guasa-. ¿No me diga que no ha entrado nunca? -y ahí clavo la puntilla-, será el único de la ciudad.
– No, no, no vivo aquí. Vivimos en XXXXX -me ahorro el nombre, ya saben, la discreción es la primera norma del negocio, tan solo decir que se trataba de una ciudad dormitorio a medio camino entre aquí y la gran capital-.
Y a mí qué coño me importa dónde vives gilipollas, no puedo dejar de gritarme internamente. Al grano joder, que esto se va a llenar pronto.
– Pues muy bien -le suelto en tono de a quién le importa un bledo-, pero dígame que quiere…
– Vera, pensé que sería más fácil -me contesta él claramente avergonzado-. Nosotros somos una pareja.
– Sí, ya lo veo -le interpelo para ver si así le saco del atasco. Será tonto el tío. ¿Qué coño venderán en la empresa donde trabaje?-.
– Quiero decir que somos una pareja de A… AMO y sumisa -me aclara arrastrando las palabras-. ¿Sabe de qué le hablo?
Este gilipollas creerá que porque llevo una chaqueta de pana no he salido del pueblo.
– Pues ¡Sí Señor!, se dé que me habla -no puedo evitar soltarle un tanto molesto por lo evidente de la respuesta-, pero a mí las tendencias sexuales de cada cual…
– Vera, lamento si me cuesta explicarme, pero esto es nuevo para mí y la verdad es que me da algo de apuro -me razona excusándose por su torpeza-. Es que he pensado, en “emputecer” a mi sumisa como parte de su adiestramiento. Llevamos algún tiempo hablándolo y ella está de acuerdo -añade sin tan siquiera mirarla-.
– Lo que haga usted con su pareja es cosa suya -respondo demandando premura-, ¿qué tiene que ver conmigo?
– Pues es que he pensado… he pensado hacerlo aquí -se atreve al fin a soltar de carrerilla-, me parece un sitio discreto, seguro y lo bastante lejos de donde vivimos…
Vaya con el tío, acaba de pasar de gilipollas a cabrón sin enterarse, se va creciendo. Como se nota que se gana la vida con la “muy”.
– Seguro que el local discreto lo es, como no podría ser de otra forma -apostillo con orgullo-, otra cosa y según se mire, la clientela. Concrete, por favor -añado ya algo molesto-.
– -Sí. Para nosotros sí es discreto -me contesta el de la gabardina-. Nadie, entre nuestras relaciones vendría por aquí.
– Ni falta que hace, oiga, tengo prisa -le suelto al fin cansado de tanta tontería-, así que me dice lo que quiere o se marcha.
– Perdone, quiero decir que he elegido este sitio porque está completamente alejado de nuestro ambiente -¡Por fin se explica!-. Quiero que mi sumisa pase por trabajar aquí, como chica de alterne, una semana.
– Ja, ja, ja, -no puedo evitar la risotada-, disculpe pero ¿Cree que es la primera vez que me proponen algo parecido? -a lo que agrego convencido de que así le tranquilizo- No crea que inventa nada nuevo joven. Pero no sé…, ¿ha pensado bien lo que pide?
– Sí -me responde firme y seguro por primera vez desde que hablamos-, llevamos pensándolo un tiempo y ella está dispuesta a hacer lo que le ordeno.
– Puede ser, pero antes de seguir quiero oírselo decir a ella -exijo escarmentado por la experiencia-. Señora, ¿Este hombre es su marido?
Ella esta pálida, seria y desde que ha entrado en el local no ha dejado de mira al suelo. No he podido verle aún los ojos. Se nota que se siente profundamente humillada y que está pasando un mal trago. Me da algo de pena y con gusto le daría una patada a este imbécil y me la llevaría a merendar, para que se le pasara el disgusto.
– Sí, mi marido y mi AMO, Señor -contesta ella vacilando antes de pronunciar la palabra “Amo”-.
– Y a usted, Señora -le pregunto directamente intentando mirarle a los ojos-, ¿Le parece bien lo que me está proponiendo?
– Yo no decido, solo obedezco en todo a mi AMO, Señor, soy su esclava y lo que él decida sobre mí, lo acepto con absoluta gratitud, Señor.
