Dos amigas en vacaciones follandose a todo un pueblo
¡El viaje de Sara y Silvia acababa de empezar! Libres de sus maridos, se disponían a empezar unas vacaciones en solitario por la Rioja y emprender la ruta del vino.
Empezaron su viaje, para poder beber sin tener que conducir, en el Enobus. Un autobús que llevaba a sus pasajeros a través de bodegas, viñas y pueblos en un pack en el que no tendrían que preocuparse por nada. Aprovechando el buen tiempo primaveral, las dos jóvenes se vistieron cómodas y desinhibidas para la ocasión. Entradas en la treintena, sus cuerpos se mantenían en forma y delgados, y al tener ambas la misma edad muchas veces les preguntaban si eran hermanas. De espaldas sólo el pelo liso de una y el ondulado de la otra las distinguía.
El recorrido de aquel autobús turístico por la ruta del vino les llevó de un pueblo a otro, parándose en varias bodegas. Al margen de una parejita compuesta por un chico delgado y una chica grandota que no dejaba de besuquearse cada dos por tres, el resto de los viajeros del Enobus eran mayores que ellas, algunos con el pelo totalmente blanco y otros directamente sin pelo. Hacía muchos años que eran buenas amigas y conectaban muy bien. De carácter jovial y dotadas de un estupendo sentido del humor, hacían reír al grupo más de una vez con sus ocurrencias.
En una de las paradas pasearon entre frondosos viñedos cargados de uvas que prometían excelentes jugos fermentados.
– ¿Las puedo probar? – Preguntó Silvia con descaro a un chico que pasaba por allí.
– Claro maja, lo que son para hacer vino, no sé si te gustarán – Respondió con acento local y alegre el joven ofreciéndole un pequeño racimo.
La chica mordió con sus blancos dientes un grueso fruto y observó su interior.
– Tienen bastantes pepitas.
– Ya te dije que eran para hacer vino, ja, ja, ja. Igual estás acostumbrada a esa aberración sin semillas de los supermercados.
– ¿Y es bueno el vino que sale de estas? – Preguntó Sara, haciendo caso omiso de los comentarios del chico, mientras su amiga devoraba una a una cada uva tiñéndose de carmín la boca y las manos.
– ¡Qué te voy a decir yo! ¡Claro! Si sois del grupo del bus, luego os darán a probar. Aunque como los vinos de mi pueblo…
– ¿Eres de por aquí? – Preguntó Sara sonriente.
– Sí, a ver hoy acabo pronto porque estamos de fiestas en el pueblo – Le dijo escaneándola, sin que ellas se dieran cuenta, de arriba a abajo.
Les calló bien, y no vieron ninguna segunda intención ni malicia en él. Intercambiaron teléfonos con quien descubrieron que se llamaba José María y le dijeron que igual se pasarían por el pueblo.
Tras una estupenda comida regada por magnífico vino, el autobús les trajo de vuelta a la parada donde lo habían cogido. En el camino de regreso, los pocos que quedaron despiertos pudieron oír más de un ronquido.
Aquella tarde dieron un paseo por la ciudad en el que pudieron hablar con sus maridos por teléfono y contarles cómo les iba. Al volver al hotel, se ducharon por turnos y se prepararon para ir al pueblo del que les habían hablado con ganas de pasarlo bien en aquellas fiestas y probar el codiciado néctar alcohólico local.
Silvia lucía un short vaquero ajustado que dejaba a la vista sus blancas piernas. En la parte de arriba llevaba puesto un top a rayas horizontales con amplio escote en «U», finos tirantes y volante con lazo en el centro. Sólo el sujetador con push-up realzaba el valle de la tentación en sus pequeños pechos. Unas zapatillas blancas cerraban el atuendo. Su bello rostro siempre lucía una sonrisa enmarcada por su noche estrellada de pecas. Sara se había ataviado con una camisa blanca abotonada que transparentaba un poco su sujetador. Una bermuda vaquera, un poco más larga que los shorts de su amiga, estilizaban sus fuertes piernas. Llevaba puestas las mismas zapatillas blancas parecidas a las de su amiga.
Como no era tarde, decidieron coger un bus para llegar hasta el pueblo, que no estaba muy lejos. Una vez allí, se encontraron con un sitio muy acogedor, de casa antiguas y rústicas y todo decorado para celebrar la festividad del lugar. La población se había disparado ante las fiestas, viniendo gente de todas partes. Dieron un paseo y el único bar del pueblo estaba a rebosar. «¿Dónde cenaremos?», se preguntaron. Al girar en la siguiente calle descubrieron que la gente sacaba mesas y sillas a las calles para cenar al aire libre. Decidieron preguntar a una señora que estaba sirviendo dónde podrían cenar. La mujer, todo corazón, les dijo que en el bar del pueblo era imposible y que se sentaran, que había comida para todo el mundo.
