Caliente y culpable: tras una ruptura

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Tras la ruptura con mi exnovia, pase todo el verano conociendo a distintas mujeres en plan desatado total, tanto cuando salía por ahí a tomar algo, como en las aplicaciones de citas que tanto abundan hoy en día. También cuando iba a hacer la compra con la cajera de turno que siempre me ponía ojitos, ja, ja…

La chica de la que os comentaré ahora la conocí mediante una aplicación, entrado ya septiembre. Tenía un par de años más que yo, rozando la cuarentena, pero no sabía mucho más de ella porque su foto de perfil sencillamente era un paisaje característico de la zona donde vivíamos.

Se interesó por mí porque le gustó mi descripción, y mi imagen le daba morbo, según me contó. Como yo no sabía todavía si estaba ante el clásico perfil falso o no, mantuve las distancias, aunque poco a poco entablamos conversación mi cordial y amable. Me contaba que ella no era de mi ciudad, sino de un pueblo limítrofe, y que me aparecía en mi radio de acción de la aplicación porque sin embargo su trabajo si que estaba cerca de mi lugar de residencia.

Estuvimos toda la semana de cháchara contándonos un poco nuestros gustos, situaciones vividas en el día, etc… Conociéndonos. Al segundo día le pedí dar el paso al whatsapp, lo cual acepto sin mucha duda y empezamos a enviarnos mensajes de audio (una manera de comprobar que efectivamente estaba hablando con una mujer), para más tarde pedirle que me dejase verla en fotos, para tener una imagen de cómo era. Aunque me decía que le daba bastante vergüenza, lo cierto es que tampoco se hizo derogar y aceptó.

Apareció ante mis ojos una chica con rasgos latinoamericanos, pelo castaño largo y liso con alguna mecha rubia; muy guapita de cara, con sonrisa que delataba vicio, y un cuerpo delgadito con alguna curva de estas que están para mojar el pan, vamos.

Sus fotos eran de situaciones cotidianas, e incluso con amistades. Ella aparecía en las fotos, a mi punto de ver, muy alegre y jovial y me transmitió confianza. Preguntándole sobre su nacionalidad, me confirmó que era colombiana, pero que llevaba veinte años viviendo en España. Lo gracioso es que no tenía ningún acento que me hubiese hecho sospechar sobre esto cuando me envió los primeros audios, y se la veía totalmente integrada. Tras esto continuamos de cháchara y acordamos quedar el viernes por la noche. Ella saldría de trabajar y quedaríamos en un bar poco concurrido para tomar unas cervezas y saber de nosotros un poco más.

Llegado el día, apareció por el bar espectacular, con una chaquetita negra que dejaba ver un poco de su escote, una minifalda vaquera y unas botas negras altas. Una vez que nos sentamos nos pedimos un par de cervezas y algo de picoteo. Debimos estar como cerca de dos horas contándonos nuestras vidas.

Me comentaba que tenía un hijo de ocho años de una relación que tuvo con un chico del pueblo donde vivía ahora, que habían estado cerca de diez años saliendo y viviendo juntos, pero que la relación estaba terminada. Yo por mi parte le comenté mi ruptura con mi ex, y como me lo estaba montando durante el verano.

Los roces y las gracias fueron el toque de la noche, pero nunca pasábamos mucho más de ahí, y llegada la hora el bar tenía que cerrar y ella volver a su casa, que le llevaba cerca de media hora en carretera. Así que vista la situación, me animé a acompañarla hasta el coche.

Durante el camino seguimos de cháchara, y en un momento dado se paró me dio un abrazo y me comentó que era muy majo por acompañarla hasta el coche. Luego se me quedó mirando y a continuación me pegó un tremendo morreo que no me esperaba. Tal fue el subidón, que mi polla rápidamente se empezó a poner morcillona de cojones, y ella lo debió de notar bien con el roce en sus piernas.

Casualmente para ir hasta su coche teníamos que pasar por la misma calle donde vivía, y cuando nos acercamos a mi portal le pregunté si quería tomarse una última en mi casa. Dudó un poco pero aceptó finalmente de buena gana argumentando que daba igual si llegaba un poco más tarde porque al día siguiente tenía el día libre completo.

Ya dentro de mi casa, le encantó lo acogedora que se veía (soy un maniático de la limpieza, y estando todo muy minimalista, proyecta serenidad) y sobre todo las vistas a la ciudad y parte del mar que tenía. Con las mismas, nos sentamos en el sofá y nos abrimos un par de cervezas para seguir con la conversación que nos habían interrumpido en el bar.

Ya os podéis hacer una idea de que nos tardamos mucho en empezar a besarnos de nuevo y comenzamos a desnudarnos. Ella, pese a sus casi cuarenta años, conservaba un cuerpecito delgadito, como de jovencita, con una piel morena espectacular. Me llamo mucho la atención sus pechos, que eran muy bonitos y seguían firmes pese a que ella alegó que antes del embarazo estaban mucho más grandes, y que ahora les tenía deshinchados. A mí me parecieron una preciosidad; y lo que más me impactó fueron sus pezones oscuros, gordos y largos. Nunca había visto unos pezones así, que además contrastaban con una aureola pequeña. Esos pezones pedían ser chupados una y otra vez. Cuando le hice el comentario sobre lo grandes que eran también me aclaró que eran un daño colateral de cuando dio de pecho a su hijo.