– Bueno, siendo así… -le contesto sin poder dejar de pensar en lo bien adiestrada que parece-. Pero usted sabe, Señora ¿qué es esto? y ¿qué hacen aquí estas señoritas?
A lo largo de mi ya dilatada vida profesional, he tenido bastantes proposiciones parecidas. Por lo general suele ser gente que no saben lo que es esto. Han leído muchas novelas y visto películas extranjeras que les hacen imaginar situaciones que distan muy mucho de la realidad. Lo habitual es que cuando se tienen que enfrentar a su primera polla fuera de la pareja, se acobarden, den marcha atrás y me dejen a mi compuesto y sin novia. No todo el mundo ha nacido para follarse a un viejo decrépito, a un obrero que no se ha duchado en quince días o al salido de turno al que la polla le huele a corrida de ayer. Es muy fácil imaginar, pero ¡Que complicado es cumplir! Para eso hay que valer, hay que haber nacido para esto, llevarlo marcado a fuego en los genes y no autoproclamarse lo que no se es más que en sueños y juegos de alcoba. Sin embargo, en las rarísimas ocasiones en las que llega a ti alguien de “raza” no puedes menos que envidiar a su AMO. Pocas cosas hay más bonitas que la libre y voluntaria renuncia por el ser querido. Hacen de putas, sí, alquilando su coño, su boca y hasta su culo a todo el que esté dispuesto a pagar su precio, pero en su rostro y en sus gestos puede verse el orgullo de quien se siente totalmente satisfecho por el deber cumplido. ¡Ojala todas mis putas se sintieran mis esclavas!
– Sí, mi AMO me lo ha explicado perfectamente, Señor -responde ella a mi pregunta-. Se lo que él quiere de mí y estoy dispuesta a complacerle, Señor -lo dice con tal determinación y seguridad que poco me resta por añadir-.
– Pues todo aclarado -apostillo-, perdóneme la grosería, pero usted sabrá Señora lo que hace con su coño y con su culo.
– Míos no, solo pertenecen a mi AMO, Señor -me suelta ofendida-.
– No vamos a discutir eso, sean de quien sean -añado por precaución, intentando calmar los ánimos-. Pero sepa Señora, que aquí no puedo hacer distinciones, tendrá que comportarse como las demás, bastante cuesta mantener a todas en paz, para que venga una, por muy Señora que sea, a alborotar el gallinero.
– Ya hemos hablado de eso -interviene su marido-, la he mandado que mientras esté aquí le obedezca en todo como si fuera yo mismo. De todas maneras le dejaré mi teléfono y a la más mínima queja tiene usted permiso para llamarme.
Pues parece que vienen con la lección bien aprendida. Me gusta la idea de tenerla entre mis chicas, la tía tiene clase y esta como un tren. Seguro que se la rifan y además, es complicado que alguien como yo se pueda tirar a una pava como esa. ¿Este tío sabrá tratarla? El caso es que ella parece que come en su mano…
– ¿Está entonces de acuerdo, Señora, en todo lo que me dice su marido? -pregunto-.
– Él es mi AMO, Señor. Solo él tiene derecho a decidir sobre su esclava y lo que él disponga sobre mí, yo lo acepto con humildad y gratitud, Señor.
– Pues no hay mucho más que hablar -añado ya algo más relajado-, en todo caso… del tema económico -y hago una pausa para observar la cara del marido-. Aquí la puta, porque dentro de estas cuatro paredes es lo que será, trabajará para mí. Yo participo en el, ¿Cómo ha dicho?, ¿Emputecimiento? de su mujer y a cambio las ganancias serán para mí. A ella, simplemente, le daré el diez por ciento de lo que consiga, más para que puedan llevar ustedes la cuenta de los servicios prestados que como salario. Solo espero que sepa comportarse y que esto no me traiga complicaciones. De eso tenemos aquí siempre de más.
– No se preocupe por el dinero -me contesta el marido-, no es lo que me interesa, haga con él lo que más le plazca.
– ¡De acuerdo entonces! -exclamo satisfecho-. Pero llevamos un rato hablando y aun no nos hemos presentado -añado para romper la dureza de la conversación-Olga, sirve al señor otro whisky, y también para mí. Señora, no ha tocado usted su bebida, ¿Quiere otra cosa?
