Dejo a mi esposa follar con el recepcionista

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A mi mujer Sara y a mí nos gusta hacer escapadas de fin de semana para desconectar de la rutina, de la presión del trabajo y de los problemas de nuestros hijos adolescentes. Somos un matrimonio maduro, de 47 años ella y 48 yo. Amantes de la tranquilidad, del buen sexo y de algo más cuando la ocasión se nos presenta. Nuestros gustos sexuales han ido variando con los años y ambos hemos sabido conservar el morbo de los primeros días.

Nos gusta visitar un pueblo de la Costa Brava que por su situación no está tan masificado como el resto. Ideal para descansar y cargar las pilas. De casualidad, dimos con un hotel pequeño, sin lujos, en el que acabamos repitiendo en años sucesivos. Está apartado del centro pero ganamos en tranquilidad.

Hará cosa de tres años, ya nos atendió un recepcionista de unos treinta y tantos. Delgado pero de aspecto atlético y fuerte. De pelo extremadamente corto y un bronceado perfecto. La camisa perfectamente planchada, con un botón desabrochado de forma nada casual para dejar entrever sus pectorales marcados. Los pantalones ajustados marcando una elegante y estilizada figura. Por su acento debía ser italiano. Lo que explicaba su cuidada imagen. Se movía y hablaba con mucha seguridad. Correcto y educado en todo momento. La primera vez que mi mujer lo vió ya quedó prendada de él. Le encanta todo lo que tenga que ver con Italia. Le encanta esa elegancia innata que tienen, ese saber estar y sobretodo ese acento tan peculiar. Aquel tío parecía reunir todo lo que un perfecto italiano ha de tener.

-¡Bufff! ¿Pero tú has visto que tío?

-¿Qué le pasa?

-¡Está como un tren! ¡Y fijo que es italiano!

-Pues tienes hoy y mañana para ligártelo. Pero yo no me muevo de mi cama. Este fin de semana necesito descansar.

-Pues igual lo hago. Me ha puesto cachondísima.

Ahí quedó la conversación. Y la verdad, que aquel fin de semana, Sara no pasó de alguna miradita furtiva. No empleando sus armas de mujer con el recepcionista. Por la noche, si noté que me folló con más pasión. Seguramente fantaseando con él. Fue un fin de semana en el que estuvimos muy a gusto y por ese motivo repetimos alguna vez más el mismo hotel. En la siguiente visita tampoco se atrevió a hacer demasiado, aparte de tener alguna breve conversación intranscendente con él en un par de ocasiones y confirmar que efectivamente el tipo era italiano.

Esta era la tercera vez que nos alojábamos. Sara había hecho la reserva con la intención de no volver a dejar escapar la oportunidad de llevárselo a la cama. Apenas me dejó reaccionar cuando me lo propuso.

-¿Te acuerdas del recepcionista italiano aquel?

-Sí, ¿y?

-Me lo quiero follar. Y que tú estés delante. Me gusta mucho ese tío. Me pone muy cachonda cuando lo oigo hablar. No paro de pensar en él.

-Joder Sara, pero, ¿has hablado algo con él?

-No mucho. Pero ya me conoces. Vamos allí y sobre la marcha. Se me da bien improvisar.

-¡Estás fatal! Pero no te cambio por ninguna. A ver si el pobre italiano no acaba llamando a la policía por acoso, jajaja.

Y aquí estamos, de nuevo en el hotel, esperando una oportunidad para entrarle al italiano.

En un momento en que la recepción quedó vacía, me acerqué a él y le dije si podía tomar un café con nosotros en el bar del hotel. Le expliqué que mi esposa era una amante de todo lo italiano y que quería conocerlo. Él educadamente accedió sin sospechar nada. Pero tendría que ser después del cambio de turno cuando fuese relevado por su compañero de tarde.

