Calentando el culo de mamá

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Volviendo del instituto en un metro repleto de gente, virus y sudores de un rutinario día laborable, estaba un Juan apretujado entre la multitud, escuchando música al máximo volumen a través de unos cascos conectados por cable a su móvil cuando le llamaron por éste.

Observó en pantalla que el nombre de su amigo Xabi aparecía en la pantalla por lo que, conectándose a la llamada, la música cesó, al tiempo que él respondía:

¿Sí? Dime.
Sorprendido al escuchar fuertes gritos por el móvil, no pudo evitar dar un potente brinco al tiempo que aparecía en pantalla unas enormes tetas que se desplazan arriba y abajo, una y otra vez, en la pantalla.

Los cascos salieron disparados de sus orejas y del móvil, provocando que gritos, suspiros y resoplidos atronaran por todo el vagón.

¡Ah … ah …más … más … dame más! ¡Fo … Folla … Fóllame … fóllame!
A duras penas logró atraparlos, prácticamente en el aire, antes de que se perdieran entre la maraña de cuerpos que rebosaban el vagón, exponiendo la pantalla de su móvil a decenas de ávidos ojos que disfrutaron, entre divertidos y lascivos, de las voluptuosas tetas que, balanceándose, la inundaban.

Todavía tardó varios segundos, que le parecieron décadas, hasta que logró desconectar la llamada no sin antes percatarse que no solo unas enormes tetas se mostraban en pantalla, sino también el rostro arrebatado de su cachonda propietaria, que no era otra que … ¡su madre!

Una cascada de carcajadas y comentarios, la mayoría obscenos, inundó el repleto vagón.

¡Vaya melones!
¡Joder! ¡Cómo se la están follando!
¡Si es tu novia, tío, te está poniendo unos cuernos de campeonato!
¡Ostias! ¡Cómo me ha puesto la polla, la muy cerda!
¡Me la ha puesto dura, pero que muy dura! ¡Duríiiiiiiisima!
¡Cómo chilla la guarra! ¡Se la están jodiendo bien!
¡Dinos donde está! ¡Seguro que quiere más polla y aquí hay un montón que se la metemos con gusto!
Alguno le puso la mano en la cabeza, gritando entre risotadas:

¡Vaya pedazo cuernos!
¡Ufffff … como pesan los cuernos, cornudo!
¡Como pinchan!
¡Y le siguen creciendo!
También hubo más de un gracioso que imitó la voz y lo que se escuchó por el móvil, provocando todavía más risotadas y carcajadas.

Con la cara colorada como un tomate, el joven, avergonzado, logró salir a empujones del vagón, a pesar de que no era la estación en la que quería bajarse.

Aun así, carcajadas y comentarios obscenos le acompañaron por el atestado andén, impidiendo, como era su intención, huir.

Subiendo con el gentío por las escaleras, logró, al fin, salir a la calle, y, alejándose del bullicio, caminó por la calle hacia su casa, hacia la casa familiar que compartía con sus padres.

La mayoría de los que iban en el vagón se cruzarían con él por la calle, en el metro y en el instituto, incluso muchos compartirían clases con él y le conocían con nombres y apellidos. Estaba marcado, marcado por la vergüenza. Sería objeto siempre de burla y cachondeo.

Confiaba que los que habían visto en la pantalla el rostro a su madre follando no lo identificaran con ella, si es que ya la conocían o podrían conocerla en el futuro.

Mientras caminaba por la calle la vergüenza se fue diluyendo siendo sustituida por un cabreo monumental, un cabreo monumental no solo hacia su amigo que continuaba tirándose a su madre y que encima se lo recordaba habitualmente, sino hacia ésta, hacia su progenitora, por dejarse follar y no evitarlo.

Al llegar a casa, recorrió furioso todas las habitaciones por si la encontraba, incluso todavía follando, pero no, no estaba. Todavía no había llegado.

Se fue a su habitación y, cerrando la puerta de un portazo, comenzó a quitarse la ropa de la calle y ponerse la de casa, algo más cómoda.

