Casual con mi mejor amigo
Yo estudié en un colegio de curas. Mi mejor amigo y yo vivíamos muy cerca así que, después de clase, solíamos ir juntos para casa y nos quedábamos charlando en su portal o en el mío. Teníamos clase también por las tardes y a eso de las seis ya estábamos hablando de tías o haciendo bromas sentados en las escaleras de mi portal o en unos sillones que había dentro del suyo. Estos sillones eran muy cómodos y elegantes. La putada es que el edificio de mi colega también lo era y tenía portero, por lo que casi siempre acabábamos en mi edificio, a los pies del ascensor o de las escaleras.
Un día, hartos de que cada dos por tres pasaran vecinos (“Hola, buenas, qué tal, hasta luego…”) decidimos explorar un poco la zona de las escaleras comunitarias. Era un edificio alto. Si cogías uno de los ascensores y te plantabas en el piso 9, llegabas a un pequeño espacio rectangular con tres puertas: la del propio ascensor una que daba a una sala de máquinas y otra que llevaba a unos trasteros laberínticos, cerrada con llave. No había ventanas a la vista, solo una escondida en un recoveco que llevaba a las escaleras, de donde venía una luz muy débil y difusa, incluso de día. Esa zona ciega del edificio era acogedora y había espacio de sobra para sentarnos (o tumbarnos) y estar tranquilamente a nuestra bola.
Por aquella época ya habían pasado unos años desde aquel campamento de verano en el que había visto a mi amigo hacer “cosas” con los compañeros en la tienda de campaña (ya lo expliqué en otro relato). Ese tema había pasado a ser un poco tabú entre nosotros, aunque algún intento de roce “sin mariquitadas” habíamos tenido. Y aquella tarde estábamos hablando de dos chavalas de clase que nos traían locos.
Que si no me hace caso, que si que buena está, que si a ver si la digo algo, que si el otro día ella me dijo a mí, que si menudo como la quedan las braguitas de volley, que si menudas tetitas…
Estábamos sentados en el suelo, uno al lado del otro. Al ser invierno ya era de noche y no se veía nada. Teníamos que levantarnos cada poco a dar la luz porque no había sensores de movimiento para activarla. Íbamos vestidos con chándal y, como allí no hacía frío, nos habíamos quitado los abrigos para sentarnos sobre ellos y estar más cómodos.
Otra vez que se apagaba la luz…
– Te toca encenderla.
– ¡Qué va, tío! Te toca a ti.
– ¡Anda ya!
– Mira, que le jodan, yo ya no me levanto más.
Y nos quedamos a oscuras.
Como habíamos estado hablando de las tetas y los culitos de nuestras compañeras de clase, el ambiente estaba caliente. Olía a hormonas adolescentes que daba gusto. Además, esa tarde habíamos tenido clase de gimnasia a última hora, no nos habíamos duchado y olíamos a sudor fresco. Incluso me pareció distinguir un poco de aroma a rabo que llegaba desde nuestras entrepiernas. Notaba el calor del cuerpo de mi amigo. Yo ya sabía que cuando él se pone cachondo, le salen coloretes en las mejillas, y ya estaba bien sonrojado cuando aún nos levantábamos a encender la luz. Estoy seguro de que los dos habíamos aprovechado los “apagones” para ir colocando nuestros rabos y disimular el empalme. Yo tenía el capullo de mi polla apretado por el elástico del calzoncillo, del pantalón corto y del chándal. Me sobresalía un cacho de nabo y notaba que se me estaba llenando el ombligo de precum. Aunque, como llevaba la sudadera por encima, no se me notaba. Y ahora aún menos en la oscuridad.
Con la luz apagada, seguíamos hablando tranquilamente pero, de vez en cuando, yo escuchaba un poco el roce de la ropa de mi colega por la zona de su entrepierna. Seguro que el muy vicioso ya se estaba metiendo mano.
