Después de dos meses sin sexo con mi mujer. Disfrutando el su juguete
Hacia ya dos meses que mi mujer dormía en el dormitorio que fue de los niños y que ahora estaba desocupado. Por un mal entendido me tenia castigado, sin hablarme y dejando el dormitorio.
Somos un matrimonio sobre los 55 años que hasta ese malentendido teníamos una relación muy buena en lo familiar, social y en el sexo. Y ella sabia perfectamente donde estaba mi debilidad. Las dos primeras semanas fueron relativamente normales. A partir de la tercera, ya el cuerpo, la mente y la calentura empezaron hacer estragos. Buscaba mil formulas para reencontrarme con mi mujer, pero, era imposible y seguía bajo el yugo de ella. La desesperación me llevo a masturbarme casi todos los días. Ya a fin de mes, no bastaba la masturbación, iba al canasto de la ropa sucia y sacaba un calzón de mi mujer. Con una mano lo sujetaba en mi nariz y con la otra me restregaba hasta eyacular. A la semana, ya no era suficiente y buscaba distintas formas y fantasías para desahogarme. Mi señora se cambió de cuarto, pero sus cosas permanecían en nuestro dormitorio. Algunas noches jugaba con su ropa interior para acelerar mi excitación y acabar más rico.
Ya estábamos llegando a los dos meses y mi mujer, a pesar de todos mis ruegos, no cedía. Lo único que había conseguido era que me hablara. Una noche desperté super caliente, seguramente algún sueño que nunca recordé. Me levanté sigilosamente y fui al cuarto de mi señora. Como es su costumbre estaba destapada y totalmente desnuda. Habitualmente duerme con la parte superior del pijama. Si al llegar a la puerta mi pene estaba erecto, al ver sus nalgas al aire me dio un espasmo que casi termino sin tocarme. Intente acercarme a la cama, pero en ese instante se da vuelta y queda de espalda con sus piernas levemente abiertas. Seguí avanzando con la clara intención de meter mi mano en su entrepierna, pero me detuve. No podía llegar a esa acción, significaría un retroceso en mi proceso de acercamiento y regularización de nuestra relación. Volví nuevamente a mi cuarto y abrí su cajón de la cómoda en busca de una prenda para desahogarme. En ese momento recordé nuestros juegos sexuales que incluía un consolador. Era un aparato negro de respetable tamaño. Metí la mano al fondo donde lo encontré. Abrí la caja y al verlo me bajo una extraña sensación. Siempre fueron nuestras mejores sesiones de sexo cuando mi mujer lo pedía y recordaba sus jadeos cuando se lo introducía. Eran sesiones lujuriosas donde en mas de una oportunidad me rogaba para que le aceptara introducírmelo. Siempre le dije que no, pero por simple coincidencia fueron los momentos donde mi excitación llegaba al máximo y ella, la muy bandida, se daba cuenta perfectamente del efecto.
Ahora, estaba ese tercero en mis manos y mi excitación no era menor a aquellos momentos recordados. Me fui a la cama con el y con sentimiento de culpa, lo instalé en mi entrepierna apuntando a mi ojetillo excitado. Fue una paja espectacular, tan espectacular que me quede dormido a los pocos minutos. Desperté asustado en la mañana, al ver el consolador a vista de cualquiera que entrara al dormitorio. Rápidamente lo volví a su sitio y retomé la rutina de cada día. Como ser humano vulnerable a las debilidades, sucumbí en las noches siguientes y nuevamente me levantaba a la cómoda. Antes de acostarme, sigilosamente fui al dormitorio de mi mujer para asegurarme que dormía.
Ya tranquilo, al ver que dormía plácidamente, volví a mi dormitorio. Encendí la luz de la lampara y a media luz acomodé a mi amante circunstancial. No se si fue la impaciencia o la calentura que ahora lo deje prácticamente en mi ojetillo. Comencé mi ejercicio pajero y mientras más aceleraba mi fricción, más presión sentía sobre mi culito. Nuevamente vino a mi mente los quejidos y jadeos de mi señora cada vez que le introducía el falo de plástico. Mi nivel de excitación subió rápidamente y ya sentía llegar a la cúspide de la eyaculación. Curiosamente o maliciosamente, me contuve y me levanté a la cómoda a buscar el frasquito de crema con que mi señora lo embetunaba. En los seis o siete pasos que separaban la cama de la cómoda, me di cuenta que iba camino a otro nivel insospechado de mis desahogos. Destape el frasco y moje todo el prepucio del falo falso. Ya estaba asumido, a pesar de un arrepentimiento fugaz que paso por mi mente.
Levante levemente mi culo y lo deje apuntando directamente y lascivamente a la entrada virgen y pura de mi trasero. Mi falo que estaba en estado de reposo, mágicamente se erecto y vi cómo se lubricaba con su líquido seminal. Mi mano se deslizaba suavemente y el grado de excitación aumentaba vertiginosamente. Consciente o no consciente levanté más mi trasero y con la pierna doblada empecé a empujarlo. Sentí su volumen por segundos y ante un mal movimiento equivoco la dirección. Nuevamente, lo apunté y puse más cuidado en la dirección de mi pie izquierdo.
