Conociendo a Daniel, con quien tenemos los mismos gustos
El sexo vainilla nunca me ha convencido del todo. Me gusta pensar que las fantasías, la perversión y las emociones fuertes son lo que hacen que el sexo se vuelva realmente placentero. Explorar los límites de lo prohibido, de lo que la sociedad moralista tacharía de inmediato como un acto inmoral, siempre me ha despertado un fuerte interés. Esto me ha llevado a buscar las más variadas experiencias, buscando en los rincones prohibidos del deseo algo que pueda darme placer. Crear esta cuenta, sólo para poder escribirte sobre mis fantasias y mis experiencias, forma parte de esa aventura. Me mojo tan sólo de pensarte detrás de esa pantalla, con una mano en la entrepierna, pasando de relato en relato, de video en video, matando el tedio con las fantasías de los otros. Exhibirme así, escribiéndote sin censura, es algo que me excita muchísimo.
Hoy te quiero contar sobre Daniel. Pensar en él todavía me trae escalofríos, a pesar de que han pasado ya varios años desde la última vez que nos vimos. Lo conocí en internet, en alguna página de personas que buscaban sexo. Hablamos durante varias horas, intercambiamos fantasías, y él me dijo que era casado. Yo dudé en seguir, no quería destruir una relación por un capricho. Me tranquilizó diciéndome que no era la primera vez que engañaba a su esposa, y le creí. Después de un mes masturbándome todos los días pensando en él, me animé a acceder a una cita en persona.
Me puse una blusa ajustada, con escote, que dejara ver mis tetas, y los jeans más ajustados que tenía. Me maquillé, y me puse una chamarra de cuero para disimular. Salí de mi departamento, nerviosa y excitada. Llegué al café antes de la cita, y esperé afuera unos minutos, preguntándome si aparecería. Llegó unos minutos tarde, disculpándose, y me dijo que pasáramos. Honestamente no recuerdo de qué hablamos, porque no tenía importancia. Las miradas que me dirigía, desnudándome con los ojos, lo decían todo. Yo sonreía y le acariciaba la pierna como quien no se dá cuenta de lo que hace. Cuando nos terminamos la copa de vino, me dijo que por qué no nos íbamos a otro lugar. Accedí, dudando un poco, entre la precaución y el deseo. Notaba mi tanga ya bastante mojada.
Nos besamos en su auto, y yo le acariciaba la pierna, subiendo de la rodilla hasta su ya evidente erección, mientras él me iba diciendo que conocía un motel cerca. En ese lugar pasarían tantas cosas, que yo no podía ni imaginar en esa primera vez. Nos estacionamos, y entramos a la habitación. Era un lugar barato, lleno de espejos, y bastante pasado de moda. Eso me excitó todavía más. Sin decir nada, se acercó a mí y comenzó a besarme, empujándome hacia la pared. Poco a poco, sus besos se fueron volviendo más intensos y me clavó la lengua en la garganta, advirtiéndome lo que se venía después. Me besó el cuello, los pechos, y me fue quitando la ropa. Sentí que ponía una mano sobre mi sexo, encima de mi pantalón, y me susurró «estás completamente mojada, mira nada más cómo tienes los jeans». Me metió la mano al mismo tiempo que yo luchaba con su cinturón, y seguimos besándonos, masturbándonos mutuamente.
De pronto, me dió una fuerte nalgada y con una voz grave, autoritaria y seductora a la vez me dijo: «Chúpamela»
Yo me arrodillé frente a él, y sentí cómo empujaba mi cabeza, jalándome del cabello en el proceso, para follarme la boca.
– Qué puta eres, Sofía -me dijo, viendo que pese a que me estaba atragantando no dejaba de chuparsela con ganas
– Acuéstate, te has ganado un premio
Yo obedecí, y el comenzó a lamarme los labios, los muslos, el clítoris. Primero con suavidad, y luego con movimientos más rítmicos, circulares, mientras me penetraba con un dedo, y luego con dos. Cuando estuvieron bien mojados, noté que llevaba uno de ellos hacia mi ano. Yo me puse un poco nerviosa, pero gusto en ese momento me atravesó el primer orgasmo de la tarde, y él aprovechó para meterme el dedo bien adentro. Ardía. Era esa combinación entre dolor y placer la que tanto me gustaba.
De inmediato se puso un condón, y me penetró la vagina, todavía con un dedo dentro de mi ano, llevándome al poco tiempo a otro orgasmo.
-Ponte en cuatro, como la perra que eres- me dijo, agarrándome del cuello y escupiendo adentro de mi boca
-Si, señor- contesté, en automático
Me penetró por detrás mientras me nalgeaba, y yo me masturbaba furiosamente en busca del tercer cielo. Cuando él estaba a punto de correrse, me dió la vuelta, y se quitó el condón. Yo, de inmediato, me metí su pene a la boca y comencé a chupársela furiosamente, hasta que se corrió en mi boca.
Esa fue la primera vez que estuvimos juntos. La segunda, me habló de sus verdaderos deseos.