Y es que cada vez que estábamos solos, en su casa o en la mía, siempre había intentado alguna guarrada conmigo: comerme la boca escondidos en el armario de su habitación, meterme mano tirados en mi cama, mirarme la polla mientras meábamos en el WC de algún bar… Yo también había intentado alguna vez que nos sacáramos los cipotes estando juntos: le había enseñado unas revistas porno que mi hermano tenía escondidas, había buscado el roce jugando a la consola…
Pero nada: nunca nos habíamos puesto de acuerdo.
El caso es que esa tarde, en la oscuridad de las escaleras, estoy seguro de que ambos estábamos pensando en esas ocasiones en las que nos hubiéramos puesto a guarrear juntos a saco. La electricidad se podía sentir en el ambiente. En el olor de nuestro aliento. En la forma de hablar de braguitas y tetas, seguro que pensando a la vez en nuestras pollas y huevazos…
– Es que tiene que ser una gozada el vestuario de tías del polideportivo, con todas saliendo de la ducha, secándose con las toallas, poniéndose las braguitas limpias… (igual que es una gozada ver como se nos ponen los cipotes morcillones y gordos mientras nos duchamos nosotros en nuestro vestuario…)
– ¡Ya te digo, chaval! Con el pelito del conejo que ya las estará saliendo… (y con los pelazos que seguro que ya tenemos nosotros por el rabo y por la raja del culo…)
– Y los pezonazos gordos, oscuros y bien duros para pellizcarlos… (y las revistas porno que van pasando de mano en mano, cada vez con más restos de corridas…)
– Y esos culitos bien prietos y rosaditos, que les botan al correr… (y las pajas que se cascan algunos colegas en clase…)
– Uffff… sehhhh…
Y aquí, mi mejor amigo empezó a hacer bobadas y a volverse un poco loco del calentón. Se puso de pie, haciendo como que corría en el sitio mientras ponía vocecita de putilla:
– Mmmm… mira mis tetitas… mira mi culito… mira mis amiguitas…
Chorradas, pero que hacían que nos riéramos para poder sobarnos un poco la polla en la oscuridad y, de paso, colocárnosla.
– Menudo payaso estás hecho, tío. Jajaja.- le dije.
– Sí, sí, payaso. Pero si tuviera aquí María, iba a darla ¡así, así, así…!
Intuí por el rumor de sus movimientos y por la circulación del aire que estaba haciéndose el empotrador, moviendo las caderas como si diera rabo a alguien. Seguro que ya estaba más salido que un mono.
Después de alguna tontería y algunas risitas más, se paró y me dijo de repente:
– Oye, vamos a jugar a una cosa.
– A ver… ¿a qué? Jajaja- respondí yo, que ya me olía alguna cochinada.
– Pues mira, como aquí hace calor, está oscuro y no se ve nada, voy a bajarme los pantalones y los calzoncillos hasta los tobillos.
– ¡Anda ya…!
– Sí, ¡pero sólo si luego tú también lo haces!- joder, el muy guarro ya empezaba con sus cerdadas para calentarme.
– ¡Jajaja! Venga, ok. No te vas a atrever…- le contesté, mientras me subía un calambrazo desde los huevos. En ese momento yo ya los tenía muy gordos por el calor y, sentado como estaba, notaba como colgaban entre mis piernas casi hasta el suelo. Sudorosos, calientes y bien expandidos, con mi cipote bien duro tirando hacia arriba del pellejo y babeando a saco en mi ombligo. A la clase de gimnasia siempre iba con unos bóxer bien anchos para estar más cómodo y marcar un poco de paquete. Aproveché y metí ahí la mano en la oscuridad, mientras nos reíamos. Jugué con mis bolas, que ahora sí llegaron hasta suelo, a la altura de mi ojete.
Y es que, menudo cabronazo que era mi amigo… Esa tarde estábamos con la sangre en las pollas y yo ya sabía que intentaba algo. Pero saber que iba a tener su polla morena (o su culazo!) al lado de mi cara me había puesto todavía más cerdo de lo que ya andaba.
Yo seguía sentado y él de pie frente a mí.
