Chorros de semen para la mamá de mi amigo

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Al llegar a la universidad vio a su amigo Marcos en clase y se saludaron como colegas. La profesora ya había entrado, era una rubia de bote, que pasaba de los cuarenta y que vestía provocadoramente: Cecilia era su nombre.

Llevaba un vestido negro ajustado a su figura, con un generoso escote redondo por donde un canalillo se formaba al juntarse sus tetas regordetas y redondas. Ingeniería del software impartía la tal Cecilia, con el mismo acierto que vestía, digamos que no parecía el apropiado para su persona.

Pero tenía cierto morbo la tía, así que Marcos y Teo cuchicheaban admirando su culo marcado por el vestido ajustado a su figura y hablaban de ponerle la polla entre aquellas tetas para hacerse una cubana con ellas y correrse en su cara.

Tales comentarios, tan políticamente incorrectos hoy en día, son algo común en el vocabulario de los jóvenes, ansiosos de sexo y placer, excitándose por cualquier motivo y la amiga Cecilia sabía provocar como ninguna, esos motivos para entregarse a sucias fantasías con sus alumnos.

Decidieron saltarse la segunda hora y tomarse un café en la terraza de la cafetería de la Universidad y allí comentaron lo ocurrido cuando Marcos se marchó de su casa en la tarde anterior.

—Pues no se lo tomó del todo mal tío —dijo Adri tras ser preguntado por su amigo.

—¿No, en serio? —preguntó él incrédulo.

—En serio, yo tampoco me lo creía, pero ella me dijo que no me regañaría por algo que había sido una intromisión en mi intimidad.

—¡Pues qué madre tan moderna colega!

—Si, ya te digo.

Cerca de ellos un grupo de chicas estaban en otra mesa, de éstas sólo una destacaba mínimamente para ser admirada. Era la delegada de curso, pero tampoco es que fuese una cosa de otro mundo. Las carreras de ciencias, especialmente las ingenierías, se caracterizan por el bajo porcentaje de chicas que se matriculan y su carrera en particular era de las más bajas en este sentido. Matemáticas por ejemplo sí tenía más chicas donde elegir, pero la informática y “los cacharritos” despertaban poca admiración entre las aspirantes femeninas.

—¿Te vienes esta tarde a mi casa? —le propuso Marcos.

—Vale, mejor en tu casa que en la mía dos días seguidos ya sería de traca… —rio Adri.

Así que pasaron el par de clases que les quedaban aquella tarde y se marcharon a casa de Marcos.

Allí estaba su hermana Mónica, con ropa de andar por casa merendando algo en su salón, sentada en el sofá sobre sus piernas. Mónica era un poco mayor que nosotros, no estudiaba, trabajaba, pues nunca le gustó estudiar. Su aspecto era un poco transgresor, tenía los ojos con sombras naranja en un tono muy parecido a las mechas de su pelo castaño.

—¡Qué pasa pajilleros! —dijo nada más vernos entrar con nuestras carpetas.

El que los llamase así obedecía a un sentido del humor un poco macarra, pero entre hermanos supongo que no importaba. Adri, como hijo único siempre quiso tener un hermano o hermana, así que envidiaba un poco a Marcos en ese sentido.

—¡Nada tía, venimos a estudiar un rato! —dijo Marcos para saludarla.

—¿Está papá? —preguntó su hermano.

—Por suerte no —respondió ella.

Su padre tenía mal carácter. Adri le había oído regañarles de pequeños incluso me había marchado escandalizado de joven al oír las voces que les daba y cómo les zurraba. Su madre murió, mal asunto sin duda y desde entonces vivían sólo con él y aunque pudiese pensarse que la cosa fue a peor, en realidad mejoró, pues éste trabajaba mucho y estaba poco en casa. Una asistenta les ayudaban con las tareas del hogar y así podríamos decir que se habían criado el uno al otro.

Mónica llevaba unos shorts tan cortos que casi le asomaban los pelillos por las ingles, así que Adri se quedó mirándola y ésta le pilló. Pero simplemente se sonrió al verlo.

—Bueno estamos en mi cuarto —dijo Marcos.

Y la dejamos en el salón.

Al entrar a su cuarto Marcos puso música y encendió el ordenador. Insertó su disquete de tres y medio y ejecutó el programa: A:\mandy.exe. Al momento comenzaron a salir unas imágenes en bucle de actos sexuales de la tal Mandy. Hoy en día esto sin duda puede parecer arcaico, pero en aquellos tiempos es lo que se tenía para ver porno en los primeros PCs.

Así que Marcos pasó todas las animaciones y las vio junto a Adri. Hoy fue este último el que decidió comenzar, normalmente no era así, pues empezaba Marcos, por eso se extrañó cuando Adri puso la mano en su paquete y le acarició hasta sentirla dura allí dentro.