Estaba quitándose el pantalón cuando escuchó que se abría la puerta de la calle y los pasos inconfundibles de su madre recorrían el pasillo, encerrándose su dormitorio.

Furioso, se le engancharon los pies en las perneras, tardando un tiempo en sacarse los pantalones.

Una vez se hubo despojado del pantalón, salió rabioso de su habitación, llevando un holgado calzón como única prenda, y, acercándose al dormitorio de sus padres, abrió la puerta bruscamente, sin contemplaciones y sin avisar, pillando a su madre en bragas, de espaldas a la puerta y al lado de los pies de la cama de matrimonio.

A pesar de verla de espaldas y solamente en bragas, el joven, sin pensárselo, se dirigió rápido hacia ella.

Sorprendida la mujer se giró hacia la puerta. Pensaba que, dada la hora que era, no habría nadie en casa y menos su hijo, al que inicialmente no le dio tiempo a reconocer.

Al llegar Juan donde estaba su madre, ésta ya se había girado y, fijándose en las grandes y erguidas tetas de ella, instintivamente puso sus manos abiertas sobre éstas, empujándola hacia atrás.

Tropezando con la cama, cayeron violentamente ambos sobre ésta, la mujer bocarriba y el joven sobre su madre, entre las piernas abiertas y su rostro entre las tetas de ella.

Conmocionada y sin reconocer a su hijo, Rosa empezó a chillar aterrada, moviéndose convulsivamente para quitárselo de encima, provocando con su agitación que Juan, sin desearlo, la restregara insistentemente su boca y rostro por las tetas, sin dejar de manosearlas.

También el cuerpo del joven se frotó reiteradamente con la entrepierna y el sexo de su madre, excitándola todavía más, mientras el pene de Juan, también estimulado por el cabreo y por la fricción insistente, se congestionara, creciendo y endureciéndose.

Al mismo tiempo que la parte superior del calzón se desplazaba, dejando al descubierto todo el sexo y las nalgas del joven, las finas bragas de su madre también se movieron, dejando al descubierto la entrada a su vagina.

Intentando incorporarse, Juan, que se deslizaba hacia los pies de su madre, con el fin de evitarlo, apoyó los pies en el suelo y, tomando impulso hacia arriba, penetró de golpe con su erecta verga al coño de su madre.

Rosa, sintiéndose penetrada, dejó de agitarse, conteniendo la respiración y abriendo mucho los ojos y la boca.

Como todavía el joven se deslizaba hacia abajo, su pene también lo hizo dentro de la vulva de ella, por lo que, para evitar caerse, Juan se impulsó hacia arriba, penetrándola otra vez con su miembro, y así una y otra vez, excitándose y congestionándose todavía más.

El motivo dejó de ser no caerse sino, sobrexcitado por el momento, era correrse, follársela, y, aunque un extraño sentido de lo prohibido, del tabú de que se estaba follando a su madre, afloró en la mente del joven, éste, entregado a los placeres de la carne, no lo evitó, sino que, moviendo sus caderas, aumentó el ritmo del folleteo, deslizándose su calzón por las piernas hasta caer al suelo, dejándole completamente desnudo.

Pasada la sorpresa inicial de sentirse penetrada, Rosa tardó varios segundos en reaccionar, pero no con tanta virulencia como al principio. Sintiendo el placer y el morbo de que se la estaban follando, amagó con escasa energía de empujar al joven para quitárselo de encima y, como no lo conseguía, se entregó, abrazando con sus piernas la cintura de Juan, dejándose follar sin oponer ya ninguna resistencia.

Al estar el rostro del joven sobre el colchón, oculto de la vista de la mujer, ésta no podía verle el rostro, no sabía que era su hijo el que se la estaba follando.

Depositando sus brazos extendidos a lo largo del cuerpo, hacia la cabecera de la cama, Rosa se dejó llevar, entregada, suspirando y gimiendo cada vez más, al tiempo que Juan resoplaba, cerca de una de sus orejas, con fuerza en cada embestida.

De más sonidos se inundó el dormitorio, como el de los cojones del joven al chocar contra el perineo de la mujer, el de la cama rebotando contra la pared y el de los muelles forzados en cada embestida.

