Disfruto convirtiendo a cualquier mujer en una sumisa apasionada
Hola, soy Jason W. Black. Profesor, escritor, Amo y un depredador que disfruta convirtiendo a cualquier mujer en una sumisa apasionada, entregada y, sobre todo, feliz. Mis relatos, por supuesto, beben de mis experiencias.
Hoy os traigo un texto muy especial, tanto que he optado por incluirlo en Confesiones, aunque no soy yo el que va a confesar. Como Amo, actividad a la que me dedico desde hace ya alrededor de quince años, han sido muchas las sumisas que han pasado por mis manos, y, por supuesto, ha habido mujeres de todo tipo, situaciones de todo tipo y experiencias muy diversas, unas mejores y otras peores (aunque, por fortuna, por regla general han sido positivas). Sin embargo hace un par de meses conocí a María, una joven estudiante que siente una fuerte atracción por la sumisión y por el masoquismo. Fue ella la que se puso en contacto conmigo después de leer los textos de “La pequeña Nue”, anhelando vivir las mismas experiencias que la protagonista del relato. No tardó en entregarse a mí total y absolutamente, y desde ese momento se convirtió en mi perra. Es, debo decirlo, la sumisa más complaciente y entregada que he domado nunca, y ni tan solo su inexperiencia ha sido un problema. De hecho todo lo contrario, pues me ha permitido moldearla a mi gusto personal.
Pero no es esto lo que quería compartir con vosotros. A lo largo de esta entrada tan especial os mostraré algunos párrafos escritos por ella sobre nuestra relación, así como un relato breve que he escrito con mi perra como protagonista. Querría haberos mostrado también una foto, pero no he encontrado cómo enviarla. Quizá a la próxima.
Espero que disfrutéis.
Confesiones de la perra María:
Todas sus confesiones provienen de un texto que le pedí que escribiese, aunque aquí solo muestro algunos fragmentos que me han parecido más interesantes. El primero habla de cómo me conoció y cómo decidió entregarse a mí como sumisa.
“Conocí a mi amo leyendo sus relatos en la página. Me tocaba siempre leyendo sus textos y llegaba a unos orgasmos increíbles. Siempre que entraba a leer buscaba si había actualizado; una vez, no sé qué me llevo a escribirle para preguntarle sobre la nueva entrega; juro que solo fue para eso. Pero luego, empezamos a intercambiar emails. En cada correo que me escribía me enviaba un beso húmedo y con eso bastaba para que mojara las bragas. Yo sabía y él sabía que el interés que yo sentía por él era que él podía darme la clase de experiencias que yo quería vivir, y vaya que sí. Sería mi primera vez como sumisa y le dije que no sabía si realmente lo era y si sería capaz de soportar tales situaciones que había leído en la página; pero él ya sabía que yo deseaba someterme a él y me lo dijo, aunque también dijo que eso no era ningún juego. Varios emails después me entregué a él, y estaba nerviosa a más no poder.”
A continuación explica algunas de las primeras experiencias que descubrió gracias a su nueva condición como mi perra. Ella se sorprendió al descubrir facetas de sí misma que no conocía, pero que yo ya intuía a causa de nuestras conversaciones.
“En una ocasión me ordeno follarme el culo con el mango de un cepillo, pero le dije que tengo el culo Virgen y me permitió hacerlo con un dedo y recuerdo que dolió mucho, pero todo fuera por complacerlo a él. Me ordeno escribirme en el vientre “juguete de J” luego salir al balcón y hacerme una foto en tetas. Y que morbo, sentía que me estaban mirando y que en cualquier momento me iban a descubrir; luego, ahí mismo me hizo tocarme sin correrme. Más adelante, debía fotografiarme las tetas, el coño y el culo fuera de la casa, también hice un video actuando como perra y hasta bebí agua de un cuenco a cuatro patas mientras movía el culo totalmente desnuda. Me sentí humillada, pero estaba chorreando así que no me podía quejar por ello.
Cinco días después de entregarme a él tuvimos nuestra primera sesión. Fue muy intento, tantas sensaciones nuevas. Dolor y placer al mismo tiempo, cuatro orgasmos en una sola tarde, cada uno tanto o más intenso que el anterior. Fue delicioso y nunca en mi vida había estado tan húmeda como esa tarde, aunque tampoco tan nerviosa.”