—¿Quieres que te la casque? —dijo Adri.

—¡Claro! —respondió Marcos.

Su amigo no era muy expresivo, pero era buen chico. De pequeño le defendía de los matones en el colegio y él le ayudaba con los deberes, así que congeniaron desde el primer momento.

Marcos desabrochó su botón y bajó su cremallera, entonces Adri metió la mano en sus calzoncillos y sacó su erección por la abertura de estos. Estaba ya muy excitado, así que cuando la tuvo en su mano la sintió caliente y la movió suavemente arriba y abajo.

Adri admitía que su amigo tenía mejor polla, aunque éste ya le había dicho que la suya era más bonita, aunque no fuese tan grande. Comentarios así sólo podían hacerlos quienes compartían una estrecha intimidad, y únicamente en el ámbito de esta, pero entre ellos se daban estas dos circunstancias.

La suave piel de su prepucio bajó y descubrió su glande, Adri le masturbaba suavemente mientras Marcos comenzó a visionar fotos de chicas desnudas en el ordenador.

—Sabes, antes me he fijado en los shorts de tu hermana y creo que le asomaban los pelillos del coño —dijo Adri mientras le masturbaba.

—¿Ah sí? ¡Te habrás excitado no cabrón! Seguro que ahora miso te la follarías si entrara y te lo pidiera.

—Pues no le diría que no —dijo Adri sonriendo.

—¡Vamos más rápido! —protestó Marcos.

Adri aceleró el ritmo y su amigo agradeció la nueva situación echándose hacia atrás.

—Si quieres puedo preguntarle, ella tiene confianza conmigo —le propuso su amigo.

—¡No tío! Seguramente que te dice que no… —dijo Adri sintiendo una punzada en su autoestima.

—¡Qué va tío! Ella no es así, no te despreciará —insistió.

—Bueno, pues si quieres —dijo Adri.

A continuación Adri aceleró y se esmeró en su masturbación. Marcos bajó su bragueta y también comenzó a tocarle para estimularse mutuamente.

—¿Y si las juntamos? —preguntó Marcos.

—¿Juntarlas? —dijo Adri extrañado.

—Sí, mira…

Adri se dejó guiar por su amigo, se quitaron los pantalones y se sentaron en la cama, allí le tumbó y Marcos se puso entre sus muslos, acercando efectivamente sus miembros uno junto al otro hasta chocarse, Marcos comenzó a masturbar una junto a la otra con su mano mientras sus prepucios se frotaban e igualmente subían y bajaban.

Aquello fue excitante para Adri, una nueva práctica que emplear en sus masturbaciones compartidas y tuvo que advertirle su agrado.

—Me gusta —dijo simplemente.

—A mí también —contestó Marcos.

Aceleró el ritmo y la lubricación de sus glandes fue patente, así que Marcos cogió su palma de la mano y frotando una y otra la usó como lubricante extra para su mano, volviendo a masturbarse él y al mismo tiempo a su amigo.

Aquello no podía durar mucho, pues la excitación por esta nueva práctica, lo hacía todo más morboso y caliente. Así que cuando Adri comenzó a correrse, su semen contribuyó aún más a la lubricación por lo que Marcos, nada más notarlo, aceleró el ritmo y sus espasmos también fueron el preludio de sus andanadas de semen.

Se corrieron uno junto al otro, con Marcos erguido y Adri tumbado mientras sus miembros se frotaban y el semen corría entre ambas herramientas lubricándolo todo, en un cálido y caliente final de fiesta.

Resoplando ambos apuraron hasta la última gota de placer y se mantuvieron unidos unos segundos extra. Tenían los glandes muy hinchados y rojos, tan sensibles que ya ni se podían rozar con ellos. En ese momento Marcos se separó y alcanzando una toalla del armario se la pasó a Adri para que se limpiase mientras él hacía lo propio con otra.

—¡Uf, qué idea has tenido tío! De dónde la has sacado —preguntó Adri.

—No sé tío, se me ocurrió de repente —se limitó a admitir su amigo Marcos.

—¡Pues tenemos que repetir! —concluyó Adri.

6
Susana estaba sola en casa aquella tarde, viendo los chismes en la tele mientras tomaba un café. Sus tardes siempre eran solitarias, hasta que llegaba su hijo de la Universidad y entonces cenaban juntos y charlaban un rato.

Adri era muy buen hijo, siempre lo había sido, sobre todo se unieron más a raíz de la súbita muerte de su marido. Un ataque al corazón se lo llevó por delante, dejándola viuda con el pequeño Adri y desde entonces hasta hoy.

