Como fue la primera vez que fui infiel

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Comenzaré describiendo la situación: comenzamos a hablar por redes sociales hace relativamente poco. Somos dos personas muy parecidas, sobre todo en el ámbito sexual. Ambos tenemos pareja, pero eso no ha resultado ser un inconveniente.

Decidimos quedar el pasado sábado, en un centro comercial, en un punto intermedio. Ya nos habíamos contado de todo por mensajes, desde las preguntas más absurdas hasta fetiches que guardábamos en secreto. Llegué yo primero, estaba bastante nerviosa, llevaba unos vaqueros azules ajustados, unas deportivas negras y una sudadera con un dibujo. Mido 1.63m, soy rubia, ojos claros y un cuerpo con curvas, pero bien proporcionado. Estaba esperando en la puerta, cuando vi entrar a un chico bastante alto, con barba. Llevaba unos vaqueros grises, unas deportivas, una camiseta negra, una sudadera gris y el abrigo. No le había visto nunca y sin embargo le reconocí. Se acercó a mi, me dio dos besos y empezamos a caminar por el centro comercial. Nos metimos en un bar que estaba bastante vacío para ser un sábado. Empezamos a hablar de nuestras vidas, cosas sin importancia, viejas historias divertidas… la verdad que fue todo bastante bien. Cuando cerraron, caminamos un rato por el centro comercial, hablando de tonterías. En cierto momento, sacó de su bolsillo una pequeña navaja que me enseñó. Me había prometido que no se la traería, pero ahí estaba. Me puse nerviosa solo de pensarlo. Salimos del centro comercial y fuimos a su coche, hacía frío, estaba lloviendo y había niebla. Nos metimos en su coche y seguimos hablando sin que pasase nada entre nosotros. Pasados 15 minutos, volvió a sacar la navaja y la puso a la vista.

– Me dijiste que no ibas a traerla… – le dije sin apartar la vista de la navaja.

– ¿De verdad te has creído que no la iba a traer? – respondió el con una sonrisa.

Evité mirarle a la cara, solo pensaba en todo lo que podía pasar entre nosotros. Abrió la navaja y me mostró el filo, me la puso sobre la palma de la mano y noté el frío del acero. Sin darme cuenta me mordí el labio mientras le miraba. Una sonrisa se dibujó en su rostro de nuevo. Aparté la mirada y la mano, mi cabeza iba a mil por hora. Suspiré profundamente, entonces él aprovechó para acercar la navaja a mi mejilla derecha. La pasó suave, de arriba abajo… hasta llegar a la barbilla. Aprovechó entonces para girarme la cara hacía él. Me quedé paralizada, mirándole.

– Recuerdas que no puedes besarme, ¿verdad? En eso habíamos quedado – dijo sin apartar su mirada – También te dije que te ibas a ir con las ganas a tu casa…

Acercó su cara a la mía, puso sus labios a pocos centímetros de los míos. Desprendían calor. Tuve que cerrar los ojos para intentar evadirme, pero no sirvió de nada. La navaja bajó por mi cuello apretando lo justo para dejar una marca rojiza vertical, desde casi el lóbulo de mi oreja, hasta la clavícula. Me aparté como pude, pero volvió a girar mi cara hacia él. Volvió a acercar sus labios a los míos, me mordió el labio inferior, tirando de él suavemente mientras apretaba algo más. No sabía donde meterme, pero ya había mojado el tanga que llevaba puesto. Estuvo así unos minutos más, haciéndome sufrir… después, pasó su lengua por encima de mis labios, mientras la navaja seguía pegada a mi cuello. Cada vez que le miraba le veía sonreír, se lo estaba pasando bien con mi sufrimiento. Al cabo de unos minutos, se apartó de mi mientras no me quitaba ojo.

– Te lo estás pasando bien, ¿verdad? – dije con cierto tono de reproche.

– Mucho – dijo mientras se recostaba en el asiento del conductor.

Aproveché el momento para incorporarme un poco y acercarme todo lo posible a su boca. Busqué sus labios pero no llegué a besarle, solo me quedé a unos centímetros. Después, bajé a su cuello. Primero pasé la lengua de abajo arriba, después, hice el mismo recorrido besándolo y, por último, le di dos mordiscos suaves. Le escuché suspirar en varias ocasiones, hasta los mordiscos.

– Joder… – dijo entre dientes y en un tono bajo, como para sí mismo.

Seguí mordiéndole el cuello sin dejar marcas, bajando cada vez un poquito más, hasta que llegué a la clavícula. Le mordí con suavidad, pegando un pequeño tirón al final. Volví a su boca mientras le miraba a los ojos, él mantenía su mirada fija en mis labios. Me acerqué más y más, hasta que nuestros labios se rozaron.

– No puedes besarme… – dijo mientras suspiraba y cerraba los ojos.

En ese preciso momento, le besé sin que pudiera hacer nada para remediarlo. Fue un beso caliente, húmedo, de esos que no se te olvidan fácilmente. Después de ese beso, vino otro, y otro, y otro… Nunca había besado a nadie que lo hiciera tan sumamente bien. A los pocos minutos, habíamos pasado de los besos tiernos a esos que te dejan llenos de babas, metí mi lengua en su boca buscando la suya, jugaron entre ellas y cuando me separé pude saborearle bien.

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