Dos campesinas que se revuelcan en un cañaduzal
Ya los había oído cantar varias veces, como si tuvieran un reloj interno se le oye a los gallos cantar cada cinco minutos. Se sentía ese frio que penetra hasta los huesos. Vuelve cantar nuevamente, ella se niega a levantarse pero el cielo se aclara y la luz empieza a entrar por la ventana, se da cuenta que es inútil quedarse más tiempo acostada y resignada se quita la cobija por partes, primero se destapa hasta la cintura, lucha contra las ganas de quedarse acostada, pero intempestivamente una idea penetra su mente: ¡Lucero!. Y a la porra vuela la pereza, el frío, se para como un rayo de la cama, abre la puerta de su cuarto y sale al corredor. La mañana esta opaca, todavía no se a disipado la neblina, de la cocina sabe el humo del fogón, sus ojos recorren todo el corredor y no la ven, la puerta de su cuarto también esta abierta; ¡diantres!, piensa al darse cuenta de que se demoró mucho tiempo en levantarse y que ella ya está en el baño. Si había algo que más le gustara por la mañana, era ver a Lucero por la mañana en su piyama, una bata que le llegaba hasta las rodillas y que hacía que se pudieran distinguir sus curvas en ella; Qué téticas tan deliciosas se podían ver, empujando la piyama hacía afuera, sus pezones se marcaban claramente, grandes, esponjosos, delicados; su cuello en ve dejaba que se vieran un poco, como invitando a los ojos a deleitarse con ellas y a veces como por una obra divina, cuando levantaba sus brazos se podía ver, por una fracción de segundo, por la manga de su piyama, una de sus hermosas téticas, que afortunada ella cuando eso pasaba, gracias a Dios Lucero odiaba dormir con brasieres, y como su piyama le quedaba tan ajustada, dejaba poco a su imaginación, y aunque no tenía unas tetas muy grandes, tenían suficiente tamaño y firmeza para llamar la atención. Pero como buena latina, lo que no tenía en tetas lo tenía en culo: qué firmeza, qué redondez, que tamaño tan imponente; la tela se metía entre sus nalgas y era poco lo que dejaba a la imaginación, que contoneo, parecía que esas dos nalgas cobraban vida al verla caminar. Y que hablar de esas caderas, dejaban ver el grosor de sus piernas; todo en ella la invitaba a verla, como algo magnético, que se imponía, que obligaba a apreciarlo. Su pelo negro, lizo, largo, de ojos pequeños, achinados, que la hacían ver tierna, de cejas gruesas, de pestañas largas, pies pequeños, hermosos, como los de una muñeca, y por último su piel blanca. Todos esos pequeños detalles eran para ella algo irresistible, lo que animaba sus mañanas.
Lucero, Lucero, Lucero… Que ser tan irresistible, tan deseado, lastima que no se pudiera quedarla viendo eternamente, ya varías veces se había quedado embobada viéndola por mucho tiempo y se había topado con la mirada penetrante de Lucero, como en son de reclamo, de protesta al darse cuenta que la estaban reparando con una mirada lujuriosa. Por todas las veces que Lucero la había descubierto mirando su cuerpo, ella se había aprendido a contentar con pequeñas miradas furtivas que recorrían su cuerpo en fracciones de segundos, reparándola de pies a cabeza; y es que de verdad era tan hermosa que ella la había deseado desde el primer momento en que la vio.
