Con unos amigos nos follamos a mamá

Valorar

DESPUES DE LA ORGIA ME FOLLE A MI MADRE.

La manera en que el viejo coronel miraba constantemente a mi madre y el modo en que le hablaba algunas veces, como si fuera una fulana en vez de su esposa, y sus manoseos fuera de lugar, cuando solo estábamos Erich y yo presentes, era algo que me tenía jodido. Intentaba que mi hermano pequeño no se enterara de ello.

Mi madre, sobre todo por mí, se había negado a volver a tener relaciones con Erich en casa. Pero yo sabía, por el comportamiento de Erich, que de vez en cuando se la tiraba en algún sitio.

Algún tiempo después el coronel sufrió un ataque que le dejó parcialmente paralizado y entonces el viejo para poder tener algo de que disfrutar la quiso volver a obligar a tener sexo con su nieto delante de él. Mi madre se negó y se buscó una amante que supuestamente la protegiera. Un comandante, dirigente de las SA, que andaba por los cincuenta, conocido del coronel.

Era también un cabrón que cuando venía a casa aprovechaba las ocasiones para magrear a mi madre y le encantaba provocar situaciones morbosas.

Recuerdo que una noche cenando los dos estaban sentados juntos y en un determinado momento, ya en los postres, mientras mi padrastro hablaba sin parar, una mano del tipo desapareció. Erich dejo caer un cubierto y se agachó a cogerlo. Cuando se levantó, me miró sonriendo con cara de cabrón. Yo hice lo mismo y me quedé estupefacto al ver como mi madre, con la falda subida, abría las piernas y dejaba que su amante metiera la mano dentro de sus bragas.

Mientras tanto seguía la conversación con el coronel y volvía a poner las dos manos sobre la mesa haciendo un brindis. Al poco fue mi madre la que hizo desaparecer su mano debajo de la mesa y la cara del comandante denotaba que algo le pasaba. Casi a la vez, dejamos caer algo al suelo Erich y yo para agacharnos y ver como mi madre le estaba meneando la polla al tipo.

El coronel se dio cuenta de que algo pasaba y se puso muy nervioso pero no dijo nada. Desde aquel día sospechó de los dos. Dos meses después tuvimos un almuerzo en el que de nuevo estaba invitado el comandante. Después de la sobremesa el coronel se disculpó para retirarse a descansar un poco.

Mi madre, Erich y yo le ayudamos a pasar de su silla de ruedas a la cama y nos retiramos. El comandante tenía un sobre y le pidió a Erich que nos acercáramos a entregarlo a un jerarca de las juventudes hitlerianas amigo suyo. Erich en principio obedeció pero, cuando llevábamos un rato caminando, decidió que diéramos la vuelta:

– El Cabrón se la está follando en casa de mi abuelo.

Cuando llegamos y abrimos la puerta oímos los gemidos de mi madre procedentes del salón. Estaba apoyada sobre el respaldo del sofá con la blusa abierta y las tetas fuera del sujetador, mientras el tipo se la estaba metiendo por detrás sujetándole la falda mientras se aferraba a sus caderas.

Erich y yo estuvimos un rato viendo como la embestía mientras ella disfrutaba como una perra en celo. De pronto una puerta del salón se abrió y el cuerpo del coronel cayo mientras intentaba sostenerse agarrando el picaporte. Mirando la escena con el rostro desencajado comenzó a gritar improperios para después dejarse caer entre espasmos.

Mi madre y el tipo compusieron sus ropas, quedando luego sin saber qué hacer. Al poco el viejo expiró. Erich los miró con ira:

– Vais a pagar por esto, Ilse. Os lo juro.

Y la verdad es que lo cumplió con creces. Su abuelo tenía guardados informes sobre las anteriores relaciones de mi padre y mi madre con los judíos. Al comandante lo amenazó con ponerlo en evidencia por deslealtad con un compañero de armas, héroe de guerra.

No tenía que dejar de follarse a mi madre, pero debería consentir que Erich la introdujera en un ambiente donde había altos cargos del partido que le auparían en su ascenso dentro de la organización.

En el partido se organizaban fiestas privadas donde todo estaba permitido. Una tarde nos llevó a mí y a otros dos amigos suyos de las juventudes hitlerianas a un chalet. Poco después empezaron a llegar jerarcas de las SA para celebrar una cena en el aniversario de la subida de Hitler al poder.

Nosotros cuatro estábamos encargados de que la ambientación política, cantos, música etc. estuviera a tope durante la cena. Lo conseguimos y Erich estaba hinchado de satisfacción.