Como final de sus confesiones os dejo un largo fragmento en el que se sincera, cuenta cómo la hago sentir y explica algunas otras de las experiencias que ha vivido desde que es mi obediente y entregada putita.
“Todos los días estoy excitada y húmeda porque así es como mi amo quiere que este y tampoco es que pueda evitarlo, con una sola palabra es capaz de ponerme cachonda. Si me dice perra, perrita o puta ya estoy chorreando, si me dice que me envía un beso húmedo pongo las bragas perdidas. ¡Es tan excitante y tan frustrante cuando me ordena tocarme y no me deja correr!
También me ha ordenado ir a clase con el coño al aire, dos veces, y en ambas ocasiones he sentido como mis flujos bajan por mis piernas. Me ha hecho azotarme el coño, follarmelo con los dedos, el cepillo y hasta con una zanahoria. El culo, admito que es algo que no me llama mucho la atención, me ha hecho follarmelo también y a pesar de todo el dolor que pueda sentir lo hago porque sé que le encanta y que ese es su placer y como su placer es mi placer obedezco. Él lo sabe, sabe que a pesar de que me pueda doler el culo, me humedezco de solo pensar en el placer que yo le podría proporcionar estando a cuatro patas, con el culo arriba esperando a que él lo penetre; sabe que me derrito de solo pensar en él y en todo lo que me ha hecho y en lo que me hará. En todas las cosas que me ha hecho sentir. Hace unos pocos días tuve un orgasmo muy intenso follandome el coño con el cepillo mientras tenía el culo perforado por un lápiz labial fino. Solo él es capaz de hacer que me corra así sin tocarme.
Me encanta complacerlo en lo que más pueda, me encanta que se sienta orgulloso de su perra y feliz de haberme aceptado. Y puede que no todo sea color de rosas, pero el siempre vela por mi bienestar, tanto físico como emocional y me encanta cuando me demuestra lo mucho que le importo.”
A continuación podréis leer el relato que he escrito y que ella protagoniza.
Relato.
Había sido un duro día de trabajo, pero por fin llegaba a casa. Saqué las llaves del bolsillo sin poder evitar pensar en las largas horas de tutorías que me esperaban al día siguiente en la universidad, pues se acercaban los exámenes finales y, como cada curso, buena parte de los alumnos trataría de resolver en dos semanas lo que no había hecho en todo el semestre.
Con un suspiro de resignación abrí la puerta, entré en casa y, tras cerrar con doble vuelta, dejé las llaves sobre la mesa de la entrada. Entré en el salón, dejé la bandolera con los libros y cuadernos en la mesa, y me quité los zapatos, cansado. Me disponía a dirigirme al sofá cuando un gemido llamó mi atención, y al volverme vi a mi mascota mirándome con ojos de adoración, a la espera de una caricia o una palabra de cariño. Me agaché junto a ella, mi perrita, y la acaricié. Sentí que temblaba, aunque no podía saber si era por la emoción de sentir mis caricias o por los dos vibradores que llevaba insertados en su cuerpo, un consolador en el coño y un plug con un penacho de pelo que emulaba una cola en el culo. Su cuerpo estaba completamente desnudo, a excepción de un collar de perra que yo mismo le compré el día que me la llevé a casa. Mi perra, feliz de tenerme en casa, me llenó la cara de besos hasta hacerme reír.
—Basta, basta, pequeña —dije con una sonrisa, y me dirigí al sofá con ella pegada a mis piernas. Una vez allí me puse cómodo y miré de nuevo a mi adorada mascota—. Deja que te vea. Ponte a dos patas, perrita mía.
La joven se levantó, abrió las piernas y colocó las manos tras la cabeza, tal y como yo le había enseñado durante la doma. Observé su cuerpo, ese cuerpo juvenil que tan bien conocía ya. Su piel clara y limpia, sus formas exquisitas, los dos pechos pequeños pero deliciosos, su coño afeitado, como el de una niña. Llevaba dos coletas, tal y como sabía que me gustaba, y su mirada tan solo reflejaba deseo y amor. El collar, pequeño y delicado como ella, llevaba grabadas tres letras: JWB. Jason W. Black, el nombre de su dueño.