Cuando era pequeño Susana no tenía con quien dejarlo, así que no tenía oportunidad para salir y conocer a otros hombres. Luego, cuando creció, Susana ya no buscaba nada, se sentía a gusto con su hijo y por eso no se había vuelto a casar ni tener pareja.

Mientras recogía la ropa para la colada, de repente el llamó la atención que en su cuarto hubiese unos calzoncillos de Adri, allí en el suelo junto a su cama. Los cogió y extrañada se preguntó cómo habían llegado allí. Miró hacia un lado y luego hacia el otro y no supo dar respuesta el pequeño enigma planteado, así que se encogió de hombros y los metió en el cesto para lavar.

Tras poner la lavadora volvió al salón y siguió viendo la tele. Entonces recordó el incidente del probador en la tarde anterior…

Estaba probándose vestidos en una tienda, donde una joven dependienta la ayudaba a elegir el tono que mejor le sentaba. A Susana le gustaba probarse ropa así que se probó muchos vestidos y a la chica le gustaba servir, así que le ayudó durante mucho rato.

Ella se llamaba Isabella y era un encanto de chica. Sin duda hubiese sido una buena hermana para Adri —pensó la madre inevitablemente siempre preocupada por su único hijo—, pero como ya dije, no pudo ser, pues no dio tiempo.

Isabella ya le llevaba los vestidos al probador, mientras Susana se cambiaba, de modo que comenzó a verla en ropa interior y permanecía con ella en el probador mientras se quitaba uno y se ponía el nuevo que le había traído.

—¡Susana este te sienta muy bien! —dijo Isabella alisándole la falda por su trasero.

—¿En serio? Eres muy amable Isabella.

—¡Si, sí, definitivamente este es el mejor! —dijo cuando Susana se giró hacia ella—. Te hace un pecho muy bonito —añadió mientras cogía sus senos con ambas manos y se los subía suavemente.

—Eso sí, siempre he tenido unas buenas tetas —dijo Susana riendo mientras se giraba para verse en el espejo.

—De eso no hay duda —añadió la chica a su lado—. A mí me gustaría tener más pecho se lamentó mientras se cogía sus pequeños senos.

—Bueno Isabella, creo que tienes un pecho también muy bonito, tal vez nos sea muy grande pero las tienes bonitas —rio Susana.

—¿Tú crees? —preguntó ella acomplejada.

Entonces se quitó la camiseta con el nombre de la tienda y Susana descubrió que no llevaba sujetador, así que éstas lucieron al aire libre iluminadas por los fluorescentes del probador.

—Yo pienso que son pequeñas —dijo ella apesadumbrada.

—¡Oh Isabella! Definitivamente son pequeñas pero muy bonitas.

—¿No me enseñarías las tuyas? Sólo para ver cómo sería si yo las tuviese así.

Susana se sorprendió por su propuesta y ciertamente se sintió un poco incómoda por la misma.

—¡Oh qué locura verdad! Perdona Susana, no quería incomodarte —se apresuró a decir la chica.

—¡Oh tranquila no pasa nada! Será sólo un momento.

Entonces Susana se quitó el vestido, que tan bien le sentaba y luego se desabrochó su sujetador, sacándoselo por los hombros. Al momento sus dos grandes mamas resbalaron por sus costillas quedando a media altura. Sin duda un buen par de tetas.

—¡Oh qué hermosuras! —dijo Isabella nada más verlas.

Y sin cortarse un pelo las cogió y las juntó con sus manos frente al espejo.

—¡Son preciosas Susana! —añadió la chica y acto seguido las juntó con las suyas como si estuviese comparándolas.

Al notar el contacto de los pechos de la chica sobre las suyas Susana notó la intención de la chica, digamos que su sexto sentido se activó.

—Pues ya me gustaría a mí tener tus preciosidades Isabella —dijo Susana permitiéndose tocar aquellos pechos pequeños y redondos, como copas de champán.

—¿Tú crees? —preguntó Isabella muy melosa.

Su beso le supo bien, lengua incluida. Pero Isabella la sorprendió de nuevo con su acercamiento, así que Susana se quedó parada el tiempo suficiente para que esta reaccionara y bajando a sus pechos le capturase un gordo pezón con aquellos dientes tan pequeños y blancos, chupándolo suavemente.

—¡Oh Susana, qué deliciosa eres! —dijo Isabella tras mamar dulcemente su pecho.

Su mano bajó a sus bragas y acarició su vulva sobre la tela. Susana notó el vértigo del primer momento. Algo que hacía años que no había sentido y se dejó llevar.

Cogió la cabecita de la chica y la enterró entre sus mamas, ésta pareció gozar removiendo su carita entre tanta hermosura. Luego Susana tiró de su pelo hacia atrás y besó su boca, sintiendo la calentura de su sexo en su aliento.