Después de la cena llegó un taxi y desde una ventana de la segunda planta vimos descender a una impresionante rubia que era…..mi madre. Los otros dos chicos se quedaron con la boca abierta y me miraban sin saber que decir. Yo, pese a la sorpresa, no estaba tan extrañado, pero si jodido por lo que iban a ver mis compañeros.

– Tío, ¡Qué es tu madre!

Poco más acertaban a decirme. Esperamos a que pasara un rato y bajamos hacia el gran salón. Todo el estaba tenuemente iluminado excepto el centro del salón que recibía luz de dos focos cenitales. Y allí en medio estaba a mi madre.

Un tipo gordo estaba sentado sobre una silla. Ella enfundada en su minúscula ropa, se encontraba arrodillada, con la cabeza metida entre sus piernas, mamando como una loca gruesa verga .

Abierto de piernas, observaba como mi madre lamía despacio la cabeza de su miembro, mientras lo aferraba con fuerza con una mano, a la vez que con la otra le acariciaba los huevos, provocando que el tipo se retorciera en el asiento por el gusto que le estaba dando aquella putona.

Mamá le siguió mamando la verga hasta que el gordo, gimiendo y gritando terminó sobre ella, en su cara. Entre tanto aquella manada de viejos y salidos que contemplaban esa escena lo vitoreaban. A mi madre también la jaleaban y la insultaban como guarra, puta, ramera, marrana, golfa, mientras pedían a gritos su turno de sentarse delante de ella.

Y ella a cuatro patas, como una perra sumisa, se acercaba a cada tipo que se sentaba ante ella con las piernas abiertas, para que aquella hembra de carnes voluptuosas se lanzara a chupar con avidez su aparato.

Mis compañeros, que me miraban de reojo y yo mismo comenzamos a masturbarnos.

– Joder, macho, ¡menuda guarra!

Después de que hizo unas cuantas mamadas para deleite del público se levantó con una sonrisa lasciva, chorreando semen por la boca y recogiéndoselo con las yemas de los dedos fue relamiéndoselas despacio. Y toda aquella caterva de pervertidos se enardeció, poniéndose como locos, dándole una ovación de pie.

Al ritmo de la música que sonaba, ella comenzó a contonearse, moviéndose alrededor del espacio que le dejaban los tipos. Se cogió los senos con ambas manos y los restregó contra su pecho, al mismo tiempo que sus caderas vibraban al son de la música. Los hombres se quedaron con la boca abierta, mirándola como hipnotizados. Esperaban ansiosamente que sus manos liberaran sus grandes pechos.

Ella empezó a jugar con los tirantes de su vestido mientras lentamente se los bajaba sonriendo lascivamente pero sin descubrir sus tetas. Así estuvo durante unos minutos que a los tíos se le hacían eternos. Ella solo los estaba calentando, lo mejor vendría después.

Entonces comenzó a acariciarse los muslos, gruesos y fiemes columnas sobre los que descansa ese cuerpazo macizo. Subió su falda hasta dejar al aire su braguita, minúscula y que se le metía por todos los lados.

Luego, sonriendo con morbo y erotismo, fue sacándose el vestido por la cabeza, hasta que dejó a la vista aquel hermoso par de senos, que rebotaron; provocando que aquella jauría de pervertidos empezara a dar gritos soezes, groseros y vulgares, a la vez que la jaleaban.

-Vaya par de melones, Ilse-.

-Menudas cubanas que harás.

Ella se contoneó un poco meneando sus tetas y se terminó de quitar el vestido. Luego se acarició su cuerpo, se amasó las tetas y se entretuvo un rato chupándose los pezones. Finalmente se quitó su braguita, con un rugido de fondo salido de las gargantas de aquellos depredadores de sexo.

Con morbo y parsimonia se sentó en el suelo, y comenzó a masturbarse con las piernas abiertas hacía aquellos asquerosos. Chorreaba líquidos, tenía la vulva empapada y gesticulaba como la más vulgar de las mujerzuelas. Parecía que ella lo estaba gozando como una loca. Se introducía los dedos de una mano en la raja, mientras con la otra se apretaba y frotaba el clítoris, bastante visible desde donde nos encontrábamos, pues lo tiene bastante grande.

– ¡Vaya puta que está hecha tu madre!