No fue necesario que le dijese lo que tenía que hacer. Mariana, pues era una perra excepcional, obediente y dispuesta como ninguna, y conocía bien qué era lo que yo esperaba de ella. Nunca me decepcionaba. Me desabrochó el cinturón, bajó el pantalón hasta quitármelo y, finalmente, se arrodilló y me bajó los calzoncillos. La expresión de felicidad de Mariana cuando vio mi polla dura me recordó a la de un niño ante un dulce, y como tal la devoró, enterrándola en su boca por completo. Acto seguido comenzó a hacerme una mamada con la habilidad que había adquirido después de docenas de ellas. Sonreí al recordar que al principio la hacía practicar con gruesas zanahorias mientras la observaba por cam. Siempre fue una jovencita muy aplicada.
Mientras su boca, sus labios y su lengua me regalaban una excelente mamada, le di dos tirones del collar para que supiese que quería que subiese al sofá. Lo hizo, lo que me permitió acceder a los consoladores. Decidí empezar por el del culo, un culito todavía virgen que reservaba para una ocasión especial. Desabroché el arnés que sujetaba ambos consoladores, le saqué el del culo y le metí dos dedos, que entraron con facilidad a causa de lo dilatada y mojada que estaba. Le follé el culo con los dedos durante unos minutos, pero no tardé en ir en busca del premio gordo y retiré por completo el arnés para poder coger el segundo vibrador. Ambos eran estrechos, pues quería a mi perra estrecha para sentir así un mayor placer, y emitía suaves vibraciones que no eran suficiente para que se corriese, pero que la mantenían en continuo estado de excitación. Saqué el consolador de su coño, le metí de golpe dos dedos y, cuando apenas empezaba a follarla con ellos, se corrió entre gemidos. Me relamí los labios satisfecho y la miré a los ojos, dos ojos que sabían que se había ganado un castigo.
Sin una sola palabra la agarré de los pelos, tiré para sacar mi polla de su boca y me puse en pie. Con su metro cincuenta de altura y sus cincuenta kilos, y teniendo en cuenta que yo soy un hombre corpulento y fuerte, no supuso ningún problema echármela al hombro como un saco. Mariana todavía jadeaba a causa del orgasmo cuando la llevé a la habitación y la arrojé sobre la cama sin contemplaciones. Consciente de lo que se esperaba de ella se puso a cuatro patas y sacó culo, preparada para el castigo.
Con una mano sujeté las suyas a la espalda y con la otra empecé a azotarla mientras la perra contaba en voz alta los azotes. No le di descanso hasta que llegué a cincuenta, y para entonces ella lloraba de dolor. Su culo al día siguiente estaría morado, pero no era la primera vez.
—¿Quieres que pare? —pregunté mirándola muy serio.
—Soy tuya —respondió con voz cargada de excitación—. Haz lo que quieras conmigo, Amo.
No esperaba otra respuesta. Como ya dije está muy bien domada y su entrega solo está a la altura de su obediencia.
Le clavé la polla en el coño y empecé a follármela con fuerza al tiempo que la agarraba del pelo. La perra jadeaba y gemía, tan excitada por la situación que su coño goteaba sobre las sábanas cada vez que yo sacaba la polla solo para volver a metérsela de un golpe. Sabía que ella no sería capaz de soportar mucho más tiempo ese ritmo, pero no solo no me importaba, sino que usé la mano libre para buscar su clítoris y atacarlo también.
—¡Pa… pi! ¡Papi! ¿Pu… pue… pu…?
—Puedes correrte, perra.
Estalló en una corrida tan bestial que sus ojos se pusieron en blanco, pero yo continué embistiéndola. Solo un par de minutos después, cuando sus gemidos volvían a acompañarme, sentí que estaba a punto de estallar y saqué la polla con presteza. Mi perrita, siempre pendiente de mi placer, buscó mi polla de inmediato y la engulló justo en el instante en que me corría. No desperdició una sola gota. Satisfecho me dejé caer en la cama con ella acurrucada a mi lado.
—Gracias —susurró.
Un momento después dormía con la cabeza sobre mi pecho.