Las chicas, agradecidas pero algo cortadas se sentaron en la zona de los jóvenes. Un gigantón de aspecto intelectual se presentó como Mateo y las acribilló con preguntas durante toda la cena.
A parte del pequeño interrogatorio, la vista del joven estaba se desviaba más allá del contacto visual escaneando el cuerpo de las dos chicas. Cuando Sara preguntó por el cuarto del baño, Silvia se levantó rápidamente, no quedando claro si era por no dejar sola a su amiga, o por no quedarse sola ella.
Mateo las acompañó al interior de la casa hasta indicarles que al final del pasillos se encontraba el aseo. El chico no quitó ojo de los finos cuerpos de las chicas alejándose, sin pompa ni contoneo, pero con dos pequeños traseros que le hicieron tragar saliva antes de volver a la mesa. La cena terminó con una de copas de vino, y las chicas, antes de que Mateo se les acoplara toda la noche, agradecieron la generosidad y hospitalidad y se fueron excusándose con que habían quedado con otras personas de la ruta del vino.
La plaza del pueblo era un frenesí de gente hablando, bebiendo, y los más jóvenes saltando al son de la banda que estaba tocando música. Sara y Silvia se unieron a la fiesta y saltaron como si dos adolescentes más se tratara.
– Guapas, ¿os invito a una copa? – Dijo un chico bastante moreno y con pinta de canalla.
– Se ve que aquí deben funcionar estas técnicas de ligue del siglo pasado… – Le dijo Silvia a Sara divertida esgrimiendo una media sonrisa.
– Serás… – Dijo él frunciendo el ceño.
– ¡Primo! – Le interrumpió no otro sino José María, el chico que habían conocido en un viñedo y les había invitado a venir al pueblo. Sara le guió un ojo a su amiga y se lanzó a los brazos del recién llegado.
– ¡José María! – El chico no se esperaba la reacción y no supo qué hacer. Quedó con las manos inertes colgando a los lados. – ¡Hemos venido al final! – Dijo con entusiasmado.
– Me… me alegro. Este es mi primo Hugo. Perdonar si os ha molestado.
– ¿Y a mí quién me pide perdón? – Dijo el aludido indignado empezó una perorata de protestas.
– Venga primo. Vamos a probar el ponche del tío Eusebio y luego volvemos. ¿Os venís?
– Quizás luego… – Improvisó Silvia. – Tenemos tu teléfono y justo la canción que van a tocar es un temazo, aunque desafinen un poco con la versión.
José María se despidió y se marchó con su primo que no paraba de quejarse ante lo que él denominaba «las creiditas de ciudad».
Las chicas se pidieron en una copa cercana aliviadas de haberse quitado en encima a aquel plasta y se mezclaron con el resto gente. Un rato más tarde, y algo contentillas, una chica tropezó con ellas.
– ¿Esta no es…? – Preguntó Silvia.
– Perdón.. se ha pasado un poco – Se disculpó un chico ayudándola echándole un brazo sobre los hombros.
– ¿Vosotros estábais en el Enobus esta mañana verdad? – Inquirió Silvia.
– Eh… ah, ¡vosotras! Sí, sí.
Justo en ese momento un trueno hizo que la gente se alterara.
– Y eso que no iba a llover. ¡La que va a caer! – Dijo Sara.
– Joder… ¿Me ayudáis a llevarla a algún sitio resguardado por favor?
Las amigas ayudaron a la pareja. Y se acercaron al porche de las casa más cercanas justo cuando empezaban a caer las primeras gotas.
Un fuerte chaparrón empezó a caer arruinando la fiesta y espantando a la gente haciendo que salieran en desbandada.
– ¡La qué está cayendo! – Dijo un chico que acababa de abrir la puerta de una casa. – Ostia-puta, ¡las creiditas! – Dijo el impertinente que habían conocido antes.
– ¿Qué pasa Hugo? Pasad chicas, que os vais a empapar.
– Tarde. – Dijo Sara señalando su camisa blanca totalmente empapada. – ¿Te importa si pasan estos compañeros del Enobus? La chica ha pillado un buen pedo.
– Para nada. Ahora le pido a mi tío unas toallas.
Entraron en la casa donde un señor de unos cincuenta años se afanaba por encender una chimenea de leña. El edificio de una única planta se veía antiguo, y los grandes bloques de piedra de las paredes y las grandes vigas de madera del techo así lo atestiguaban. Poca iluminada y con una decoración basada en elementos de agricultura restaurados y colgados de la pared, rezumaba calor de hogar por todas partes gracias a la gran lumbre y temperatura que las danzantes llamas proyectaban.
– Don Eusebio, mire quién ha venido, las chicas de las que le hablé. – Dijo Mateo, el gigantón con el que habían comido.
– ¿Es que en este pueblo todo el mundo se conoce? – Preguntó Silvia mientras se escurría el pelo de su larga melena.
– Tú lo has dicho… Es un pueblo. Yo soy amigo de la infancia de José María, y el señor de la leña es su tío Don Eusebio, dueño de esta casa.
