Un grupo de mujeres para satisfacer a los tripulantes de un barco ruso

Valorar

Era un día martes de junio. El día acababa de despuntar y un gran barco realizaba maniobras para poder atracar en el puerto industrial de Gotlan, Suecia. Cada 15 días, debido a la cada vez más alta demanda, un barco procedente de rusia con carbón llegaba a la isla. Además de carbón, sus tripulantes, en su mayoría de nacionalidad rusa, traían consigo alcohol ilegal así como drogas para vender por un bajo precio entre los suecos que sí bien aparentaban ser una sociedad ordenada y responsable, en la intimidad demostraban un descontrol acorde al estricto control de sí mismos que estaban obligados a aparentar.

Los marineros rusos, aprovechaban la llegada a suecia para sacarse un sobresueldo, que por lo general, no llegaba de vuelta a sus pueblos de origen, puesto que lo dilapidaban en hacer más grato el duro trabajo al que se dedicaban lejos de su tierra y familias. El alcohol, las drogas y por supuesto, la prostitución, corrían a raudales los dos días que permanecían atracados en cada puerto.

Al llegar a Gotland, hacían subir un grupo de mujeres surtido a bordo para saciar sus instintos más básicos mientras del barco descargaban todo, el carbón, a la vez que sus pollas. Tenían todo ya organizado con el encargado de un próstibulo candestino. Solían pedir que subiesen suecas, alguna danesa, polacas y con suerte algo más exótico para ellos. Allí me encontraba yo, una joven española que había ido a estudiar a Estocolmo. Por una serie de malas decisiones y compañías acabé viajando a la isla de Gotland por con aquel entonces era mi novio y quien acabó siendo mi chulo. En un primer momento, me convenció para que me acostase con alguno de sus amigos a quienes yo no sabía que debía dinero por las drogas y a quienes pagaba con mi cuerpo. Yo pensaba que era un juego entre él y yo, y estaba tan embotada por las drogas que a penas me dí cuenta de lo que sucedía hasta que acabé dentro de la trata de blancas. Ahora, él se había cansado de mí y me enviaba junto con las demás chicas a los bares de la zona y a «consolar» a los marineros.

Soy morena, ojos marrón verdosos, de una altura estandar en España, bajíta y pequeña para los estándares nórdicos. Con curvas y un culo bien formado. Contrastaba mi piel aceitunada con la palidez lechosa de mis compañeras al igual que mi constitución delicada y femenina.

Aquella mañana, nos despertaron pronto, mi anteriormente novio nos gritó que entrásemos a la ducha y que nos pusiésemos algo bonito y subiésemos al furgón como si fuésemos ganado pensé yo. Me froté con agua bien caliente, me sentía sucia solo de pensar lo que iba a pasar, la piel me ardía. Me maquillé los ojos, así parecían todavía más oscuros y penetrantes, me puse un vestido rojo que hacía resaltar mi moreno, unos tacones y subí a la furgoneta. Una vez llegamos al puerto, se repitió el procedimiento de siempre. Todavía era pronto, pero ya había comenzado el jaleo normal de un puerto. Al bajar nos recibieron con silbidos. Subimos por la pasarela inestable mientras oíamos gritos en lenguas extranjeras, no hacía falta conocer el idioma para saber qué es lo que querían.

Nada más alcancé la cubierta noté un fuerte pellizco en uno de mis pezones. Un hombre robusto, rubio y sucio a mi derecha acababa de propinarmelo mientras reía y me agarraba de la muñeca tirando de mí hacia él. Anteriormente, debido a cómo resaltaba por mi físico en aquel grupo rubio y alto, los hombres habían intentado acapararme para ellos. Perdí en parte el equilibrio debido al estirón y en ese momento alguien me agarró del hombro izquierdo. El hombretón gritó algo en luenga desconocida para mí a quien me sujetaba con fuerza del hombro y tiró con más fuerza de mi muñeca haciéndome daño consiguiento que quién estaba detrás de mi soltase su presa. Con rapidéz, levantó mi vestido, me empujó contra una chimenea del barco, me mantuvo la muñeca sujeta a mi espalda y tras un ruído de cremallera me clavó su polla sin más dilación. Se me saltaron las lágrimas, era comentada la rudeza de estos hombres entre nosotras y una vez más me arrepentía de lo totna que había sido desperdiciando una buena oportunidad, una casa, una familia… por jugar con las drogas durante mi erasmus. Me mordí con fuerza el labio para no gritar y sobre todo para no llorar. Él me follaba duro, empujándome con sus arremetidas contra la chimenea, oía sus gemidos en mi oído, a la vez que olía su aliento etílico y su sudor. A la vez, podía escuchar a mis compañeras gemir o sollozar, a los hombres respirar con fuerza y gritar cosas obscenas. Me sacó su sucia polla, me dió la vuelta para que estuviésemos frente a frente, me subió una pierna a su cadera y con un golpe volvió a empalarme contra la chimenea mientras me besaba con furia, dejándome saliva en la cara. Me mordío el labio, noté sabor metálico en mi boca, a sangre, ví como su cara se contraía mientras notaba calor en mi vagina. Comencé a notar cómo resbalaba su semen por mi pierna a la vez que él se separaba de mí y se iba de allí sin decirme nada dándome otro nuevo pellizco en el pezón. Según se fue otro hombre apareció en su lugar.

