Después de haber teniendo ese gran encuentro con el jefe de mi padre, tuve que volver a verlo. Otra vez terminamos haciéndolo y esta vez con mi papi cerca
No habían pasado ni dos semanas desde lo del restaurante y entra mi padre en mi cuarto sin siquiera tocar a la puerta y me dice que su jefe ha organizado un evento mañana y necesita una camarera.
– ¿Camarera? Yo no tengo ni idea de eso – le contesto al tiempo que me tapo los senos desnudos con una camiseta sucia.
– Es solo un rato, está muy bien pagado y ya le he dicho que cuenta contigo – me dice mi padre disimulando el impacto de verme con las tetas al aire aunque ruborizandose.
– Vale acepto. Por cierto, ¡la próxima vez toca a la puerta antes de entrar! – le digo mientras mi padre se disculpa y sale de mi cuarto.
La verdad es que volver a encontrarme al jefe de mi padre me generaba un morbazo brutal y estaba convencida que todo esto lo había preparado él para volver a verme.
Mi padre me comentó que era un evento informal así que podía vestir un poco como quisiera. Estaba bastante nerviosa por volver a verlo la verdad y decidí vestirme sensual en plan ejecutiva, una falda pegadita al cuerpo y peligrosamente corta de color azul oscuro y una blusa clarita que solía hacerme un sugerente escote en función de los botones que dejaba desabrochados. Estuve a punto de optar por no ponerme sugetador pero con esa blusa los pezones se marcaban demasiado y me parecía demasiado descarado. Un tanga con una ridícula tela y unos botines con un poco de tacón completaron mi indumentaria. Me recogí el pelo en una larga coleta, me pinté los labios en un rojo intenso y me maquillé muy sutilmente. Al mirarme al espejo parecía que tenía más de 20 años y eso me gustaba.
Cuando mi padre me vió sentí como me escaneaba de arriba a abajo y, lejos de reñirme y poner alguna pega a mi vestimenta como hacía habitualmente se limitó a sonreír y decirme que estaba muy guapa. Nos despedimos de mi madre y mis hermanitos pequeños y nos fuimos al coche de papá.
Durante el trayecto hasta la zona del evento me coloqué los auriculares y me puse a mirar absorta por la ventanilla rememorando aquel encuentro fugaz en el baño con el que, en aquel momento, era un completo desconocido. Esos pensamientos, la musica y el vaivén del coche provocaron que un hilito de humedad se posara en mi fino tanguita.
Estando al borde de un clímax silencioso noté como la mano de mi padre se posaba sobre mi muslo desnudo.
– Estamos a punto de llegar – decía mi padre mientras me acariciaba el muslo unos segundos acercándose peligrosamente a mi zona prohibida.
– Vale – me recompuse, y volví a serenarme aunque la humedad de mi coñito seguía ahí.
Llegamos al hotel donde se iba a realizar el evento y entramos directamente en un gran salón donde, de momento, no habían demasiadas personas. Enseguida volví a verlo, nuestras miradas se cruzaron y se dirigió raudo a nosotros.
– Hola Fernando, aquí te traigo a mi hija Andrea para que os ayude un poco – decía mi padre mientras su jefe me miraba y me sonreía.
– Muy bien Pedro, la verdad es que será algo sencillo, vente Andrea y te explico un poco cuales van a ser tus funciones. – me decía al tiempo que me daba dos sutiles besos en la mejilla y me cogía dulcemente de la mano para que lo siguiera.
Yo estaba con el corazón a mil por hora y volví a visualizar flashes de nuestro encuentro que me pusieron nerviosísima. Me condujo por unos laberínticos pasillos hasta una pequeña sala vacía y algo en penumbra.
– Estás preciosa pequeña. – me dijo al tiempo que sus manos se posaban dulcemente en mis caderas y acercaba sus labios a los míos. No titubee ni un instante y correspondí a sus besos con pasión. Nuestras lenguas jugaban con un fervor adolescente mientras notaba como sus manos se deslizaban hacia mi culito y con maestría me subía la falda y se recreaba con él. Mis manos le acariciaban el pelo y las suyas masajeaban mi culo con una habilidad que me tenía rota.
