Antonio se encuentra entre su madre y su hermana, un prisionero sexual como ningún otro, todo queda en familia
Vivo con mi Madre y mi hermana, ellas tienes 47 y 17 años y se llaman Sandra y Marta respectivamente. Marta me provocaba constantemente, y cada vez que discutíamos, mi madre siempre le daba la razón.
Una mañana estaba cansado, no me veía con ánimos de levantarme, el día anterior mi hermana me había tratado muy mal, pero cuando ella entró en mi cuarto no tenía elección.
– Vamos levanta, tienes cosas que hacer – dijo Marta, mi prepotente hermana, mientras encendía la luz. Era muy coqueta, tenía el pelo moreno y largo, hasta los hombros y los ojos negros como el carbón. Mide 1,75 diez centímetros mas que yo, y es que hasta la genética estaba en mi contra. Sabe que la diferencia de altura me impone, y quiere sacar provecho de todo su atractivo para sonrojarme.
– Ya voy… – ella se acercó rápidamente hacia mí y me partió la cara.
– Eso no es lo que te he enseñado, tienes que decir «Sí Ama».
– Perdón Ama.
– Vamos, tienes que hacerme el desayuno, y ya sabes como me gusta.
– Sí Ama – respondí al tiempo que me levantaba.
– Una cosa mas, si te revelas, te escapas o no obedeces o me tocas las narices de alguna forma, me enfadaré muchísimo contigo, le diré a todo el mundo que eres un marica y que te has comportado como un perro sumiso.
– Sí Ama, no se preocupe.
Ella salió para que me cambiara de ropa, pero me había ordenado que llevara bragas y unas medias blancas debajo de los pantalones, era humillante llevar ropa femenina, pero llevarla sólo porque lo diga mi asquerosa hermana… pero por mucho que me duela llevar ropa femenina era un mal menor, tenía que complacerla a toda costa, si la desobedecía… ademas, por lo menos no me dijo que llevara una falda o unos zapatos de tacón. Siempre nos hemos llevado mal, muy mal, casi ni nos hablábamos; desgraciadamente ahora me tenía bien cogido y sabía que me tenía completamente sometido a su voluntad.
– Aquí estoy Ama, le traigo el desayuno – estaba totalmente ruborizado, lleno de rabia, pero debía contenerme delante de Marta.
¿Y mi madre, cómo se lo iba a explicar a mi madre?
– Bien tráemelo aquí – indicó señalando una mesa baja de salón, situada dellante del sillón, quería desayunar viendo la tele.
– Sí Ama.
– Permanece aquí hasta que termine el desayuno.
– Sí Ama.
Mientras ella desayunaba yo la observaba con la mirada baja, en pie, sin apoyar mi cuerpo en la pared ni en el mobiliario y siempre dispuesto a realizar cualquier servicio que reclame; ella disfrutaba viendome totalmente sometido a su voluntad.
Tardó unos cinco minutos en terminar el desayuno y ordenarme que fregara el vaso y demás utensilios. Me dirigí a la cocina a fregar las cosas y cuando terminé volví ante la presencia de Marta.
– Muy bien, ahora prepara el desayuno a mamá, un café con leche y unas galletas, te quedarás delante de ella hasta que lo acabe, como has esperado aquí..
– Sí Ama.
– Recuerda que debes preguntarle si quiere que hagas algo mas a parte del desayuno, es mas prepárale el baño y la ropa, elige un conjunto elegante para ella.
– Sí Ama.
– Y si te dice que no insiste, di que no te importa obedecerla en lo que te diga, es mas, quédate con ella, para proporcionarle inmediatamente cualquier servicio que solicite.
– Sí Ama.
– Recuerda que delante de ella me tienes que llamar señorita, a ella señora y nos tendrás que hablar de usted.
– Sí Ama.
– Vale, acércate un poco – yo me acerque hasta estar justo delante de ella, entonces se agachó y me recortó… unos centrímetros los pantalones, ahora se verían un poco las medias que llevaba debajo.
– Eso es todo, ahora ve.
– Sí Ama.
Tenía ganas de llorar, mientras escuchaba las instrucciones de mi maliciosa hermana. Fui a la cocina para hacer el desayuno que se toma mi madre, en unos minutos fui a su dormitorio con el desayuno en una bandeja, estaba deseando que no me viera las medias, eso no sabía como explicárselo.
– Señora, le traigo el desayuno – anuncié a mi madre que ya llevaba despierta unos minutos.
– Vaya gracias, – respondió sorprendida – ¿A qué se debe este detalle?