Pero a destino el que tenía ella, consumiéndose en su deseo, conformándose con miradas de soslayo, masturbándose en las noches pensando en ella, imaginándosela desnuda, recorriendo su cuerpo, fantaseando con un mísero beso. Qué vida tan amarga, ella sabiéndose hundida en el pecado, atragantándose con sus pensamientos, viviendo con sus ideas en soledad, sin poder hablar con nadie; y es que era tal su obsesión por Lucero que a veces lloraba en la soledad de su cuarto, preguntándose por qué mi Dios no la hizo desear a los machos, los cuales no la hacían sentir el menor deseo; y ya varías veces había sido pretendida por los hombres y lo único que sacaban de ella era un completo y aburrido desprecio. En cambio por su Lucero: muñeca hermosa, cuantas atenciones tenía ella, como le brillaban los ojos cuando la miraba, como se le atragantaban las palabras al hablar con ella. Y qué más podía hacer, clavadas en lo profundo de la montaña, en lo profundo del bosque, viéndola día y noche, desde que amanecía hasta que anochecía. Desayunando juntas, almorzando juntas, comiendo juntas, trabajando juntas. Como se deleitaba ella peinándola –acercaba la nariz a su pelo y se deleitaba con su olor-, pintando sus uñas –sintiendo la suavidad de su piel-, oyéndola hablar de sus machos; que si fulanito me hizo ojitos, que si peranito me cogió la mano, que si sultanito me iba dar un beso… y ella la escuchaba, tragando su amargura, como le miraba esos labios fijamente, fantaseando con un beso, como la miraba a los ojos, fijo, profundamente; y en esa soledad estando solo ellas dos rodeadas de machos, como deseaba a veces ser ella uno de ellos para poderla cortejar como se merece. Pero no, ese pensamiento la llenaba de impotencia, ella sabía que la iba a desear en silencio por el resto de sus días y pensaba: ¡ahí mi Lucero, si supieras cuanto te deseo!
Esa mañana, después de recorrer con su mirada todo el corredor y pensar que ya se había metido al baño, la vio salir de la cocina, con su piyamita ajustada, con sus pies descalzos, con sus pezoncitos hinchados –agradeciendo que estuviera haciendo tanto frio-, con la piel de gallina, con sus bellos parados, con su pelito desordenado, como la veía de hermosa, la había reparado de pies a cabeza, antes de saludarla
-Cómo his’ta su mercé?
-Con un frío de los mil demonios, y usté?
-En las mismas
Abrazo, pico en la mejilla –ella se conformaba aunque fura con esas migajas-, y eso la hacía tan feliz que tenía que reprimir su emoción , así que después del saludo matutino, siguió derecho y entró a la cocina a tomar los tragos antes del baño. Qué rico era sentir el calor de la leña del fogón después de haberla abrazado y sentir contra su pecho las téticas de Lucero.
Después de lo habitual en la mañana: baño y desayuno. Ella estaba muy contenta porque ese día les tocaba corte a las dos en el cañaduzal, lo cual significaba que iban a estar las dos solas todo el día y eso le encantaba porque a ratos se podía quedar embelesada mirándola mientras ella con su machete tumbaba caña. Y es que una de las cosas que más le atraían de Lucero era esa fuerza que tenía y ese empeño que tenía al hacer las cosas, trabajaba igual que un macho pero sin perder en ningún momento su delicadeza.
Tenía una risita en la boca, miraba fijamente a Lucero, ya había despuntado el sol, ni una sola nube en el firmamento, estaba haciendo un calor de los mil demonios y voliando machete debajo de ese sol ardiente Lucero estaba completamente sudada, era delicioso ver como le corrían las gotas de sudor por el cuello, por la cara, como se le pegaba la camisa completamente mojada. No sabía que tenía metido en esa cabeza pero Lucero se le hacía completamente irresistible, no dejaba de mirarla so pena de que ella se volteara y la viera embelesada mirándola en vez de estar trabajando y aun siendo consiente de esta situación no se detuvo, la volvió a escudriñar de pies a cabeza, y mirándola y mirándola sintió una idea que se fue apoderando de ella, cada vez con más fuerza y como ciega de deseo, dejó de reprimir esa idea que la consumía, soltó el machete y se puso detrás de Lucero y le pasó la lengua por el cuello mientras le cogía las tetas.