Acordamos vernos en la cafetería del hotel, sobre las cuatro, después de comer. Mi esposa Sara se puso un vestido cortísimo y apretado que dejaba ver sus bonitas piernas e incluso su ropa interior si se descuidaba. Un tanguita diminuto. Todo ello con una clara intención de conseguir a su presa. Unos minutos más tarde de las cuatro, hizo su entrada el recepcionista. Se había cambiado de ropa. Llevaba una americana sin corbata. Unos jeans cortijeros y zapatos negros sin calcetines. Todo bien ajustado a su fibrado cuerpo. En el cuerpo de otro, parecería un macarra. Pero he de reconocer que en aquel tío, la combinación quedaba moderna y elegante. Me estrechó la mano con fuerza y se presentó. Fabrizio era su nombre. Besó a mi mujer en las mejillas sin dejar de mirarla fijamente. Sin duda se percató del vestidito extremadamente corto que ella llevaba. No se sentó hasta no hacerlo antes nosotros. Hizo una seña al camarero y este pareció entenderle al instante. En breve, nos sirvieron dos cafés más y un combinado para él. Comenzamos una conversación de los más normal. Sin ninguna pretensión. Hablamos sobre su lugar de origen, sobre las ciudades italianas que nosotros habíamos visitado, la comida y otras cosas triviales sin entrar realmente en lo que nos había llevado hasta allí. Mi mujer no desaprovechaba la ocasión para mostrar sus encantos con cierto descaro. Fabrizio podía apreciar más allá de sus muslos cada vez que ella cruzaba las piernas y sin poder disimular, se le iban los ojos. Estaba poco a poco entrando en el juego. Ella le clavó la mirada casi desde el principio y le sonreía levemente. Se lo comía con la mirada y se recreaba mirándole el paquete cada vez que él hablaba. En un momento en que la conversación pareció detenerse aproveché para explicarle sin demasiados rodeos pero con sinceridad, la verdadera razón por la que estábamos allí. En un primer momento pareció sorprenderse, pero supongo que en su cabeza empezó a atar cabos y todo cobró sentido. No respondió inmediatamente. Pareció valorar la situación en silencio. Le tranquilicé diciéndole que no se sintiese presionado. Que se pensara tranquilamente nuestro ofrecimiento. Si no para esa noche para otro fin de semana. Que no había prisa.

Nos pidió un teléfono. Nos diría algo en esa misma noche. Nos despedimos. Yo le volví a estrechar la mano y Sara no pudo evitar darle un beso rápido en la boca. Estaba cachonda, se le notaba y quería que él lo supiera. Fabrizio la miró, sonrío amablemente y salió de la cafetería sin mirar atrás.

-¿Crees que nos llamará?-preguntó Sara.

-Ni idea. Quizá hemos sido demasiado directos y se ha asustado.

-Has hablado muy bien cariño. No tiene porqué sentirse ofendido. Al contrario.

-No sé, no sé.

Ya caída la tarde, sonó el teléfono. Era Fabrizio. Por el tono de voz, le noté nervioso. Aceptaba el encuentro y me reconoció no estar acostumbrado a este tipo de situaciones. Subiría a nuestra habitación después de cenar.

Nada más entrar en la habitación, ella corrió a ducharse. Se perfumó, tampoco demasiado. Y se vistió con un conjunto de braguitas con liguero negro, comprados para la ocasión. Y un sujetador también negro que le realzaba los pechos. Decidió no ponerse vestido y recibir así a Fabrizio. Yo la observaba sin perder detalle. Me encantaba verla así. Podía percibir su nerviosismo.

Alguien llamó a la puerta. Era él. Sara repasó su maquillaje y se tumbó sobre la cama. Hice pasar a Fabrizio. Ya era de noche y hacía rato que no se oía jaleo en el bar. La habitación estaba más bien fresca aunque Sara tenía sensación de calor. Empezaba a sobrarle todo.

Desde la entrada, el italiano pudo ver a Sara totalmente estirada en ropa interior sobre las sábanas. La mirada de aprobación de él era lo que ella estaba esperando para incorporarse y acercarse a él.