Ya no había vuelta ni cambio de decisión, sincronizadamente, me pajeaba y hacia presión con mi pie sobre el consolador. Sentí un poco de dolor y molestia cuando entro la punta, me contuve, respiré hondo y volví a ejercer presión. Sentí como pasaba mi primer esfínter. Estaba en tal estado que quería llegar al clímax botando un chorro de esperma, pero, esa sensación extraña y nueva me hizo retroceder en mi decisión y jugué sacándolo y metiéndolo suavemente. Ahora entendía cabalmente a mi mujer. Esos jadeos y convulsiones tenían su razón. El recuerdo de esos momentos liberó mi conciencia cuestionada y mi cuerpo y mente galoparon al encuentro de una nueva experiencia. Mis glúteos avanzaban y retrocedían del consolador. Suave y con mas fuerza, suave y con mas fuerza. El orgasmo ya venia en camino, lo percibía venir con más fuerza que nunca, si quedaba un dejo de culpa, cual torbellino lo hizo un lado y me libero de tal forma que mi pie sin ningún asco, empujo y me sentí empalado completamente. Sentí como el talón de mi pie rozaba mis nalgas en señal inequívoca que el consolador estaba casi completamente introducido. Fueron tres cosas al mismo tiempo. Sentir el talón de mi pie, conocer la sensación lujuriosa del consolador en mi culo y el orgasmo que me hizo explotar en semen. Fue increíblemente excitante a tal punto que fui descuidado en mis jadeos y que despertaran a mi mujer. Quede quieto esperando alguna reacción, pero no ocurrió nada. Con cuidado evacué mi nuevo amigo y me sorprendí al darme cuenta de lo que fui capaz de hacer.
A la mañana siguiente, en mi oficina el día fue nulo, una y otra vez con un grado no menor de excitación repasaba mi nueva experiencia sexual. ¿Lo curioso que no sentía ningún cargo de conciencia, debiera haberlo tenido?
La relación con mi mujer, fuera de las conversaciones esporádicas, no mejoraba. Mi nuevo alivio nivelaba mis penurias y minimizaba las ganas de tener sexo con ella.
La reiteración del ejercicio sexual con mi nuevo amante, mejoraron las sesiones y los resultados.
Ahora me explicaba muchas cosas, lo de mi mujer con el juguete sexual y la elección de tanto varón por especies de su mismo sexo.
Como buen humano, seguí en la rutina. Una noche como otras pasadas, preparé todo y puse en dirección a mi querido nuevo amigo insensible. Estaba a media luz iniciando la penetración con mi pie, cuando veo abrir la puerta y aparecer a mi mujer. Totalmente desnuda, con una mirada lasciva y totalmente excitada. Mi sorpresa fue mayúscula, lo que estaba aburrido de esperar, se presenta en el minuto en que el consolador iba a medio camino en su recorrido. La iluminación tenue del dormitorio no le permitió darse cuenta de mi situación y subió a la cama, se recostó a mi lado y con un susurro a mi oído, me comenta, no sabes cuanto te echado de menos, quiero sentirte dentro de mi y que me hagas gozar y acabar como tanto me gusta. Acto seguido, se monta sobre mi falo y mojada como estaba se lo introduce de golpe. Al presionar sobre mi pelvis, el consolador se mete de, también de golpe en mi culito, soltando una exclamación, que mi mujer interpreto de goce por la cabalgata que estaba ejecutando. A cada embestida, más se introducía el consolador en mi culo. En el momento que le llego el clímax, me toma por los hombros y me sienta abrazándome. En ese instante siento como me trago completamente el falo de plástico, en medio de una sensación de dolor y goce indescriptible.
Mi mujer, no es de aquellas que se baja de inmediato, se queda saboreando y moviendo hasta que el carajo pierde su vitalidad. Por las circunstancias comentadas, mi miembro seguía erecto y con la extraña sensación de tener completamente introducido el consolador. Pasaron largos minutos para que se bajara. Mi inquietud aumentaba cada minuto pensando como expulsaría ese volumen de resina o plástico. De vuelta del baño, mi señora seguía con ganas de recuperar tiempo perdido. Invente una excusa y como pude camine al baño. Ya estaba entrando en pánico cuando entré y me senté en la taza. Puje un par de veces, y lentamente asomo cabeza y cayo al agua. El ruido, al chocar con las paredes de la taza, lo percibió mi mujer, preguntándome que había ocurrido. Nada mi amor, pase a llevar la jabonera fue mi explicación. Lo cubrí con papel higiénico y lo guardé en el mueble de baño.
De esa noche en adelante, espere que mi mujer me propusiera nuevamente, ser penetrado por, ahora, nuestro amante común.