Lucero tan dueña de si misma como siempre se volteó y la miró fijamente a los ojos.
-Por qué hiciste eso –dijo Lucero-, ¿Estás loca?
-Sí, estoy loca por ti –dijo Yulieth-
-¿No ves qu’eso es pecado so pendeja?
-Yo por vos ardería dichosa en el infierno
Lucero estaba impávida, esa situación la dejó pasmada por lo mucho que Lucero la quería le era imposible tratarla mal
-Yo quiero saber ¿por qué hiciste eso? –preguntó Lucero-
-Lucero, porque a yo desde que te conocí te deseo, es algo que me consume diariamente, cada vez que te veo, cada vez que te toco, cada vez que te hablo, por las noches te pienso, es algo más fuerte que a yo misma, ese deseo me quema, me atormenta sin parar, y prefiero que me odies a quedarme más tiempo callada
Lucero guardaba silencio, estaba pensando en lo que ella le había confesado y por todo el amor que sentía por ella le era imposible enojarse. Además a Lucero le había gustado lo que sintió, nunca le habían besado el cuello y eso la hizo sentir algo especial, y dándose cuenta de esto no supo que pensar, guardó silencio por un rato, la idea de que esto era pecado la atormentaba, pero no pudo negarse algo, esa lengua en su cuello y sentir sus manos en las tetas la había excitado, sentía su coñito palpitando, además se sentía alagada, nunca hubiera pensado que ella la pudiera desear; además pensó en todo el valor que tuvo que haber tomado para confesarle semejante desfachatez.
Ella vio que Lucero no se había puesto histérica ni rabiosa, lo que le dio esperanza y cogió las manos de Lucero y las puso en sus tetas, ella las apretó y las soltó inmediatamente. A Lucero le gustó, su coñito seguía palpitando, sentía que le hervía la sangre y cabe anotar que Lucero no era ninguna mojigata, era amante de las emociones fuertes; pero a pesar de lo que estaba sintiendo no quería dejar que las emociones la dominaran.
Ella al ver que Lucero no la rechazaba del todo hizo un segundo intento y volvió a apretar las tetas de Lucero suavemente, y como ella se dejó, volvió a besarle el cuello, esta vez Lucero se desmadejó y todo su cuerpo tembló al sentir esa lengua haciéndola gozar y además se dio cuenta de que ella la tenía que desear mucho al besarle ese cuello todo sudado y no darle asco.
-Nos vamos a quemar en el infierno –añadió Lucero pero en tono de aceptación-
-Ya te dije que con tal de estar contigo puedo arder eternamente en el infierno
Ella entendió que Lucero se había entregado al placer, volvió a coger las manos de Lucero y las llevó nuevamente a sus téticas, esta vez no las quitó y las empezó a apretar con delicadeza. Yulieth tomo a Lucero de la barbilla y puso sus labios en los de ella, delicadamente, lo volvió a hacer pero esta vez Yulieth mordió su labio inferior, Lucero le correspondió de la misma forma y seguidamente se empezaron a besar apasionadamente. El corazón de Yulieth palpitaba a mil revoluciones por minuto, no podía creer tanta dicha, pero a pesar de su emoción no quería espantar a Lucero; metió sus manos por debajo de su camisa, luego por debajo de sus brasieres y empezó a tocar sus téticas. Lucero estaba muda presa de la emoción, sólo se oía esas grandes bocanadas de aire que tomaba una y otra vez; y es que a pesar de que Lucero era de las que no se amedrentaba por nada, en ese momento estaba en shock, no tenía ni idea de que hacer, lo que sí sabía era que no quería parar de besar a Yulieth, que delicia de besos, nunca antes la habían besado tan rico, que suavidad, que delicadeza, esa lengua mojada recorriendo sus labios, chocando con su lengua, Yulieth chupaba su lengua, chupaba sus labios. Yulieth estaba en las nubes, su mayor deseo se estaba haciendo realidad, tenía todo el día para ellas, Yulieth sabía que en la casa nunca la iba a poder tener, pero en el cañaduzal sí, nadie las iba a molestar, se podían entregar a los más perversos placeres, iban a poder gemir como perras sin que nadie las oyera, era un sueño echo realidad.