Puestos en faena, se arrodilló en el suelo y me terminó de quitar ella los pantalones para descubrir mi gordo pene, que aún seguía morcillón. Me comentó lo bonita e impactante que se veía y me la engulló.

Me la estuvo mamando con ansia, recorriendo mi tronco de vez en cuando con la lengua mientras con una mano me masturbaba hasta que me la puso muy dura.

Con las mismas se levantó del suelo, se subió la falda, se apartó el tanga a un lado y empezó a rozar su coño por todo el tronco de mi pene. Me preguntó sobre preservativos y acerté a sacar uno de uno de los bolsillos del pantalón que estaba tirado en el suelo. Ella misma lo cogió, lo abrió, me lo puso como pudo (quedan muy, muy justos) y con las mismas, con el tanga apartado se la empezó a meter poco a poco con dificultad. Tuve que ayudarla dejando caer un poco de saliva en mi mano, que luego distribuí a lo largo de mi polla para darle un extra de lubricación.

El coñito poco a poco fue cediendo y tras un par de embistes de ella, se dejó caer hasta conseguir metérsela hasta el fondo. Enterrada ya totalmente, se puso de cuclillas y ella misma me dedico un polvazo de los que hacen historia. Literalmente me estaba follando ella moviéndose como una ninfa y jadeando al cielo cada vez que la sacaba y la metía de nuevo dentro mientras yo me dedicaba a comerle los pezones.

Estuvimos un buen rato dándole al tema hasta que ella no aguantó más y empezó a correrse encima mío mientras me abrazaba fuertemente y daba un alarido de desfogue que debió de oírse en toda la escalera.

Una vez que ya se relajó del todo, se despegó de mi y la ayude a levantarse para acabar rodado en el sofá al lado mío. Nos estuvimos dando unos besos y unas caricias y me aseguró que algo así es lo que necesitaba para relajarse. Que llevaba una mala temporada y esto la venía de lujo.

Me levante a la cocina para tirar el condón a la basura y aprovechar para coger otro par de cervezas. A mi regreso al salón, ella seguía allí tirada respirando hondo y con la mirada perdida. Se había quitado ya toda la ropa que le quedaba. Estaba preciosa pese a la vulgaridad de encontrarse abierta de piernas sin ningún pudor, mal tirada encima del sofá, y dejando ver si precioso coñito sin un solo pelo todavía con restos de los flujos que había soltado cuando se corrió. También el sudor se le notaba un montón por el canal de entre sus pechos, con aquellos pezones tan largos y puntiagudos aun de punta y duros.

Cuando me vio llegar, me dio un «gracias» por las cervezas que traía para tonificarnos un poco después del polvazo que acabábamos de echar, y de este modo volvimos a convertirnos en aquellos dos individuos que hacía unas horas se habían conocido en persona, hablando sobre nuestros hobbies y anécdotas, entre trago y trago.

Volvió a hacerme saber lo bonita que le había parecido mi casa; tan minimalista, limpia, y moderna. Posó el vaso en la mesita, se levantó y se acercó al gran ventanal que había en el salón, que dejaba ver parte de los tejados de muchos edificios de la ciudad, con sus pequeñas luces, y algo de mar, que aun con la oscuridad se podía ver como las olas rompías en la arena de una playa cercana creando esa espuma característica. Yo acerté a apagar las luces del salón para que pudiese ver aún mejor.

Veía como estaba absorta con las vistas, y me recreaba con su cuerpecito delgadito, totalmente desnuda como Dios la trajo al mundo; aun sin creerme que acabara de pasar lo que pasó. Encima ahora podía ver su precioso culo, chiquitín pero redondito y estilizado, alto; una parte del cuerpo que me tiene obsesionado.

No me pude aguantar mucho más: me levante y me pegue a su espalda totalmente desnudo como estaba. Ella no dijo absolutamente nada. Seguía con la mirada perdida mirando las luces de la ciudad. Y yo mientras tanto comencé a besarla por el cuello y a acariciarle el cuerpo, recreándome sobre todo en sus pechos. Mi pene enseguida volvió a responder y me pegue aún más, encajonándolo sabiamente entre las nalgas de su culo. Después baje una de mis manos y comprobó que su coñito aún seguía con marcha, caliente y lubricando tanto o más que antes.

Aquí a mí ya se me fue totalmente la pinza: me agarre la polla, que ya estaba totalmente dura, comencé a pasárselo entre los pliegues de su coño y sin mucho más miramientos se la clave hasta el fondo. A ninguno de los dos nos importó ya si había o dejaba haber un preservativo en medio. Ella sencillamente se dejó hacer, ayudando abriéndose las piernas un poco más mientras yo le cogía de las caderas y comenzaba a empujarla como un toro. Sus pechos quedaron pegados a la ventana mientras que sus brazos se agarraban como podía a los marcos de la ventana, y así estuvimos unos cuantos minutos, con el morbo de que algún vecino pudiera alzar la vista viéndonos follar y llevándose un buen espectáculo de la morena desnuda y pegada a la ventana.