Fue primero la madre la que se corrió, emitiendo varios chillidos de placer, seguida por su hijo, que, animado por los chillidos de ella, tampoco se cortó al gritar, anegando de esperma y fluidos la vulva de la mujer.

Disfrutando de los orgasmos continuó el joven inmóvil y bocabajo sobre la mujer y, cuando tuvo constancia de lo que había hecho, de que se había follado a su madre, un gran sentimiento de culpa y vergüenza le inundó y no supo cómo reaccionar.

Pensándolo durante unos segundos, se dio cuenta que ya no podía ocultarlo ni huir así que se dejó caer bocarriba en el colchón al lado de su madre, permaneciendo inmóvil.

Varios minutos pasaron hasta que uno de ellos se atrevió a incorporarse de la cama y fue Rosa, avergonzada, la que lo hizo.

Lentamente se sentó en la cama y, girando la cabeza, se atrevió, entre asustada y avergonzada, a mirar el rostro de su follador. Al darse cuenta que era su propio hijo el que se la había follado, emitió un agudo y breve chillido.

Alarmada saltó de la cama al suelo y, colocándose en pie frente a Juan que, permanecía bocarriba y sin moverse sobre el colchón, le chilló terriblemente avergonzada:

¡Pe …pero … ¡¿Qué has hecho? ¿Qué has hecho?
Deja de acostarte con mis amigos.
Fue la única respuesta que proporcionó su hijo con una voz tranquila y monocorde.

¿Co … cómo?
Preguntó la mujer gritando, fuera de sí, sin comprender exactamente lo que había dicho.

Que dejes de acostarte con mis amigos.
Repitió con el mismo volumen y tono el joven.

¡Pe … pero … ¡¿Sabes lo que has hecho, lo que hemos hecho?
Que dejes de acostarte con mis amigos.
¿Con … con tus amigos? ¿Me … me has fo… me he has hecho esto porque … me acuesto con tus amigos?
Me avergüenzas cuando lo haces.
¿Pero … qué dices? ¿Que … que te avergüenzo? Pero … ¿sabes lo que has hecho? Te has acostado con … conmigo.
No te acuestes con mis amigos.
¿Con .. con tus amigos? ¡Si son ellos los que se acuestan conmigo!¡Son ellos los que me acosan, los que me persiguen, los que me obligan, no yo!
Como Juan permanecía ahora en silencio, sin moverse y con los ojos cerrados, la mujer, indignada, miró primero la verga morcillona de su hijo, empapada de esperma y descansando sobre el muslo del joven. Luego se miró la entrepierna y sus bragas desplazadas mostrando su sexo empapado también de fluidos.

Fuera de sí, chillando histérica, se arrancó rabiosa las bragas y, sin saber qué hacer con ellas, dudando si tirarlas o qué, se las restregó furiosa por la entrepierna y por el interior de los muslos, limpiándose los fluidos.

Mirando nuevamente a su hijo, levantó una pierna, colocando violentamente su pie sobre el miembro de éste, provocando que Juan gritara, entre sorprendido y dolorido, por el golpe.

Encogiéndose por un momento, el joven sujetó con las dos manos el pie de su madre, relajándose enseguida y volviendo a la posición inicial, bocarriba y despatarrado sobre la cama.

Apoyándose la mujer con una mano sobre un sillón próximo, no levantó el pie del cipote del joven sino que lo apretó ligeramente y, moviéndolo en círculos lentamente sobre él, lo masajeo, al tiempo que le decía, sin levantar ahora la voz, a su hijo:

Si quieres jugar duro, jugaremos.
El masaje iba teniendo su efecto y la verga de Juan volvía otra vez a congestionarse y a endurecerse, mientras el joven, aguantaba sin moverse sobre la cama, con los ojos semicerrados, gozando del masaje, y su madre seguía diciéndole con una suave y extraña voz que, más que melosa, era perversa sin ocultar una morbosa sensación de peligro como de aplastarle o patearle el miembro:

