Tres putitas maduras y un marido dejado de lado
El espejo que cubría una de las paredes de aquella habitación me permitía tener visión de todo lo que estaba pasando. Inclinada como estaba me veía reflejada, completamente desnuda, cómo todos los que allí estábamos. Mis pequeños pies estaban bien plantados aguantando las embestidas que mi cuerpo regordete, de poco más de metro cincuenta, recibía. Mi gran culo, habitualmente blanquecino, se veía enrojecido a causa de los azotes que con la mano me propinaba Blas mientras me enculaba desde atrás. Su inmensa polla, de casi veinte centímetros, entraba y salía de mi culo frenéticamente, proporcionándome un placer inmenso. El tronco doblado hacia delante provocaba que mis tetas colgaran y se balancearan a cada penetración. Finalmente, mi cabeza era sujetada por el pelo fuertemente por Adrián mientras obligándome a comerme su polla decía:
– Toda adentro Maysé, hasta el fondo. Cómetela toda.
Aquel pedazo de carne, no tan grande como la de Blas pero de dimensiones considerables, entró hasta el fondo. Cerré los ojos e hice un esfuerzo por obedecerle. Mis gemidos quedaron ahogados. El placer que sentía hizo que mi coño chorreara un poco más, haciendo más grande la mancha que mis flujos estaban dejando en la moqueta.
Volví a abrir los ojos y el espejo reflejó el resto de la escena. En la cama que teníamos detrás, se veía a nuestra amiga Andrea. En la cinquentena como yo, nos conocíamos del colegio de los niños desde hacía unos años. También era bajita, de mi estatura. Más delgada pero con un buen culo y unas buenas tetas. Pelo corto.
Su pequeño cuerpo cabalgaba encima de la polla de Carlos mientras por detrás Daniel le daba por el culo en una doble penetración durísima. Andrea se movía rápidamente buscando el orgasmo mientras lo pedía a gritos:
– Más, más, folladme más fuerte. ¡Quiero correrme!
Junto a la cama, a cuatro patas en el suelo, mi hermana Ali estaba siendo sodomizada por la polla de Edu, la más grande de la fiesta. Veinticinco centímetros que nos habían asustado a las tres al verla por primera vez. El culo de Ali se veía increíblemente dilatado mientras Edu clavaba hasta el fondo su polla. Sus gemidos, mezcla de placer y dolor, quedaban amortiguados por el hecho que su boca estaba ocupada en comer el coño de Sandra, la organizadora de aquella bacanal.
Aunque que es un poco más alta que Andrea y yo, Ali también es una mujer pequeña. En cambio la cincuentona de Sandra tenía un cuerpo grande. Cerca del metro setenta y de figura contundente era lo que se conoce como una mujer jamona. Piernas largas, culo rotundo y unas grandes tetas naturales coronadas por dos inmensos pezones.
Sandra estaba recostada en un sillón con las piernas abiertas al máximo y mientras agarraba fuertemente la cabeza de mi hermana contra su sexo le exigía más en su papel de hembra dominante:
– Saca más la lengua cabrona. Dame más, joder, o le digo a Edu que deje de follarte.
Aquellas imágenes reflejadas en el espejo, los gemidos, el olor a sexo de la habitación y el placer que me estaba dando la follada de Blas hicieron que me corriera otra vez. No sabía ya cuántos orgasmos había tenido aquella noche, había perdido la cuenta hacía rato. Mi cuerpo se estremeció, mi coño se convirtió en una fuente y sacándome la polla de Adrián de la boca grité cómo nunca lo había hecho follando antes de aquel día. No dije nada, simplemente grité y gemí hasta la extenuación. Blas no paró de follarme hasta que solté el último suspiro y Adrián respeto mi corrida mientras me aguantaba con sus brazos.
Fue en ese momento final de placer cuando me fije en el espejo a la última persona presente en aquella habitación. Allí estaba él, desnudo, sentado en un sillón en un extremo de la sala. Me miraba excitado, pero en sus ojos también encontré enfado y tristeza. Allí estaba mi marido Ton viendo cómo su mujer, su cuñada y su amiga eran duramente folladas. Preguntándose cómo habíamos llegado hasta aquí.
Entendí su mirada. Aquello se le había ido de las manos y hacia rato que había quedado al margen de la orgía. Además, por segunda vez en las últimas semanas le había humillado sin querer. Pero no sentí pena. Al fin y al cabo, era él quién había comenzado aquella historia.
Tres semanas antes.
Estaba nerviosa, muy nerviosa. Aunque la temperatura en aquella habitación de hotel era acogedora, tenía la piel de gallina. Completamente desnuda, a cuatro patas encima de la cama, con la cabeza apoyada en mis brazos, la única tela en contacto con mi cuerpo era la del pañuelo que cubría mis ojos. Estaba excitada. Mi coño estaba mojado después de que Ton me lo hubiera comido y me hubiera masturbado sin permitir que me corriera.
A unos minutos de probar la primera polla diferente a la de mi marido, aún me preguntaba cómo me había dejado convencer. Sentía una mezcla de vergüenza, excitación y curiosidad. Recordé la foto que Fran había enviado de su polla y pensé cómo sería sentirla dentro. Más larga que la de Ton, destacaba por su gran grosor. Era el pollón que mi marido había buscado para nuestro primer trío.
El acuerdo era claro. Fran me follaría a cuatro patas tanto rato cómo aguantara. Lo haría a pelo. Ton se había encargado de pedirle los correspondientes exámenes médicos. Podría elegir entre correrse dentro o fuera, pero una vez hubiera acabado debería marcharse. Yo estaría con los ojos tapados, más por vergüenza que por otra cosa. Y Ton era libre de mirar solamente o intervenir.
A Fran lo habíamos elegido juntos después de decidirnos a incluir otro hombre en nuestra cama. Las semanas posteriores a la tarde de sexo con mi hermana Ali y con Ton (ver relatos Morbo con mi hermana y mi marido), la vida siguió su ritmo habitual. Con ella no habíamos vuelto hablar del tema desde aquel día. Con Ton sí hablamos los días posteriores; los dos éramos conscientes que aquella primera experiencia con otra persona, siendo además está mi propia hermana, suponía un antes y un después en nuestra vida sexual. Pero el adoptó la actitud de no darle más importancia de la necesaria y jugaba insinuando y proponiendo nuevas experiencias. Por mi parte, estaba confusa. Por un lado recordaba con excitación aquella tarde; por otra, el hecho de haber llegado a un trío con Ali hacia que salieran los sentimientos ocultos de culpa y vergüenza.
Dos meses después nuestros encuentros sexuales cayeron en picado. Mi marido tuvo una etapa complicada en el trabajo y entre el cansancio, la tensión y las cargas de la casa que compartimos a partes iguales, llegaba a la noche destrozado. Yo andaba más o menos igual. En mi despacho entraron nuevos proyectos que me obligaron a trabajar más horas, de manera que teníamos pocas horas para nosotros. Y para colmo, las pocas veces que lo hacíamos no eran una maravilla, ya que Ton desarrolló una preocupante tendencia a correrse antes de lo que en él era habitual.
Fue entonces cuando empecé a masturbarme con más frecuencia. Hasta aquel momento yo casi no lo hacía, pero aquellos días cogí la costumbre de ducharme algunas noches para relajarme y aprovechar para hacerme una paja.
Pasaron los días y mi calentura iba cada vez a más. Necesitaba una buena follada y en mis fantasías comencé a plantearme que fuera otro el que me la diera si Ton no era capaz. Pero en aquel momento pensaba que jamás sería capaz, que mi pudor me lo impediría. ¡Que poco imaginaba cómo iba a cambiar todo en poco tiempo!
Todo se precipitó un fin de semana en que nos quedamos solos en casa y decidí provocar a Ton con un juego que sabía que le gustaría. Era sábado por la mañana y después de ducharme y arreglarme le dije:
– Me voy a pasear y a comprar. Comeré por ahí. Si te apetece, cuando vuelva a casa estaré a tu disposición para que hagas conmigo lo que desees. Estaré a tu disposición. Si necesitas algo de mí, envíame un mensaje.
Le di un beso y salí por la puerta llevándome en la retina su cara. ¡Se había puesto caliente de golpe. Aquella tarde me esperaba un buen polvo!
El juego de sumisa follada por macho dominante era habitual entre nosotros. Normalmente era él que lo proponía y lo pasábamos bien. Ton es muy imaginativo y morboso, cómo demostró el día que nos folló juntas a mi hermana y a mí. A veces yo le negaba algunas de sus proposiciones y él lo aceptaba comprendiendo mi pudor, pero la calentura de las situaciones nos excitaba a los dos.
Hacía un día maravilloso y disfruté del paseo y la tranquilidad. A las dos horas recibí el primer mensaje en el móvil:
– Te espero a las seis en casa. Cuando llegues debes quitarte la ropa y dejarte sólo la ropa interior. Luego vienes hacía el salón. Allí estaré yo esperándote para follarte cómo te mereces. Vas a quedar harta de polla.
Sonreí y respondí breve:
– Menos lobos. Allí estaré.
Mi día de relax continuó y cuando salía de comer para continuar con las compras, entró el segundo mensaje.
– Antes de venir tienes que cumplir un pequeño encargo. Cuando intento darte por el culo sólo entra la mitad y siempre me dices que es porque lo tienes estrecho y necesitas un buen dilatador anal. Hoy es el día. Te vas a ir a un sexshop y vas escoger el que más te guste. Después buscas un sitio para ponértelo. Cuando entres en casa debes llevarlo.
Aluciné. Ton iba muy fuerte y estaba loco si pensaba que haría eso.
– Te estás pasando, colega. Sabes que moriría de vergüenza comprando eso. Y más metiéndomelo en el culo en cualquier lavabo
– Cómo quieras. Has sido tu la que has dicho “a tu disposición para que hagas conmigo lo que desees”. Pero si no te atreves, no pasa nada. Te vienes a las seis y vemos una película.
¡Cabrón chantajista! Me castigaba sin polvo y encima haciéndose el bueno. Pero tenía razón; era yo la que me había ofrecido a obedecer. Respondí para ganar tiempo:
– No sé. Ya veremos. A las seis vengo.
Estaba caliente. El hambre que pasaba últimamente y el juego con Ton me estaban excitando. Notaba húmeda mi entrepierna.
Jamás había entrado en un sex-shop, pero sabía dónde estaba el más cercano. Camino de casa había una tienda especializada en juguetes sexuales, donde Ton había comprado la mayoría de los que teníamos en casa.
Entré. Afortunadamente a esa hora del sábado la gente estaba en otras cosas y el local estaba vacío. En el mostrador central una sola dependienta. Era una mujer elegante, más cerca de los cincuenta que de los cuarenta. Algo más alta que yo, tenía una bonita figura. Me saludo con una sonrisa. Me dirigí rápidamente a las vitrinas de uno de los lados. Estaba llena de consoladores, dildos y vibradores de todos los tamaños y colores. Me sorprendí observándolos con detalle y evaluando su utilidad. De pronto sonó la voz de la mujer a mi espalda:
– Hola cariño. Me llamo Raquel. Soy la propietaria. ¿Puedo ayudarte?
Me di la vuelta asustada y casi grito.
– No te asustes y relájate. Aseguraría que es la primera vez que entras en un local cómo este y se te ve muy nerviosa. Dime lo que necesitas.
Miré sus ojos y su sonrisa y me tranquilicé. Empecé a hablar de golpe y sólo al final fui consciente de todo lo que había dicho.
– Pensarás que estoy loca, pero estoy en medio de un juego con mi marido y me ha pedido que compre un dilatador anal y me lo ponga antes de ir a casa, Y la verdad es que no sé que es lo que necesito exactamente.
Volvió a sonreir:
– Cariño, yo no pienso que nadie que entre en esta tienda buscando un juguete este loco. Al contrario. Vamos a ver, necesito que me respondas algo. ¿Habéis hecho ya sexo anal alguna vez?
¡Madre mía! Buscando que mi marido me follara, había acabado ante una desconocida que me preguntaba si me habían dado por el culo. Pero ya estaba hecho, así que respondí:
– Sí, lo hemos hecho alguna vez, aunque nunca ha sido hasta el fondo.
– De acuerdo, espérame aquí.
Al cabo de un rato volvió Raquel cargada de dos cajas.
– Esto es un plug anal de tamaño medio. Como verás por la forma que tiene, entre bien y es ancho en el centro, de manera que queda complemente encajado, dejando fuera sólo la base. Si lo aguantas un par de horas, estarás preparada para recibir por ahí o que te apetezca. Te lo he traído en negro y en rojo. Tú decides.
– Negro. A él le pondrá más.
– Pues aquí tienes y esto de regalo. Con este lubricante no tendrás problema para metértelo. Lo mejor es apoyarlo en una silla e irte follando hasta que entre todo.
Pagué y le di las gracias. La mitad del encargo estaba hecho. Para la segunda parte ya tenía claro dónde ir desde hacía rato. Me dirigí a la peluquería de mi amiga Eva, a la que iba habitualmente. Era sábado por la tarde y estaba a rebosar, así que casi no me miro cuando entré y yendo directamente al lavabo le dije que tenía una urgencia.
Una vez dentro me desnude de cintura para abajo y me preparé para encularme con el plug. Lo saqué del envoltorio y lo apoyé por la base en la tapa del váter. ¡Joder! ¿Cómo iba eso a entrar en mi culo?
Llevé mi mano al coño y comprobé que estaba chorreando. Me acaricié un poco el clítoris, pero paré enseguida. No quería correrme. Llené mi mano con el lubricante y recubrí todo el plug. Con los restos me acaricie un rato el ano y cuando consideré que estaba preparada, acerqué el culo a mi amante de látex. Poco a poco fui follándome con la punta. Era cómo cuando Ton me lo hacía con un consolador. Mi ojete respondió rápidamente y se abrió de manera que el plug entraba un poco más a cada sentada. Noté que había llegado a la parte ancha, pero no pare. Aflojé el ritmo, pero seguí. ¡Que placer! Me mordí los labios y me acaricié los pezones por encima de la ropa. Estaba a punto de entrar, el culo se abría, ya, ya, y de repente, flop, quedé follada hasta al fondo.
¡Que sensación! Me levanté, recogí y limpié. Después me vestí y salí tal y cómo había entrado, despidiéndome de Eva a la carrera. Una vez en la calle sonreí. Iba andando sintiendo mi culo lleno. La experiencia era increíble. Estuve dos horas paseando y mirando tiendas. Incluso paré a tomar un café, sintiendo cómo al sentarme el plug entraba más adentro. Cuando llegó la hora de ir para casa tenía las bragas completamente mojadas.
Llegué a las seis puntual. Había silencio. Cumpliendo las consignas de Ton, me quité la ropa en el recibidor quedándome sólo con la ropa interior negra. Recogí mi pelo moreno en una coleta. Me vi reflejada en el espejo. Aquella madurita bajita y regordeta tenía ganas de follar, muchas ganas.
Entre en el salón. Sentado en el sofá, desnudo, estaba Ton. Situado a un lado, observé que había usado uno de los bancos alargados que teníamos en una de las habitaciones para enganchar el dildo de ventosa con el que a veces jugábamos. Simulaba una gran polla negra de 22 cm, ancha, con sus venas marcadas y un gran prepucio coronándola. A él le encantaba usarla conmigo. Al otro lado vi la cámara. Aunque no me hacía mucha gracia, a veces grababa nuestras folladas. Hoy no protestaría.
Me acerqué al centro del salón hasta quedar frente a Ton. Sabía que el juego empezaba ahí. Me miró. Su polla estaba ya empalmada. Sonrió.
– Quítate el sujetador.
Mis tetas quedaron al aire. Mis pezones estaban grandes y duros cómo piedras. Se dio cuenta.
– ¿Estás caliente?
– Si.
– Fuera bragas. Y apóyate en el mueble, separa las piernas y ábrete el coño. Quiero verlo.
El sabía que estar así desnuda ante él me daba mucho pudor. Y tener que hacer posturas aún más. El cabrón estaba disfrutando.
Al abrirme el chocho rocé mi clítoris y un escalofrío recorrió mi cuerpo.
– Muy bien. Ahora date la vuelta, apóyate y enséñame el culo.
Obedecí. No lo veía, pero seguro que la imagen de mi culazo con el plug negro metido en el ano le puso a mil.
– Veo que has hecho lo que te he pedido. Estupendo. Ábrete el culo que lo vea bien.
Separé mis nalgas con ambas manos. Al hacerlo, el pollón se movió dentro de mí y volví a estremecerme.
Se levantó y vino hacia mí. Agarrándome por detrás empezó a sobar todo mi cuerpo y a besarlo. Me pellizcó los pezones, que ya estaban duros como piedras. Me volteó bruscamente y empujándome para que me pusiera de rodillas dijo:
– Cómeme la polla y ponla bien grande.
La agarré y me la metí en la boca. Estaba muy grande. Mi maridito estaba caliente como nunca. Empecé a alternar lamidas con succiones profundas, como sabía que a él le gustaba.
– Las manos detrás. Ahora te la voy a meter hasta el fondo y quiero ver como desaparece en tu boquita.
Obedecí y abrí la boca dispuesta a recibir su polla. Pero yo sabía que no sería capaz de engullirla toda. Nunca había podido. Llegaba enseguida al final y me provocaba arcadas.
Ton agarró por la base su polla y fue metiéndola despacio, un poco más cada vez. Abrí la boca todo lo que pude, pero inconscientemente frenaba la entrada a la mitad. El estuvo follándola un rato hasta que sacándola dijo:
– Ponte a cuatro patas delante del banco. Quiero que mientras te follo te comas ese pollón.
Obedecí enseguida deseosa de recibir de una vez su polla. De rodillas e inclinada hacia delante apoyé los brazos en el banco quedando aquel dildo enorme ante mis ojos. No era la primera vez que Ton me pedía que lo chupara, pero me sentía un poco ridícula haciéndolo. Opté por agarrarlo con una mano.
Ton apuntó su polla hacia mi coño y lo metió de golpe. Estaba tan mojada que entró de golpe.
– Ostia como estás. Te voy a dar una buena follada. Cómete la polla.
¡Por fin! Toda la tarde deseando follar. El placer era inmenso. En aquel momento estaba dispuesta a hacer lo que él me pidiera. Adelante mi cabeza y me metí el dildo en la boca. Era tan grande que sólo entró el prepucio y poco más. Me lo tomé en serio y mamé como si fuera la de Ton. Aquello le puso caliente, porque intensifico las embestidas de golpe. Su polla entraba y salía a un ritmo infernal. No aguanté mucho. Normalmente necesitaba un buen rato de follada antes de correrme, pero mi coño estaba hambriento. El orgasmo llegó mientras mi boca engullía aquel pedazo de pollón negro. Gemí y gemí sin sacarlo. Era mi manera de agradecérselo. Alguna vez me había dicho que le gustaría escuchar cómo me corría con otra polla en la boca.
Mis gritos ahogados estallaron cuando sacándome de la boca a mi amante de goma me terminé de correr:
– Me corro, me corro, fóllame, fóllame, no pares.
Siguió dándome y cuando paré de gritar el paró extenuado. Y entonces ocurrió. Durante toda mi vida hasta entonces, después del orgasmo necesitaba parar un rato hasta volver a empezar. Pero en aquel momento me pasaba todo lo contrario. No tenía bastante; sentía que volvía a correrme.
– Quiero más Ton. Quiero volver a correrme. Quítame el consolador del culo y dame por ahí.
– ¿Estás segura?
– Si, joder. Encúlame.
Ton hizo caso. Tiró despacio del plug hasta sacarlo y me sentí vacía de golpe. Mojó su mano en mi empapado coño y usó mis fluidos para lubricar mi ano. Me gustaba, pero necesitaba follar desesperadamente.
– Dame por el culo de una vez. ¿No querías follarme por ahí? Pues venga. Fóllame.
El reto surgió efecto. Ton tanteó primero pero en cuanto comprobó que mi culo estaba completamente dilatado gracias al plug, agarró mis grandes nalgas y me la clavó hasta el fondo en dos embestidas.
Sentí un ligero dolor, pero la excitación y la dilatación eran tan grandes que enseguida el placer lo dominó todo. Mis gemidos, cada vez más fuertes e intensos, llenaron la sala mezclados con los de Ton.
– ¡Así, abre bien el culo! La tienes toda adentro. ¿Te gusta, verdad?
– Si, si, no pares, me encanta. Sigue, sigue, más fuerte, me corro, me corro.
– Si, si córrete. Yo también me corro.
El segundo orgasmo fue más intenso que el primero. Mientras me corría sentí como Ton me inundaba les entrañas con su leche caliente. Aquello hizo más intenso el orgasmo.
Nos recostamos los dos en el sofá. Por suerte mi marido había tenido la precaución de cubrirlo con una toalla. Sino, los flujos de mi coño y el semen que salía de mi culo lo hubieran puesto perdido.
Pasaron los minutos y yo seguía extrañamente excitada. Miré la polla de Ton y estaba flácida. No me reconocía, pero me acababa de correr como nunca y quería más. Tuve una idea.
– Cariño, ves al lavabo y lávate la polla, que ha estado dentro del culito. Cuando vuelvas te prometo una sorpresa. Dame unos minutos
Ton no dijo nada. Se levantó sin preguntar. Le encantaban estos juegos.
Fui hacia el banco y poniendo una pierna en cada lado acerqué el dildo a mi coño. Poco a poco fui follándome con él hasta que aquellos 22 centímetros de polla acabaron dentro de mí. Mi chocho ardía. Aunque no era como tener una real, su tamaño hacía que la sensación fuera increíble.
Ton apareció y miró la escena con los ojos abiertos. Con la mirada le invité a sentarse y a disfrutar del espectáculo. Mientras cabalgaba a mi amante de látex, me acariciaba las tetas y tocaba mis duros pezones.
– ¿Te gusta? ¿No querías verme follando otra polla? Pues aquí lo tienes. Pídeme lo que quieras. Estoy muy caliente.
– Mastúrbate.
Obedecí. Mi dedo empezó a jugar con mi clítoris mientras intensificaba la follada. La polla de Ton estaba ya en pleno apogeo.
Una mano en el coño y la otra alternando de un pezón a otro. El tercer orgasmo se acercaba. Ton se acercó y me agarró la cabeza por el pelo.
– Chupa.
Obligándome a inclinarme metió su polla en mi boca.
– Chupa, chupa bien que me voy a correr.
No. No era aquello lo que tenía planeado. Quería que volviera a follarme por el coño o por el culo. Vacié mi boca y se lo dije.
– Después te follo. Ahora me quiero correr en tu boca.
– No, si te corres después no podrás. Venga, por favor.
Pero él no cedió. Aquella escena le había puesto a cien. Siguió follando mi boca mientras me animaba a follarme el consolador. Yo estaba cabreada, pero a la vez excitada por las dos pollas que me estaban llenando. Aposté por correrme mientras él lo hacía en mi boca, pero no pude. Al poco rato empezó a gemir y sacándola gritó:
– Abre la boca y saca la lengua.
Lo hice e inmediatamente empezó a soltar su leche en mi cara. Soltó mucho teniendo en cuenta que se había corrido ya antes. Una parte fue dentro de la boca y la otra por la cara. Cuando dejo de correrse metió su polla en mi boca, obligándome a tragar el semen que tenía en la boca y haciendo que el resto cayera por mis tetas. Suspirando, salió de mí y se sentó en el sofá.
Aquel cabrón me dejó así, caliente como una perra, con un consolador dentro del coño y su semen saliendo de mi culo y mi boca. Humillada, cabreada pero terriblemente excitada le dije:
– ¿Y ahora qué? Yo también quiero correrme. Joder, eres un cabronazo. Cada vez te corres antes.
Sonrió extrañamente. Sin ofenderse dijo:
– Fóllate esa polla que tienes entre las piernas. Y si quieres te buscaré una de verdad.
Otra vez con buscar otra polla. Era un pesado. Pero en aquel momento solo quería llegar al orgasmo. Volví a iniciar el mete y saca mientras me frotaba el clítoris frenéticamente. Le oí de fondo:
– Me encanta verte follar. Te voy a buscar una polla que te ponga contenta. ¿Cómo quieres que sea?
– Estallé en el tercer orgasmo de la tarde y entre gemidos grité:
– Si cabronazo, búscame una polla bien grande y que aguante más que tú. Quiero que me folle mientras tú miras y aprendes.