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Cuando me cansé de la postura, así clavada con mi polla como estaba, la puede levantar del suelo y acercarla de nuevo al sofá, poniéndola en postura del perrito. Di un trago a la fría cerveza sin dejar de penetrarla, y volví otra vez a comenzar el vaivén una vez que pude posar el vaso en la mesita de nuevo. Ella solo jadeaba y se dejaba hacer, y en un momento dado solo acertó a decir «joder, que gorda la tienes; me llenas de cojones».

El morbo me podía. El contacto directo de mi rabo con su coño le daba un plus. Era demasiado. Si antes con preservativo ya me pareció un lujazo todo lo que sentía; ahora ya era indescriptible.

Ella comenzó a calentarse a un más y empezó a ayudar empujando su culo en cada vaivén. Como no quería correrme aun, se la saqué por sorpresa, me agaché, y le empecé a pasar la lengua por su coño jugoso, que sabía a gloria, para después terminar con la lengua entre los pliegues de su culo, acertando a encajarla dentro de su ano. Dio un alarido de placer, y otra vez comencé a penetrarla con mi rabo.

La excitación me podía y le hice saber que me iba a correr. «No te corras dentro, que no llevas nada, eh», le dio tiempo a decir, y como buen chico me la saque y termine derramándome encima de su culo. Poca cosa, la verdad, pues hacía un rato que ya había descargado en el polvo anterior, pero el orgasmo que me llegó fue apoteósico.

Se derrumbó encima del sofá, y yo encima de ella. Los dos estábamos rotos.

Cuando nos recompusimos, fuimos al baño a limpiarnos, y ninguno de los dos sacó el tema de lo que habíamos hecho sin protección. Creo que habíamos gozado tanto que tampoco queríamos hablar de nada más. No era el momento.

Le invité a quedarse a dormir, y me lo agradeció porque dada la kilometrada que le quedaba para llegar a casa, todo lo que había bebido, y lo de noche que ya era… no estaba para coger mucho el coche.

Así que con las mismas, recogimos el salón, nos metimos en mi cama, y caímos redondos en un profundo sueño.

Os podéis imaginar por la mañana como fue el despertar. Raro es el día que no empiezo con una buena empalmada, y claro… aprovechando la ocasión, me arrime bien a ella haciendo la cucharita, y sobresaltada al notar un bulto pegado a su culo desnudo, solo supo echar una mano atrás, agarrármela, y dar un buenos días diciendo «joder como estas ya por la mañana».

No se anduvo con muchos miramientos, y dándose la vuelta, se subió encima de mí y me dedico un buen espectáculo metiéndose mi rabo hasta el fondo y follándome con una dedicación fogosa e infartante de movimientos pélvicos, chillidos y jadeos, mientras apoyaba sus manos en mi pecho.

Cuando me cansé de la postura, la agarré de la cadera y la giré para cambiar las posiciones, y estando yo ahora arriba, le golpeé con mi polla bien dura en el clítoris y se la metí otra vez hasta el fondo mientras le alzaba las piernas y me las ponía en los hombros.

Como os podéis imaginar, la penetración era total y profunda, y notaba como golpeaba en su cérvix, que si bien para muchas mujeres puede ser desagradable, para otras es una auténtica gozada… y esta colombiana lo disfrutó.

Nuevamente, la música de gemidos y bufidos acompañaba al coito, y cuando no pude más le saqué el rabo de su interior y me acerqué a sus pechos para correrme. Ella me sorprendió agarrándome de los huevos y diciéndome «¡no, en mi cara!», y obedientemente sustituí sus pechos por su faz, meneándomela fuertemente ante su atenta mirada mientras le anunciaba la inminente venida con un «¡saca la lengua, puta!».

Su cara quedó hecho un cuadro. Varios trazos de lefa le corrían por los labios y resto de cara. Alguna gota llegó a caer sobre sus pechos cuando mi polla comenzó a ponerse morcillona y aun goteaba semen. Y aun así, seguía preciosa.

Vaya dos nos habíamos juntado. La invité a que se quedara a desayunar, y mientras nos tomábamos un café con unas tostas, nos pusimos ahora si serios y hablamos sobre lo ocurrido.

Ni ella ni yo nos esperábamos este furor de deseo con el que nos habíamos cogido. Ella solo iba a conocer al chico con el que llevaba unos días hablando, tomarse una buena cerveza «de tranquis» después del trabajo y ya está. Ni por asomo se hubiese imaginado como habría terminado cabalgando con deseo, quedándose a dormir, abierta de piernas y mucho menos bañada en semen de un desconocido.

Y ahí surgió el tema de los preservativos. El cómo se nos fue la pinza y lo mal que estaba hecho. Tanto ella como yo teníamos después de todo una punzada de culpabilidad por romper una norma tan básica como es la protección en las relaciones sexuales. Ambos nos tranquilizamos asegurándonos que estábamos sanos, etc… pero lo más rocambolesco de todo era que ella ni si quiera tomaba la píldora. Su anterior pareja tenía la vasectomía hecha tras el embarazo de su único hijo, y no se había planteado ni tomar la píldora tras dejarlo con él.

Pero aquí no quedó la cosa…

Pasaron un par de semanas hasta que nos volvimos a ver. A lo largo de ese tiempo no perdimos el contacto, y de vez en cuando nos escribíamos para ver que tal nos iba. Yo seguía con mis ligues e historias, y ella… pues ni idea. No me hablaba de mucho más que del trabajo y de cuando tenía que hacerse cargo de su hijo.

