Confesando mi pecado sexual, termino cometiendo otro con el sacerdote

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Galicia, año 1950, cuando el cura mandaba más que el alcalde.

Sor Remedios, veinteañera y guapa a rabiar, arrodillada delante del confesionario, le decía al cura:

-… He tenido un encuentro pecaminoso, padre.

-Cuente, sor Remedios, cuente.

-Ayer a la tarde, aprovechando que estábamos solas en el convento pequé con sor Caridad.

-¿Dónde pecó, hermana?

-En mi celda.

-¿Se corrió, hermana?

-Sí, padre, me corrí varias veces.

El viejo cura (70 años) levantó la sotana y cogió la tranca con la mano derecha, un pedazo de carne criminal, que no se le levantaba del todo por el peso que tenía, y masturbándola, le dijo:

-Déame detalles, hermana.

-¿Que detalles, padre?

-Desde el principio, cómo empezó, lo que pasó y cómo terminó.

La monja se extrañó de que el viejo cura le pidiera aquello.

-¿Es necesario, padre?

-Si, hija, es justo y necesario.

-¿Justo y necesario?

-Si, justo para Dios y necesario para mí.

-Esta bien, le cuento. Estaba echada sobre la cama y sin querer posé una mano sobre un pecho, comencé a acariciarlo y cuanto más lo acariciaba más me gustaba, mi otra mano bajó y acarició mi sexo. Me gustaba mucho. Acaricié el otro pecho. Los labios se me secaron. Mi lengua los humedeció y comencé a gemir. Sor Caridad, que duerme en la celda de al lado, oyó mis gemidos y entró en mi celda. Vio lo que estaba haciendo, y sin decir palabra se metió en mi cama, me levantó el hábito, me quitó las bragas y comenzó a acariciar mi sexo peludo con sus dedos. Yo estaba temblando. Me quitó el hábito y la cofia. Quedé completamente desnuda, con mis duros senos con pezones rosados y gordos pezones… ¿Eses son los detalles que quiere saber, padre?

-Todos, hija, todos.

La monja siguió hablando.

-Me agarró los senos con las dos manos y me dio un delicioso repaso, chupando, lamiendo y mordiendo los pezones. Llegó un momento en que mi ojete y mi sexo comenzaron a abrirse y a cerrarse al mismo tiempo, me subió de los pies a la cabeza un calor sofocante y sentí algo así cómo una explosión dentro de mí. Me corrí y casi me muero con el placer que sentí. Sí, padre, me corrí cómo un maldita puta, y…

El cura la interrumpió.

-Bendita, hija, bendita.

-Pero puta.

-La perra chica para ti, prosigue.

-Aún no acabara de correrme cando metió su cabeza entre mis piernas y me lamió el sexo, que abriéndose y cerrándose estaba expulsando flujos. Acabé de correrme y ella seguía comiéndome el sexo…

El cura, que estaba dale que te pego a la tranca, la volvió a interrumpir para decirle:

-El coño hermana, es coño y tetas, no pecho y sexo.

La monja prosiguió.

-Ella me comía el coño y yo acariciaba mis tetas con las dos manos. Su lengua entraba y salía de mí cómo si fuera un pe… Una polla. Lamía mis labios vaginales y lamía y chupaba mi clítoris. Me lamió el periné y el ojete. Me puse otra vez a mil. Me penetró el culo con un dedo, lamió mi clítoris de abajo arriba y le di lo que buscaba, mi esencia, calentita. Sentí tanto placer, tanto, tanto, tanto que acabé mordiendo la almohada. Es que yo cuando me corro, me corro cómo una perra, padre.

-¿Y no le devolvió el favor, hermana?

-No, no sabría. Fue ella la que me dio a mí más placer.

El cura seguía pelándola.

-Zas zas, zas zas zas, zas…

-¿Cómo?

-Me dijo:

-«Pon las manos sobre la mesa donde escribes -las puse-. Levanta el hábito -lo levante- Abre las piernas -las abrí-. Ahora cuenta.»

-Cogió mi cordón y me dio con él en las nalgas, y yo conté: Una, ay, dos, ay, tres, ay, cuatro, ay, cinco, ay, seis, ay, siete, ay, ocho, ay, nueve, ay, diez, ay.

-«¿Quieres más?»

-Claro que quería más, mi coño se estaba mojando de nuevo. Le dije: Diez más.

-¿Tanto le gustaba que la azotara, hermana?

-Sí, me excitaba. Sor Caridad besó y acaricio mis nalgas doloridas, me lamió, y me folló el coño con la lengua, luego, con tres dedos follando mi coño, volví a contar: Uno, ay, dos, ay, tres, ay, cuatro, ay que me corro, cinco, ay que me corro, seiseiseiseis- ¡¡¡Me coooorro!! Y me corrí, padre. Después me dio los dedos a chupar. ¿Sabía qué mis flujos son blancos cómo la leche?

-¡Qué coño iba a saber!

-Cuide su vocabulario, padre.

-Si, cómo si tú estuvieses recitando poesía.

-¿Ya nos tuteamos?

-¿Estas caliente, Remedios?

Le respondió con otra pregunta.

-¿Te excité?

-¡Sí, y de un momento a otro me corro!

La monja se puso aún más cachonda de lo que estaba.

-¡¿Qué has estado haciendo, José ?!

-Pecando, bonita, pecando.

La monja se levantó, fue detrás del confesionario y vio al cura con la tremenda tranca en la mano. Se persignó.

-¡¿Son así de gordas y de largas las pollas?!

El cura le mintió.

-Esta es de las más pequeñas, chula. ¿Me la chupas un poquito?

La monja quería guerra, y le siguió la corriente al cura.

-No se hacerlo.

-¿Sabes chupar un dedo?

-Eso sí sé hacerlo.

-Pues es lo mismo.

La monja se arrodilló y metió la tranca en la boca, pero no era lo mismo chupar un dedo que una morcilla. Aunque ella chupó. De las comisuras de sus labios le salía aguadilla mezclada con saliva cuando el cura, la apartó, y le dijo:

-Siéntate sobre mi polla, Remedios.

La monja se asustó.

-¡Me reventarías con esa cosa!

-Ya verás cómo no.

La monja estaba asustada, pero caliente cómo una perra. Contar lo del día anterior la mojara bien mojada. Se quitó las bragas y se agachó dándole la espalda al cura, que agarró la tranca en la mano y se la llevó a la entrada del coño. Le metió la cabeza, la monja cogió el hábito y lo mordió. Le entrara, pero tan apretada que daba miedo, pero al rato, con toda dentro lo que le daba era un gusto tremendo. Follaba ella al cura con su culo y parecía la locomotora de un tren.

-«Chucu chucu, chucu chucu chucu, chucu chucu, chucu chucu chuucu chu…»

Tiempo después se corrió cómo una cerda bañando la tranca del viejo, que a pesar de estar la monja como un queso, no se corrió, y no se corrió por que se le fue bajando. Ya casi fofa, se volvió a correr la monja, sí, se corrió metiéndosela doblada, y es que era un pedazo de tranca, que aún baja llenaba cualquier coño.

Llamó el monaguillo por el cura. Se jodiera el invento, le preguntó la monja:

-¿Mañana a la misma hora?

-Trae contigo a Caridad. Os espero en la sacristía.

-Allí estaremos.

Quique.

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