– Encantado niñas. – Dijo estrechándole unas gruesas manos endurecidas por el campo. – Como si estuvierais en vuestra casa. Chaval, te ayudo a llevar a tu chica hasta una cama que tengo ahí – Dijo señalando un sofá cama ubicado en un extremo del comedor.
Colocaron con cuidado a Amelia en la cama.
– Creo que deberías quitarle la ropa mojada para que no coja una pulmonía.
Al instante, todo el mundo de la casa desvió su mirada hacia la pareja.
– ¡A lo vuestro! – Dijo Gorka, el novio, con el ceño fruncido.
El joven se las apañó para despojarle la ropa mojada sin desvelar nada del cuerpo de la chica gracias a las sábanas.
– ¿Y vosotras qué? ¿queréis constiparos? – Hugo sonreía con malicia y señalaba la camisa empapada de Sara, la cual transparentaba perfectamente la forma del sujetador.
El gigantón de Mateo no quitaba ojo de Sara. Una rápida mirada hacia el top de Silvia evidenciaba sus diminutos pechos, que apenas eran dos ondas en su top a rayas.
– ¡Ya te gustaría a ti! – Respondió Silvia.
– Creo que no es al único que le gustaría – Dijo Sara señalando con la barbilla a Mateo.
– Lo siento chicas. Es que chicas como vosotras no hay en el pueblo. – Dijo el aludido avergonzado.
– ¡Sois unos cerdos!
– Bueno, creo que lo mejor sea preparar una copa para entrar en calor- Dijo José María yéndose hacia la cocina.
– ¡Buena idea, te ayudo! – Sara huyó del comedor dejando a su amiga sola con aquellos cuatro hombres y la durmiente.
José María estaba agachando rebuscando entre varias botellas de cristal.
– ¡Hola! ¿Cómo te puedo ayudar?
– Coge vasos de ese armario por favor – Dijo señalando un armario de gruesa madera que colgaba de la pared.
La chica lo abrió y a duras penas llegó hasta los recipientes. Se puso de puntillas y cogió uno. Sonriente, lo dejó en la encimera y repitió el proceso con el siguiente pero se tuvo que parar en el acto el susto que se había dado. José María estaba a su espalda, y había apoyado ambas manos en su trasero. Aquello no era un accidente, ya aquel chico con pinta de buenazo estaba apretándole la bermuda manoseando su pequeño y duro culo. Puesto que el lugareño no dijo nada, ella tampoco lo hizo y repitió el proceso hasta que recuperó siete vasos. Se giró, y extrañada, su acompañante estaba sacando refrescos del frigorífico. Como si no hubiera pasado nada, entre el chico y ella prepararon varios combinados y él los llevó en una bandeja hasta el comedor.
– ¡Aquí están las copas! – Dijo Sara con entusiasmo. – ¿Por qué estáis todos tan serios?
– Tía, aquí el primo, que no ha dejado de tirarme los trastos. Ya iba a ir yo a la cocina.
– Relájate Silvia, que estamos de vacaciones.
– Sí, sí, pero recuerda que estamos casadas.
– ¿Sois pareja? – Preguntó Don Eusebio divertido.
La tensión se aflojó y el grupo se rió.
– No, no lo somos – Respondió Sara sonriente al tiempo que se quitaba la camisa empapada.
– ¡Qué haces loca!
– ¿No querrás que pille una pulmonía?
– ¿Te da igual que te vean?
– Estoy en sujetador – Dijo señalando la prenda íntima de color blanco – No hay mucha diferencia a estar en bikini, y ¿en bañador no te importa ir por la playa, verdad?
– No… ¡no es lo mismo! Además, yo me iría con cuidado porque seguro que verte así no tranquiliza a estos salidorros.
– A mí me tranquilizaría que te quedaras tú también en sujetador – Dijo con cara malévola Hugo.
– ¿Ves Sara? ¡Te lo dije! Sólo falta que Gorka diga algo ahora que su novia duerme.
Todos miraron al aludido quien se encogió de hombros.
– ¿Qué quieres que te diga? Me he quedado sin polvo después de todo el día con besitos y calentones. Ahora mismo, Silvia, te aplastaría contra el suelo hasta que gritaras como una loca.
Los chicos rieron y le chocaron la mano con bravuconearía.
– ¡José María pon orden por favor! – Imploró Silvia.
– Orden el que ha puesto en la cocina… metiéndome mano en el culo sin decir nada – Reveló Sara.
Todo el mundo se quedó callado, atónito.
Se escuchó un pequeño azote cuando Gorka se acercó a las chicas y le dio una palmada en el culo a Sara.
– No me extraña, tienes un culito de infarto.
– ¡Mía! ¡Déjala! – Dijo Silvia apartándole.
– ¿Tuya? – Respondió Sara con una mirada perversa.
Sin esperar una respuesta le pasó los brazos por encima y la besó. Silvia estaba atónita no pudo hacer más que abrir la boca y recibir la lengua de su amiga del alma.