Así que tras ese lapso de tiempo, coincidiendo con el turno de tarde y que no tenía a nadie a su cargo, una noche volvimos a quedar. Pero vino directamente a mi casa, y no nos anduvimos con muchos miramientos.

Al igual que la otra vez, la invite a unas cervezas, nos contamos cuatro tonterías por encima, y fuimos directos a comernos las bocas. Desde luego la más activa era ella, que sin pedirlo no dudó en ponerse de rodillas, bajarme los pantalones y rebuscar entre mis calzoncillos hasta conseguir sacar a flote mi polla, que ya estaba durísima.

Literalmente, antes de metérsela en la boca dijo: «Pero que ganas tenía de esta», y de nuevo me regaló una muy buena felación que me llevó directo al quinto cielo. Esta chica sin duda me ganaba en calentura, y aunque suelo ponerme muy bestia y machito en la cama, con ella no me salía ese carácter y sencillamente me dejaba hacer. Me convertí en su juguete de carne y hueso. Una polla gorda que da placer.

Esa forma que tenia de lamérmela de arriba abajo, como se la acercaba a la cara e intentaba impregnarse de su olor,… pocas hembras había visto así.

Cuando ya la tenía a tope, la hice levantar y que se pusiera de rodillas en el sofá a cuatro patas; como a mí me gusta. Ni preservativo ni leches. Nuevamente a pelo. A ninguno de los dos nos importó lo más mínimo, y la estuve dando caña un buen rato mientras la sujetaba del pelo y le daba algún que otro azote.

Acerté a escupirle un buen salivazo en todo el agujero del culo y con mi dedo gordo empecé a jugar un poco. Y aunque en principio no dijo nada, al rato vio mis intenciones y me lo advirtió: «Por el culo no, eh… que la tienes demasiado gorda». A lo que yo rechisté e hice muestra de queja con un simple «Venga, déjame aunque sea solo un poco» mientras mi otra mano empezaba a masajearle el clítoris y mi cintura empezaba a aumentar las embestidas. Esto parece que la puso aún más cachonda y cambió su postura: «Bueno, siéntate ahí y déjame a mi hacerlo, pero solo la punta, eh».

La verdad es que con el culo tan chiquitito que tenía, daba un poco de cosa perforárselo. Pero acepté el acuerdo, y me tire en el sofá, dejando mi polla apuntando al cielo. Ella dándome nuevamente la espalda escupió en su mano y me embadurno de su saliva mi rabo, y con otro escupitajo lubrico un poco su ano. Luego me la agarró con una mano y poco a poco se fue agachando y colocándosela en la entrada del culo. Se fue dejando caer poco a poco, y cuando ya la punta de mi pene iba abriendose paso por su esfinter, se levantó otra vez y de nuevo se dejó caer… así poco a poco intentando dilatar para que no le doliese. Pero fue inútil. A penas consiguió meterse la punta y poco más. No conseguía dilatar bien. Le impresionaba el grosor y eso la condicionaba, así que cuando noto parte del pene superar la barrera, cesó en su empeño y dio por finalizada la función anal, para seguidamente tal y como estaba dejarse caer encima mío introduciéndose mi rabo por todo el coño alegando un: «Bueno, ya está bien de culo, que me ibas a acabar rajando». Y ella sola comenzó a cabalgarme nuevamente como aquella amazonas que había conocido unas semanas atrás.

Era una locura como movía las caderas y como conseguía dominar la elasticidad de su delgado cuerpo para llegar hasta mi boca y buscar mi lengua con la suya. Botaba y botaba, y mi rabo entraba una y otra vez y yo lo pasaba hasta mal al ver que no iba a poder aguantar más, así que advirtiéndoselo, cuando notó que me venía, sabiamente se la sacó de dentro y ella solita ayudándose de su mano empezó a masturbármela para sacarme toda la leche que llevaba almacenando desde hacía días dentro de mis cojones. Los primeros disparos impactaron directamente encima de su coño mientras me la sacaba, y luego una vez fuera los siguientes llegaron a su pecho para luego ir cayendo por su vientre. De nuevo la puse perdida.

Esta vez no se quedó a dormir. Nos terminamos la cerveza que nos habíamos servido y con las mismas se marchó de viaje hasta su lejana casa con la promesa de seguir viéndonos.

Pero la siguiente vez fue muy distinta…

Volvieron a pasar un par de semanas hasta que nos volvimos a ver. A lo largo de todos esos días, no nos habíamos escrito tanto como al principio, y muchas veces simplemente nos dábamos los buenos días y nos enviábamos fotos del amanecer, etc…

Un día que pudo cuadrar, volvió a acercarse a mi casa, aunque me advirtió que teníamos que hablar de un tema.

Cuando llegó la noche, picó al telefonillo de mi casa y le abrí la puerta. Llego un tanto apurada porque había aparcado el coche un poco más lejos de lo normal. Yo como siempre le ofrecí algo de beber, a lo que gustosamente me aceptó, como siempre, una cerveza bien fría.

Ya un poco más relajada, dejando su abrigo y bolso en la entrada, se pudo sentar en el sofá que nos había visto cabalgar más de una vez y dio un trago.

Empezamos a hablar de trivialidades y ya un poco más seria me dijo que «lo nuestro» se tenía que terminar. Que no podía seguir esto. Que estaba muy a gusto conmigo, pero que se acabó el sexo. Que no se sentía bien con lo que estaba haciendo.