– ¡Voy!- dijo en seco.
Y al poco se escuchó el rumor de su ropa rozando contra su piel.
Se movía despacio, como disfrutando del momento. En la oscuridad, no se veía absolutamente nada, pero era igual de excitante, o más, porque el resto de mis sentidos estaban agudizados al máximo. Ambos conteníamos la respiración y se oía el sonido de sus pantalones rozando sus piernas al bajar hacia los tobillos.
Yo seguía con la mano en mis cojonazos, pringándome de presemen. Él ya estaba bajándose los calzoncillos. Hasta me pareció escuchar el momento en el que pasaron por su culo, regordete y respingón, aunque duro como una piedra. Y, lo que es mejor: se oyó claramente como su rabo se enganchó en la tela por delante y saltó disparado hasta golpear en su barriguita con un sonido húmedo…
– ¡Ploffff…!
En la oscuridad y el silencio, la temperatura había subido mucho y sentí algo caliente sobre mi piel. Me di cuenta de que el muy hijo de puta me había salpicado un poco con las babas de su ciruelo: en la frente y en un brazo. ¡Dios! Cómo me puso eso… Creí que me iba a correr allí mismo. Los huevazos me dieron un tirón de campeonato. Como no se veía nada, con la mano libre recogí el chorro que me acaba de dejar en la frente y que empezaba ya a escurrir. Estaba ardiendo. Se juntó con mi sudor y me llevé los dedos a la nariz para intentar olerlo sin hacer mucho ruido. Ahí me llegaron también los efluvios que venían de su rabo. Seguro que se lo había descapullado, porque olía un poco a requesón, ¡que ya os digo que mi amigo era muy cerdo! Jajaja.
Sin más, me llevé la mano a la boca y probé esas babas que habían salido de los huevazos de mi colega. ¡Qué rico: saladito, espeso, un poco dulce…! Mmmm… Entonces empecé a escuchar movimiento. Se oía el rumor de arrastrar unas playeras por el suelo: mi amigo se estaba dando la vuelta en la oscuridad.
Y en ese momento el olor sí que me dio un buen bofetón en toda la cara.
No podía ver nada pero, por el calor, por el sonido de sus movimientos y por ese aroma que me golpeó de repente, sabía exactamente lo que estaba pasando a pocos centímetros de mi boca: el muy cerdo se había puesto de espaldas a mí, se había agachado y se había abierto la raja del culo. Si yo hubiese estirado el cuello y hubiera sacado bien la lengua, creo que podría haber llegado a rozar su ojete. Pasaron unos instantes de silencio total y, entonces, el aroma me empezó a llegar a bocanadas. Como si su agujero estuviera boqueando justo delante de mis narices. Abriéndose y cerrándose… Apretando y empujando… Uffff…
Yo no sé a vosotros, pero a mí el olor de un buen culazo me pone la ostia. Y éste olía a sudor, a hormonas, a ojete y… ¡a saliva! O eso me pareció. Y, conociendo a mi amigo, no me extraña: si alguien es bien cerdo, es él. Pensé que tal vez el ruido que había intuido antes por la zona de su entrepierna había sido porque estaba llevando sus dedos, llenos de saliva, a su rajita y al agujero que ahora estaba paseándome por la puta cara.
Pasaron unos momentos que se me hicieron larguísimos. Y ya no pude evitarlo: inspiré con todas mis fuerzas una buena bocanada de olor a culazo. En el silencio y en esa oscuridad se me oyó con más claridad de la que me hubiera gustado y me pareció escuchar una especie de suspiro de alivio saliendo de la garganta de mi amigo.
Joder, joder… -pensé- ¿me habrá escuchado? ¿Qué hago, qué hago…? -Y, sin ser consciente de lo que hacía, me sorprendí a mí mismo:
– ¡Fuuuu…!
¡Le pegué un buen soplido al puto ojete de mi colega!
– Ahhhh… ¡joder! ¡Jajaja!
Él chilló, dio un respingo y los dos nos reímos. En un instante se rompió la tensión del momento anterior. Noté cómo se separaba de mí y se subía los pantalones.