– Me he levantado de buen humor y he pensado que agradecería este detalle – dije rojo de vergüenza, casi sin poder mirarla a la cara.
– Puedes mirarme a la cara, no me voy a enfadar – dijo sonriéndo, aún inconsciente de que tenía absoluto control sobre mí. Al contrario que a Marta, a ella no pude mirarla a la cara.
– ¿Te encuentras mal? Tienes mala cara – comentó extrañada.
– No señora, estoy perfectamente.
– ¿Por qué me llamas señora? – preguntó desconcertada.
– No es mas que una muetra de repeto hacia usted.
– ¿Y por qué no has ido al gimnasio? Siempre vas los sábados por las mañanas.
– he preferido quedarme para obedecerla, señora.
Esperé delante de ella, hasta que terminó de desayunar, yo recogí abatido la bandeja.
– ¿Puedo prepararle el baño, señora?
– No hace falta, gracias Antonio.
– Lo digo de verdad, puedo seguir obedeciendo si quiere señora.
– Obedecerme, eh? Muy bien, si insistes sí, prepárame el baño.
– Como diga señora – dejé la bandeja en la cocina y volví a su cuarto para preparar el baño.
– Estoy preparando el agua, ¿quiere que le prepare la ropa para cuando salga? – pregunté atemorizado, sabía que cuando comprendiera lo que pasa no se cansaría de mandarme.
– ¿Pero qué te pasa? Tú nunca has sido así.
– Las cosas han cambiado señora, ahora quiero obedecerla a usted y su hija, mostrando todo el respeto del mundo.
– No hace falta Antonio, pero haz lo que quieras.
– Sí señora.
Mientras mi madre se metió en el baño, yo revisé su armario, saqué un vestido veige, de tirantes que le cubría poco mas de medio muslo; también preparé unas medias negras y unos zapatos de tacón. Cuando terminé de seleccionar el conjunto me me dispuse a fregar la taza que mi madre había usado en el desayuno. Supuse que mi hermana ya estaba satisfechha, así que preparé mi bolsa de deporte y fui a hablar con Marta.
– Ya está Ama, voy a salir.
– ¿A donde crees que vas? No te he dado permiso para salir.
– Voy al gimnsasio como todos los sábados por las mañanas.
– De eso nada, tú te quedas aquí para seguir obedeciendo a mamá.
– Esto no puede estar pasando – pensé, temiendo que pretendía acabar con mi vida social.
– Además ¿si tus amigos se dan cuenta de que llevas ropa interior de mujer, que les vas a decir, que te obliga tu hermanita, que eres marica? – preguntó sonriendo – y puesto que ya no tienes porque salir de aquí ¿podrías darme tu carné de identidad y tarjeta del banco? Ya no las vas a necesitar – comentó sonriéndo.
– Sí Ama, como desee – respondí resignado.
– Y puesto que no vas a sacar dinero nunca mas, ¿podrías pagarme la piscina? Me gustaría pagar la cuota con tu dinero.
– Sí Ama – dije pensando que esta mujer diabólica quería destruírme.
Fui a por mi cartera y le di a mi hermana todo lo que me había pedido.
– Muy bien, ahora quédate en la puerta del cuarto de mamá y espera a que salga, quiero que le sigas como un perro faldero.
– Sí Ama.
– Y cuando tengas ocasión entrégale tu cartera, tu teléfono movil y tu targeta del banco, med a igual que excusa te inventes, dile que se lo regalas con todo tu cariño, si quieres.
Esperé unos minutos, luego salió mi madre con el conjunto que le había preparado.
– Has elegido un bestido un poco exagerado para que lleve por casa, ¿no? – comentó sonriendo; tenía razón, no podía verla, me daba mucha vergüenza, pero en otras ocasiones sí, mi madre estaba radiánte con ese vestido.
– Lo siento mucho señora si me he pasado.
– No tranquilo, está bien. Pero, ¿por qué has elegido este?
– Usted está imponente, digo… radiante con este vestido.
– ¿Imponente? ¿Ahora resulta que este vestido te impone?
– Quería decir radiante.
– ¿Entonces por que has dicho imponente?
– Se me ha escapado, lo siento mucho.
– ¿Pero te impone este vestido? Si es así me lo pongo mas a menudo – yo no sabía que decir, sufría mucho, me daba mucha vergüenza hablar de ese modo con mi madre, no podía mirarla a la cara y estaba llorando, pero ella parecía disfrutar muchísimo.
– A mí me impone usted, señora – respondí con la mirada al suelo.
Mi madre se fue al salón y yo la seguí detrás de ella, se sentó y yo me quedé en pie, con la mirada baja.
– Estás muy raro, te has vuelto muy… sumiso.