¿Lo que estaba haciendo? Algo me olía al notarla tan fría las últimas semanas cuando nos escribíamos. Eso y que muchas veces evitaba hablar de su anterior pareja, no dejando claro nunca que sucedía. Vamos… yo ya me empezaba a hacer una idea de por dónde iban los tiros.

Empecé a tirarle un poco más de la lengua y le pedí que se sincerase conmigo. Al parecer su anterior pareja, con la que se supone que tenía la relación ya terminada… no debió de estarlo tanto. Ese «terminada» de repente se convirtió en un «darse un tiempo», y es que como bien decía ella «el siempre dice que no se que es lo que quiero, y es verdad».

Al parecer no debían de vivir ya juntos desde hacía unos meses, pero la relación iba y venía constantemente. Hacía unas semanas el comprobó que ella se había hecho un perfil justamente en la aplicación donde ella y yo nos conocimos, y pese a que no tenía puesta ninguna foto donde se la reconociese, el lo descubrió porque torpemente un día que estaban en «modo pacífico» recordando viejos tiempos tras acostarse juntos, se lo vio instalado en el móvil, tras lo cual la interrogo y acabaron discutiendo.

Ella ahora tenía un sentimiento de culpa. Además, el tener un hijo en común le hacía replantearse muchas veces las cosas y no saber si tirar para adelante con el intento de su nueva vida «libre» o volver atrás a un estado en el que tampoco se sentía del todo cómoda con el que se supone era su pareja.

Yo sencillamente no pude hacer más que tranquilizarla, darle un abrazo y explicarle que no pasaba nada y que lo entendía perfectamente. Mi posición de hombre soltero que tenía varias amigas con las que pasárselo bien, no me planteaba ningún problema sentimental o doloroso si alguna de ellas decidía marchar. Y aunque esta chica era una preciosidad y nos entendíamos muy bien en la cama, comprendí que igual no era mejor meterse en camisa de once varas.

Eso si, tras el abrazó lo siguiente que ocurrió fue que acabamos fundiéndonos en un beso, y mezclando nuestras lenguas como solo nosotros sabíamos hacerlo. Ella al rato se separaba de mi y empezaba a agitar sus manos hacia su cara como para bloquear la temperatura que de repente en el ambiente se notaba elevar.

No me quería olvidar de sus pechos, que me tenían hipnotizados y le pedí si me los podía enseñar una última vez. Ella divertida por la petición, no lo dudo mucho y acepto con agrado mientras reía. «Claro que si, tonto», me decía con una sonrisa. Y a continuación se desabrochó su camisa, se la quitó y por último se deshizo de su sujetador; y ahí estaban: sus dos preciosos pechos con esos pezones largos y puntiagudos que tanto me llamaban la atención. «Se me pusieron así tras lo del embarazo. Yo antes les tenía más normales, y mi pecho más grande», me decía siempre.

Yo no tardé mucho en acercar mi mano y sobárselos con delicadeza y se me ocurrió algo para conservar para mi para siempre:

– ¿Puedo fotografiarlos así desnudos como están? – pregunté con duda a sabiendas de que iba a recibir un rotundo no.

– Mmm… Bueno, vale ¡Pero no me saques la cara! – decía riendo.

Joder… no me esperaba que aceptase. Fue toda una sorpresa, y rápidamente cogí el móvil y empecé a sacarle fotos, no fuese que se arrepintiese. Yo llevaba un pantaloncito muy corto para andar por casa debido al calor que hacía, y mi rabo con la situación… pues empezó a alargarse un poco. Sentado como estaba en el sofá, y con el pantalón un poco remangado, pronto se me empezó a asomar la polla gorda por una de las perneras.

Aquí la cosa empezó todavía a calentarse más. Yo hacía como que no me daba cuenta, y ella intentaba entablar de nuevo una conversación trivial. Pero seamos sinceros: ella en tetas y yo con medio rabo asomando por la pernera… aquello iba a explotar en cualquier momento; y si, empezó una situación divertida en forma de dialogo:

– Buf… se te está asomando tu cosa. – me advirtió mientras perdía su mirada mirándomela.

– Ay, no me había dado cuenta. Lo siento… pero bueno… ya me la habías visto otras veces. No creo que pase nada.- le contesté.

– Jo… es gordísima, eh.

– Ja, ja, ja… oye ¿puedo hacerte otra petición?

– No, no te la voy a chupar, que tengo que portarme bien y luego me siento fatal.

– No, a ver… no es chupar en sí. Simplemente, ahora que no esta dúra del todo… Pues que no vamos a volver a hacer nunca nada más sexual y a mi la verdad es que me hubiese gustado ver hasta dónde te entraba.

– ¡Es que es gordísima, chiquillo! Pero bueno… a ver….

– Venga, prueba.- mientras me la cogía y conseguía sacármela por el agujero correcto del pantalón.- Venga, aprovecha que esta va a ser la última vez. A ver hasta donde puedes.

– Mmm… Venga… ¡Pero solo probar, eh!

