Devora es mi cuñada, me hizo un regalo increíble. Me entrego su voluntad, ahora es mi esclava sexual y hace todo lo que le pido sin quejarse
Débora es un nombre original y bonito a mi entender para una mujer. Mi relación sexual con mi cuñada Débora había comenzado en aquél aparcamiento, con sus pies enfundados en las medias de nylon masturbando mi pene. Ella retrepada en un cojín en el asiento del copiloto. Luego en su casa con Débora, su hermana, totalmente borracha y dormida; y con su marido en similares condiciones, habíamos tenido un tremendo rato de pasión y lujuria en la habitación de invitados de su casa.
Las dos semanas que pasaron sin que mi cuñada y yo volviéramos a “jugar” me parecieron dos años. Mi sexualidad había crecido, no alarmantemente pero si lo suficiente como para que Débora hubiese disfrutado de un tórrido clímax sexual en el que transcurrieron aquellos días, en los que sin explicación para ella, me encontraba con mucha más frecuencia receptivo a sus instintos.
Débora había encargado a mi esposa que le llevara una paellera grande que tenemos, una de esas con un fuego de butano con dos aros gigantes. Se pueden hacer paellas para 20 personas.
Mandé un mensaje por email a Débora:
“¿Estarás sola? Yo te llevo la paellera”
“Si” Fue toda su respuesta.
A las once de la mañana estaba tocando al timbre de la casa de mi cuñada. Me llevé la sorpresa de mi vida. Me encontré a Débora esperando en el salón, arrodillada en el suelo y desnuda. Bueno … casi desnuda. Llevaba puesto un collar de perro en el cuello y unas abrazaderas de cuero en tobillos y muñecas. Ella y su esposo han jugado a veces al BDSM con esos artilugios.
Débora adoptó la posición de un perrito. Podía observar sus tetas colgando, su culo abierto. En la boca tenía una hoja de papel doblada entre sus labios rojos cereza, de carmín brillante, que manchaban el papelito. Retiré la hojita y leí:
Querido Antonio.
Para este día, te quiero hacer un regalo diferente. Único.
Quiero que sepas que estoy dispuesta para cosas que jamás he hecho ni me has pedido. Quiero confesarte que soy tu esclava sexual para todas tus fantasías:
Dime, «Ninfa, pon tu culo aquí para que te lo follen estos tres tíos», y me inclinaré, ofreciendo mis nalgas. Dime «Ninfa, enseña tus tetas y tu coño a ese camionero», y me quitaré la ropa y pellizcaré mis pezones para endurecerlos. Dile a tus amigos que me llamen «Ninfa» y que me obliguen a arrodillarme con la boca abierta, lista para chupar sus pollas mejor que cualquier prostituta y verás la boca de tu cuñada beber la leche de sus penes.
«Ninfa» es mi regalo, Ninfa será a partir de ahora una palabra mágica, será nuestra palabra clave para ponerme en «modo puta», donde haré, te lo juro, todo lo que me digas. Exponerme en público, chupar a tus amigos, follarte en un aparcamiento, lo que quieras, lo que te apetezca, todo lo haré, sin pestañear, sin dudar ni un segundo, sin poner caritas de enfado. Bajaré la mirada como una buena sierva y obedeceré. Solo tienes que llamarme «Ninfa».
Sólo eso, mi amor.
Débora
La paellera se me cayó al suelo de la impresión.
¡Me sentí superado, incrédulo al leer su mensaje! ¡Nunca, ni en mis sueños más salvajes había imaginado algo tan duro! La miré. ¡Ella estaba casi temblando! Mi cuñada tenía miedo de que aquello no me gustara. Y yo solo podía hacer una cosa con aquel increíble regalo, una sola cosa para convencerla de que el regalo era lo más maravilloso que me habían dado en la vida. USARLO.
«Ninfa, desabrocha mis pantalones, pero con la boca». Débora se apoyó en mi entrepierna, y agarró mi cinturón con sus dientes, suavemente lo sacó de la hebilla. La hebilla le dio un pequeño problema, pero finalmente pudo abrirla. Luego tiró de la cremallera, pero resultó ser un error, porque luego le costó horrores abrir el botón. Pero finalmente pudo bajar mis pantalones. Me resultó de lo más erótico, no era sexual, pero sí tremendamente erótico, ver los dientes de mi perra trabajar con los botones y el cinturón de los pantalones.
«Ahora saca mi polla y ponme duro. Sin usar las manos Ninfa. Y mirándome a los ojos». No tardó en hacerse con mi polla entres sus bonitos labios cereza. Lentamente, haciendo uso de la lengua y recorriéndome desde los testículos hasta la punta, iba mojándolo todo muy bien, mordía suavemente, encontrándome más, y más duro, hasta que adquirió el tamaño apropiado para comenzar a follarlo con la boca. Sus brillantes labios rojos se paseaban arriba y abajo sobre mi miembro, extendiendo el lápiz labial en el pene y en su rostro, manchando sus mejillas, su naricita y hasta sus ojos, que todo el rato permanecían clavados míos mientras trabajaba para darme placer.
«Ninfa, voy a follarte el culo. Date la vuelta y ofrécemelo». Recordé que Débora me había dicho que nunca follaría con ella, ni su coño, ni su culo. Que no era capaz de hacerle eso a su hermana. Pensé que me había pasado y que mi cuñada se molestaría y se acabaría aquel maravilloso sueño.
Pero inmediatamente ella se giró y tomó la posición que le había pedido, con su culo alto y sus nalgas abiertas. Me alineé en su ano y descubrí que la muy zorra ya se había lubricado. Me deslicé fácilmente dentro de su culo prieto, muy cerrado. Podía sentir toda la longitud de mi polla frotando las paredes como un dedo en un guante, su anillo muscular me agarraba con tanta fuerza que casi me dolía. Ella gimió y comenzó a tener su orgasmo.
Cuando vi que había terminado, dejé volcar mi orgasmo contenido e inundé con mi esperma el ano. «Ninfa, limpia mi polla». Dije con voz de mando. Ella se giró y amorosamente comenzó a lamerme. Supe entonces que realmente aquella carta iba totalmente en serio. Haría cualquier cosa depravada que yo pudiera pensar. Tan solo con llamarla Ninfa.
De vuelta a casa estaba ya impaciente por encontrar la próxima ocasión en la que usar la palabra mágica “Ninfa” con mi querida cuñadita.