– Sí señora, me he dado cuenta de que es muy gratificante obedecer y mostrar respeto a una madre.
– ¿Aunque te trate como a un criado?
– Sí señora.
– Es que tener a mi propio hijo a mis pies no me parece muy ético.
– No se preocupe, señora, le aseguro que no me importa.
– Muy bien traeme un baso de… no eso no, traeme la barra de labios, los polvos bronceadores y el pintauñas.
– Sí señora.
En unos segundos volví con el maquillaje que me había dicho, yo estaba muerto de miedo, ante la lluvia de ideas que me venían a la cabeza.
– Quiero que me pintes, empieza por las uñas – por el modo en que me hablaba no parecía que tuviera intención de ceder, tenía la impresión de que no se cansaría de mí.
– Sí señora.
Mientras le pintaba me daba la impresión de que disfrutaba bastante, sabía que yo debía estar sufriendo obedeciéndola, pero eso no le importaba, pese a que yo le había dicho que fue decisión mia, no me creyó, creo que sabía que fue mi hermana la que hizo que estuvuera sometido, pero aun no sabía hasta que punto querría imponer su autoridad.
– Puedes parar cuando quieras, yo no me voy a cansar de tener un hijo obediente y sumiso, aunque eso suponga verte llorando y humillarte – comentó mi madre indiferente.
– No se preocupe, ya le he dicho que me gusta estar a sus órdenes.
– Vale como quieras.
Le pinté las uñas de color marrón, luego le puse los polvos bronceadores en la cara y finalmente le pinté los labios.
Ella sonreía a expensas de mí, que soy su hijo. Hasta ese momento no fui capaz de mirarla a la cara. Tenía el pelo bien peinado, le llegaba hasta los pechos, lo tenía liso y castaño, y los ojos eran grises. Sin maquillaje era bastante atractiva, pero maquillada era imponente, además ella mide 1,73; ocho centímetros mas que yo. Despues de maquillarla con sumo cuidado me indicó que guardará las cosas y que volviera al salón.
– Haz la cama de mi habitación y vuelve cuando acabes.
– Sí señora.
Así lo hice, fui a su cuarto, hice la cama de mi madre y entonces volví ante su presencia.
– Ya estoy aquí señora, ¿Qué mas puedo hacer por usted?
– Es la hora del almuerzo, prepárame unas tostadas con mantequilla.
– Sí señora, ¿Quiere que le traiga las tostadas con la mantequilla untada?
– Pues mira, ya que lo dices sí, hazlo.
– Muy bien, en seguida vengo.
En unos minutos volví, pero no con las tostadas.
– Señora, le entrego mi teléfono móvil y mi cartera con mi targeta y mi documentación.
– ¿Has perdido la cabeza? ¿Qué quieres que haga con esto?
– se lo entrego para que usted disponga de él, yo ya no lo quiero – en ese momento aprobeché para decírle el número secreto de la targeta – tambien puede compartir ese dinero con Marta si quiere.
– Vaya gracias, esto sí es una sorpresa – respondió riéndose emocianda.
– Ven, acércate, quiero que me las lleves a la boca para que le de cada bocado.
– Claro señora.
Estuvimos así hasta que se comió una tostada y media.
– ¿Tú no quieres un poco?
– No gracias, no me apetece.
– Insisto, después de lo que estás haciendo me sabría muy mal, dejarte sin comida – no sabía que hacer, ¿Si Marta estuviera aquí que haría? Me diría que coma para no ofenderla, o diría que no tengo derecho, cualquier decisión podría ser errónea.
– Si insite señora comeré.
– Es lo que quería oír, pero ya que eres tan obediente quiero que te lo comas con mermelada de fresa.
– ¿Cómo dice? – nunca me ha gustado la fresa, y aunque mi madre no lo sabía entonces, no tenía elección.
– Lo que has oído, trae la mermelada y úntala en la tostada, sobre la mantequilla, quiero que te la comas así – indicó mi madre con una amplia sonrisa.
Así lo hice, cogí la mermelada, la llevé al salón y la unté en la tostada.
– Muy bien, ahora quiero que te la tomes – yo estaba indeciso, no tenía elección, debía comérmela, y no quería hacer esperar a mi madre, pero no me gustaba nada la fresa, y mi madre lo sabía.
– ¡Deprisa, es para hoy!
– Sí señora – y poco después le dí un bocado a la tostada con mantequilla y mermelada de… fresa, y otro, y otro, así hasta que me la acabé. A mí se me caían las lágrimas, de la vergüenza y de la humillación.
– ¿Ves como no es tan dificil, hijo?