Mientras, yo abría una botella de cava, Sara saludó a Fabrizio. El italiano no pudo contenerse y rodeándola de la cintura se la apretó contra él y la besó en la boca. Ella le rodeó el cuello con su brazos y buscó su lengua con la suya. Notó como las manos de él bajaban hasta su culo para quedarse ahí.

Enzarzados en un beso interminable, aproveché una pausa para repartir unas copas y brindar por una larga noche de pasión.

Dejaron las copas sobre el escritorio y Sara comenzó a desabrochar la impecable camisa sin arrugas del italiano. Su pecho estaba totalmente depilado. Se le marcaban los pectorales y los abdominales sin llegar a ser los de un culturista. Sara se detuvo en su abdomen y le pasó la lengua. Era exactamente como ella esperaba. Un tío fibrado y sin nada de grasa. Fabrizio se acabó de quitar la camisa mientras mi esposa se arrodilló para desabrocharle los pantalones. Pudo notar la bragueta abultada. Apretó sus labios contra aquel bulto mientras él le retiraba el pelo de la cara para verla. Él susurró algo en italiano que no llegué a entender. Poco a poco fue desabrochando el pantalón hasta dejar liberada su polla. La polla saltó sobre su cara y Sara no pudo evitar llevársela a la boca. Llevaba mucho tiempo esperando tenerla para ella sola. Como pudo, Fabrizio se deshizo de sus pantalones mientras Sara no paraba de mamar. Sara me hizo un seña para que me acercara. Me agarró la polla y me la empezó a menear sin dejar de mamársela al italiano. Cuando notó la polla bien dura en su boca, pasó a chupármela a mí. Con las dos pollas ya bien tiesas, nos llevó hasta la cama sin soltarlas. Me dirigí a Fabrizio y le dije:

-¡Fóllala bien Fabrizio!¡Lo está deseando!

Sara separó bien las piernas y le ofreció todo su sexo sin límites. Fabrizio la penetró de una sentada, entrándole la polla a lo más profundo de ella. Sara se quedó unos instantes inmóvil disfrutando de la embestida. Qué bien que la había abierto. No quería dejar de sentir aquella polla dura dentro de ella. Lo abrazó con fuerza y se apretó a él para no dejarlo escapar. Fabrizio empezó a besarla con pasión mientras le daba pollazos cada vez más rápidos. Volvió a susurrar palabras en italiano en los oídos de Sara.

Yo mientras no podía evitar tocarme viendo a Sara disfrutar como una verdadera puta. Sabía lo mucho que ella había esperado este momento. Me encantaba la sensación de verla disfrutar libremente de otro hombre en mi presencia. Era una mezcla de traición consentida que me ponía la polla bien dura.

Con la desenfrenada follada del italiano, la temperatura de la habitación había subido. Los dos, abandonados como animales a su mutuo placer iban a llegar al orgasmo rápidamente, por lo que Sara le dijo:

-¡Dame por detrás! ¡Remátame bien cabrón!

Sara se puso rápidamente a cuatro patas y Fabrizio se colocó por detrás dándole de nuevo polla muy aprisa.

Yo me coloqué delante para que Sara me la chupara. En los primeros pollazos, Sara empezó a chupar con rabia pero a medida que el ritmo de los pollazos era más fuerte y el gusto más intenso, dejó de chupar para dedicarse a gozar de la polla tiesa del italiano que la estaba destrozando. No podía estar concentrada en otra cosa que no fuese la polla se su amado italiano. En pocos minutos solo alcanzó a decir:

-¡Me corro! ¡Me corro con este tío!

-¿Te gusta vida? ¿Te gusta como te folla?

-¡Síiii!¡Síiii!¡Me destroza el coño!

Los dos se corrieron a la vez como si sus cuerpos se conociesen de antes. Quedando los dos exhaustos sobre la cama deshecha.

Me coloqué sobre ella y me la meneé sobre sus tetas.

-¡Córrete sobre tu puta amor!¡Córrete bien!

Me vacié como nunca sobre ella. Le solté una corrida enorme que le salpicó toda la cara y sus tetas, haciéndola sentir como la más puta de todas.

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