Cada uno disfruta de follar a su manera ¡A mí me gusta así!

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Este relato es para decirle a una de mis lectoras (me mando unos videos masturbándose) lo que me gustaría hacerle y cómo cogería con ella si nos encontráramos.

Era el único cliente de un bar de mala muerte. Estaba de pie frente a la barra tomando un cerveza bien fría y aburrido cómo una ostra cuando entró ella y le pidió al barman cambio para sacar de la máquina expendedora un paquete de cigarrillos. La miré y me sonrió. No era muy alta, ni gorda ni delgada, tenía los ojos café claro, los labios chiquitos, el cabello chino, era pecosa y guapa. Le pregunté:

-¿Quieres tomar algo?

-¿Sin ningún compromiso?

-Por supuesto.

-Me tomaría un helado de vainilla, hace mucho calor.

El camarero le dio el cambio, fue a sacar el tabaco y al volver tenía una copa de helado de vainilla sobre la barra.

Se sentó en un taburete, sonrió, y me dijo:

-Gracias.

Ella sabía que si la invitara era por algo, siempre lo saben. Ninguna mujer es tonta, por eso no le extraño que le preguntara:

-¿Cómo te llamas?

Se tomó una cucharada de helado y sin mirarme, respondió:

-Kat.

-¿Kat viene de Katy?

-Algo así.

-¿Y de dónde eres?

-Del mundo.

Por el acento se notaba que era sudamericana, y de ello concluí que estaba de vacaciones en Galicia. Le dije:

-Sois guapas las del mundo.

-Hay de todo.

-Ya, cómo en todas partes. Cien euros.

Me miró con extrañeza.

-¿Qué pasa con los cien euros?

-Que te doy cien euros por una noche.

Ni se inmutó, siguió comiendo el helado, a los diez segundos, más o menos, me miró y me dijo:

-¿Quiere que sea su puta por una noche?

-Sí.

-Ciento cincuenta.

-Hecho.

Un cuarto de hora más tarde entrábamos en la habitación de un bar de carretera donde paraban los camioneros y no hacían preguntas. Nada más entrar la agarré por la cintura.

-¡Vaya prisa tienes, papi!

Le di la vuelta y le comí su boca de piñón. Mi lengua acarició la suya, una lengua que tenía sabor a vainilla. Luego le mordí suavemente el labio inferior, y cuando la volví a besar ya le mordí la lengua. Kat sintió mi polla dura latir en su cuerpo. Rodeó mi cuello con sus brazos y se apretó contra mí. Me separé, bajé la bragueta y saqué la polla, le puse una mano sobre la cabeza, y le dije:

-Chupa, puta.

-Sí, papi.

¡Vaya si chupó! La metía toda en la boca. Chupaba los huevos y la meneaba. Mamaba la cabeza, lamía desde los huevos al glande, la volvía a meter toda dentro de la boca, y vuelta a empezar… Hasta que chupando la cabeza me empecé a correr. No paró, siguió mamando y se tragó toda la leche.

Al acabar, se puso en pie y se desnudó. ¡Cómo estaba la cabrona! Sus tetas eran medianas, tirando a grandes, tenían pequeñas areolas rosadas y unos pezones gruesos y erectos. Su coño era pequeño y tenía vello de una semana. Yo también me desnudé. Mi polla estaba a media asta cuando cogí uno de mis kiowas y amenazándola con el, le dije:

-¡Mastúrbate o cobras, puta!

-Tu mandas, papi.

Kat, era de pocas palabras y muchos hechos, se echó sobre la cama, metió dos dedos en el corte y acarició su clítoris. Yo la meneaba mirando lo que hacía. Al rato, e dije:

-¡Abre el coño a ver cómo estás, furcia!

-Lo tengo mojadito, papi.

Abrió los labios vaginales con los dos dedos y vi lo cachonda que estaba. Hilos de jugo blanco iban de un labio al otro. La visión me la puso dura de nuevo. Tiré el kiowa en el piso de la habitación y me eché a su lado en la cama, le magreé las tetas y le volví a comer la boca. Esta vez no le mordí el labio ni la lengua, la traté con una delicadeza exquisita, y aún más al comerle las tetas, bueno, hasta que le mordí los pezones. Ese fue el punto de inflexión. Le ordené:

-¡Date la vuelta, zorra!

La chavala era obediente.

-Sí, papi.

Se dio la vuelta. Tenía un culo precioso., Se lo levanté y se lo comí. Ya no lo pudo evitar, comenzó a gemir. Le azoté el culo con las palmas de mis manos: «¡Trassss, trassss…!»Siguió gimiendo con cada golpe. Sacó el masoca que hay en mí. Salí de la cama. Cogí el kiowa y le di, en una nalga y en la otra. A cada: «¡Plasssss!, se sentía un: «¡Ohhhhh» Le di unas cuantas veces… Al sentir por sus gemidos que se iba a correr, volví a tirar el kiowa al piso, subí a la cama, me arrodillé y le dijo:

-¡Date la vuelta, cabrona!

-Tú mandas y yo obedezco, papi.

Se dio la vuelta, le abrí las piernas, las puse sobre mis hombre. Vi su pequeño coño abierto. No se veían los labios, todo eran jugos blanquecinos. Lamí y me tragué toda aquella delicia, después metí todo el coño en la boca y mi lengua dentro de su vagina… Al sacarla lamía su clítoris. Kat agarró la almohada con una mano y le metió un mordisco que si llega a ser mi polla me la arranca de cuajo. Sus chillidos de placer se ahogaron en la almohada y sus sacudidas en mis hombros.

Al acabar de correrse la dejé sobre la cama. Aún respiraba con dificultad cuando la cogí en alto en peso y se la clavé en el coño. Entró demasiado apretada, tanto que chilló cómo una coneja cuando se la meten. Pensé que si no era virgen poco le faltaba. Rodeó mi cuello con sus brazos y apoyó su cabeza en mi hombro. La follé para correrme yo, pero en nada se volvió a correr. Sentí cómo su coño apretaba mi polla y cómo la bañaba con sus jugos. Sus labios buscaron los míos. Le di mi lengua para que la chupara. La chavala se corría con facilidad. Al acabar la puse en el piso. Era insaciable. Aún tirando del aliento, se puso en cuclillas y me lamió los huevos… Era el comienzo de una mamada que no le dejé terminar, ya que cando sentí que me iba a correr, le dije:

-Ponte en la cama a cuatro patas, guarra.

Se puso a cuatro. Me coloqué detrás de ella, le agarré por los pelos, tiré de su cabeza hacia atrás y se la clavé en el culo. Chilló otra vez cómo una coneja. No iba a tardar en correrme. Ahora el que gemía era yo, mejor dicho, jadeaba cómo un perro. Kat puso una mano en el coño. Quise saber lo que hacía y coloqué una mano sobre la suya. Se estaba acariciando el clítoris. Aquello ya era demasiado, me corrí y le llené el culo de leche, por primera vez, me dijo:

-¡Me vengo, papi!

Fue una noche muy larga.

Quique.