– Sí señora, tiene razón.
Finalmente terminé el almuerzo que se dejó mi madre y fui a la cocina a fregar los utensilios en esta ocasión, y volví al salón para estar nuevamente a disposición de mi madre.
– Puedes irte a tu cuarto, no hace falta que estés todo el día a mis órdenes – pero no decía nada, no sabía como explicárselo; en lugar de ello, seguí quieto e inmovil, en pie, pero con la mirada al suelo; entonces recordé una opción que me dio Marta.
– Si no me necesita puedo hacer otras cosas, puedo, limpiar la ropa, plancharla…
– Está bien no te muevas si no quieres, quédate aquí por si te necesito.
– Lo que yo quiera no importa, ¿Quiere que me quede con usted, o que me ocupe de la ropa?
– Está bien, quédate aquí.
– Sí señora.
– Mientras permanecí delante de mi madre, llegó Marta.
– Saca las cosas de la bolsa de deporte y llévalo al cesto de la ropa sucia; la toalla y el bañador.
– Sí señorita.
Mi madre ya no se creía lo que había visto, una cosa es que obedezca a mi autoritaria y femenista madre, y otra muy distina que obedezca a mi prepotetente, cruel y repugnante hermana con quien no podía ni hablar. Ni yo mismo me creía lo que estaba pasando, seguía y obedecía incondicionalmente a las dos como un fiel servidor, pero debía obedecerlas a cualquier precio, porque Marta sabía algo de mí desde el día anterior, y mientras yo las obedecía mantendría la boca cerrada.
– Esto ya es demasiado, ¿Qué ha pasado? – preguntó mi madre totalmente cambiada.
– Antonio, espera un momento, mamá ha hecho una pregunta, ¿Le vas a responder tú, o le vas a dejar en ascuas? – preguntó mi hermana Marta sonriéndo.
– Es un secreto entre Marta y yo – respondí aún mas sonrojado y nervioso.
– Venga ya, nunca os habeis llevado tan bien como para hacer lo que te mande tu hermana ni para compartir ni si quiera un secreto.
– Señora, su hija quiere que eche a lavar su bañador y toalla – dije totalmente derrotado y humillado.
– Vale ve; en cuanto a ti, Marta, Antonio está llorando y ruborizado, nunca es tan servicial, y mucho menos contigo, está claro que no obedece por voluntad propia ¿Qué le has hecho?
– Eso es cierto, pero ¿No es mas servicial ahora?
– Sí, servicial es muy servicial, no me importa que esté a mis pies, y lo hace muy bien, pero quiero saber que ha pasado.
– Bueno, si tantas ganas tienes de saberlo puede decírtelo él mismo, puedes apretarle hasta que se canse y quiera confesar, pero si nos desobedece en algo yo misma te lo diré.
Volví a estar en el salón, junto a mi madre y mi hermana.
– Antonio, Ponte de rodillas y besa mi mano, con todo el cariño y respeto que te he enseñado a mostrarnos ahora – ordenó mi repugnante hermana, con una maliciosa sonrisa.
– Sí Ama – respondí al tiempo que la obedecía.
– ¿Ama? – preguntó extrañada mi madre.
– Así es – añadío sonriéndo – ahora quiero que te acerques y me abraces – yo obedecí, me acerqué arrodillado para abrazar a mi hermana; ella, por su parte, cubrió mi cabeza abrazándome con sus cálidas manos. Yo estaba deseando salir de esa situación, pero era imposible, debía humillarme.
– Antonio, ¿Por qué no haces algo para comer? – preguntó mi madre – ya va siendo hora.
– Sí señora, como diga – respondí llorando. Lo cierto es que me pasé toda la mañana llorando, lloraba desconsoladamente, temiendo el trato degradante al que estaba sometido y el castigo que podría darme mi madre si se enterara de lo ocurrido; y desde el principio fui incapaz de mirar a mi madre a la cara, sólo la idea de que pudiera enterarse de lo que hice me daba pánico.
– Has debido hacer algo muy grave, si estás aguantando tanto.
– No tiene importancia, señora.
– ¿Por qué no me llamas Ama a mí también?
– Si lo desea, también le llamaré así.
– Sí, deseo que me llames Ama – respondió mi madre complacida.
– Como quiera, las dos serán mis Amas a partir de ahora – respondí abatido con la mirada al suelo – voy a hacer la comida, Ama.
El tiempo pasaba y pasaba, pero ni mi madre se cansaba de este asqueroso juego, ni mi hermana quería liberarme. Las dos me obligaban a servirlas con absoluta entrega, porque sabían que nunca diría que no.