Una motera que se hace la mala termina sumisa, castigada y golpeada

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La motera sumisa, castigada y sodomizada.

Mediodía en el desierto de los Monegros. En un caluroso día, una Africa Twin y una Virago tuneada a lo Custom Harley cruzan el árido terreno camino de Pamplona. Hace mucho calor.

Viajo a lomos de mi Africa Twin, mientras mi sumisa va con su Virago. El calor está haciendo estragos y se hace difícil continuar. Paramos en una gasolinera para tomar algo y aligerar nuestra vestimenta. Sobra ropa. Sin darme ni cuenta, mi sumisa acaba con una minifalda tan corta que ni es mini, ni falda. Un top de tirantes ajustado marca sus pechos provocativamente. Seguro que ella estará fresca, pero va calentando a todo el mundo por el camino. No me hace gracia, pero entiendo que así va más fresca.

Seguimos el camino y mi sumisa no para de hacer imprudencias con la moto, pasa entre dos buses, se salta algún semáforo… yo sigo mosca con su actitud, pero prefiero llegar a Pamplona antes de castigarla.

Al final, la ley de Murphy nos la juega, como siempre. En una rotonda, ella acelera con tan mala suerte que le ven unos policías. Le dan el alto y ella obedece. Yo me paro a una distancia prudencial y observo la situación.

Los agentes le piden los papeles de la moto a mi sumisa, la documentación, etc… Ella les cuenta que la moto es nueva, que no la conoce aún del todo, que se le fue el freno, que no quería infringir las normas, etc…

Los agentes no pueden reprimir el mirarla de arriba a abajo. Es lógico, yo lo haría también. Sus pezones se marcan en su camiseta ajustada, y el escote muestra bastante mas de lo que yo querría que enseñara. Su minifalda muestra claramente sus piernas morenas y torneadas. Sería muy raro que los policías no se fijaran. Ella se percata de la situación y decide jugar el papel de niña buena.

Como era de esperar, mi sumisa se libra de la multa y al volver presume ante mí de saber usar sus ‘armas de mujer’ para librarse del castigo. Pero a mí no me ha hecho ninguna gracia el asunto. Ha coqueteado con otros hombres, y debe recibir un castigo. Le sonrío, y le digo: «Después veremos si te libras del castigo».

Una hora y media más tarde, ya en Navarra, llegamos a un restaurante de carretera, de esos de camioneros en los que se come bien y barato.

Aparto y le hago señales a mi sumisa para que aparque mi lado, detrás de un camión. Me cruzo de brazos delante de ella y le recrimino su actitud con los polis. Ella es mi sumisa y no puedo tontear con otros hombres, aunque sean policías y le pueda ahorrar una multa.

La apoyo en la moto y le doy unos cuantos cachetes en el culo. La corta falda de poco sirve en esa postura, así que siente mi mano en sus nalgas. Ella protesta, pero debe aceptar su castigo. Es su deber como sumisa.

Una vez acabado, y con el culo rojo, le ordeno que vaya al baño y se quite toda la ropa interior, mientras yo le espero en la mesa del restaurant. Ella protesta:

– «Se me verá todo»

– «No querías que te mirasen? Pues ahora te verán todos. O es que sólo te gustan los de uniforme? Sácate toda ropa interior, y te reunes conmigo en la mesa. No tardes»

Ella entra derechita al baño del restaurante, mientras se acaricia el culo rojizo. Le duele. Tras observar el restaurante, elijo una mesa lejana, para que ella tenga que cruzar el comedor en medio de todos los camioneros. Quiero que la vean, y que la remiren de arriba a abajo, para que se sienta avergonzada.

Lo consigo. Tímida y ligeramente molesta, intentando estirarse la falda, ella me busca con la mirada hasta que me encuentra al final del restaurante. Yo la veo y pienso para mi mismo: «Sí, sí… tú estira, que la falda no va a crecer».

Tras cruzar toda la sala y recibir las miradas de todo el mundo, se sienta avergonzada en la mesa con la falda tan corta que apenas la cubre. Sonrío, satisfecho. Mi castigo funciona.

El camarero y los camioneros de las mesas próximas fijan bien su mirada en la avergonzada sumisa. No le quitan la vista de encima. Repasan sus pechos, sus piernas y su culo. Pedimos de comer y lo celebro con un buen vino. Ella no levanta cabeza, no se atreve.

Suavemente, por debajo la mesa, jugueteo con encontrar el sexo ya mojado y excitado de mi sumisa. Ella protesta y yo la riño. Si antes se lo mostró a los polis, a mi no me lo puede negar. Me deleita con su escote. Los pezones despuntan en su fina blusa y su sexo húmedo ha dejado huella en la silla. Disfruto del momento mientras ella se avergüenza en silencio. Sabe que la están mirando.