Para este momento Isabella ya se desenvolvía entre los pliegues vaginales de Susana con soltura, deslizando sus pequeños dedos entre éstos, mojándolos en la entrada de su vagina.

—¡Todo bien ahí dentro! —preguntó uno de los dependientes desde fuera del probador.

—¡Oh si, dijo Susana! Todo bien —añadió sintiéndose un poco tonta por repetir la afirmación.

Isabella sintió miedo de ser descubierta y se apresuró a ponerse la camiseta de la tienda. Aunque ahora la erección de sus pezones era evidente e incómoda.

—¿Te gustaría verme fuera de aquí? —le preguntó la chica.

—¡Si claro! —dijo Susana.

—Vale, te apunto mi número —dijo.

Y sacando un rotulador lo escribió en uno de los pechos de Susana con grandes dígitos: 606 63…

Luego ser marchó del probador y dejó a Susana poniéndose su vestido para salir más tarde y pagar aquel que tanto le había gustado.

Ahora Susana se masturbaba con su recuerdo, aquella chica le había traído a la mente recuerdos de su juventud, de aquella maestra que la enseñó a amar a otra mujer. Algo que ella había tenido tanto tiempo enterrado en el baúl de los recuerdos y que había sido despertado de nuevo, por aquella chica atrevida en el probador de la tienda…

Su sexo palpitaba bajo la presión de sus dedos. Sus jugos manaban por entre sus labios, rebosantes de éxtasis. Mientras sus pezones gordos y duros se erizaban, recordando cómo los pequeños dientes de la dependienta los mordisqueaban aquella tarde en la intimidad del probador.

Susana arreciaba en sus caricias íntimas, con el dildo anal metido en su sitio, como parte disoluta de su íntima sexualidad. Lo cogió y lo movió con fuerza haciéndolo entrar y salir de su culo. Esto le produjo una deliciosa mezcla de dolor y placer, luego siguió frotándose su clítoris sintiendo que su orgasmo era inminente.

Allí en el sofá del salón, gozaba como una diosa romana en el templo, siendo ofrecido su cuerpo en sacrificio sexual, poseído por un legionario romano antes de ir a la guerra. Aunque ella estaba pensando en aquellos momentos en una chica, en una joven atrevida que supo sacarle de sus entrañas su parte lésbica, tan largo tiempo olvidada.

Y ahora volvió a sacarse y meterse su plug anal, provocándose gran placer mientras se masturbaba, tanto que su cuerpo temblaba anhelando el final desenlace.

Con un estruendo gruñó, jadeó y bufó, su cuerpo se estremeció, implosionó y finalmente explotó entre estertores, apretando con fuerza los dientes mientras se pellizcaba decidida los gordos y excitados pezones, se frotaba con fuerza su clítoris erecto allá abajo y su ano se contraía rítmicamente en torno al dildo que lo atravesaba.

¡Qué buena paja! —dijo en voz alta exteriorizando el único pensamiento que cubría su mente al final de aquella tarde en la intimidad de su salón.

7
Adri llegó de casa de Marcos a la hora de la cena. Pues la cena con su madre era sagrada y cada día se repetía como un ritual a la misma hora.

La saludó con un beso al entrar en la cocina, luego pasó a la ducha mientras esta terminaba de prepararla y para cuando salió ya se encontró con todo puesto en la mesa del salón. Sí, su amorosa madre tal vez le malcriase, pero después de todo era su único hijo…

—¿Qué tal la tarde? —preguntó su madre tras sentarse a comer.

—Pues muy bien, he estado con Marcos en clase y luego hemos ido a su casa —dijo Adri.

Entonces Adri decidió hablarle del incidente de los pelillos y los shorts de Mónica, la hermana de Marcos.

—¿En serio? —sonrió Susana.

—Sí y verlos me ha excitado, no te creas —afirmó su hijo.

—Claro Adri, imagino que tu imaginación ha volado, ¿me equivoco?

—No, efectivamente así ha ocurrido. Aunque luego mamá, en el cuarto con Marcos hemos seguido jugando y hoy hemos practicado un juego nuevo.

—¿Nuevo, cómo? —preguntó su curiosa madre.

Adri se lo explicó con pelos y detalles y le contó también lo mucho que le había gustado a pesar del zafio final que había tenido.

—Luego nos hemos limpiado y de ahí que necesitase una ducha cuando he llegado —rio Adri.

—¡Oh si claro, no me extraña! Oye, ¿sabes que he encontrado unos calzoncillos tuyos en mi cuarto? —preguntó la madre a un Adri sorprendido e incomodado por dicha pregunta.

—¡Ah sí! Pues no sé cómo han llegado allí —dijo Adri sin dar más pistas.