Sara le sujetó la cara y le comió la boca como si la estuviera devorando. Su amiga cada estaba más excitada y abandonó su actitud pasiva para corresponderla con la misma pasión. Las manos saltaron a la cintura y fueron subiendo lentamente hasta colocarse en el lateral de sus pequeños pechos. Siguió el trazado del top a rayas hasta palpar dos pequeños y apretados pechos.
– Estás empapada – Dijo haciendo referencia a la textura húmeda de la prenda.
– No lo sabes tú bien… – Contestó riendo su amiga.
La presión en los pechos aumentó formando un atractivo canalillo que hizo las delicias de Gorka, quien no quitaba ojo. Con maña y rapidez, deshizo el lazo del top y estiró de los tirantes hasta dejarlo caer a la cintura. Un pequeño sujetador negro con push-up brillaba con los encajes de una famosa marca de lencería.
Las jóvenes fundieron sus cuerpos apretando el uno contra el otro mientras que sus lenguas se devoraban con lujuria. Sus pelvis se rozaban buscando un imposible.
Gorka se mordió los labios al ver el movimiento de aquellos dos pequeños culitos redonditos. Ni corto ni perezoso, apretó la nalga de Silvia. Ésta, concentrada en el beso, se pensó que había sido su amiga, a quien devolvió el apretón.
– ¿Con que esas tenemos, eh? – Con mirada maliciosa, la rodeó con los brazos hasta alcanzar la hebilla del sujetador. La prenda íntima cayó al suelo liberando los dos mangos bien erguidos que eran los pechos de Sara. Ésta guió con su mano la cabeza de su amiga hasta ponerle un pequeño pezón rosado al alcance de de la boca. Su amiga comenzó a lamérselo con devoción.
– ¡Será cabrón! – Exclamó Hugo cuando Gorka se colocó detrás de Sara y se pegó a ella. Le mordisqueó la oreja y le besó el cuello provocando que la chica iniciara un suave contoneo contra su paquete. Primero en círculos y luego agitándose de lado a lado. El apretado trasero de la joven se movía de forma hipnótica contra el incipiente bulto en el pantalón del joven de origen vasco. Excitada, Sara sacó la lengua por fuera de la boca y jugueteó con la de su amiga en un frenesí erótico.
Sin que nadie se hubiera dado cuenta de cómo lo hizo, Gorka había desabrochado el botón de la bermuda de Sara. De un tirón se lo bajó hasta los tobillos. Ella dio pequeños pasitos y una patada para desprenderse de la prenda. Un pequeño tanga se hundía en el cañón de sus apretadas y pequeñas nalgas que eran un reclamo ineludible para aquel chico con novia. Le propinó un azote sensual marcándole una silueta rosada para después. No bien se había juntado con aquella parte al descubierto cuando su propietaria inició un contoneo que le volvió loco. Un bulto muy serio se apreciaba en el pantalón del chico y cómo desaparecía bajo la presión en aquel culito. Excitado, el joven sujetó la cara de la chica y la giró hasta donde estaba él. Los labios se encontraron con pasión mientras Silvia observaba anodina sin saber qué hacer.
– ¿Qué hacemos? – Preguntó Mateo inocentemente a José María.
– ¡No perder el tiempo! – Respondió al tiempo que se quitaba la camiseta.
Al ver que se dirigía a las chicas, le siguió nervioso.
Hugo fue el primero en unirse a aquella fiesta. Estiró una mano para tocar a Silvia sonriente pero esta se la apartó en seco. Dio unos pasos atrás y el resto se centró en Sara. Gorka se apretaba contra su culo mientras que José María colocó su mano sobre uno de los turgentes pechos de la chica y sintió su dureza al apretarlo. Pronto, el cuerpo de la chica se cubrió por un tapiz de manos de los tres jóvenes, ante la atenta mirada de Mateo y Silvia. Los pechos oscilaban escondidos en sus fundas mientras el abdomen y pierdas eran estudio de un escaneo intensivo. Pronto, el hábil Gorka desabrochó el sujetador, y la prenda íntima cayó al suelo liberando los pequeños pechos con forma de pera coronados por pezoncillos rosados.
– Los demás también queremos – Dijo el gigantón apartando a Gorka de su sello.
El chicarrón agarró el trasero de la preciosa ninfa con sus grandes manos y lo apretó como si estuviera dando forma a la masa madre del pan.
A unos metros de distancia Silvia contemplaba excitada el espectáculo sentada en el sofá. Se había desecho del top a medio quitar, y observaba la escena sin participar con una mano oculta en el interior de su pantalón: José María y Hugo succionaban pezones a dos manos como dos lactantes mientras que el chico que inició todo se estaba desnudando. Mateo hundía la maza de su mano entre las piernas de la chica mastúrbandola por encima del tanga y provocándole gemidos incesantes.