– ¡Pero qué cabrón eres! -me dijo- ¡y qué puto cerdo!
– Para cerdo tú, que olías a sudor que flipabas, tío.
– ¡Anda, cabrón! Qué dirás… Pues mira a ver, que ahora te toca a ti.
– Venga ya, tío… ¡Yo paso!- le contesté, aunque en realidad estaba deseando despelotarme delante de él.
– Sí, sí: tú dijiste que yo no me iba a atrever y lo he hecho. Y, encima, me has soplado en el culo, gilipollas. Así que ahora te-to-ca.
– Jodeeer…
Me empecé a levantar, resoplando, fingiendo que lo hacía de mala gana. Al ponerme de pie se me formó una tienda de campaña en los pantalones pero, en esa oscuridad, ni me preocupé en disimularlo. Sin pensarlo demasiado y delante de mi amigo, que seguía de pie en mitad del cuartito, me subí a ciegas la parte de arriba: camiseta y sudadera. Y, al momento, la parte de abajo: pantalón del chándal, pantalón corto y calzoncillos. Todo a la vez.
¡Menudo gustazo que me dio el cipote al pegar un buen bote y golpearme el ombligo…!
– ¡Choffff…!
Si este cabrón se pensaba que yo iba a cortarme, lo llevaba claro. Si él me había salpicado con las babas de su polla, ahora yo iba a hacer lo mismo.
En la oscuridad, en el silencio, estaba nervioso y tenía calor por estar haciendo algo prohibido. Se oían levemente nuestras respiraciones y notaba el aire rodeando mi piel desnuda. Que cerdo me sentía, joder… Tanto, que empecé un movimiento de caderas de lado a lado para menear mi polla al aire mientras tenía las manos en la cintura. Notaba como mi cimbrel se bamboleaba de lado a lado junto a mis enormes pelotas y salpicaba chorretones de precum por todas partes, sin importarme dónde pudieran caer. Qué bien olía.
Después de unos momentos, estaba tan erotizado que, sin saber por qué, empecé a imitar lo que un rato antes había hecho mi mejor amigo: darme la vuelta poco a poco hasta dejarle detrás de mí. Él seguía de pie. Podía sentir su calor y su cuerpo; no estaba lejos del mío. Ya estaba totalmente de espaldas a él y, sin pensarlo, fui agachándome poco a poco, acariciando mis muslos desnudos lentamente. El susurro del poco vello que tenía en las piernas acompañaba las palmas de mis manos al pasar por las rodillas, los gemelos… hasta que llegué a agarrarme los tobillos donde descansaban mis calzoncillos sudados. Todo esto se escuchó en la oscuridad. Casi se podía oír también como mi amigo temblaba de excitación. Empezamos a respirar profunda y rápidamente. Al estar tan agachado, sentía mi rabo apretando mi tripa y humedeciéndola (chup, chup, chup…), mis huevazos gordos y lecheros colgando, bien cargados, y mi culo en pompa, con las nalgas bien duras separándose poco a poco.
Entonces, no sé cómo pasó, pero me encontré a mí mismo subiendo las manos hasta la rajita de mi culo en mitad de la oscuridad. Esa rajita que ya empezaba a tener bastantes pelitos. Y, del tirón, imaginando cerca la polla caliente de mi amigo, me abrí de par en par todo el culazo, dejando toda la raja y mi agujero al aire, sonrosado y brillante.
Pasaron unos segundos y…
– ¡CLICK!
La luz se encendió.
En un primer instante tan solo vi mis cojonazos, gordos como los de un toro, colgando entre mis piernas junto a un largo hilillo con una gota muy grande de presemen al final. Agachado como estaba, también vi la tienda de campaña formada en los pantalones de deporte de mi mejor amigo y luego sus playeras. Antes de que mis reflejos me hicieran soltarme los carrillos del culo y tirar de mis pantalones hacia arriba a toda prisa, las pelotas me dieron un latigazo y empecé a escuchar al cabronazo de mi colega reírse nervioso.