—¡Eso mismo he pensado yo! —rio la madre respetando la intimidad del muchacho.

Siguieron comiendo y entonces fue ella la que le confesó a Adri lo ocurrido en el probador aquella tarde con Isabella.

—¿En serio? —dijo ahora el hijo.

—Sí, sé que te parecerá increíble, pero la chica se me insinuó, me enseño hasta sus preciosos y jóvenes pechos y luego me pidió que le mostrara yo los míos, que al parecer la atraían mucho.

—¡Jo mamá! Pues no te imagino yo en una situación así.

—Yo tampoco me lo imaginaba hasta que me vi envuelta en ella —dijo la madre disoluta.

—¿Y te ha gustado mamá?

—Sí Adri, tanto que esta tarde me he estado acordando de la situación y ahora estoy en que no sé si llamarla o dejarlo ahí.

—¡No seas tonta! ¡Llámala! —dijo Adri al momento.

—¿Tú crees? No sé la chica es joven, probablemente no sea mucho mayor que tú.

—Bueno y qué, es sólo sexo, ¿no?

—Ahí tal vez tienes razón. El caso es que Adri, también me acuerdo de la herramienta de tu amigo Marcos, ayer aquí en el sofá.

—¿Se la viste?

—Como para no verla hijo —dijo la madre.

—Sí, Marcos tiene una buena polla, sin duda —dijo Adri sin tapujos—. ¿No me digas que también te gusta Marcos?

—Pues desde que me dijiste que tenía fantasías sexuales conmigo, no te digo yo que no le hago caso.

—Pues si quieres se lo pido, yo creo que él también se siente atraído como yo por el otro lado.

La madre del chico quedó pensativa.

—El otro lado, una forma bella metáfora para referirse a eso, sin duda —dijo la madre con admiración.

—Sí, aquí estamos, cada uno por nuestro lado explorado el otro lado… —dijo Adri a modo de trabalenguas provocando las carcajadas de su madre al otro lado de la mesa.

Y de forma tan amena y entrañable terminaron la cena el hijo y la madre. Retiraron los platos y Adri los lavó en la cocina, mientras ella se duchaba para acostarse.

Luego se desearon buenas noches, se besaron y cada uno por su lado, se acostaron.

8
Cuando Adri tocó al timbre no esperaba que fuese la hermana de su amigo la que se encontrara frente a la puerta…

—¡Hola! ¿Está Marcos? —dijo Adri un poco cortado.

—No —contestó ella dejando al muchacho más cortado si cabe—. Pero puedes pasar y esperarlo dentro —añadió tras una incómoda pausa para Adri.

Adri asintió y entró. Fuera hacía calor, pues era por la tarde y aún el sol brillaba y caía a plomo sobre las cabezas de los mortales que se aventuraban por las calles desiertas del pueblo.

Dentro la temperatura era mejor, aunque la penumbra contrastaba con la gran luminosidad del exterior, lo que provocaba una ceguera temporal hasta que el ojo se acostumbraba a las nuevas condiciones de luminosidad.

Adri, cegado a causa de lo anterior, apenas seguía a Mónica por el pasillo hasta el salón. Allí la tele estaba puesta y uno de los programas de cotilleo se oía de fondo.

Ella se sentó en un extremo del sofá y Adri tomó asiento en extremo opuesto.

La ausencia de conversación creó un vacío incómodo entre ambos. Adri estaba muy cortado por la presencia de la hermana de su amigo. Hoy de nuevo ella vestía unos shorts y una camiseta raída en la parte de arriba. Después de todo estaba en su casa y con el calor reinante fuera, era una ropa fresca para sentirse a gusto. Aunque tal vez la camiseta estaba demasiado gastada para tener visita.

Esta se abría generosamente en su pecho y las tirantes caían desde los hombros. Mónica no tenía unos grandes pechos, pero a Adri le excitaba mirarle su escote a través de la camiseta. Se imaginaba que debajo no llevaba sujetador, para estar precisamente más fresca en aquel día de calor y esto le excitaba más aún.

El silencio se extendía y se hacía cada vez más incómodo y pesado. Adri se esforzaba por buscar un tema de conversación adecuado al momento, pero ningún pensamiento le parecía lo suficientemente bueno como para expresarlo en voz alta.

Ella permanecía sentada, con los pies recogidos sobre el cojín del sofá, retrepada sobre el respaldo de este, mirando distraída la televisión.

—¡Hace calor hoy! —dijo Adri, sintiendo que era una frase estúpida, pero ya no podía guardar silencio por más tiempo, tenía que romper aquel incómodo silencio.

—¡Sip! —dijo ella sin más.

¿Y ahora qué? —pensó Adri para sus adentros.

—¿Tardará mucho Marcos?

—No, creo que no —dijo Mónica.