Unas voces aproximándose nos interrumpieron en nuestro frenesí y en décimas de segundo nos separamos y me recompuse la falda.
Me llevó a las cocinas donde se despidió de mí guiñandome un ojo y allí me explicaron un poco cuales serían mis tareas. Básicamente tenía que llevar unas bandejas con canapés y copas entre los asistentes y poco más aunque, al principio, estaba atacada y apenas podía sujetar una bandeja.
Al rato de estar paseando las bandejas ya volvía a estar un poco más tranquila y me centré en hacerlo bien. La mayoría de asistentes al evento eran hombres, así que no tardaron mucho en coquetear conmigo y comerme con los ojos y, puesto que estaba acostumbrada a esto en mi día a día me sentía cómoda. Mi padre era uno más y disimulaba como si no nos conociéramos, cosa que hacía que me sintiera más relajada y fuera yo misma.
Tras cerca de dos horas, la gente estaba mucho mas distendida y el alcohol se hacía patente en la gran mayoría de asistentes. Habían empezado a poner música y aquello parecía ya más una discoteca que un salón de eventos. Yo seguía sirviendo copas y varios hombres me pedían fotografiarme con ellos a lo que yo, aún con dudas, no me negaba. En esos momentos es cuando más se envalentonaban y me agarraban con fuerza de las caderas para que no me escapara y alguno más espabilado se acercaba más de la cuenta a mi culo. Estaba empezando a ponerme un poco tontita con tanto refriegue y a mi mente perversa, para variar, se le ocurrió un jueguecito peligroso a la par que morboso.
Fuí al baño, me miré en el espejo y sentí que podría estar un poco más sexy. Me quité el sugetador y el tanga, me desabroché un botón más de la blusa y me fuí a buscar a Fernando.
Sentirme sin ropa interior, con una falda tan corta y rodeada de decenas de cuarentones y cincuentones que no me quitaban ojo me ponía como una perra en celo. Me acerqué al grupo en el que estaba Fernando y donde, curiosamente, también estaba mi padre y les pregunté si querían tomar alguna cosa. Aproveché un suspiro en el que mi padre hablaba con otra persona y le dí a Fernando mi regalito. Lo miró con disimulo y su cara de asombro me hizo muchísima gracia y enseguida se guardó mis prendas intimas en el bolsillo.
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Estaba en la cocina preparando las copas cuando lo sentí detrás mío. Su olor me embriagaba y su voz me derretía.
– En diez minutos esperame aquí – me dijo al oído al tiempo que dejaba la llave de una de las habitaciones del hotel sobre una mesa.
El corazón se me salía, mi corta edad no me había enfrentado nunca a situaciones como está y estaba en un mar de dudas. Era un hombre al que deseaba y me ponía a mil por hora pero era virgen y el hecho de que mi padre estuviera cerca me ponía en una encrucijada.
Me dejé llevar por mis bajos instintos y subí a la habitación. Encendí la luz y fui al baño. Me miré en el espejo y me arreglé la coleta. Me veía bonita y muy sexy. En ese momento entró alguién en la habitación y al momento lo ví a él en el reflejo del espejo, mirandome con dulzura y con deseo. Se acercó despacio a mí, yo seguía dándole la espalda y me agarró con ambas manos de las caderas.
Empezó a darme ligeros besos en el cuello que me hicieron estremecer y cerrar los ojos, dejandome llevar. Sentía como se pegaba a mí, sus manos abandonaron lentamente mis caderas para desabrochar con exquisita habilidad cada uno de los botones de mi blusita, dejando libres mis senos para, segundos después, hacerlos prisioneros de sus grandes y calientes manos.
Su boca subió hasta una de mis orejas y le dió unos mordisquitos que me hicieron soltar un gemidito de placer al tiempo que amasaba mis generosas tetas con lujuria. En un momento me dió la vuelta me subió a sus brazos y me llevó a la cama. Cuando me dejó sobre ella mi faldita ya no me tapaba nada y con osadía acercó su cara a mi coñito. Empezó dándome besitos en los muslos y a recorrer con la punta de su lenguita las inmediaciones de mi chochito. Estaba como perra en celo y gemía pidiendo más. Se acercó lentamente, tanteando el terreno hasta que su boca, su lengua y su nariz me rozaron. En ese momento exploté en el orgasmo mas brutal de mi vida, convulsionándome y gimiendo sin control, poniéndome la piel de gallina en todo mi cuerpo.