Ocho manos inquietas cubrían el cuero de Sara convirtiéndola en un ser difuso. Los chicos estaban cada vez más excitados y deseosos, y desinhibían en las guarradas que le decían al tiempo que eran más aventurados con los tocamientos. En un abrir y cerrar de ojos los jóvenes se desnudaron.
– Silvia, no seas tonta y ven a ayudarme. – Dijo señalando los enhiestos mástiles que apuntaban al techo.
La aludida negó con una expresión a caballo entre el miedo y la desaprobación, manteniéndose distante.
– Tú misma, más para mí.- Agarró el nervudo pene de José María y comenzó a masturbarle con los mismos movimientos de mano que haría al sacudir una servilleta llena de migas.
– ¡Yo también quiero! – Dijo Hugo acercándose con su pequeño pene erecto.
– A ver lo que me duráis – Respondió Sara con media sonrisa maliciosa al tiempo que se arrodillaba en la alfombra.
Los cuatro amigos formaron un apretado semicírculo frente a la muchacha y pusieron sus falos a su disposición.
Ella se lanzó a succionar el pene de José María con hambruna. Pronto los otros tres chicos se apretaron más rozando su cara con sus mástiles. Le dieron toquecitos en labios y lengua con sus herramientas percutoras. Ella intentó ser ecuánime y dar rápidas succiones a cada miembro, pero no daba a basto. Manos traviesas jugueteaban con sus pechos y trasero al tiempo que ella se esforzaba por complacer a los cuatro hombres.
– ¡Tu novia, Gorka! – Dijo con malicia Hugo.
Se giró asustado, pero allí no había nadie. El otro se río y aprovechó la falta de competencia para prolongar su turno. Su pequeño pene, a diferencia del resto, desaparecía entero cada vez. Sara agarró los de José María y Mateo y se los acercó a la boca. Los lamió con avidez al tiempo que intentó metérselos a la vez en la boca. Sólo las cabezas de aquellos troncos cupieron apretados en las fauces hambrientas de deseo. Les miraba desafiantes sin soltar su presa hasta que el bueno de José María le cogió la mano y la ayudó a levantarse.
* * *
Silvia se masturbaba distante contemplando la escena. Espatarrada y vestida sólo con ropa interior, se masturbaba sin tapujos ocultando su mano en el interior de las braguitas. Contempló cómo José María guiaba a su amiga hasta una silla cercana donde él se dejó caer. Su compañera de viaje supo qué hacer. Tras desprenderse del tanga, se acercó de espaldas con la intención de «sentarse» sobre el joven. Justo cuando aquel pene, de tamaño por encima de la media, hacía contacto con los labios inferiores de su amiga, un contacto sobresaltó a Silvia. Su sujetador cayó al suelo liberando sus pequeñas tetas; poco más que ondulaciones que elevaban sus oscuros pezones. «¿Cómo era aquello posible. ¡Todos los chicos estaban ocupados con Sara!»
– Estás muy cachonda, ¿verdad pequeña? – Se giró para comprobar la procedencia de aquella voz grave. – El tío Eusebio te dará lo que te mereces.
La chica se le quedó mirando anonadada sin saber qué hacer, con su carita de ángel pecosa y los labios a medio abrir sorprendida.
Con una delicadeza impropia de aquellas grandes manos callosas, el hombre la volteó suavemente colocándola de lado. Sin mediar palabra, le acarició sus lisas y blancas piernas hasta llegar al trasero.
– Tienes un culito precioso. Mira que las dos estáis delgadas, pero el tuyo es aún más pequeño que el de tu amiga. – Su voz sonaba serena mientras le acariciaba las nalgas por encima de las braguitas.
Las manos la toquetearon cada vez con más pasión hasta, desde atrás,llegar a su entrepierna. Ella,sumisa y desconcertada, se dejaba hacer con docilidad.
– Joder, ¡estás empapada! – Dijo al comprobar su mano humedecida.
Silvia se dejó hacer emitiendo pequeños y agudos gemidos mientras tenía la mirada perdida en su amiga, quien estaba cabalgado como una loca.
Don Eusebio la ayudó a tumbarse boca arriba sobre el sofá y la dejó esperando mientras se desnudaba. El hombre se acercó a la chica quien esperaba paciente tapándose los pezones con el brazo. Él los destapó con ternura y apretó con cariño sus diminutos pechos.
– Estás deseando que te folle ¿verdad? Tendrás que esperar aún un poco más pequeñinaghhh.
Su última palabra se ahogó cuando comenzó a lamer lentamente un pezón con una lengua larga y carnosa. Apretó sus tetitas e intentó que los pezones se juntaran.
– Date la vuelta por favor.
Ella accedió sin rechistar. Aquel hombre maduro le bajó con tranquilidad las braguitas dejando un culo, propio de una adolescente, a la vista: pequeño y redondito lucía compacto en una adorable tentación de melocotón.