Sin duda el don de la palabra no era una cualidad con la que el creador hubiese obsequiado a la hermana de Marcos.

Cuando ya daba la conversación por perdida, ella habló.

—¿Sabes una cosa? —preguntó dando intriga al momento.

Adri no contestó, pues pensaba que la respuesta era obvia y que ella continuaría donde lo había dejado.

—Marcos me dijo que el otro día me viste los pelillos de las ingles con este mismo short —le espetó en la intimidad de la penumbra del salón.

—¿En serio? —dijo Adri pensando que aquel era un buen momento para levantarse e irse.

—Si, eres un pillín —agregó Mónica.

Y distraída se acarició denante de Adri aquella parte de sus shorts, donde sus ingles se ocultaban a la vista ajena y algún pelillo travieso se asomaba bajo el elástico de su prenda interior.

—Tengo los pelillos muy largos y a veces se me escapan —rio Mónica mientras sus dedos parecían capturar dichos pelillos.

Aunque en la penumbra de la habitación era difícil apreciarlo, únicamente cuando la tele cambiaba de escena, a veces se iluminaba con más fuerza la imagen de Mónica sentada en el sofá y entonces Adri podía apreciar algún detalle.

—Bueno yo… —dijo Adri carraspeando.

Entonces la imagen de la tele cambió al blanco y Adri pudo ver cómo ella se tiraba de aquellos pelillos traviesos de su ingles y cómo su blanca piel se ocultaba bajo el short vaquero que vestía la chica.

—¿Te gustan mis pelillos? —se atrevió a preguntarle Mónica a Adri.

Este no sabía qué contestar, se sentía terriblemente avergonzado por aquella conversación, pero la excitación del momento le atraía como nunca antes había sentido.

—¡Sí, es sexy! —dijo Adri en un susurro sin levantar mucho la voz.

Mónica soltó una carcajada.

—¿Quieres verlos? —se atrevió a repreguntar.

Adri, sintiendo como sus latidos se disparaban hasta las ciento veinte pulsaciones por minuto al menos, fue incapaz de articular palabra, pero sí asintió afirmativamente mientras trababa la poca saliva que en su boca había.

Entonces Mónica se apartó la tela del short de sus ingles y con ella arrastró sus braguitas blancas, para así mostrar al chico junto a ella en el sofá su pelambre oculta.

Adri tuvo que esperar un oportuno flash de la tele para apreciar con mayor claridad la pelambre de la joven, pero ese momento llegó y la excitación que le produjo ver aquella espesa mata de pelo negra con detalles difuminados de lo que se ocultaba bajo ella fue suficiente para culminar su erección bajo el pantalón.

Mónica rio de nuevo y tapó su intimidad a los ojos del muchacho.

—¡Oh Mónica, estás muy buena! —dijo Adri expresando el pensamiento que le vino a la mente en voz alta.

—¿Me enseñarías tu pene? —dijo la chica.

Adri tragó más saliva y un halo de vergüenza se apoderó de él.

—¿Por qué, tú sólo me has enseñado fugazmente lo tuyo?

—Está bien, te lo enseñaré mejor —dijo ella.

Y ni corta ni perezosa se bajó el short y se quedó en braguitas. Ahora la elástica tela le permitió apartarla y ofrecer una mejor vista de su poblado Monte de Venus. Para más inri ella se separó los pelillos con dos de sus dedos y bajo estos apareció dibujada su rajita oscura y vertical.

Adri se removió en su asiento.

—¡Qué! ¿Lo ves ahora mejor? —dijo ella sin tapar sus atributos—. ¡Vamos sácala! —le ordenó de forma seca.

Adri trago nuevamente saliva que no existía en su boca seca y bajando sus bermudas sacó su erección y la mostró a los ojos atentos de Mónica.

Ella observó y calló, su boca se abrió y sonrió.

—¡Hum, bonita! —dijo la chica para sorpresa del muchacho.

—¿Quieres que nos masturbemos juntos? —preguntó Mónica y sin esperar respuesta se puso a frotar sus pelillos en la parte superior de su vulva.

Adri no podía creer lo que estaba ocurriendo, así que tímidamente bajó y subió su prepucio en torno a su glande.

—¿Sabes qué? Cuando Marcos me contó que me habías visto los pelillos de mi coñito me excité pensando en la idea de verte mirándome y pensé en esta escena, yo masturbándome a tu lado y tú mirándome mis pelillos como ahora, ¿te excita mi idea?

—¡Oh mucho! —dijo Adri masturbándose con un poco más de soltura ahora.

Ambos se centraron por un momento en sus sensaciones íntimas y sin dejar de mirarse, iluminados fugazmente por los cambios de brillo de la tele, no paraban de mirarse de reojo.