Parece que se le olvido toda la retahíla de culpabilidad con la que llegó a mi casa y de repente ella misma me la cogió con la mano, y estando morcillona como estaba, empezó a introducírsela entre sus labios. Pero que mala suerte que a mí ya se me empezaba a poner más dura poco a poco y parecía que aquello iba a ser imposible. «Uf… se me está poniendo durísima, guapina. Espera, que te ayudo», le dije, y con las mismas le sujete la cabeza y empecé a hacer presión.

Cerró los ojos y se le saltaron un poco las lágrimas, pero finalmente me sujeto de las muñecas y me hizo parar para a continuación sacársela de la boca. El intento había sido infructuoso. Tan solo había podido llegar a la mitad.

– Wow… casi me ahogo. – me dijo inmediatamente mientras le resbalaba una lagrimilla por la mejilla, y a continuación se puso a reír nerviosa.

– Ya he visto… pero bueno, lo has intentado, eh.

– Jo, es que… vaya herramienta, macho.

– Nah… Solo he conocido a una chica que consiguiese hacerlo, y se la metió hasta la garganta.- le confesé.

– Joder… pues menuda boca debía de tener…

– No lo sabes tú bien, no, ja, ja, ja…

Reímos juntos y continuamos tomando nuestras cervezas haciendo como si nada hubiese pasado. Yo intentando relajarme y ella poniéndose la camisa que llevaba, pero sin el sujetador, simplemente por cubrirse un poco.

– Es una pena que dejemos esto aquí.- le repliqué.- Te has quedado sin probar mis juguetes.

– ¿Tus juguetes? Ja, ja, ja… me hago una idea… Pero bueno, a ver, enséñamelos, que tengo curiosidad.- me contesto.

– ¿Sí? Vamos a mi habitación…

Le cogí de la mano y nos levantamos al unísono, tirando de ella hasta alcanzar mi habitación, ese lugar que si hablase… En lo alto del armario guardaba mi “caja negra”, una caja negra (como es obvio, ja, ja, ja) que tenía varias cosas: una cuerda, una bola roja de plástico hueca y perforada con una correa de cuero anillada, las típicas esposas, una correa de cuero negro con cadena de perra, un dildo metálico acabado en perla naranja, y otro similar pero que terminaba con una imitación de cola de zorra.

Quedó fascinada y se puso súper caliente, sobre todo cuando vio lo del dildo con cola de zorra.

– ¿Anda, y esto es…? – preguntaba satíricamente.

– Para tu culito, cariño; para dilatarlo y que luego no te quejes, ja, ja, ja…

– Así que las pones en la cama a cuatro patas y se lo metes ¿no? – Contestó ella a la vez que se subía en la cama y se ponía a cuatro patas moviendo el culo en pompa con una risa maliciosa.

Yo me eché a reír y asentí divertido, a la vez que cogí el dildo y comencé a pasárselo por encima de culito hasta llegar a su coño. Las mayas negras que llevaba tampoco dejaban hacer mucho más, pero se notaba que se iba calentando poco a poco hasta que le llegaba el absurdo momento de “lucidez” y su rayada de cabeza sentimental. “Bueno, vale, vale, que lo pillo, ja, ja, ja…” decía, y con las mimas se levantó de la cama y se puso en píe.

Me dio un abrazo y de nuevo me beso, para a seguidamente pedirme perdón por para aquí por lo contado anteriormente. Nuevamente le dije que no se preocupara, que no pasaba nada, que simplemente nos divertíamos, y que lo entendía.

Pero la que no lo pillaba era mi rabo, que volvía a asomar por el agujero del pantalón corto, y claro… golpeó en todo su vientre y ella al notarlo, miro hacia abajo, sonrió y me dijo “Eres un cielo, y tienes una buena herramienta…. Y… Yo no me puedo aguantar y creo que te mereces esto por última vez” y con las mismas se agacho en el suelo y comenzó a comérmela.

Sí, me dedico una última mamada. Una buena mamada de las suyas; con dedicación y fogosidad, como solo ella sabía hacer. Me masturbaba con una mano, me la embadurnaba de su propia saliva, me la recorría con los labios, la lengua, se la metía hasta donde podía, y vuelta a empezar. A mí ya me temblaban las piernas y me tuve que sentar en la cama, y con tanto calentón no pude aguantar mucho más. Aunque la avise, a ella pareció darle igual y continuó mamando hábilmente, hasta que no pude aguantar más, le agarré de la cabeza y comencé derramarme dentro de su boca.

No sé cuántos tiros de semen lance, pero ella no desperdició ni uno, y se los trago sin rechistar todos ¿Qué más podía pedir?

Cuando terminé de eyacular, se dedicó a limpiármela a conciencia hasta dejármela sin mínimo rastros de lefa, y ella misma, mientras se me iba bajando el empalme, de la guardo dentro del pantalón despidiéndose con un sonoro beso en la punta de mi capullo.

Yo solo pude hacerle saber que me había encantado, y ella esquilándose encima de mí llegó hasta mi boca y me dio un pico.

Ya recuperado solo quedaba la despedida, y vistiéndose terminó una vez más dándome otro abrazo y otro beso con lengua de esos que tanto le gustaban.

Salió de mi casa con un “a ver si nos vemos un día por ahí”, y se marchó.

Pero la cosa no terminó aquí…

Pasaron los meses. Si, meses y ¡ah! otro confinamiento sombre noviembre, en el cual solo podías ir de tu casa al trabajo y poco más.