Una gruesa mano callosa se deslizó como una máquina quitanieves por la superficie blanquecina formando una ola por la presión. Pronto, ambas extremidades hicieron contacto con sendas nalgas e iniciaron un atípico masaje. Rápidamente, y pese a que no había habido violencia en el acto, la superficie enrojeció. Silvia se extrañó cuando durante algunos segundos nada ocurrió hasta que de repente sintió la mano de su amante de forma muy concisa sobre su sexo. Incesante, sabía perfectamente qué movimientos hacer y cuando hacer pequeñas pausas para volverla loca. No tardó mucho en comenzar a gemir al tiempo que empapaba al intruso con sus fluidos vaginales. Sintió la lengua inquieta de Don Eusebio pero prefirió no mirar atrás.
Una nueva pausa le puso nerviosa.
– ¿Quieres que te folle? – Le preguntó el hombre.
Ella contestó un escueto «sí» apenas audible. Sintió un cuerpo ajeno en la entrada de su cueva y se sorprendió cuando entró con facilidad. No sólo gracias a la buena lubricación, sino por el pequeño tamaño del miembro. Se giró para asegurarse que no le estaban introduciendo un dedo y se quedó estupefacta ante lo que vio.
Don Eusebio se masturbaba con fiereza a su lado mientras su sobrino, Hugo el Malote, la miraba complacido al tiempo que la penetraba con su pequeño falo.
– ¿¡TÚ!? – Gruño ella, ante lo que él aceleró el ritmo con fuertes embestidas de su bastoncito. Si bien el tamaño del pene era pequeño, las embestidas eran muy fuertes. Gracias a Dios no calzaba algo más parecido a lo de sus compañeros o la habría destrozado.
– ¡Sí, yo! No te puedes imaginar lo que he deseado este momento.
Ella le empujó para apartarle, pero claramente lo hacía sin convicción ya que estaba disfrutando de la situación.
Hugo le agarró por la cadera con ambas manos y y la agitó hacia sí mismo con un fuerte empujón. Su pene desapareció entero al tiempo que el culito de ella ondulaba con la embestida. Las penetraciones eran como navajazos cada 3 segundos. Silvia se colocó las manos en las nalgas y retiró hacia los lados para sentir mejor las penetraciones de aquel pequeño pene. El chico pasó a un ritmo más rápido provocando pequeños gemidos en su amante. La chica apoyó la cabeza en el sofá y se dejó llevar emitiendo sonidos cada vez más fuertes y captando la atención del resto.
Silvia no vio llegar a su amiga hasta que la tuvo al lado.
– ¿Ves como soltándote disfrutas más? – Le dijo sonriente Sara.
Ella apenas pudo esgrimirle una sonrisa fugaz. Su amiga se acomodó como pudo en el sofá y sentó abierta de piernas pegada a su cabeza.
No hicieron falta palabras. Los labios vaginales estaban a tan solo unos centímetros. Desprendía un fuerte olor a pasión tanto femenino como masculino. Sara le acarició el liso pelo y ella le acarició el coño con la lengua. Aquello pareció excitar a Hugo, quien aumentó la fuerza y velocidad de las embestidas provocando que ella pegara más su cara a la entrepierna de su amiga. El chico se lo hacía tan fuerte que ella acabó tumbada aplastada contra el sofá y compañera de viaje. Extasiada gimió apartándose un poco del salado sexo que degustaba. El joven aprovechó para manosear con una mano los pechos de Sara, quien le animaba a darle más caña a su amiga.
– Bueno chavalote, me parece que me debes una. – Dijo Don Eusebio. – Salid todos del sofá un momento, que es un sofá cama y voy a estirarlo para estar todos más cómodos. Las dos amigas se abrazaron y besaron con pasión de pies mientras duraba la operación. El hombre maduro cogió la mano de Silvia y la guió hasta el sofá cama invitándola a tumbarse. Acercó su pene, claramente superior en tamaño al de su sobrino, a la entrada de la joven, y tras levantarle las piernas, comenzó a follarla. Ella gritó fuerte por el cambio de tamaño del objeto que se abría paso en su interior.
– Venga, acercaos todos, no seáis tímidos – Invitó el dueño de la casa.
José María y Gorka obedecieron complacientes y acercaron sus penes a la boca de la chica.
– Yo te ayudo – Dijo Sara lamiendo las pollas que se acercaban a su amiga y creando una batidora de lenguas con ella.
Ambas mujeres lamieron a la vez el pene del gran Mateo cruzando latigazos entre sus lenguas.
Hugo se abrió paso entre sus amigos e hizó a Sara con la fuerza de sus músculos hasta colocarla tumbada bocarriba pegada a su amiga.ç
– Venga tío, vamos a follarnos a estas dos putas a la vez.
– ¡Trátalas con respeto, niño! – Respondió indignado Don Eusebio.
Efectivamente, los finos cuerpos se movían al compás de las penetraciones familiares, aunque las tetas de Sara se movían más que las de su compañera.
