Cuando existen clientes exigentes las empleadas deben ser complacientes
Me da bastante vergüenza contarte esta historia. No tanto por lo que pasó, pues yo soy una mujer libre y no tengo que justificarme ante nadie, pero no puedo evitar avergonzarme por disfrutarlo.
Trabajo en una tienda de moda femenina para señoras de 45 en adelante. Es una tienda cerca del paseo marítimo por lo que tiene bastantes clientes. Aquí en Benidorm abrimos todo el año y vendemos muchísimo. Aclararte que la tienda no es mía, estoy empleada en un negocio familiar. Generalmente la dueña está conmigo en la tienda, y por las tardes o los fines de semana se acerca su hijo a repasar la contabilidad. Y es que ella lo que se dice sentido del gusto, tiene y mucho, pero los números le bailan y el anisete no le ayuda a centrarse tanto como ella piensa.
Esto sucedió un mediodía de marzo, era sábado y hacía tormenta por lo que no teníamos muchos clientes por lo que la dueña decidió dar por terminada su jornada y se fue a casa. Estaba sola en la tienda pero al rato se dejó caer una pareja. Ella tenía unos 50 años y él debía rondar los mismos, quizás un poco mayor. En este tipo de establecimientos es muy normal que vengan parejas de compras. Ellas miran prendas y se prueban ropa mientras sus maridos les sujetan el bolso y el abrigo.
Ella empezó a cargar con varios vestidos y pantalones y él fue a acompañarle al vestidor. Nuestros vestidores son muy bonitos, amplios, con varios percheros, espejos en diferentes ángulos y una butaca cómoda donde dejar tus cosas. Yo esperaba tranquilamente en el quicio de la puerta por si necesitaban alguna cosa. Al rato ella abrió y estuvieron hablando, yo me volví al mostrador para dejarles espacio y él salió con varias prendas -Chica, trae una talla más de esto. –me ordenó- y esto otro no lo quiere. –me tiró varios vestidos al mostrador, estaba claro que no estaba de muy buen humor. -Un momento que recojo sus prendas y en seguida le acerco las nuevas tallas.- contesté lo mejor que pude, controlando mis ganas de mandarle a paseo.-
Me acerqué a los burros de ropa y comencé a dejar la ropa que no necesitaba y coger la siguiente talla. Él se puso a mi lado y cada vez que sacaba una percha de la barra, él acercaba su brazo para cogerla y con sus nudillos me rozaba un pecho. Me quedé un poco cortada, pensé que lo había hecho sin querer. Esto se volvió a repetir, cada vez que sacaba una nueva prenda, él la cogía rozando mi pecho, cada vez más tiempo, disfrutando de mi perplejidad y midiendo con pequeñas fricciones el tamaño de mi pecho.
Yo empezaba a ruborizarme, no sabía muy bien qué decir, el tipo parecía de lo más tranquilo, como si no estuviera haciendo nada. Así que me agobié y le pedí que por favor se hiciera un poco a un lado. Él contestó – Señorita dese prisa que mi mujer no tiene todo el día y se estará quedando helada en el probador, mientras usted se entretiene colgando ropa en una percha. Eso se hace luego, cuando los clientes ha n sido atendidos adecuadamente. – Me quedé en el sitio, menuda arrogancia la de este tipo. No solo me mete mano con descaro, además finge que no está pasando nada. Cogí las prendas que faltaban y se las entregué, mientras él continuaba rozando sus manos en mis pechos como si nada. Se volvió a la sala de vestidores y yo empecé a respirar. No me podía creer la chulería de este tipo.
Al rato me acerqué al probador a ver cómo iba. Él estaba apoyado en la pared y empezó a mirarme de arriba abajo, con lascivia y sin el mínimo decoro. Entonces la señora me llamó. Cuando me acerqué abrió la puerta y me enseñó cómo le quedaba un vestido, para ver qué opinaba. Mientras ella parloteaba sin parar, él se colocó detrás de mí. Sus dedos empezaron a recorrer mi culo entre los cachetes. Iban caminando lentamente bajando hasta mi sexo. Ahí se quedaron sus dedos, tranquilamente tamborileando una eternidad. Vale, a lo mejor menos, pero a mí se me estaba haciendo eterno. A estas alturas estaba bastante excitada de ver a este señor actuar así con tanta impunidad sobre mi cuerpo, que no dejaba de ser el de una extraña.
Ella no se daba ni cuenta, y decidió que se lo llevaba, así que nos apartamos para dejarle cerrar la puerta y ponerse de nuevo sus prendas. Estaba confusa, excitada, enfadada por permitirlo, indignada… y decidí que esta vez tomaría yo la delantera y le dejaría claro que las normas las pongo yo. Así que me giré y le cogí el paquete con una mano. Estaba medio empalmado pero no llegaba a ser una erección. En ese momento pensé que a lo mejor no podía y de ahí todo el numerito y su arrogancia. Entonces me sonrió, me cogió por el culo con las dos manos y me acercó hasta él. Se restregó contra mi pelvis mientras me decía al oído.-Muy bien gatita, todo llegará a su debido tiempo, siempre que te lo ganes, claro.- Le solté el paquete y me separé de él. Volví al mostrador mientras intentaba que mi corazón volviera al ritmo normal. A los pocos minutos salieron los dos. Ella se llevó varias prendas y él pagó en efectivo, dando un golpecito al mostrador a la vez que dejaba los billetes y me decía.-Señorita, cóbrese lo de hoy.- Así hice.
Cuando salieron de la tienda empecé a respirar, intentando calmarme y volver a mi estado normal. Ya había pasado todo, menos mal. Pero no podía entender lo que estaba sintiendo, ¿realmente me alegraba de que se fuera?