Voy a darle la mano al tío este, desde luego cojones no le faltan, y parece que a ella la tiene en un puño.
– Soy Alfredo, dueño de este bar y aunque lo vean tan decrepito es una de las glorias locales -intento excusarme-.
– Encantado, soy Pedro, ella es María, bueno, para mí Magda -intenta explicarme el marido, ahora a todas luces más suelto y confiado-, Magda de Magdalena. Se lo puse como nombre de esclava por María Magdalena, ya que María es su nombre real y como Magdalena espero que llegue a ser la mejor de las putas.
Presto poca atención a lo que me dice, la verdad. En estos momentos me interesa mucho más mi nueva chica. El caso es que no parece tímida ni maleducada, sin embargo le alargo la mano y como si nada…
– Señora… -insisto aparatosamente-.
– Magda, ¡Saluda a Alfredo! -le ordena el marido-.
– Mucho gusto, Señor -responde ella alargando su mano hasta la mía-.
Por fin me ha mirado un momento. Me gustan sus ojos y el caso es que no parecen tan intimidados como creía. ¿Esto de mirar al suelo también será un mandato?
– ¿Quiere otra cosa? Señora -insisto para romper la distancia-, no ha tocado su bebida.
– No, gracias Señor -responde breve y concisa-.
– ¡Porque esto salga bien! -exclamo mientras alzo el vaso de wiski en ademan de brindis-, chin, chin.
Esta Olga, ya se ha quedado por aquí revoloteando a ver lo que caza. ¡Jodia portera!
– Olga, vete a atender a las chicas -le suelto en tono disgustado-, ya te contaré yo lo que tengas que saber, vamos, ¡Aire!, ¡Aire! -y en cuanto se va continúo con el marido- Vamos al toro, Pedro. ¿Cuánto tiempo dice que quiere tener aquí a Magda? -y continuo hacia la nueva puta- Perdone, Señora, pero estas cosas hay que aclararlas y prefiero que este usted delante.
– Una semana -me responde el marido-.
– No abrimos los domingos -le aclaro por si las moscas-, ¿De lunes a sábado está bien?
– Sí, es suficiente -contesta Pedro-.
– Olga llega a las seis para abrir, -prosigo en plan aclaratorio- pero las chicas y los clientes no acaban de llegar hasta las ocho o más. Oficialmente cerramos a las dos, a las tres el sábado, pero es bastante normal que nos den las cuatro con clientes dentro. ¿Ella hará lo que usted le mande? -le pregunto al marido en referencia a su mujer-.
– A ver, ¿cómo ha pensado venir y volver a casa? -sigo con el cuestionario, más por ayudarle a él que por necesitarlo yo-. Tengo concertado un taxi que recoge a las chicas que lo desean por la tarde y las devuelve a sus casas de madrugada, pero no se lo recomiendo -sigo aclarándole-. Todas son unas cotillas, en esas dos horas de viaje harán la vida imposible a Magda.
– Creo que para mayor seguridad y discreción, seré yo en persona quien la traiga y la recoja -responde Pedro-.
– Bien -continúo explicándole al marido-, no hace falta que la traiga antes de las ocho, incluso de las nueve y no la acerque hasta la puerta, mejor déjela en la plaza. Ella puede venir andando sola, a esas horas no hay ningún problema y evitará así la curiosidad de estas cotorras -le digo mientras con la mirada recorro el local-. De madrugada es mejor que llegue hasta la esquina, puede llamar a Olga por el móvil y ella se ocupara de que Magda salga discretamente. Ahora le digo que le dé su teléfono. Pero no venga antes de las dos y el sábado de las tres. No quiero que haya celos con las otras.
– Está bien -asiente complaciente el marido-.
– Otra cosa, ¿Qué ropa va a traer? -pregunto curioso-.
En todo el tiempo que lleva en el local, Magdalena no ha dejado de cruzar su brazo izquierdo por delante de la cintura, mientras con el derecho sujeta las solapas del abrigo, uniéndolas entre sí justo por debajo de la barbilla. El local no es un prodigio de climatización, pero tampoco es una nevera ¡Coño!