– ¡Míralas qué cachondas están! – Dijo el joven mientras contemplaba cómo las muchachas se besaban con pasión durante la penetración.
– ¿Eso es todo lo que puedes hacer? – Retó Sara a Hugo.
El chico frunció el ceño y le indicó que cambiara de postura. Colocó a la chica encima de su amiga, como si fuera a hacer un 69. Sara, a cuatro patas, sintió como su amiga le chupaba el clítoris como podía mientras aquel macarrilla la penetraba. Ella, viciosa, le lamió los pezones al hombre de más edad de la sala mientras veía como los otros tres chicos se masturbaban contemplando la escena.
– Mmmmm, sí, Silvia cariño, ¡no pares! – Le exhortó.
– ¡Qué buenas están! – Dijo entre los dientes Hugo.
– Eso está mejor – Le respondió complacido su tío.
Siguieron así unos minutos más hasta que Hugo no pudo aguantar más y se retiró para evitar acabar. Silvia aprovechó el momento para incorporarse y coger aire. Pronto, el grandullón de Mateo ocupó tenaz la vacante y ambas mujeres quedados una frente a la otra en la postura del perrito. Ambas se besaban con cuidado de no darse un cabezazo ante los empujones de sus amantes. Los «plas plas» de cada golpe de abdomen con trasero estallaban como un extraño baile flamenco de ámbito sexual.
– Ya tengo ganas de que me toque – Dijo Gorka mientras contemplaba, polla en mano, la escena.
– Viendo tus ansias, no pensaba que estuvieras tan necesitado. – Contestó José María.
– Bueno, ya sabes cómo reza el dicho «mucho lirili pero poco lerele», jajajaaa.
La última «a» de su risa se subió de volumen amortiguada por el gemido gutural de Sara, quien en esos momentos estaba teniendo un orgasmo.
– No pares, no pares, no pares, no pares, sí, sí, sí… – Pronunció como una fanática acelerando el ritmo del mete-saca favoreciendo ella misma el movimiento de su pelvis.
Se corrió con movimientos espasmódicos dejándose caer sobre el colchón.
Los amantes se retiraron y todo el grupo dejó descansar a las chicas.
– ¡¿Quién es el siguiente?! – Exclamó Sara, poniéndose en pie, aún con la respiración entrecortada.
– Jo tía, ¡qué energía!
– Ja, ja, ja. No es para tanto. ¡Te echo una carrera! – Dijo tras subirse en una postura de cabalgar sobre José María.
– ¡Hecho! – Contestó su amiga en montando a Gorka.
Tras introducirse los penes respectivamente iniciaron un ligero trote mirando de cara a los chicos. Los pequeños pechos danzaban con los movimientos ascendentes y descendentes que cada vez eran más rápidos.
– Me encantas Saragggghhh – Dijo medio atragantándose mientras le succionaba un pezón durante la penetración.
– Tú eres un amor José María. – La chica juntó sus pechos con las manos apretando entre medias la cara de su amante.
– ¡Qué ganas tenía de follarte, Silvia!
– Ya veo – Le contestó a Gorka a sabiendas del ritmo acelerado con el que le ayudaba a subir y bajar.
Las chicas aceleraron el ritmo pero ninguna quedó como ganadora ya que los chicos prefirieron parar antes de correrse.
– Sara, vamos a disfrutarte en familia – Dijo Hugo. – ¡Súbete aquí, guapa!
La joven se lo pensó unos segundos y finalmente no accedió, sino que se encaramó sobre su tío.
– ¿Con que esas tenemos, eh? – Dijo acercándose desde atrás al tiempo que le daba un azotito en el culo.
– ¡Fóllame el culo cabrón, a ver si me entero de algo! – Le dijo ella retadora.
Su tío le hizo una señal con la mano para que se calmara, y su sobrino se acercó sonriente.
– Como tú quieras,dijo con voz de pervertido. – Pegó su cuerpo al de la pareja.
– ¡Cuidado, estúpido! – Dijo su tío cuando el otro falló el tiro y le rozó con su pequeño miembro.
El grupo se detuvo, y Hugo, tras preparárselo, penetró analmente a Sara con facilidad.
Mateo se acercó a aquel conjunto de pasión y taponó el último orificio con posibilidades sexuales de la chica dejándola con sexo, ano y boca ocupados. El circuito de carne se movió lentamente mientras que el resto no perdía el tiempo.
José María se follaba a Silvia salvajemente en la postura del misionero al tiempo que ésta se la comía a Gorka.
– Cómo se despierte ahora tu novia… – Dijo con malicia José María.
– Calla, calla, no me cortes el rollo.
Las pollas viejas y pequeñas oscilaban como si de un mecanismo de relojero se tratara al introducirse y escapar del interior de Sara. Aprisionada en aquella celda de lujuria poco más podía hacer que dejarse follar la boca lentamente por parte de aquel joven sencillo y grandullón.
– ¡Alto! ¡Parad!
– ¿Estás bien Sara?