– Jajajaaaa… Ostia, tíoooo… ¡¡Menudos pelazos que tienes en el culo!! Buah, chaval… ¡Jajaja!
Menudo hijo de puta que estaba hecho él. No me había dado cuenta de que, tal y como estábamos, mi amiguito tenía el pulsador de la luz al alcance de la mano. Me había visto el culo bien abierto y los huevos escurriendo.
– Joder, tío, pareces gilipollas -le dije mientras me colocaba la ropa como podía y me sentaba otra vez en el rincón, sobre los abrigos- te has pasado tres pueblos.
Él seguía con su risita, pero un poco más baja y más nerviosa. Su rostro estaba encendido de excitación: rojo, casi con la lengua fuera… Se le veía encantado. Y es que, lo que más me jodía era que a mí también me hubiera gustado verle el boquete a él.
– Perdona, joder, no te ralles… Perdona, tío…- me decía nervioso, dándose la vuelta y andando unos pasos mientras se calmaba su risa. Colocándose con disimulo su polla dura en el calzoncillo mojado.
Al cabo de un poco, por fin se volvió a apagar la luz.
– Venga, que me siento. Perdona, joder…- dijo, ya calmado, acercándose a tientas donde estaba sentado yo.
Me sentía un poco mosqueado y bastante nervioso pero, sobre todo, cachondo. Y mi polla estaba a tope: me palpitaba y soltaba fluidos sin parar. Me la había colocado hacia arriba en los calzoncillos, con el capullazo amoratado sobre mi ombligo y el par de huevazos llenos de leche escurriendo entre las piernas. Noté a mi derecha las playeras J’Hayber de mi amigo y se las toqué para indicarle donde estaba. Empezó a agacharse y se puso en cuclillas. Nuestras manos sudorosas se hacían un ovillo mientras nos ubicábamos uno al otro en plena oscuridad, tocándome el hombro, el pecho, la barriga el muslo… hasta que se dio la vuelta y se sentó de espaldas a mí para después ir tumbándose boca arriba. Estábamos en perpendicular uno del otro y, sin decir ni una sola palabra, apoyó su nuca encima de mi cipote.
Menudo pajote me estoy cascando ahora mismo mientras recuerdo esto. Buffff… Fue la ostia sentir la cabeza de mi mejor amigo encime de mi rabo y mis cojones.
Ahí empecé a perder el control.
En plena oscuridad, lentamente, acaricié con mis manos su pelo y su frente, húmedos de sudor. Bajé por su nariz chata y sus mofletes redonditos, que estaban ardiendo. Creo que incluso acaricié sus labios húmedos antes de llegar a su cuello. Nuestras respiraciones estaban aceleradas. Le sujeté la cabeza tal y como estaba y le di un tirón a mi polla; un latigazo para ponerla aún más dura. Di otro tirón. Y luego otro más, contrayendo mi ojete para bombear sangre a mi nabo. Y otro. Para que el muy cabrón notara cómo me tenía.
– …que… grande… es…- susurró Rafa, casi gimiendo, mientras empezaba a girar muy despacio su cabeza para poner su carrillo, su nariz y al final su boca sobre mi paquete. A la vez, podía oírse como se bajaba poco a poco la parte de abajo de su ropa para sacar ese cimbrel tan rico, moreno y lubricado, que ya le había visto alguna vez. Por sus movimientos, parecía que estaba quitándoselo todo, quedándose solo con las zapatillas de deporte. Seguía con su cara pegada a mi paquete, ya boca abajo, suspirando y resoplando como un cerdo. Yo le agarraba de la nuca y tiraba de su pelo moreno y un poco largo, mientras intentaba contener los bufidos de placer que salían por mi garganta. Nos habíamos vuelto locos.