– ¿Qué aconseja que se ponga? -me pregunta el marido mientras repasa a su mujer con la mirada de arriba abajo-
– Las demás suelen venir con ropa discreta, de calle, y aquí tienen para cambiarse -le respondo-. Dependiendo de si solo hacen de camareras o de si están dispuestas a ganarse un extra ofreciéndose para la monta, se visten con minifalda y top, o pantaloncitos y sostén, las camareras o a pecho descubierto y normalmente sin bragas las segundas, pero va a gustos. ¿Me permite que vea a la Señora? -le pregunto sin sospechar siquiera lo que se avecina-.
– ¡Claro!, actúe con toda libertad -me responde el marido ordenando a su mujer con la mirada que obedezca-.
– Magda, perdona que te tutee -le digo a la mujer para apaciguar lo violento de la situación- , ¿Te importa abrirte el abrigo para que te vea?
Al principio a Magda le cuesta obedecer, pero una orden explícita del marido basta para que se ponga en su lugar. El abrigo es de los que se mantiene cerrado solo con cinturón, sin botón alguno, así que no tarda mucho en abrirlo. Deshace el nudo del cinturón, del mismo paño que el abrigo, y cogiendo con cada mano uno de los laterales de su abertura frontal, las separa de par en par.
¡Joder!, ¡Joder!, ¡Joder! mira que he visto cosas en mi vida, pero esto no me lo esperaba. Desde luego la vida no deja de sorprenderte, y cuando estaba convencido de que se trataba de una pareja de esas modositas, que vienen aquí más dispuestas a satisfacer sus morbos de salidos reprimidos que ha ejercer realmente de ramera a las órdenes de su chulo, me encuentro con esto. La mujer aparece vestida únicamente con unas braguitas de encaje rojas, de esas minúsculas tipo tanga de tira y unos sujetadores a juego, tan pequeños que apenas se aprecian en comparación al volumen que sustentan. ¡Ahora entiendo porque se preocupaba tanto en mantener cerrado el abrigo!, ¡La muy jodida! En mi profesión y con los años que llevo de experiencia he inspeccionado a infinidad de chicas, es más, he de reconocer que la inmensa mayoría me las he follado una vez como mínimo, pero nunca hasta ahora se me habían presentado con tan poco envoltorio, je, je, je…
Resulta ser una real hembra, como las de antes algo entradita en carnes, con las clásicas curvas de toda la vida, no como estas esmirriadas. Buen cuerpo, ¡Sí señor! Este tío sabe elegir, me digo a mi mismo mientras se me pone un pingajo de mil puñetas.
– Pedro -me dirijo al marido intentando disimular, tanto mi sorpresa, como mi excitación, añadiendo como si ya estuviera de vuelta con lo sucedido-, Magda es muy atractiva, yo te diría que una falda, no demasiado corta, negra, y una blusa ceñida roja, con escote de pico y botones, es suficiente. Zapatos de tacón, negros también, y la ropa interior roja o negra. Si se decide a ejercer, con que se quite la blusa y la ropa interior bastará. Desde luego, con esas tetas será la sensación durante los primeros días y si sabe qué hacer con ellas no le faltará clientela.
Magda se está, literalmente, bebiendo lo que digo. Parece que no viene tan obligada como me parecía y eso me gusta. Algo me dice que nos entenderemos…
– ¿Te parece bien así, Magda? -le pregunto clavando la mirada en todos y cada uno de los rincones de su anatomía-.
– Haré lo que quiera mi AMO, Señor -responde seca y lacónica.
– Magda -interviene enseguida el marido-, ¡Contesta a Alfredo!
– Sí, me parece bien, Señor -añade entonces más humilde y sumisa-.
– ¡Ah!, ese collar y las pulseras las dejan en casa -aconsejo a la pareja-. Todas las joyas. Que traiga solo bisutería. Y nada de documentación ni cosas que puedan identificarla. Mejor que no traiga ni bolso. Aquí los dedos se vuelven huéspedes. Y eso que se lo advierto a todas cuando entran. Buenas hostias he tenido que repartir a cuenta de los robos. Ahora ya no, ahora por lo visto ya no se estila, sería maltrato de género, aunque a más de una la gustaban, je, je, je. Pero siempre a la puta calle y con una notita en comisaría.
