Con mi esposa vamos a un club liberal y nos metemos los cuernos
Como ya dije en el anterior relato esta es una experiencia real, de ahí que omita nombres y descripciones. Mi esposa y yo llevábamos dos semanas de sexo intenso. Era recordar lo que habíamos vivido en el club, calentarnos y ponernos a follar. Vivíamos permanentemente excitados así que no es de extrañar que decidiésemos volver y repetir la experiencia. Ninguno de mis temores se había cumplido. No nos sentíamos culpables, celosos o distintos: seguíamos siendo la misma pareja enamorada que además ahora compartía un secreto que nos unía aún más.
Por eso dos semanas después de nuestra primera visita al club empezamos la noche asistiendo a una actuación musical en un local donde nos pusimos a tono con un par de copas, luego una cena rápida en un bar y allí estábamos de nuevo, a la puerta del club, ella con un elegante vestido largo de color verde. Como ya os describí el local en mi primer relato no me repetiré, sencillamente diré que tras pedir en la barra nos sentamos tranquilamente a disfrutar de la consumición en la zona más pública. Con un poco de experiencia ya nos atrevíamos a mirar más a nuestro alrededor y a comentarnos cosas en voz baja. Había menos gente que en la anterior ocasión y eso nos decepcionó un poco así que esperamos a ver si la cosa se animaba pero no parecía hacerlo por lo que nos dirigimos a los vestuarios, nos desnudamos y sólo cubiertos con una toalla nos dirigimos al jacuzzi. Al igual que dos semanas antes la visión de mi esposa, completamente desnuda y depilada, bajando los escalones de entrada al jacuzzi causó sensación entre la media docena de hombres que allí se encontraban. En el agua sólo había otra pareja aparte de nosotros y se estaba enrrollando pero no tardó mucho en marcharse.
Pronto sentí a mi mujer acariciando mi pierna bajo el agua, me giré hacia ella y le vi sonreirme. Nos besamos dulcemente, sin prisas. Detrás de ella vi a un hombre joven, le calculé menos de treinta años, que se aproximaba lentamente hacia nosotros aunque no miraba en nuestra dirección. Mi esposa paró de besarme y me dijo al oído que le estaban tocando, que si se dejaba. Eran casi las mismas palabras que me había dicho la primera vez que habíamos acudido al local. Ella sabía de sobra que tenía permiso para hacer lo que quisiera así que en realidad no me lo decía para que diese mi visto bueno. La verdad es que le excitaba decirme que otro hombre estaba tocándola. Aun así le respondí que si era lo que ella quería, claro. Noté una mirada de alegría y excitación en ella y poco después vi cómo cerraba los ojos y me volvía a decir en bajo que le estaba penetrando el coño con un dedo. Se apartó de mí y quedó entre los dos con la espalda apoyada en la pared del jacuzzi mientras el desconocido se giraba hacia ella y proseguía con la masturbación. Aunque mi mujer seguía con los ojos cerrados disfrutando del momento su mano empezó a acariciar mi polla bajo el agua, masturbándola. La miré y me di cuenta que su otro brazo también estaba sumergido en el agua y se movía rítmicamente. Nos estaba masturbando a los dos a la vez. El resto de hombres en el jacuzzi miraban el espectáculo que estábamos dando y uno de ellos se acercó a tocarla. Eso hizo abrir los ojos a mi esposa que le rechazó para a continuación decirnos que siguiésemos en los reservados.
Una vez más éramos los únicos. Mi mujer iba la primera y decidió repetir el mismo lugar de nuestra anterior visita, la zona de espejos más alejada de la entrada. Allí se arrodilló en el tatami delante de nosotros y nos hizo una seña para acercarnos. Cogió nuestras pollas, una en cada mano, y empezó a menearlas porque habían perdido algo de dureza. Miré a quien se iba a convertir en su nuevo amante. Era un hombre joven, atractivo y moreno como me había parecido en la penumbra del jacuzzi y estaba muy bien dotado. Debía tener un pene de unos veinte centímetros en erección, ni demasiado delgado ni demasiado gordo. Cuando mi mujer lo vio suficientemente duro sacó un preservativo y se lo puso con la boca aunque en esta ocasión tuvo que ayudarse con las manos para extenderlo completamente. Mi polla es más pequeña y no tiene problema en tragársela hasta el fondo pero esta era demasiado grande. A partir de ahí mi esposa nos hizo una felación espectacular de rodillas. Nos las chupaba alternativamente, a él con preservativo y a mí a pelo, un rato una y un rato otra. Me pude fijar lo mucho que le gustaba la polla de aquel desconocido no sólo por el ansia con que se la mamaba o porque dedicase más tiempo a chupársela a él que a mí, sino porque cuando se dedicaba a él a mí me ignoraba y sin embargo cuando me la chupaba a mí una de sus manos seguía masturbándole. Ese pensamiento, que estuviese tan entregada a la polla de ese desconocido, me excitó terriblemente.