Yulieth, mulata hermosa, pelo castaño oscuro, de tetas grandes, enormes caderas, culo pequeño pero en forma de manzana como en los retratos Victorianos, grandes cejas juntas, enormes pestañas, grandes ojos color marrón, alta, era una potranca imponente, con su piel bronceada, era bastante deseada por lo imponente de su figura.
Yulieth empezó a desnudar a Lucero, se sentía insegura porque pensaba que de un momento a otro Lucero se podía asustar y dejarla a ella con los crespos hechos. Por eso Yulieth no paraba de besarla, de recorrer su espalda con los dedos, empezó a subirle la camiseta para quitársela, despacio, ella subió las manos y se la dejó quitar, Yulieth mirándola a los ojos se llevó la camiseta a la cara y empezó a olerla mientras la miraba a los ojos, y es que una de las cosas que más tenia excitada a Yulieth era que su amada, la más deseada, estaba completamente empapada de sudor y con ese sol alumbrándolas sin una sola nube que lo amortiguara las iba a hacer sudar a chorros. Yulieth no perdió el impulso, rodeo a Lucero con sus manos y le desabrocho el brasier, Lucero la miró a los ojos, y Yulieth entendiendo que su amada se estaba sintiendo fuera de línea, la volvió a besar y se quitó la camisa y el brasier. Yulieth sabía que Lucero estaba en terreno desconocido así que ella no le iba a poner las cosas difíciles. Era la gloria para Yulieth, tantas veces mirando esas téticas de reojo, con miradas rápidas de soslayo a veces por misericordia de Dios cuando levantaba esos brazos, y ahora las tenía ahí, todas para ella, que hermosos eran esos pezones, rosaditos, gorditos, suavecitos, invitándola a chuparlos, Lucero tenía que estar muy excitada porque los tenía completamente hinchados. Yulieth se armó de paciencia, volvió a besar a Lucero, luego con su lengua recorrió su cuello, se lo chupó, se lo besó, se lo lamió y Lucero sólo se dejaba sentir con esas contorsiones que son tan típicas cuando se siente placer, y ahora sin despegar la lengua de su cuello, bajó hasta sus téticas y por fin pudo chupar esos pezones, sería muy difícil describir la cara que puso Yulieth, pero para resumir, cerró sus ojos y se entregó al deleite de disfrutar esos pezones, los lamía, los chupaba, deslizaba su lengua de arriba abajo, en círculos, le daba pequeños mordiscos, chupaba el uno, chupaba el otro, con sus manos en la espalda de Lucero, recorriéndola suavemente, y Lucero solo se desmadejaba y gemía en completo éxtasis.
Por su parte Lucero ya ni pensaba, estaba desencajada, ningún macho la había echo sentir semejantes placeres, además los labios de Yulieth eran tan suavecitos que era una delicia sentirlos, y no todos carrasposos rodeados de barbas duras. De cuando en vez le llegaba un pensamiento, estaba entregada al pecado, ¡qué horror!, pero cuando esos pensamientos llegaban eran extinguidos por la suave lengua de Yulieth recorriendo se cuerpo, y qué diablos, si este placer que sentía, es lo que uno siente cuando peca, pues que se la llevara el patas porque en la vida había sentido algo tan bueno y cagado un dedo, cagada toda la mano. ¡Qué placer!, ¡Qué cosquilleo!. Sentía esos corrientasos de placer tan nuevos y maravillosos, que si el cuello, que si los pezones, que si los dedos recorriendo ese cuerpo todo sudado, con ese sol ardiente implacable, los dedos de Yulieth recorrían esa piel con tal delicadeza, ayudados por una espalda bañada en sudor, y Entre más sudaba Lucero más encantada Yulieth, De tanto sentir placer pensó Lucero que ella también quería hacer sentir a Yulieth lo mismo que ella y como lo que más la desmadejaba era los besos en el cuello empezó por ahí, sacó su lengua y al ponerla sobe la piel, sintió ese sabor saladito del sudor y se dijo a si misma que si a Yulieth no le importaba el suyo a ella tampoco el de Lucero, y se entregó al placer de recorrerlo eh imitando lo que le hizo la otra, lo besaba, lo chupaba, lo lamía, la volvía a besar, y como en un curso rápido, Lucero puso a Yulieth a pasear en las nubes, y ni hablar cuando Lucero le empezó a chupar las téticas a Yulieth, que digo téticas, tetotas las de esa mulata, y entre más chupaba más perra se ponía la una y la otra.