—¿Estás sola? —preguntó Adri un poco alarmado por si los fueran a interrumpir.

—No, mi padre duerme arriba, pero no te preocupes ha tomado un litro de cerveza y ronca como un cerdo —dijo Mónica soltando una risita nerviosa.

—¿Marcos vendrá pronto? —añadió Adri a su lista de preocupaciones.

Sorprendentemente Mónica negó con la cabeza…

—Ha ido a la piscina con mis primos, no vendrá. ¿Quieres que te la toque un poco? —preguntó Mónica como si fuese lo más natural del mundo.

Adri, pasmado contempló como Mónica le había engañado desde el principio. Tal vez no lo tenía pensado, pero había improvisado a la perfección para encontrarse a solas con él aquella calurosa tarde.

Como no contestó ella pensó que quien calla asiente, así que extendió su pie y con él descalzo rozó su glande.

Adri tomó su pie al notarlo y sensualmente volvió a rozar con su glande la suave planta de su joven pie.

—¡Oh, qué suave! —dijo la chica antes de abalanzarse sobre el muchacho para cogerle aquel miembro erecto—. Déjame, te la menearé —dijo decidida.

Adri se echó hacia atrás impresionado, mientras la chica así su miembro, muy nervioso y exaltado, mientras ella comenzaba a agitar, no con mucha destreza, su dura erección en aquel instante.

—Despacio, me haces daño —le rogó Adri sujetando su mano un segundo.

—¡Oh lo siento!

Entendido el mensaje, Mónica agitó más suavemente su miembro y este sintió más placer al hacerlo.

Entonces el muchacho fue consciente que su culo estaba a su alcance y echando mano por detrás a su trasero, subió su mano desde su muslo y coló su dedo entre sus bragas.

La chica gimió, estaba de rodillas echada hacia adelante, en medio del sofá tresillo, por lo que su glúteo estaba “en pompa” y el muchacho podía acceder a su entrepierna metiendo la mano desde atrás y torciendo sus dedos hacia dentro.

Adri exaltado coló sus dedos bajo el elástico de sus bragas y rozó sus pelos traviesos allí abajo. Impaciente rebuscó y no le fue difícil alcanzar la lubricidad de su hoyo entre ellos, de él manaba líquido seminal como la miel de un panal.

—¡Oh! —gimió más fuerte la chica al sentir el íntimo contacto.

El muchacho coló su dedo en su hoyo, sólo la yema de este, pero fue lo suficiente para que el cuerpo de la joven se estremeciera y sintiese vértigo y miedo, miedo a ser penetrada.

—¡Tranquilo! —dijo ella alejando su culo, bajando del sofá y arrodillándose ante el muchacho—. No querrás follarme, ¿verdad?

Adri se quedó contrariado, suspirando por la humedad que había raspado y sin saber qué decirle a la chica que ahora estaba arrodillada ante él.

—¡Oh no claro! —dijo Adri mintiendo de paso.

—Sí que quieres, pero yo no quiero —dijo ella mientras seguía masturbándole.

Ahora ella arreció en su masturbación, su mano se movió nerviosa arriba y abajo, a veces errando en el camino, quedándose arriba todo el rato. Adri sintió que la excitación corría por sus venas, su corazón estaba acelerado y deseaba por todos los medios penetrar a la hermana de su amigo allí mismo. Perder por fin su virginidad con ella, ¡oh, lo deseaba más que nada en la vida!

Adri metió las manos bajo su raída camiseta y cogió sus pequeñas tetas. Notó la dureza de sus pezones y arrancó un quejido de la muchacha arrodillada masturbándolo a su lado. Esta pegó su boca a su brazo, y él sintió el cálido aliento de sus labios. ¡Qué sensación, qué calentura! La muchacha estaba extasiada mientras le masturbaba.

Entonces lo increíble ocurrió. Desatada la joven abrió la boca y tragó su glande, chupó con fuerza y siguió masturbándole.

Adri se echó hacia atrás y la dejó hacer. Aquello era el no va más, ¡su primera mamada!

Entonces la chica apartó su boca y le masturbó con más brío, Adri no era de los que aguantan mucho, su juventud era explosiva y así se demostró.

Los chorros de semen sorprendieron gratamente a la muchacha arrodillada, saltando de un lado a otro por las piernas del joven, mancharon su barriga y sus muslos, y chorrearon zafiamente por sus manos.

Se había corrido, menos mal que el sofá era de escay y no sufriría el percance de la corrida de Adri. Este sacó un pañuelo de tela de su bolsillo, su madre insistía en que llevase uno y ese día se alegró de tenerlo cerca. Lo entregó a la chica y esta se limpió con cierto asco su mano, para luego devolvérselo y dejar que el rematase la limpieza.