Tras dedicar un buen rato a nuestras pollas mi mujer se echó boca arriba. Yo comencé a comer su depilado coño que estaba empapadísimo. De vez en cuando levantaba la vista y lo que veía no hacía sino aumentar mi excitación. Él le chupaba y acariciaba los pezones que parecían a punto de reventar. Ella seguía comiendo esa polla que le encantaba como me confesaría después, tanto que no pudo evitar lamerle los huevos repetidamente para sentir su piel sin látex por medio. En esa postura sí era capaz de tragársela entera y fue así como noté que se corría muy fuerte en mi boca. Alcanzado el orgasmo mi mujer le obligó a sentarse en el suelo con la espalda apoyada en la pared y lo montó con fuerza, clavándose ese pollón hasta el fondo una y otra vez. Yo miraba a mi esposa excitadísimo al verla tan desatada gimiendo sin parar. Pasados unos minutos ella seguía cabalgándolo y yo me acerqué para besarla en los labios. Tenía el cuerpo brillante por el sudor y los ojos brillantes por la excitación. Era una imagen increíblemente sexual. Le dije que si le apetecía chupármela mientras él la follaba a cuatro patas. Yo sabía que era una de sus fantasías incumplidas y ella mordiéndose el labio me dijo que sí.
Me eché de espaldas en el suelo mientras ella hablaba con él, se sacaba la polla del coño y se inclinaba sobre mí exponiendo su culo a su amante. Comenzó a hacerme una felación mientras yo veía al tío acercándose con aquel pollón a mi mujer y empalándola. Noté cómo la embestía por el gemido que lanzó mi mujer con la boca llena de mi polla. Pero sólo era el principio. Su nuevo amante empezó a penetrarla salvajemente desde atrás mientras la azotaba. Los gemidos de mi mujer se repetían y la fuerza que él imprimía hacía que sus pechos se bamboleasen, que perdiese el ritmo de la felación e incluso que mi polla se le escapase de la boca, así que en vez de seguir chupándomela mi esposa se limitó a mantener mi pene entre sus labios dejando que el propio balanceo sustituyese a la mamada. En esa postura terminé cogiéndola por el pelo y forzándola a chupar mi polla hasta el fondo lo que no hizo sino excitarla más aún. Estuvimos así un buen rato, ella disfrutando simultáneamente de dos pollas por boca y coño y corriéndose repetidamente mientras él iba cambiando el peso de una pierna a otra para mantener el fuerte ritmo de la follada.
Cuando vi que su amante parecía estar cansado por la postura volví a apartarme y ella le montó de nuevo, esta vez de cara al espejo donde observaba su propio reflejo mientras su amante acariciaba sus pechos. También me miraba como diciéndome «mira lo que estoy haciendo, estoy follando con otro» y cada vez que lo hacía yo veía la lujuria en su mirada. Él no aguantó más y se corrió en el preservativo, sacó su polla que tapó con una toalla y empezó a acariciársela por debajo de la tela. Ella estaba tirada, sudorosa y sonriente. Me puse encima de ella y nos besamos repetidamente y tras un rato le dije que se estaba olvidando de nuestro amigo. Al escuchar eso me quitó de encima y se acercó a él, besando su cuerpo, y acabaron morreándose delante de mí. Eso bastó para volver a ponerle la polla dura. Su amante le pidió volver a follarla y ella se volvió en mi dirección pero no para decirme nada sino para coger otro preservativo. Ya no me pedía permiso para follarlo. De nuevo le puso el condón con la boca.
Volvió a cabalgarlo erguida empalándose hasta el fondo su polla. Ya hacía rato que los reservados tenían gente y la follada de mi mujer no pasaba desapercibida. Por eso un hombre se acercó a ella y empezó a masturbarse a menos de un metro mirándola cómo botaba encima de aquel tío. Mi mujer giró la cabeza y lo vio, allí, tan cerca, pero le ignoró centrada en disfrutar del pollón de nuestro amigo, así que el espontáneo acabó retirándose con la polla bien dura. Cansados de la postura cambiaron de posición y mi esposa se echó boca arriba a mi lado, me miró y me cogió la mano. Noté un fuerte apretón cuando él enterró la polla en su coño. Otra vez volvió a follarla muy duro, y yo lo notaba en cómo ella me apretaba la mano, me miraba con ojos vidriosos por el placer, los cerraba, gemía, y volvía a abrirlos y a mirarme. Entonces él le levantó las piernas poniéndolas en sus hombros y aumentó las embestidas. Aunque seguía apretando mi mano ella dejó de mirarme y sus ojos se dirigieron a él. Extendió su otra mano hasta cogerle del cuello y así, mirándose los dos se volvieron a correr, esta vez juntos. Alcanzado el orgasmo él se apartó y de nuevo cubrió su polla con una toalla, se despidió de nosotros hablando de quedar otra vez. Desgraciadamente no entendimos bien la cuenta de redes sociales para contactar en un futuro. Ya solos me giré hacia ella que se abrió de piernas para mí y la follé en estilo misionero. Se corrió y cambiamos de posición cabalgándome como había cabalgado a su amante tantas veces esa noche corriéndose de nuevo. Seguimos follando y cuando yo también estaba a punto de alcanzar el orgasmo mi mujer bajó y se tragó toda mi corrida. Nos besamos y quedamos echados uno junto al otro, reventados de la intensísima sesión de sexo que habíamos disfrutado, viendo nuestro reflejo desnudo en los espejos del techo. Una pareja que había observado todo lo que habíamos hecho nos ofreció un intercambio pero no podíamos más. Agradecimos el ofrecimiento pero lo rechazamos, nos duchamos, nos vestimos y abandonamos el local felices y cogidos de la mano.