Mamá se masturbó un rato más, hasta que uno de los viejos subío al escenario con la pija fuera y se la ofreció. Y ella engulló todo el aparato. Pronto se le unieron otros, hasta formarse una larga cola de hombres calientes esperando su turno. Mi madre se la chupaba a dos a la vez, mientras pajeaba a otros dos. Una cantidad incontable de manos jugaban con sus senos, pellizcándolos, estrujándolos, apretándolos, estirándolos o simplemente magreándolos. Otras tantas manos hacían lo mismo con sus genitales y sus muslos.

Llegado a este punto yo estaba excitadísimo y mientas me masturbaba sentía unas enormes ganas de gritarle que era una puta y sucia ramera aunque también al recordar que era mi madre se me hacía un nudo en el estómago al ver como toda aquella gentuza se abalanzaba sobre ella .

Uno de los tipos la tumbó contra el suelo y comenzó a montarla, mientras ella gemía y chillaba hasta que otro tipo se puso a su lado y le metió su polla en la boca. Mientras, el tipo que la follaba, le daba durísimo y sus grandes senos se movían arriba y abajo.

Al principio ella los recibía y los aguantaba, participando activamente en la masacre de que era objeto. Uno tras otro pasaban aquellos sucios desgraciados colocándose entre sus piernas y montándola salvajemente. Pero después de los primeros, ella ya no era más que una muñeca de carne, en donde aquellos cabrones iban metiendo sus vergas: en su coño destrozado, su boca o a masturbarse frente a ella.

Todos iban pasando por ella para echar sus leches sobre su cara o sus tetas o cualquier parte de su cuerpo. Después de un buen rato su rostro y sus pechos estaban cubiertos por una gruesa capa de espeso y viscoso semen. Tirada sobre el suelo boca arriba, recibiendo los empellones del sátiro de turno, apenas con la fuerza para gemir un poco. Se sabía que estaba viva porque respiraba y escupía el semen que le caía de los labios.

Algunos de aquellos cerdos comenzaron a orinarla. Se ponían sobre su cara y le ordenaban abrir la boca. Ella obedecía como una perra dócil y, si la obligaban, se lo tragaba todo.

Ya muy entrada la madrugada los tipos se empezaron a marchar y ella apenas se movía. Los últimos rezagados la pusieron boca a bajo y comenzaron a darle azotes en las nalgas y a meterle los dedos en el culo.

Un viejo se echó sobre ella e intentó penetrarla por el culo, pero después de habérsela follado y haberse masturbado sobre ella varias veces como los demás, era incapaz; así que después de restregarse un rato sobre ella se levantó, se vistió y se marchó.

A todo esto mi madre ni se había movido, estaba como muerta. Entonces sentí un deseo brutal dentro de mí. Miré a Erich y a los otros «colegas» y vi que estaban deseando lanzarse sobre mi madre. Erich me mirón un su cara de cabrón malévolo:

– Tu primero hermanito.

Salí del rincón donde me encontraba y me acerque a ella. Ante la mirada sorprendida de ellos, comencé a desabrocharme el pantalón y lo dejé caer a los pies junto con mi calzoncillo. Me quité mi camisa y le eché sobre la cabeza de mi madre. Aunque estaba casi sin sentido me sentí así más seguro.

Me agaché. Con cuidado me tumbé sobre ella y comencé a buscar el agujero que había comenzado a perforar sin éxito el viejo. Aunque me costó un poco conseguí que la cabeza de mi pene comenzara a entrar. El cuerpo de mi madre acusó la penetración pero a penas se movió. Cuando ya tuve mi verga bastante entrada busque con mis manos, debajo de su cuerpo sus hermosas tetas; y, aunque me dio un cierto asco sentirlas todas pegajosas de aquellos grumos de esperma, me acostumbre al tacto y empecé a disfrutar de la turgencia de sus carnes.

Así estuve unos diez minutos clavándola en el culo y magreando sus tetas hasta que me corrí. Me levanté y dejé que los otros Erich y los otros dos hicieran lo mismo. Cuando terminaron mi madre tenía el culo totalmente abierto.

Le dimos la vuelta, tapándole de nuevo la cara con mi camisa. Ella intentó torpemente quitársela pero le sujetamos las manos.

Me acomodé entre sus piernas y comencé a meterle mi rabo mientras le estrujaba los pechos brutalmente. Ella se quejaba débilmente, porque no tenía fuerzas para más. Estuve un buen rato bombeándola hasta que me corrí. Luego dejé el puesto a los otros que hicieron otro tanto y le dieron pija a destajo.

Para terminar le abrimos las piernas a tope y meamos uno por uno sobre su coño. Después nos fuimos a dormir plácidamente. A la mañana siguiente cuando despertamos ella ya no estaba.

Este Relato es la 3ª parte de la historia de Ilse.