Me dejó un minuto, sin tocarme, y cuando consideró que estaba recuperada volvió a la carga con más frenesí. Su lengua era un torbellino que igual se ponía a castigarme el clítoris como que se iba al agujerito de mi culo y lo embadurnaba de saliva y flujos. Yo cerraba los ojos, me mordía el labio inferior y me amasaba los pechos imitando las caricias que él me había dado en ellos minutos antes. No tardé mucho en venirme de nuevo con la misma intensidad que el anterior y con un gemido que casi era un chillido.
Al minuto entreabrí un ojo y ví que se estaba sacando la polla de su cautiverio. Salió como un resorte su preciosa herramienta venosa y abrí los ojos como platos.
Deseaba esa polla como si fuera el mayor de los tesoros y me incorporé. Él se quedó de pie, desnudo de cintura para bajo y me pidió que me arrodillara. Fue como un gesto de sumisión voluntaria y sin dudarlo me arrodille y comencé a besarla mientras le miraba a los ojos con la mayor cara de zorra que sabía poner.
-¿Cuantos años tienes? – me dijo mientras me cogía de la coleta con ambas manos pero sin ejercer presión alguna.
– 16 – le dije un instante antes de empezar a tragarme un buen trozo de polla y comenzar un vaivén rítmico de entrada y salida de mi boca mientras mi lengua revoloteaba con frenesí.
Como en aquel primer encuentro, él tomó el control y agarrándome de la cabeza empezó a follarme la boca. En esos momentos ya no había dulzura, incrustaba su polla en mi garganta y sentía como en cada embestida mis tetas se bamboleaban sin control. Apenas podía respirar, no me daba tregua y me estaba castigando bien, pero yo estaba poseída y aguanté hasta que, finalmente, se vino en mi garganta, en mi cara, en mi pelo, en mis tetas… Fue una corrida infinita.
En ese momento sonó su móvil, tras unos segundos sonando lo cogió:
– Hola Pablo, estoy con un cliente fuera… ¿Andrea?, está en la cocina, en 10 minutos termina y sale… gracias a tí… Nos vemos ahora – colgó el teléfono, se puso el pantalón mientras me miraba y me sonrió.- Era tu padre, tenemos que bajar.
Se acercó con una toalla y limpió los restos de semen que resbalaban por mi cuerpo. De nuevo era todo dulzura, sus simples roces me generaban descargas eléctricas y mi coñito era un manantial que se moría por ser desvirgado. Nos quedamos de pie, mirándonos, y volvimos a besarnos pero fue un instante, casi una caricia y salió de la habitación. Me fui al baño y me miré al espejo, mi cara era de estar en una nube, con una sonrisa de boba y la coleta hecha trizas.
Me limpié, me vestí y salí de la habitación.
Mientras bajaba en el ascensor me abroché casi todos los botones de la blusa aunque los pezones se marcaban de manera escandalosa y no podía hacer nada para disimularlo.
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De camino al coche notaba como mi padre había tomado alguna copa de más porque andaba un poco en zig zag.
-¿Que tal ha ido? – me dijo mientras notaba como sus ojos se perdían en mis pezones.
– Bien, aunque bastante agotador – le dije mientras le dejaba agarrarse de mi cintura para que no se tambaleara.
En el camino de vuelta a casa volví a ponerme los auriculares, cerré los ojos y me puse a soñar despierta, rememorando, fantaseando y como si mis sueños se hicieran realidad sentí su mano en mi muslo… pero no era la mano de Fernando… acariciándolo suavemente mientras iba subiendo muy lentamente hasta toparse con mi desnudo chochito virgen y mojado. Lo rozó, me estremecí y su mano se alejó… Me hice la dormida y no abrí los ojos hasta que llegamos a casa.
Demasiadas emociones para un solo día…
Agradezco comentarios y/o críticas. Un besazo