– Sí, pero veo que os queda poco para correros y creo que mi amiguita se merece, por lo esquiva que ha sido, toda la tarta. Venga, ¡todos con Silvia!
La aludida miró con los ojos como platos a su amiga.
– Tú no. – Cogió a José María por el brazo. – Quiero que me llenes con tu leche. Te lo has ganado. – Le dijo Sara.
Los hombres se arremolinaron en torno a Silvia, quien se arrodilló en la alfombra frente a ellos. Las cuatro pollas oscilaban como si de los palos de los barcos de un puerto en un día ventoso se tratara.
Mientras, José María ya se había lanzado sobre Sara como un salvaje. Le había excitado mucho el gesto de la chica, y se comportaba en aquellos momentos como un animal enloquecido.
– ¡Te voy a reventar el coño! – Le dijo sin filtros.
– Mmmm, sí, ¡fóllame sin parar!
El joven la aplastó con su cuerpo y apretó sus labios contra su pecho succionando como un loco le pezón. Su pene encontró y logró colarse entre los labios vaginales y comenzó la traca final. Ella le apretaba las nalgas con los talones, y él la tenía sujeta por la nuca con ambas manos. José María tensó todo su cuerpo y comenzó un mete-saca brutal y muy rápido. Los otros se giraron al sonido de los gemidos y el impacto de la carne contra la carne. Sara apretaba los dientes y le miraba desafiante ante el sudoroso rostro de su amante. Los senos se movían rítmicamente y el hombre dejó caer todo su peso encima de ella para besarla profundamente. La penetración también era profunda y no se oía ningún ruido salvo el crujir del sofá cama debido a los movimientos de su cadera. Se separaron, y el joven volvió a la carga en un esfuerzo final.
– Sí, sí, no pares, no pares, me corro, me corro…
Excitado aceleró para fundirse con ella y dejarse caer encima con una eyaculación brutal. Sara sintió los potentes chorros seminales invadir su interior como si fueran columnas de magma eyectados por un volcán. Se corrieron a la vez, y el sonido de sus gemidos provocó un efecto mariposa.
El bosque de penes tras el que se escondía Silvia era un batir de manos imparable. Ante el sonido agónico de su amiga y amante, Hugo entró en éxtasis y le introdujo el pene en la boca. Le sujetó la cabeza con las manos y comenzó a penetrarla como si sus labios superiores fueran los inferiores. Sintió manos que no pudo identificar que aprovechaban el momento para toquetearle los pechos, el culo y la vagina. Se sentía saciada con tantas sensaciones táctiles. Hugo gritó, y sin apartarse, se derramó sin parar de follarle la boca. Silvia sintió un conato de arcada, pero abriendo la comisura de los labios, dejó escapar todo el líquido que había proyectado aquel pequeño pene, que cayó de golpe como un torrente blanquecino sobre abdomen y pierna. El joven se retiró, y no bien pudo recuperarse cuando dos chorros a mucha presión le cruzaron la cara con trazas blancas. Don Eusebio se rió le dio toquecitos con su miembro en la cara.
Gorka y Mateo batían sus pollas furiosamente frente a ella.
– Espero que no te moleste… – Dijo tímido Mateo – Pero… ¿podría acabar sobre tu culito?
– Nada dentro, ¿eh? – Dijo tras colocarse a cuatro patas frente a los dos chicos.
El grandullón se excitó ante aquella visión y se dejó llevar. Pegó su gran cuerpo al de ella, haciéndola desaparecer y, sin apoyar todo su peso para no aplastarla, restregó su miembro contra aquel pequeño trasero. Sara afianzó bien los brazos para no caer y ser aplastada contra el suelo. Sintió cómo el falo del chico se tensaba, y tras unos gruñidos de oso por su parte, se corrió empapando su culo y salpicándole la espalda. Cuando dejó de sentir la presión del cuerpo, se giró para afrontar al último amante.
– Y tú Gork…
No pudo acabar de hablar ya que el chico se le echó encima masturbándose a toda velocidad y apoyando su pene contra sus senos. Lentos y blancuzos lefazos enguarraron sus pequeños pechos. Cuando vio que ya no quedaba nadie más con ganas de sexo, se dejó caer en la alfombra agotada.
* * *
Sara y Silvia se introdujeron juntas, y solas, en la ducha de aquella casa.
– Estoy agotada – Confesó Sara.
– Uffff. Estamos locas. ¿Qué hemos hecho? – Respondió su amiga.
Sara la abrazó, y los dos cuerpos sucios y recubiertos de sudor y otros fluidos entraron en contacto.
– ¿No has disfrutado?
– Sí…
– Pues quédate con eso. – Le dio un beso cariñoso en los labios.
Una vez mojadas, Sara enjabonó a su amiga con ternura. La piel blanca aparecía enrojecida en varias zonas por el roce. Se aclararon y tras cubrirse con unas toallas salieron fuera.
– ¡Ánimo, que esté ha sido sólo el primer día de viaje!