Empecé a notar como su cuello cambiaba de ángulo: desnudo de cintura para abajo, mi amigo estaba poniéndose a cuatro patas. Yo ya notaba sus babas por toda la entrepierna, en los pantalones que todavía cubrían mi rabo aunque estaba a tope. Alargué la mano y la puse directamente en su nalga. Estaba sudadita y caliente. Menudo culazo: regordete, pero bien duro y lampiño. Lo fui acariciando poco a poco hasta que le metí cuatro dedos por su rajita… ¡Como resbalaba! No era solo por el sudor… había también lubricante natural de ojete. De ese que resbala mucho y huele genial cuando llevas un par de días bien cachondo y sin ducharte. El caso es que no me lo podía creer, pero allí estaba yo: tocando el agujero del culo de mi mejor amigo. Menuda gozada. Le metí una buena sobada por todo el boquete, que parecía que me besaba las yemas de los dedos. Nuestros gemidos ahogados sonaban a gloria, bajitos, morbosos. Fui bajando un poco la mano hacia sus huevos. También le colgaban de la ostia. Que blanditos, gordos y calientes estaban. Sudaditos y poco peludetes, como su agujerito. Bufff… el muy vicioso ya me estaba mordiendo la polla a través del pantalón. Y yo ya no aguanté más.
Lo primero que quería hacer a continuación fue llevar la mano que tenía en sus cojones a mi cara. Quería que me escuchase oliendo su sudor y los aceites de su culito, así que pegué una buena esnifada mientras sacaba la lengua y me pasaba la mano por los morros:
– ¡¡SNIFFFF…!!
Buah, chaval, que maravilla… Olía a morbazo y a vicio puro… Y menudo gemidito de puta que dio mi amigo por encima de mi capullo.
Lo segundo que hice fue sacarme de una puta vez la polla y los cojones. Levanté el culo un poco, me agarré los gayumbos y, al bajarme los pantalones, mi amigo me lamió la mano según pasó por delante de su cara. Ahí no aguanté más y le metí un morreo de flipar. Agarré su cabeza por las orejas, le atraje hacia mí, abrí la boca y saqué la lengua mientras nos acercábamos con ansias, pero como borrachos. Él me estaba esperando igual. En la oscuridad, saboreamos nuestras lenguas, nuestra saliva, nuestros labios… Nos lamimos las caras con vicio, recordando todas las veces que habíamos deseado hacer eso y nos habíamos contenido. Nuestras lenguas jugaban, nos mordisqueamos los labios, nos dábamos besitos en las mejillas…
Al cabo de un rato, nos separamos. Queríamos más. Rápidamente me puse de pie y me despeloté en un segundo. Me quedé solo con las playeras. Mi nabo estaba chorreando babas. Y mi mejor amigo se lo iba a tragar. Estábamos deseándolo los dos, porque oí como se sentó apoyando la espalda en la pared, como se quitó la parte de arriba de la ropa y como abrió la boca con un sonido gutural:
– Ahhhhhhhgm…
Sonaba a que tenía la lengua fuera como un perro. Busqué su cabeza y le puse una mano encima. Con la otra me agarré la base del cipote y le pegué un par de pollazos en mitad de la cara:
– ¡Ploffff, ploffff…!
Y venga a salir precum y a pringarle la jeta a mi colega. Jajaja. Él empezó a lamerse los labios. Yo notaba su lengua moverse con hambre. Le di un poco de mi capullo y empezó a rebañar como buen glotón. Le aparté el glande de la boca y le eché un buen lapo, que le pilló de sorpresa, pero creo que le puso todavía más guarro de lo que estaba. Le esparcí mi saliva pasándole mis pelotas por la cara. Como sacaba la lengua, el muy perro… Buffff… buffff… Ya no aguantaba más. Iba a follarle la puta garganta a saco a mi mejor amigo. Le sujeté la frente, le agarré la barbilla y le abrí la boca a tope con mis propias manos. Entonces, despacio pero firme, empecé a meterle la polla por la boca.