Ella y yo a veces nos escribíamos algún mensaje cordial, comentábamos nuestros estados de Whatsapp, etc… Todo muy «light» y sin ningún tipo de connotación.

Pero la sorpresa llegó al poco de entrar en diciembre, cuando ya se habían levantado las restricciones, pero todavía había muchas cosas que no se podían realizar, como el poder irte a tomar unas cañas con tranquilidad, etc…

Estando en casa con mis quehaceres después de un duro día de trabajo, recibo un mensaje de ella como otras tantas veces. Resulta que estaba muy agobiada con tanto cierre y no poder hacer nada, el cómo echaba de menos las cañas después del trabajo, etc… A mí en ese momento, y aprovechando que ya era viernes y al día siguiente no había que trabajar, le invité a mi casa a que se tomase lo que quisiera, y aprovechar para pedir unas pizzas si quería.

La idea le resultó genial, pero iba a ir con una sola condición: Que no ocurriera nada sexual entre nosotros dos. A regañadientes acepté el trato y ella finalmente se vino.

Con el frio que hacía ya por esas fechas, llegó a mi casa enfundada en un abrigo que escondía tras de sí un jersey de cuello alto blanco, y unos pantalones vaqueros que terminaban en unas botas altas con pelo de abrigo. Nos dimos dos besos de cortesía, un abrazo, etc… Llamamos al repartidor y nos sentamos a tomar el refrigerio prometido, cosa que ella agradeció un montón, sobre todo por las ganas de socializar que tenía.

Nos pusimos al día con nuestras vidas. Yo poco más que trabajo y trabajo. Sin tapujos le explique qué sentimentalmente, lo del confinamiento estaba siendo una jodienda, pero bueno… esto es lo que había. Ella igualmente iba y venía del trabajo, atendía a su hijo, y bueno… poco más. No me quiso hablar absolutamente nada de su pareja y esa vida sentimental tan complicada que tenía, pero dejó entre ver que no debía de ir de nuevo por el buen camino.

Cuando llegaron las pizzas, nos abrimos otra cerveza y nos pusimos a ver una película de humor en la TV entre cháchara y cháchara. Estuvimos súper a gusto. Parecíamos una pareja derrotada y tirada encima del sofá, ja, ja, ja…

Tras terminar de cenar, le animé a tomarnos unos chupitos de tequila, pues a ambos nos dolía todo el cuerpo después de la dura semana de trabajo y nos apetecía relajar, y el tequila iba a venir de lujo. Me lo rechazó por el tema de tener que conducir, y yo la repliqué con otra invitación: Que se quedase a dormir.

Otra vez salió el tema de que no quería nada sexual. Que estábamos pasándolo bien, pero que no iba a pasar nada más. Volví a tranquilizarla y la prometí que sería un caballero y que me portaría bien… Llevábamos toda la noche de risas y la verdad es que no había surgido absolutamente nada entre los dos, y así se lo hice recordar, y quedarse a dormir no iba a ser distinto. Además… pronto darían las doce y tener que coger el coche para ir hasta su casa… daba muchísima pereza. Esto parece que la convenció finalmente, y aceptó quedarse conmigo y dormir juntos, pero con ese límite.

Para que estuviera más cómoda, le di una camiseta «de andar por casa» y un pantaloncito corto, lo cual agradeció. En casa tenía la calefacción puesta, y no nos hacía falta más. Se fue al baño a cambiarse, y cuando salió me quedé maravillado con sus piernas morenas y estilizadas, y solté una risa cuando la vi puesta la camiseta porque se le marcaban muchísimo los pezones: «Bueno, ya sabes de sobra como son ¿no? No pasa nada, ja, ja, ja…» dijo ella con gracia cuando se dio cuenta de la situación.

Volvió al sofá, nos servimos los tequilas prometidos, y estuvimos así entre película, videos de YouTube, contando anécdotas, etc… Hasta la madrugada, cuando ya a los dos se nos caían los ojos de sueño. Decidimos entonces marchar a dormir.

Fue todo muy correcto. Cada uno se tumbó en un lado de la cama, nos pusimos «en cucharita» pegados uno con el otro, ella delante, y yo detrás, apague las luces y ligeramente caímos redondos. A lo largo de la noche, recuerdo levantarme a mear, y poco más. Ella estaba «grogui» y cuando volví a la cama de nuevo caí en un sueño fulminante. La semana había sido dura para los dos.

El sol de la mañana atravesaba los agujeros de la persiana y me desperté. ¡Y como me desperté! Una de esas empalmadas matutinas que me dejaban la polla dura como una piedra y asomando por el agujero del pantalón corto. Instintivamente me pegué más a ella dejando el rabo bien duro contra su culo. Ella parece ser que también se había despertado:

– Buenos días, y ya veo que muy buenos.- y pegó un meneo de su culo contra mí que me hizo dar un pequeño suspiro.

– Buenos días… Y si, ya sabes estas cosas que nos pasan a los hombres por las mañanas.- a modo de disculpa pícara.

Paso una de sus manos hacia atrás y directamente me palpó el rabo para a continuación agarrármelos soltar un comentario: «Joder como andas, chico…». Yo ahí ya perdí el norte, y conseguí pasar una de sus manos por debajo de la camiseta y alcanzar sus pechos, que se le habían puesto también duros y con los pezones como lanzas: «Tú tampoco lo estás haciendo mal», y le comí el cuello.