– Pedro -le concreto al marido-, el lunes tráela a las seis para algunas “formalidades” y tráete, también, una fotocopia de su carnet de identidad. Me quedare con ella, supongo que lo entiendes ¿Verdad? Te la devolveré cuando pase la semana.
– Si, comprendo Alfredo -responde el marido-.
– Pues creo que nada más, ¿Quieres otro whisky? -añado por cortesía-.
– No, es suficiente -me responde cortésmente-, son solo treinta kilómetros, pero los de tráfico están a la que salta y ya voy pasado.
– Magda, ¿quieres otra bebida? -le pregunto cortés a mi futura putita-.
– No, gracias Señor -responde ella con la mirada aún clavada en el suelo-.
– ¡Olga!, ¡Olga!, ¡Estas sorda coño! -grito a la distancia-.
– – Tranquilo Jefe, me había tapado los oídos -se oye desde la otra punta de la barra-, ¿no es eso lo que quieres?
– Como te de una hostia, sí que vas a dejar de oír -por mucha familiaridad y confianza que tengamos, no me gusta que se pierdan las forma y menos aún delante de desconocidos-. ¡Dale tu teléfono a este Señor!
– Y eso ¿Por qué?, es que no tiene bastante con la gachí que trae. ¿Para qué quiere mi teléfono? -replica Olga algo celosa ya-.
– ¡Olga, Olga! te estás pasando, dale el teléfono, ¡Coño! -no puedo dejar de exclamar severo y firme-, luego te explico.
– Perdona, Magda, esta tía esta cada día más borde -intento disculparme ante la nueva-.
La guarra de Olga se echa sobre la barra, metiéndole las tetas en los ojos a Pedro mientras le pasa el teléfono. Me está provocando la hija puta. Me voy a ir con ella a su casa esta noche y se va a enterar. Espero que no venga alguno de sus clientes fijos y quiera irse con ella. Para esta el negocio es lo primero y es capaz de dejarme en la estacada, todo y que la puta nueva me ha dejado con tantas ganas que si no descargo, reviento.
– Venga Pedro, hasta el lunes, ya sabes, a la seis -me despido para quitármelos de encima-. Tu veras, mejor es que mientras este tu mujer aquí no vuelvas a entrar, puede ser que no tengas tanto estomago como crees -acabo aconsejando al marido-. Piénsatelo el fin de semana. Si no estás aquí con ella el lunes, lo entenderé. Magda, lo mismo te digo -cambiando ahora de interlocutor-, si vienes, no esperes trato de favor. Aunque me caes muy bien, tendré que tratarte como a las demás. Además siendo la “nueva” y un poco “especial”, ya sabes, tendrás que aguantar y tragar…
Magda mira un momento a Pedro, hasta que el asiente en silencio.
– Haré lo que mande mi AMO, Señor.
– Como quieras -añado-, el lunes ya te explicará todo Olga, después de las “formalidades”.
Otro apretón de manos al marido. Me va cayendo mejor. Me gusta como mantiene el tipo.
– Un beso, Magda -le digo a la mujer como despedida-.
Otra miradita, ¿pero es que Magda no puede hacer nada sin mirar al tal Pedro? Él asiente de nuevo, ¡menos mal!, por fin voy a poder palparla. La sujeto de los brazos y ¡muá!, ¡muá!, un beso en cada mejilla. Esta firme, aunque con este abrigo no sé muy bien lo que toco. Jocoso y libertino no puedo evitar pensar que podía haberles dicho que se los quitaran, je, je, je…
– ¡Adiós! -vuelvo a despedirme desde lo lejos-.
– ¡Hasta el lunes! -me contesta Pedro ya desde la puerta dela calle-.
¡Bueno!, pues la verdad es que estoy deseando que no se vuelvan atrás. Mmmmmm, la semana próxima promete ser interesante.
– ¡Vamos!, ¡Vamos!, moverse niñas -grito para que se me oiga desde todos los rincones del local-. ¿Qué coño hace la música apagada? -pregunto al aire-. Tu Nana, ven, que tengo que “hablar” contigo, tráete mi vaso. Olga, estamos en el “reservado”. Toca en la puerta si entran muchos clientes.
Vaya como me ha puesto la Magdalena de los cojones…
FIN