Si yo tenía ganas, él más. Se empezó a amorrar desde el principio. Me succionaba desde el capullazo. Yo iba tanteando, no quería hacerle daño; quería que disfrutáramos juntos. Pero seguía metiendo y metiendo, despacito, y él seguía tragando y tragando. Ni un quejido, ni una arcada. Hasta que mis dos huevazos se pegaron a su barbilla y mi abdomen le dio en la nariz. Nos quedamos así un rato. Él me sujetaba del culo con una mano y con la otra estaba en pleno pajote: no muy rápido, pero intenso, de arriba a abajo. Que gozada, su garganta era calentita y su boca húmeda. Empecé a sacarla despacito y él absorbía y mamaba… me estaba ordeñando la polla y me estaba dando un gustazo del quince. Hubo gemidos y suspiros varios cuando se la saqué por primera vez. Y entonces, me la besó. Me besó la polla entre el frenillo y el glande. Un beso con lengua que me volvió loco. Me mordí el labio inferior y le empotré la cabeza contra la pared mientras me ponía de puntillas para meterle el rabo entero, todo lo que daba, y empezar a reventarle.
– PIM, PAM, PIM, PAM, PIM, PAM…
Ya estábamos como dos animales. Me estaba sabiendo riquísimo follarle la garganta a mi mejor amigo. Le estaba dando caña a saco, pero el muy cerdo tragaba y mamaba que daba gusto, entre arcadas (ahora sí) y babas. Me hacía el vacío con ansias mientras le escurrían por la barbilla churretones de su saliva y de mi precum que iban a parar a sus tetas, barriguita, cipote y pelotas. Y ¡cómo se pajeaba ahora, el muy cerdako! A toda ostia. Menudo pajote se estaba cascando a la vez que me mamaba, salpicando por todos lados. A veces, cuando le daba tiempo, mientras mi capullazo pasaba por su campanilla para llegar a meterse en su garganta, él sacaba mucho la lengua para lamer mis cojones inflamados. ¡Menudo mamote!
Estuvimos así un buen rato. Él me agarraba del culo para meterse más adentro mi cimbrel. Yo le acariciaba la cabeza, su cara, le echaba algún lapo… hasta que ya nos empezó a llegar el gustazo. Notaba el corridón próximo. Le dije algo así como “ya llego…” muy bajito, al que me respondió con un gemido de su boca llena. Y empezó a mamar más fuerte: con más ansia, más profundo y haciendo más el vacío en mi pollote. Pegándose casi de ostias en el morro contra mis huevazos y mi abdomen. Y, con un sonido sordo y gutural, empezó mi corrida. Noté la lefa calentorra saliendo de mi cuerpo por mis cojones, por mi polla, que daba latigazos dentro de la boca de mejor amigo hasta el capullazo que estaba en su garganta. Chorros laaaargos y espesos a presión. Me estaba corriendo con todo el cuerpo.
Uuuuno… dossss… treeees… al cuarto o quinto gran espasmo de mi polla dentro de la boca de mi amigo, noté que su garganta vibraba con un gemido que dio aún más placer a mi glande en pleno orgasmo. Y él también empezó a correrse como una bestia. Noté un espasmo de su cuerpo a través de mi rabo. Luego otro y, de pronto, sentí uno de sus chorrazos estrellándose en toda mi huevada: semen hirviendo, denso y pesado. Él también lo notó con su barbilla porque, al momento, se encajó mi polla en la garganta, sacó la lengua para recoger su propia lefa de mis cojones y la juntó dentro de su boca con mi corrida. Al hacer todo eso, sonaba como un becerro mamando leche…
Nos vaciamos enteros. El corridón nos salió del alma. Después de los gemidos sordos y los resoplidos de placer, solté su cabeza y me fui resbalando hacia abajo poco a poco, restregando mi polla por su pecho lleno de leche y babas, hasta sentarme de frente sobre él. Y, mientras nuestros cipotes temblaban juntos y acababan de escurrir pequeños borbotones de esperma, nos miramos a los ojos en esa total oscuridad para comernos la boca tranquilamente. Despacio. Profundo. Disfrutando del sabor de nuestra lascivia con un morbo y un relajo brutales.