¿Quieres saber lo que me hacen tus amigos, lo que me piden y que yo gustosamente lo hago? ¿Quieres, verdad, quieres saberlo? Yo te lo voy a contar, a contar con todo lujo de detalles lo que hago a tus amigos.
Sin dejar de masajearle el cipote con la planta del pie, continuó explicándoselo despacio y con voz suave, introduciendo breves pausas de escasos segundos entre párrafo y párrafo:

A veces quieren que yo misma me desnude, otras me desnudan ellos.
A veces me arrancan la ropa, otras me la quitan poco a poco.
A veces me dejan solo las bragas … o el sujetador … o las medias.
Pero casi siempre me dejan sin nada … completamente desnuda.
A veces quieren que me disfrace.
Unas veces de colegiala, otras de profesora, de enfermera, de puta, de guardia, de camarera, de vecina, de compañera de clase, de trabajo … incluso de hombre.
A veces quieren que se la chupe, que les coma la polla, que me las meta en la boca y las acaricie con mis labios, con mi lengua, con mis manos, hasta que … se corran.
A veces prefieren mis pechos, que les meta su polla entre ellos y … correrse.
Pero siempre … siempre … siempre … quieren follarme.
Algunos también … por el culo.
Con la verga completamente erecta, dura y congestionada, estaba el joven entregado, a punto de eyacular cuando su madre, deteniendo su masaje, le tiró con fuerza las bragas manchadas al rostro y, poniendo su pie en el suelo, se giró, alejándose rauda, al tiempo que le chillaba rabiosa:

Y a ti que te follen.
Sorprendido por la violenta reacción de su madre y frustrado el potente orgasmo que estaba a punto de alcanzar, su lujuria dio paso a una furia incontrolada, y, levantándose rápido, se lanzó hacia su madre, alcanzándola cuando estaba a punto de entrar al cuarto de baño.

Cogiéndola de las tetas por detrás, tiró con fuerza hacia atrás, pellizcándola los pezones, provocando que Rosa chillara asustada y dolorida, perdiendo el equilibrio y cayendo al suelo.

Intentó incorporarse la mujer, pero Juan, de pie al lado de ella, empujándola y sujetándola por las tetas, se lo impidió una y otra vez a pesar de los gritos y de la resistencia de ella.

Agarrándola por un tobillo, tiró con fuerza de su madre hacia la cama, arrastrándola por el suelo durante unos metros y, mientras lo hacía, el joven la miraba las tetas y el coño, regodeándose no solo en su lujuria sino también para humillarla.

Rosa, revolviéndose, logró soltarse y, colocándose a cuatro patas sobre el suelo, quiso alejarse de su hijo, gateando, pero éste, montándose sobre la espalda de ella, retuvo su marcha.

Asiéndola por el cabello, tiró de él hacia atrás y comenzó con su mano a fustigarla duramente las nalgas, como si cabalgara a una yegua salvaje, domándola,mientras, girando a ciegas, se acercaban sin quererlo a la cama.

Chocando contra el mueble, Juan, soltándola, se incorporó, dejando que su madre, sujetándose a la cama, empezara a levantarse, y, al verla con el culo en pompa, un par de fuertes azotes la propinó.

Tirando de ella, el joven se sentó en el colchón y logró colocársela bocabajo sobre sus rodillas. Una vez sujeta, empezó nuevamente a azotarla fuertemente las nalgas con una mano.

Pateando frenética en el aire, Rosa chillaba en cada fuerte azote que recibía, intentando infructuosamente con su brazo cubrir sus nalgas doloridas de la azotaina que estaba recibiendo, mientras su hijo la increpaba con una voz deformada por la furia y la lascivia.

¿Y esto no te lo han hecho? ¿No te han roto el culo a pollazos?
¡Aaaay! ¡Aaaay! ¡Suéltame! ¡Suéltame! ¡Soy tu madre … tu madre!
Se quejaba, chillando, la mujer, sin poder soltarse ni evitar que la flagelara violentamente las nalgas.

¡Aaaay! ¡Se lo … se lo voy a decir a … a … a … a tu padre!
Amenazó Rosa, entre sollozos y gritos.