—¡Te has corrido! —exclamó lo obvio la muchacha—. ¿Y yo qué? —preguntó a continuación.

Y esa pregunta es el tipo de pregunta que ningún hombre desea escuchar, pero que indudablemente a lo largo de su vida escucha de vez en cuando…

Adri había convenido en compensar por el placer proporcionado a la muchacha, así que ahora, sintiendo los pelillos de su sexo en sus labios. Se afanaba en lamer su raja oculta entre su pelambre, su primer coño en la boca y estaba… ¡delicioso!

Si no hubiese sido por el ansia que demostró la muchacha, tirando de su pelo para que comiera más y más. Adri hubiese podido disfrutar del momento, pero la chica estaba ansiosa, suponía que tanto como él antes, así que lamió y lamió y como dice el cuento, o tal vez no, la chica disfrutó de su comida aunque no llegó su éxtasis hasta un rato más tarde.

Contrayéndose su espalda se arqueó, Adri siguió lamiendo y Mónica enmudeció por momentos. Y como el arco que suelta la flecha, su cuerpo se aflojó, entrando en frenesí y turbación, temblaba bajo la boca de Adri, hasta su coñito sintió este temblar en su boca y entonces sus muslos se cerraron en torno a sus orejas y apretándolas con fuerza le impidieron lamer con comodidad.

El orgasmo femenino era un volcán, un torbellino, un frenesí. Adri se sentía feliz de haber contribuido a aquel final para Mónica. La hermana de su amigo, tal vez su amiga a partir de ese momento…

Mónica le apartó tras abrir sus muslos, le liberó y Adri volvió a sentarse junto a ella. Recuperando la compostura.

—¿Te ha gustado? —preguntó con inseguridad el muchacho.

—Me ha encantado —dijo ella sudorosa, respirando profundamente—. Creo que será mejor que te marches Adri, no vaya a despertarse el cerdo y nos pille aquí solos y comience a hacerme preguntas más tarde.

—¡Por supuesto! —dijo Adri agradecido—. ¿Volveremos a hacerlo? —preguntó inquieto.

—¡Claro! —dijo ella suspirando.

—¿Cuándo? —preguntó el impaciente.

—¡Pronto! —dijo por respuesta—. Muy pronto —añadió.

Y levantándose le invitó a marcharse. Acompañándolo por el pasillo hasta la puerta, la chica le abrió y entonces oyó un ruido escaleras arriba.

—¡Márchate! —dijo nerviosa.

—Tranquila, sólo le tienes que decir vine a preguntar por tu hermano.

—¡No, márchate ya! —dijo ella más nerviosa aún.

Era extraño, o al menos así se lo pareció al muchacho. De repente vio el pánico de su cara, iluminado por la potencia de la luz exterior. Algo le decía que su gesto no era normal, pero sin mucho más tiempo para averiguar nada, Adri prefirió marcharse y dejarla tranquila volver a su salón.

Mi última obra es El Extraño Caso de Mr. Bottom, una novela erótica diferente y original. Esta idea es la que tenía en mente cuando comencé a idear su historia y que creo que he conseguido plasmar capítulo a capítulo. Sinopsis:

Joe vive en un pueblo de la América profunda, tiene una cabaña en el bosque, donde cuida caballos, más que nada para entretenerse y de vez en cuando vende algún potro, con el que complementa su escasa pensión.

Aislado, vive solo desde que murió su mujer, la abuela de Ros. Una buena mujer que dejó a Joe solo con su soledad.

De carácter reservado, es hombre de pocas palabras, a veces un poco gruñón, tal vez por llevar tanto tiempo viviendo solo.

De vez en cuando va al pueblo y bebe para recordar el contacto humano con algún amigo que aún le queda.

La llegada de su nieta y su bisnieto supondrán un punto de inflexión en la vida de Joe, al principio sentirá rechazo, pero poco a poco demostrará que es un buen tipo y cuidará de ambos hasta el punto de defenderlos con su vida si es necesario.

La gente del pueblo cuchichea a sus espaldas, debido a su carácter huraño y teoriza que le niño es suyo y que la jovencita es en realidad una puta a la que dejó embarazada. En la américa profunda todo el mundo mira a la casa del vecino y se mete en sus asuntos creyéndose en el derecho de hacerlo…

Algo extraordinario ocurrirá y el abuelo de setenta y ocho años comenzará a sentirse más fuerte y vigoroso. La gente arreciará en sus críticas mientras él, indiferente, verá el cambio de su propia imagen mirándose al espejo. Espantado descubrirá que está rejuveneciendo, lo que en realidad le ocurre será un misterio al principio, luego sabrá la causa de tan extraño suceso, algo que también inquietará a su nieta y que juntos descubrirán…