Descubrí que me gusta mucho la verga y la conchita, por eso follo con mi esposa cada vez que puedo y le soy infiel con un hombre que tiene la polla enorme
Había cumplido una por una las órdenes de Carlos. Había puesto una excusa a Mayte (una cena obligada con los de la empresa), había comprado un suspensorio en un sex-shop (él mismo me indicó el modelo, el color y hasta la marca) y reservado una habitación en un hotel de extrarradio. Me había desnudado y vestido únicamente con el suspensorio y el albornoz del cuarto de baño. Había encendido el hilo musical y sintonizado una emisora que radiaba jazz. Había apagado todas las luces de la habitación salvo el pequeño foco de la entrada y dejado la puerta entornada. Finalmente, a las diez en punto, me había situado a los pies de la cama, a cuatro patas, a esperar.
Y todo por complacer a mi adorado ex legionario. Tras recibir sus tres regalos envenenados en la estación de servicio, creí que no lo vería en mucho tiempo, pero esa misma madrugada, después de haberse acostado con mi mujer, recibí un mensaje suyo en el que me recordaba que tenía que usar mi nuevo juguete siempre que tuviera oportunidad y, al día siguiente, me llamó para explicarme qué debía hacer exactamente para ganarme su perdón.
No habían transcurrido ni dos minutos desde la hora acordada cuando oí la puerta abrirse. Percibí la inconfundible voz grave de Carlos, que venía conversando animadamente con otro hombre. Recordé sus instrucciones y no me moví un ápice de mi posición, a pesar de que tenía las pulsaciones disparadas.
Cerraron la puerta tras de sí y Carlos habló como si yo no estuviera presente:
-Ahí lo tienes. Perro de primera, bisexual, casado con una hembra casi tan puta como él. Listo para usar.
Si la hubo, no oí la respuesta del desconocido. Olfateé la cercanía de una fragancia masculina pasada de moda y de inmediato noté una mano fría despojándome del albornoz. Esa misma mano fue directa a acariciar mis nalgas, que estaban expuestas al aire, y unos dedos largos comenzaron a recorrer la extensión de la raja de mi culo desde el perineo hacia la baja espalda. Ser prostituido por Carlos ya no era novedad para mí, pero sentí miedo al recordar cómo acabó aquella primera vez. Además, en esta ocasión ni siquiera podía ver quién me estaba tocando, a quién debía satisfacer para contentar a mi Amo, lo cual hacía más arriesgada y más plena la entrega.
El extraño jugaba con el elástico de mi suspensorio, separándolo de mi cuerpo, sosteniéndolo unos pocos segundos para después soltarlo, restallando sobre mi piel. Cuando su lengua empezó a escarbar en mi ojete, tuve la tentación de girarme para escudriñar su rostro en la penumbra, pero Carlos debió leerme el pensamiento, pues se subió a la cama delante de mí y me vendó los ojos con el cinturón del albornoz, sumiéndome en la total oscuridad. El desconocido, mientras tanto, lamía y relamía con verdadera voracidad, como si quisiera comerme entero, empezando por el ano. La sensación era un poco incómoda, pero también muy excitante. Hundido en mi ceguera, sólo podía escuchar los sensuales acordes del saxofón y los chasquidos emitidos por una boca que me devoraba.
Me imaginé que Carlos seguiría de pie en la cama, delante de mí, y que ahora mismo tendría su paquete a escasos centímetros de mi cara. Traté de distinguir el inconfundible aroma de su entrepierna, pues necesitaba ese estímulo, pero la colonia del desconocido, demasiado potente, me lo impedía.
¿Quién sería ese hombre? ¿Un amigo suyo? ¿Un compañero de curro, tal vez? No podía adivinar la relación que los unía. Lo que estaba claro es que Carlos me había entregado a él sin pedirme permiso y que yo lo había aceptado, como había asumido mi conversión en uno de sus esclavos.
-¿Quieres una goma? -le oí preguntar en ese momento.
-¿Puedo follármelo sin…? -fue lo primero que escuché del desconocido. Su voz, la de un hombre de avanzada edad, me provocó un respingo.
-Claro, pero eso tiene un plus…
-Eso no es problema -zanjó el desconocido.
Después de negociar el precio de follarme a pelo, me escupió en el culo dos veces, me agarró fuerte de las nalgas y las separó bien para abrirse paso. No me dio tiempo a alzar la grupa y buscar la posición más cómoda. El extraño (¿el viejo?) me metió la polla de una tacada, sin más contemplaciones, arrancándome un grito.
-¡Aguanta, hostia! -me espoleó Carlos.
Mientras me penetraba, empujando a un ritmo descompasado sin sacar el miembro en ningún momento, el desconocido me masturbaba por encima del suspensorio. Supongo que mi picha embravecida le haría creer que estaba disfrutando de su follada, cuando me encontraba así por la proximidad de mi macho. En realidad me sentía una yegua montada por un semental torpe y en horas bajas. Aguantaba estoicamente la clavada e imaginaba que pronto sacaría de mí el miembro, chorreante y más relajado.
Pero resultó que el viejo tenía bastante aguante. Yo escuchaba sus gemidos a mis espaldas, notaba su aliento caldeando mi nuca cuando me estrechaba contra sí, pero no percibía ni rastro de agotamiento. Para acelerar su orgasmo, empecé a contonear las caderas en círculos y a estrechar las paredes de mi ano, comprimiendo y relajando el esfínter, ordeñándolo al fin.
-¡Ooooh, qué zorra más buena!
-Disfruta, que para eso la has pagado.
-Va a hacer que me corra, la muy guarra…
-Puedes hacerlo dentro.
-¿En serio?
-Por supuesto, le encanta que la preñen.
-Ufff… voy a echarlo… todo…
Y nada más decir esto, soltó un largo suspiro, al mismo tiempo que noté cómo su polla palpitaba y depositaba su carga de leche añeja en mi interior. Sólo la sacó cuando se hubo vaciado entero y se le empezó a poner blanda. Entonces dejó de sobarme el paquete y se retiró, dejándome francamente cachondo. Una sonora cachetada en el culo me anunció que había acabado conmigo.
-Material de primera. Aquí tienes… -le oí tratar con Carlos.
Luego mi Amo lo acompañó hasta la entrada, intercambiaron un par de frases y sonaron las bisagras de la puerta. Se hizo el silencio. Justo cuando iba a quitarme la improvisada venda de los ojos, Carlos me agarró del pelo y me echó el cuello hacia atrás.
-Ni se te ocurra. La noche sólo acaba de empezar…