¿Y que vas a decirle? ¿Qué has follado con tu hijo después de hacerlo con sus amigos? ¿Eh? ¿Vas a decirle eso?
Respondió Juan, entre gritos y carcajadas, sin dejar de azotarla, sintiendo como su verga crecía y se congestionaba cada vez más bajo la presión y los botes del voluptuoso cuerpo de su madre.

Separándola las nalgas apreció el ano, prieto, blanco e inmaculado, y, metiendo un par de dedos en él, empezó a dilatarlo, escuchando a su madre quejarse.

¡Aaaay! ¡Por favor … por favor … no … no sigas … me haces daño!
Sollozó la mujer suplicando que parara y el joven, al escucharla, se ablandó y, soltándola, dejó que se levantara de sus rodillas, pero todavía estaba haciéndolo cuando, tirando de ella, la desequilibró, provocando que se colocara a cuatro patas sobre la cama.

Sujetándola por las caderas para que no huyera, en un rápido movimiento se situó entre las rodillas de la mujer, y, dirigiendo su verga erecta y dura al acceso a la vagina, la penetró al momento hasta el fondo, hasta que los cojones chocaron con el culo de ella.

Rosa, al sentirse nuevamente penetrada, contuvo por un momento la respiración, abriendo mucho los ojos y la boca. Cuando quiso reaccionar, ya estaba su hijo follándosela otra vez, y, aunque emitió un débil chillido acompañado por un “¡No!”, se dejó llevar. Pensó que ya se la había follado antes y el supuesto mal contra la moral ya estaba hecho, así que solamente la quedaba gozar del polvo que la estaba echando y a su hijo desfogarse del monumental cabreo que llevaba encima.

Las potentes embestidas de su hijo al follársela, la obligaron a doblar los brazos y, apoyando los antebrazos sobre el colchón, escondió su cabeza entre ellos.

El constante frotamiento del erecto y duro cipote recorriendo apretado todo el interior de la empapada vulva fueron excitando cada vez más a la mujer que se entregó al disfrute de la carne.

Sus acompasados chillidos, suspiros y gemidos siguieron el creciente ritmo marcado por los resoplidos y arremetidas del joven, interrumpidos por momentos por los sonoros azotes que la propinaba en sus cada vez más coloradas nalgas y que la hacían emitir agudos chillidos de dolor y morbo.

Sin dejar de follársela, Juan miró al espejo que había en el dormitorio, viéndose reflejado tanto él como a la sabrosa hembra que se estaba tirando.

Observándola el encarnado culo en pompa que se estaba beneficiando, se excitó todavía más y, sacando el miembro del coño, apuntó al agujero del culo y, a pesar de la resistencia que encontró en el orificio, estaba tan caliente que lo penetró en un momento.

Un grito agudo de dolor emitió su madre al recibir su ano el cipote duro de su hijo, pero, aunque se agitó brevemente aguantó sin oponerse.

Cuanto antes se apaciguara su hijo, mucho mejor.
Pensó Rosa aguantando estoicamente en su amor de madre.

Retomando el folleteo, el joven, en pocos segundos, volvió nuevamente a correrse, gritando al hacerlo.

Se mantuvieron varios segundos inmóviles, Juan con la verga dentro del culo de Rosa hasta que descargó todo el semen que contenían sus huevos y, cuando la desmontó, la mujer se dejó caer, exhausta, avergonzada y dolorida, bocabajo sobre la cama.

Situado de pie al lado de la cama, el joven miró a su madre y, observando los glúteos morados e hinchados de ella, la dijo:

No te lo digo más. No quiero que te acuestes con mis amigos.
Y, dirigiéndose a la puerta del dormitorio, al escuchó sollozar. Se detuvo un momento mirándola y su madre le dijo entre sollozos:

No … no se lo digas a tu padre.
No, no lo haré.
Respondió Juan y echó a andar por el pasillo, escuchando nuevamente a su madre, hablándole ahora en voz más alta y clara:

No le digas nada a tu padre. Esto quedara entre nosotros, solo entre nosotros.
Ya no respondió nada el joven y, cuando esa noche, volvió el padre del trabajo, no sospechó nada de lo sucedido. Todo era rutinariamente normal.