Este nuevo marinero, era más delgado, pero fibroso aún así. Algo bajo para ser ruso. Me pidió que me tumbase en el suelo. Su polla ya estaba fuera de su pantalón, estaba todavía algo morcillona, pero se veía que comenzaba a responder. Se tumbó sobre mí, me acarició los pechos con suavidad. Me apartó la sangre de los labios con su manga y me besó mientras poco a poco se iba haciendo un hueco en mi interior. Fue bombeándo poco a poco, mientras me besaba. Posiblemente, pensé, estaría imaginándose que hacía el amor con alguna que había dejado en su hogar. Me hablaba suavemente en su idioma y seguía follandome de manera suave y tradicional hasta que con un gemido noté que volvían a vaciarse por segunda vez en mí. Una vez se corrió, espero un momento, me besó, me dió las gracias en inglés. Se levantó y se fué.

Los primeros en follar, siempre eran los más fuertes, los más respetados o temidos por los demás. Conforme pasaba el tiempo sólo quedaban los más debiles. Estando tumbada, llegó el cocinero. Ya me había follado en más ocasiones. Era un hombre repugnante, sucio, gordo, grasiento. Con una barriga que le tapaba la polla. Me agarró del pelo y me hizo arrodillarme, disfrutaba sintiéndose fuerte por una vez. Junto a él aparecieron caras nuevas, jóvenes marineros que acababan de empezar y que por ello, o por ser algo enclenques o porque todavía no sabían cómo funionaba eso, todavía no habían podido encontrar mujer en la que descargarse. Se acercaron al cocinero, él me soltó del pelo y tras una discusión en la que por un momento temí que se descontrolase el asunto, decidieron compartirme. El cocinero a regañadientes me empujó hacia otro mientras yo seguía todavía de rodillas y decidió sobarme las tetas mientras yo caía de bruces sobre un marinero joven que se acercaba con la polla preparada. Sin más miramientos, me sujetó del pelo como había visto hacer al cocinero y me metió la polla en la garganta. Sabía algo a pis. Comenzó a moverme la cabeza tirando de mi pelo mientras me miraba con lascivia y hacía comentarios con sus compañeros. El rollizo cocinero de mientras me tocaba el pecho izquierdo con fuerza y otro marinero ya mayor me acariciaba el pelo mientras se hacía una paja junto a mi cara.

Comprendí que el chico joven pronto acabaría y quise que así fuese para que acabase la tortura cuanto antes. Intenté esmerarme con la lengua, él me cruzó la cara con un tortazo y me dijo que NO en ruso. El viejo le ladró algo al cocinero, quien entonces me inclinó y me dejó a cuatro patas. El joven entonces se pusó tras de mí, hizo que el cocinero grasiento y gordo me chupase el ano durante un rato mientras el viejo metía su vieja polla en mi boca y gemía con placer, apartó al gordo de un empujón, quién cayó al suelo, y me la metió de golpe en el culo produciéndome un grito de dolor que quedó silenciado por la polla del viejo en mi garganta provocándome una arcada. Me salían lágrimas por los ojos. El joven me folló con ganas, con mucha fuerza mientras me sujetaba de la cadera clavándome las uñas. El gordo miraba cómo sucedía todo y el viejo seguía gimiendo con los ojos fijos en cómo el jovencito me rompía el culo. El joven, pronto, soltó un gemido mientras me dió un fuerte azote y explotó en mi culo. Un segundo después noté como el viejo acababa en mi boca, un sabor amargo rellenó mi boca, y semen empezó a caer por mis labios y resbalar hasta el suelo. Me dejaron mareada, dolorida, y se fueron entre risas.

El gordo aprovechó el momento y rabioso introdujo su polla en mi culo ya abierto. Su tripa chocaba contra mí, me trataba con brutalidad, rabioso por ser siempre el último de la cola. Oía su respiración ahogada. Sacó su polla de mi culo, estaba cansado, no podía más. Se tumbó en el suelo boca arriba a mi lado, me sujetó del pelo con fuerza y me llevó mi boca hasta su polla. Me obligó a comérsela mientras me ahogaba. En un momento dado tiró de mi hacia arriba, me besó en la boca, donde todavía notaba el sabor a lefa y una vez más a sangre y me obligó a montarle. A penas podía sostenerme, pero me apretó por el cuello y sacándo fuerzas y viendo que si me quedaba quieta apretaba aún más, viendo en sus ojos una sádica expresión, maldad, envidia y lujuría hice un esfuerzo por montarle y calbalgar su polla mientras mi pubis chocaba con su gorda tripa. Por suerte, no hizo falta que me esforzara mucho tiempo, puesto que rápidamente el muy cerdó se corrió, me apartó de un golpe que me hizo caer al suelo, se levantó y me escupió al irse mientras me gritaba puta claramente.

En cuanto pude, viendo que los demás hombres ya habían acabado o que estaban en ello y que algunas de mis compañeras ya habían bajado al puerto, estiré mi vestido como pude, metí mis pechos de nuevo en él, y bajé por la pasarela con la vista nublada, deseando quemarme la piel bajo la ducha y raspármela hasta que se me levantase toda la piel y con ella la sensación de suciedad.

Deja una respuesta 0

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *