Un ladrón cambia sus planes y roba algo más preciado que el dinero
EL LADRÓN
J. G, una jovencita con un cuerpo escandalosamente sensual y rostro de muñeca, estaba en la ducha mandándole fotos a un escritor, fotos de su culo redondo, perfecto. De sus tetas medianas con pequeñas areolas y pequeños pezones. De su raja, y de su coño peladito y abierto, un coño que parecía virgen… El escritor le mandaba a ella fotos de su polla… Cuando terminaron de mandarse fotos. J. G, ya estaba cachondísima.
El agua templada de la ducha comenzó a bajar acariciando su cuerpo y cómo un cariñoso amante recorrió cada poro de su piel. Cuando la cerró, enjabonó sus aterciopeladas y duras tetas y el coño. Andaba con el periodo y eso hacía que sus hormonas estuviesen revolucionadas. Quería verga, pero allí no tenía verga, en la ducha lo que tenía era sus dedos o la alcachofa. Se quitó el jabón de las tetas y del coño. Los finos chorros de la alcachofa chocaron con el pezón y la areola de su teta derecha, al rato tenía el pezón que rayaba cristales, fue a por la izquierda y al cabo de un tiempo el otro pezón rayaba diamantes. Bajó la alcachofa y la enfocó sobre el clítoris. Los finos y potentes chorros la fueron poniendo a mil. Al final, tiró del capuchón hacia atrás, y los chorros estimularon su clítoris. En nada, se encogió. Las piernas le comenzaron a temblar. La alcachofa le cayó de la mano y acabó corriéndose en posición fetal mientras la alcachofa, que quedara hacia arriba, la acabó de duchar.
Al salir de la ducha fue a su habitación, y se llevó un susto morrocotudo. Un hombre enmascarado, lo que probablemente significaba que era del barrio, estaba abriendo su guardarropa. Al verla, fue a su lado y le tapó la boca para que no gritara.
-No grites o vas a provocar que cometa una locura.
Asintió con la cabeza.
-¿Eso quiere decir que si te quito la mano de la boca no vas a chillar?
Volvió a asentir con la cabeza. Al quitarle la mano de la boca, J. G, temblando, le preguntó:
-¿Qué buscas?
-Lana, joyas. ¿Dónde están?
J. G, que estaba tapada solo con una toalla, miró para el ladrón, que era muy alto -le quitaba más de una cabeza- y de complexión fuerte, y le dijo
-La lana en el banco y las joyas en la joyería.
El ladrón se mosqueó
-¡No juegues conmigo que lo puedes pasar muy mal!
J. G, se asustó
-No me hagas daño.
El ladrón le quitó la toalla. J. G, tapó las tetas con un brazo y con la mano y el coño peladito con la otra mano. J. G, se dio la vuelta dejando que viese su precioso culo, un culo redondo y prieto. El ladrón pilló un empalme brutal. Se olvidó del dinero y de las joyas. Sacó la polla y se la metió entre las piernas. J. G, suplicó:
-No me hagas daño, por favor.
Le quitó las manos de las tetas y se las cogió él.
-No, déjame.
La besó en el cuello. J. G, intentaba escabullirse.
-No, no sigas, por favor.
-Date la vuelta. No me hagas usar la fuerza bruta.
J. G, estaba asustada y al mismo tiempo excitada, le preguntó:
-¿Qué me quieres hacer?
-Un pijama de saliva. Tienes un cuerpo escandalosamente sensual y quiero disfrutar de él.
Le metió la lengua en una oreja.
J. G, se dio la vuelta, miró para la polla del ladrón, que estaba manchada de sangre, y le dijo:
-¡Si me metes esa cosa me revientas!
El ladrón la volvió a besar en el cuello.
-Si te follo el coño con la lengua y después te lo follo con un dedo y hago sitio, entrará sin hacerte daño.
J. G, ya perdiera el miedo y se empezó a dar.
-¿Pero no ves que ando con el periodo, tonto?
-¿Y qué?
-Que comerme el coño tal y cómo lo tengo…
El ladrón se agachó, le abrió el coño con dos dedos y vio que lo tenia pequeñito y con sangre.
-No seas cochino, hombre, no seas cochino.
Le lamió el clítoris y le folló el coño con un dedo. J. G, ya entregara la cuchara. Le acarició el cabello y le dijo:
-Me estás poniendo malita, guarrillo.
El ladrón fue haciendo sitio, y cuando J.G, ya estaba buena de ir, la cogió en alto en peso, la arrimó con la espalda a la pared, y poco a poco se la fue clavando. La estaba rompiendo J. G, con sus brazos alrededor del cuello del ladrón y sus piernas alrededor de su cintura, le mordía los labios hasta el extremo de hacerle sangre. Al ladrón no le importaba, ni los mordiscos ni las lágrimas de J.G. No paró hasta metérsela toda… Después la folló despacito. Quería que se corriese, pero estaba viendo que quien se iba a correr era él. Lo salvó la campana. Ya le estaba latiendo la polla, cuando le dijo J. G.
-¡Me vengo!
El ladrón le sacó la verga del coño. J. G, le comió la boca. De su coño salieron jugos mezclados con sangre que cayeron en el piso de la habitación. El ladrón se corrió al lado de su ojete.
Acabaron de correrse y sintieron la voz de la madre de J. G.
-Ya estoy en casa.
¿Delataría al ladrón o lo dejaría escapar?
Quique.