Serían las cuatro de la tarde cuando la puerta se volvió a abrir y apareció él. Esta vez venía solo, y fue directo al mostrador a pedir lo que quería. – Chica, cierra la puerta.- Eché el cierre y me volví hasta el mostrador donde él esperaba. – Quítate la ropa.- Me la quité mientras él me miraba, ahora ya no tenía miedo, quería hacerlo, que me viera, que me tocara. –Ponte a cuatro patas y separa las piernas.- Y lo hice, mirando de reojo para asegurarme que me miraba, que me veía y que le gustaba.- Se colocó detrás de mí, mientras yo esperaba a que me follara, pero no hizo nada. Se colocó delante de mí, ya no llevaba pantalones y su polla asomaba por el calzón. Blanco pero clásico a más no poder. Entonces me dijo.- Levanta la cara chica y a sacarle brillo.- Y lo hice, bajé un poco la prenda y enseguida asomó majestuosa, tersa, brillante, apuntando alto. Empecé despacio a besarla, quería que notara cuánto la apreciaba. Pequeños lametones en la punta, que me metía despacio en la boca con pequeñas succiones.
Él empezaba a mover sus caderas, estaba claro que quería más brío, empujaba suave y firme mientras me sujetaba con una mano la cabeza y me follaba la boca.- Más deprisa chica, demuéstrame las ganas que tienes.- Y así lo hice, con cada uno de sus movimientos de pelvis me la metía entera. Yo la recibía agradecida, llena de excitación, chupaba más y más. Me costaba trabajo respirar, pero la excitación era mayor que cualquier cosa. Entonces llegó el momento, mientras seguía follándose mi boca, me agarró la cabeza con las dos manos y me ordenó.- Ahora traga, quiero todo bien limpio. Vas a venir a por más, y yo te lo voy a dar, pero quiero que me demuestres lo mucho que lo quieres y cómo lo aprecias.- Y yo lo hice, recibí todo su semen en mi boca, lamí todos sus restos de la polla, ahora abatida después de todas las embestidas. Le repasé bien sus cojones, esos que exhibe sin enseñarlos, con sus órdenes y modales. Eran grandes comparados con mis novios, y dediqué unos buenos minutos a besarlos, entre excitada, agradecida y esperanzada en que se pusieran de nuevo en marcha.
-Ya está bien chica, lo has hecho muy bien, como yo esperaba esta mañana que lo harías. Ahora levanta.- y así lo hice. –Ve al mostrador.- Y fui sin mediar palabra. Él empezó entonces a lamer mis pezones, morderlos, tirar de ellos. Me dolía, me excitaba, me encantaba. Me cogía los senos, calibraba y apretaba, mientras volvía a entretenerse con mis pezones. Estaba tan mojada que me resbalaba la humedad por los muslos. Intenté cogerle, pero me apartó. Se subió al mostrador con su pene de nuevo erecto, brillante, poderoso, y me dijo -Vuelve a chupar.- y así lo hice, él sujetaba mi cabeza y me empujaba cada vez más abajo. Estuve unos minutos dedicada a pulir su miembro, entonces me cogió del pelo, me apartó la cara y me dijo en tono muy serio.-Ya está bien.- Se bajó del mostrador con mucha energía, parecía enfadado, yo no entendía nada.
Me quedé quieta sin saber qué hacer. Él me cogió por los hombros, me dio la vuelta con fuerza mientras empujaba mi cabeza contra el mostrador, obligándome así a agacharme un poco. De una sola embestida metió su polla en mi sexo. Empecé a respirar con dificultad, tenía el corazón a mil y mi cuerpo se derretía ante aquella sola embestida. Tal era mi nivel de excitación que me corrí de un solo pollazo. Él se dio cuenta y me susurró al oído.- Tranquila, no seas ansiosa que ya te prometí esta mañana que todo llegaría a su debido tiempo.- Siguió follando, con ese golpe de pelvis tan familiar para mí. Sus caderas habían hecho ese movimiento tantas veces en mi cara que mi coño ya tenía aprendido la cadencia y sabía que no había hecho más que empezar. Me follaba con ritmos alternados, más tranquilos y profundos en algunos momentos, con fuerza y mucho ritmo en otros. Mi cuerpo se deshacía cada vez que su polla se metía más dentro. Mis tetas me dolían a rabiar, parte por lo duros que estaban mis pezones debido a la excitación y sus mordiscos previos, y parte por el ansia y fuerza con que los apretaba para coger impulso y meter su polla erecta, brillante y majestuosa dentro de mi coño húmedo y caliente.
Te confieso que me corrí varias veces. Cuando acabó, estaba sudando y jadeaba a un nivel que temí que debido a su edad tuviera algún tipo de enfermedad coronaria. Pero entonces me di cuenta que yo también jadeaba exhausta. Complacida, feliz y exhausta. Él fue a recoger su ropa y se empezó a vestir. Cuando estuvo listo, se me quedó mirando y me dijo.- Tú no te acuerdas de mí, ¿verdad?- , – Mo señor, le contesté.-,- Vine en rebajas con mi señora en enero. Ella estaba de muy mal humor y se mosqueó conmigo porque se me cayó su bolso al suelo. Entonces tú te acercaste a esa señora que regenta la tienda y le comentaste alegremente. -Mira Fátima, algunos pobres hombres viven al yugo de sus señoras. A ese le tiene bien enseñado.- , -Pues bien chica, hoy soy yo el que te enseña a ti, que cualquiera puede ser también tu amo, incluso un tipo como yo al que no conoces de nada y que suplicabas que te follara con solo rozarte las tetas. Buenas tardes.- Abrió con la llave que había dejado puesta y salió. Se paró en el escaparate y se llevó un cigarro a la boca.
Me avergüenza reconocer que tenía razón, pero todavía más, que me gustó. Sí, me gustó.