A partir de aquí ya no hubo marcha atrás. Con un «Lo siento, pero no me puedo aguantar», lo siguiente que ocurrió fue que bajé mi mano de nuevo hasta su cintura, le quité con brusquedad su mano sujeta a mi polla, y pegué un tirón de su pantalón hacia abajo, para a continuación agarrarme el rabo y buscar su coño, que como me temía, estaba literalmente empapado. Ella ayudó abriéndose las nalgas un poco y aquello entró como si fuera literalmente mantequilla, acompañado de un alarido de ella que sonó como «Oooohhhhhhhhh….»

A la mierda las promesas, la caballerosidad, la pareja, los líos sentimentales, etc… Su cerebro quedo desconectado y sucumbido al placer. Yo me había convertido en un toro como otras veces, y solo sabía empujar como un animal y bufar, agarrándome a su cintura y en la misma posición de «cucharita» en la que estábamos.

Tras un rato, de ella surgió otra vez esa amazona que yo ya conocía y que gustaba de llevar el control de la situación y se desacopló. Consiguió quitarse del todo el pantaloncito, me bajo el mío hasta abajo, me tumbó hacía arriba y se subió encima de mí, agarrándome el rabo con una mano y metiéndoselo ella misma hasta el fondo del coño. Ensartada hasta dentro como estaba, se estiro hacia arriba y se deshizo de la camiseta, quedando entonces ya totalmente desnuda para mí. Apoyó sus manos encima de mi pecho y comenzó una cabalgada de las que hacen época. Era una ninfa buscando su placer. La forma en la que movía sus caderas era una auténtica locura. Estaba desatada, y solo gemía y gemía guturalmente con un continuo «Ohhhh, Ohhhh, Ohhhh…» que resonaba en toda la habitación.

Perdimos la noción del tiempo. Yo solo sabía agarrarme a sus caderas y sobarle los pechos, y ella no dejaba de perder el galope tan infernal que me estaba metiendo. Estaba yo ya que me corría, y ella cada vez aumentaba más los gritos y los gestos de desconcierto de su cara, que eran todo un poema. De mis cojones empezaron a subir calores:

– Cacho puta, para que me corro.- le advertí

– No la saques, no la saques, no la saques…. – solo sabía decir.

Y solo se le ocurrió a ella aumentar el ritmo. Yo no sabía qué hacer. Ella estaba a punto de llegar al orgasmo, y yo no me aguantaba más. Notaba como mi semen iba saliendo de mis huevos y como iba circulando a todo velocidad hasta mi polla.

– Joder, que me corro… ¡¡¡Puta!!! – le grité con la cara desencajada.

– Oooohhhhhhhhh, joder, si, si, si…. Oooohhhhhhhhh…..

No hizo ánimo alguno por apartarse. Se la enterró hasta el fondo mientras tenía un orgasmo sonoro y yo comenzaba a disparar semen como un loco, también invadido por un orgasmo brutal en el que ya me daba igual todo. Su coño se convirtió literalmente en una bolsa de semen que iba acogiendo cada disparo de leche hasta que nuestros orgasmos fueron desapareciendo poco a poco.

Cayó derrotada encima de mí y permanecimos en un estado de reposo total. Mi pene aún estaba dando alguna contracción mientras la abrazaba y hundía su cara en mi pecho. Al poco rato, ella se levantó y se sacó de dentro mi rabo ya morcillón, acompañado de un rio de semen que le iba cayendo de dentro de su coño a encima de mi vientre. A ninguno de los dos nos importó en ese momento el hecho de que ella no tomaba ningún método anticonceptivo, y que el riesgo de embarazo estaba ahí. Solo pensábamos en el polvazo que acabábamos de echar.

Cuando recuperamos un poco la cordura, ella solo supo decir:

– Hostia, esto ha sido una locura

– Se nos ha ido de las manos. Vaya dos.- solo pude afirmar y contestarle.

– Bueno, me faltan solo unos días para que me baje la regla… No pasará nada seguramente.- decía aun con el coño lleno de mi semen.

Y lo dejamos estar. Ni ella ni yo le dimos más importancia. Se dio una ducha, desayunamos como si nada hubiese pasado. Se empezó luego a lamentar un poco por haber roto la regla, pero tampoco se la noto mucho más afectada de lo que yo me creía. Era como si realmente hubiese necesitado echar ese polvo. Y tras el café, se marchó de mi casa dándome un morreo de despedida y las gracias por acogerla.

Pasada una semana, me escribió para comentarme que ya le había bajado la regla y que no había peligro, y que bueno… De nuevo insistió en que no podíamos volver a vernos en esas circunstancias. Que ni yo me sabia aguantar, ni ella conseguía controlar su calentura, que además yo siempre andaba de flor en flor, que encima nosotros dos no tomábamos precauciones, y que si nos fuéramos a ver alguna vez más, tenía que ser en algún sitio lejos de mi casa, para no caer en tentaciones.

Y así fue, pero es que no nos volvimos a ver más, porque ni aun lejos de mi casa podríamos controlarnos. Pues era muy fácil hacer lo mismo pero en un coche, o en el baño de un pub, o donde fuese.

Actualmente solo nos escribimos a veces, nos contamos alguna tontería y poco más.

Y de esta manera… lo dejamos estar.