Pago la cuenta, agarramos las motos y seguimos el viaje. Mi protegida va detrás mío sin infringir las normas de circulación, ha entendido el mensaje. 5 minutos mas tarde, llegamos a un bosque apartado, y busco un buen lugar. Aparcamos, y la obligo a bajar de la moto.

Repito la operación de azotarle el culo un rato. Después le marco un lugar y le ordeno arrodillarse ante mí.

Agarro una fusta que llevo en la moto, la muevo y doy un fuerte golpe en la suela de mi bota. La sumisa se asusta, el sonido de la fusta resuena como un trueno.

Sigo riñéndola por su coqueteo. Le ordeno levantarse y desnudarse. Ella temerosa y avergonzada obedece al ritmo del sonido de la fusta que indica qué prenda desprenderse. Hasta quedar totalmente desnuda.

La miro, le llamo ‘Preciosa’, y le recuerdo que ella es mi tesoro, que no puede comportarse como una vulgar putita ante la gente, pues es de mi propiedad y me pertenece en cuerpo y mente. Le repito, por si no se acuerda, que yo soy el dueño de su sexualidad.

Con suavidad, meto la mano entre el escote, hasta alcanzar sus pezones, con la idea de pellizcarlos. Así lo hago, primero suavemente, y luego mas fuerte, incrementando la presión. Sé que le duele, pero eso es lo que quiero. Entonces le azoto el culo un poco más, y la ato con las cuerdas del equipaje de la moto a un árbol. Ella queda expuesta y atada a mi merced, dándome su culo.

Agarro un látigo y le digo que va a recibir su merecido castigo. Ella gime temerosa.

– «Zasss…», llega el primer golpe y su cuerpo se tambalea a la vez que emite un grito ahogado. Yo la observo.

– «Zasss…», llega un segundo golpe, en la otra nalga. Nunca doy en el mismo sitio, reparto el dolor.

La lección de castigo sigue un buen rato, entre quejas y sollozos. De vez en cuando, cada 3 o 4 azotes, acaricio su culo y su sexo, como parte de la tortura. Sé de buena tinta que a estas alturas, el dolor y el placer se entremezclan volviendo loca a mi sumisa.

Después del castigo, y cuando ya noto que está mojadita del todo, desabrocho mis pantalones, y saco mi polla, dura, tiesa completamente. Ese culito rojo respingón incita a sodomizarla, y eso es lo que voy a hacer.

– «Has sido muy puta, sumisa, y muy zorra. No me ha gustado la manera en que has tonteado con los policías. No quiero que vuelvas a dar motivo, a ningún policía, para que te multe. Y para que te quede muy clarito de que estoy enfadado, pienso petarte el culo, como castigo.».

Dicho eso, sin desatarla del árbol, y acercándome a ella por detrás, meto mi polla hasta el fondo, en su culito, clavándosela entera. Mi sumisa, con un ‘Ay’ en su boca, aguanta las embestidas de su Domine, que se siente satisfecho de ver que su sumisa está aprendiendo la lección. No es la primera ni la segunda vez que meto mi polla en el ano de mi alumna, pero normalmente suelo hacerlo en la cama, en una mejor posición, con cremita, y con mas cuidado.

Hoy no, hoy es un castigo y quiero petarle el culo a mi sumisa. Tras una serie de empujones, agresivos y violentos, saco mi polla y vuelvo a azotar a mi sumisa, tres o cuatro veces.

De nuevo, vuelvo a clavar mi herramienta en el ano de mi sumisa, enterito. Ella sigue gimiendo, y sollozando. Incluso puedo ver una lágrima caer de sus ojos. Está desnuda, en el bosque, atada a un árbol, y siendo sodomizada por su Amo. Tras una serie de embestidas, cuando noto que falta poco para correrme, vuelvo a sacar mi polla para azotarla otra vez, cuatro o cinco veces. Eso me sirve para bajar un poquito mi excitación y alargar la sodomización de mi protegida.

Finalmente, después de repetir la jugada 3 o 4 veces, me dispongo a follarla ya hasta el final. Introduzco de nuevo mi polla, dura como una piedra, en su trasero, y comienzo a bombear de nuevo, empujando con fuerza, embistiendo con mi alma, para que ella sienta como mi pene penetra su ano. Finalmente, mi excitación llega al máximo, y un río de semen inunda su colon, acompañado de un gemido largo y profundo… Ha sido una corrida importante.

Exhausto, después de haberme corrido en su culo, me acerco a su oído y le pregunto:

– «Mi putita, no volverás a tener multas, verdad?»

– «No mi Domine, seguiré siempre sus pasos y no volveré a correr»

– «Perfecto, eso es lo que quería oír. Veo que vas aprendiendo de tus errores.»

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