Yulieth se hizo detrás de Lucero y empezó a pasarle la lengua por la espalda, subía hasta el cuello, volvía y bajaba y Lucero gima que no a gemido, revolcándose en su cañaduzal, completamente todo para ellas dos. Yulieth lo piensa por un momento mientras le chupa la espalda, duda pero se tira al charco, le empieza a meter la mano por la sudadera y siente la mano de Lucero que la agarra duro.
-No, ahí no –dice Lucero-
-Relájate, te prometo que te voy a hacer gozar –espeta Yulieth, muerta de las ganas de sentir el coñito de Lucero-
-¿Estás segura, nos vamos a fundir en la paila mocha?
-Yate dije que con tal de estar contigo me refrito en el infierno, así que dejá la bobada que lo que te voy a hacer es lo más rico que vas a sentir en la vida
Y Yulieth vuelve a meter esa mano dentro de esa sudadera, le siente las tanguitas, Lucero tiembla, Yulieth estira, levanta la tanguita, mete los dedos y cual sería la dicha de Yulieth al sentir ese coñito en un mar de jugo, ese coñito está completamente chorriado de jugo, qué felicidad, tantas veces que se lo imagino mientras se masturbaba pensando en ella, y ahora lo estaba sintiendo y para más dicha de ella estaba tan mojado que se sintió ensalzada al saber que estaba haciendo gozar al objeto de sus deseos. Yulieth la tiene clara, quiere chupar ese coñito, todo su jugo, saborearlo, hacerla venir una y mil veces, pero empieza por el principio, le toca el clítoris, lo tiene duro, lo acaricia, lo aprieta, baja un poquito, le mete los dedos, vuelve y juega con el clítoris, mientras lo hace con la otra manito le agarra las téticas, y le chupa el cuello, la meta de Yulieth es hacerla tener su primer orgasmo antes de bajarle, y con semejante estimulación, Lucero tiembla, gime de placer y estaba tan arrecha que en un santiamén Yulieth logra su cometido y Lucero tiembla en sus brazos teniendo su primer orgasmo. Yulieth se para y se quita el pantalón y las tangas, Lucero la mira espantada y se da cuenta que ella lo hace primero para que Lucero se deje quitar los de ella. Yulieth empieza por quitarle las botas, la hace parar y empieza a bajarle la sudadera despacio, Lucero le entra la pensadera: ¿pa’ qué me quiere desnuda? Ni se le pasa por la cabeza que Yulieth le va a chupar ese coñito. En todo caso se deja quitar la ropa, Yulieth la acuesta y le sigue tocando el coñito mientras le chupa las tetas, Lucero gime sin imaginarse lo que les’pera, ni’siquiera boca de macho a probado ese coñito, Yulieth le separa las piernas, empieza a bajar esa lengua despacio sin parar de tocarle el coño, sigue bajando, tiene la lengua en el ombligo, sigue bajando, Lucero se incorpora, Yulieth la empuja y la vuelve a costar, deja de tocarle el coño y con las dos manos le separa las piernas, y mirándola a los ojos, las dos se quedan mirándose fijamente y como con la mirada Yulieth le dijo todo, pega su boca a ese coñito, Lucero pega un grito, se vuelve a incorporar, pero esta vez no la vuelve a acostar sino que le empuja duro las piernas para que no las vaya a cerrar y se deleita en el coñito de Lucero, todo rosadito, completamente mojado, clítoris duro, Yulieth mueve esa lengua de arriba abajo, succiona todo el juguito y siente todo el sudor que hay en ese coño, pone la nariz y empieza a olerlo, se deleita con su olor suave, su sabor dulce, Yulieth está en el paraíso, lo que tanto había soñado se hizo realidad, no se había imaginado esa mañana que hoy iba a hacer realidad su fantasía, pero ahí estaba, revolcándose en ese coño, sintiendo ese jugo tan dulce, sintiendo ese olor tan tierno, no se cambia por nadie. Sigue chupando, le mete dos deditos y no para de chupar, busca su punto G, toca y toca y toca hasta que lo encuentra, Lucero empuja la cadera cuando la toca ahí, y vuelve y empuja, y se tensiona, y Yulieth en lo máximo de su felicidad sabiendo que está haciendo gozar a su ensueño, Lucero también está en el paraíso jamás se había imaginado que se pudiera sentir tanto placer, se tensiona de tanto placer, empuja la cadera como un movimiento involuntario que la hace gozar más, se le tensiona todo el cuerpo, se estira, se encorva se revuelca en manos de Yulieth y en el éxtasis de la dicha tiene un orgasmo de padre y señor nuestro, es tanto el placer que sintió y tan largo el orgasmo, que queda temblando de pies a cabeza, Yulieth no contenta la quiere hacer venir otra vez pero al ponerle la lengua en el clítoris Lucero mete un grito y le empuja la cabeza durísimo, ella entiende que está tan sensible que ya no aguanta más placer, así que sube y le da un delicioso beso para que pueda sentir el sabor de su coño regado por toda su boca.
Ahora la que está desesperada por sentir placer es Yulieth, y lo que siempre había fantaseado mientras se masturbaba era en revolcarse en la boca de Lucero, está tan arrecha que no se detiene a pensar si ella sí le gustaría bajarle o no, le mete un empujón, la acuesta y se le monta encima y para sorpresa de ella Lucero le baja como toda una experta, puso mucha atención en lo que le hacía Yulieth y ahora lo está poniendo en practica, mientras ella mueve esas caderas de potranca en celo sobre la boca de Lucero, ella saca su lengua y sin necesidad de decirle nada, la deja estirada para que Yulieth se revuelque a su antojo, Yulieth para y deja que Lucero le baje, y como toda una experta mueve esa lengua por el clítoris, la sube, la baja, succiona el clítoris, vuelve y mueve esa lengua como si fuera toda una experta, y Yulieth con la arrechera que tiene y sabiendo que su coñito es el primero que chupa el objeto de sus deseos, la arrechera ya no le da para más y sin el más mínimo esfuerzo Lucero hace que se venga en su boca revolcándose como toda una perra en éxtasis de su arrechera, y Lucero que en su vida a probado el jugo y había olido un coñito se percata de que ese sabor y ese olor salió del coñito de Yulieth y en medio de su inocencia no sabe que nombre ponerle a eso, pero no dice nada por miedo a quedar como una tonta, pero le gusta el sabor que dejó en su boca. Yulieth se le hace encima, recostada sobre ella y le da un beso pasando toda la lengua por su boca y haciéndole saber a Lucero que a ella también le gusta saborear el jugo que sale de su coño.
Después de semejante emoción Yulieth se queda unos minutos encima de Lucero, besándola y acariciándole el pelo. Es tan sublime el momento que vivieron, que las palabras sobran ahí recostadas en el cañaduzal.