El abogado de mi esposo
El reloj marcaba las 7:00 de un ocho de febrero cuando tocaron nuestro timbre. Mi esposo, ya listo para salir a trabajar, vestido con pantalón azul, camisa y corbata, su taza de café en la mano, se dirigió lentamente hacia la puerta.
– ¿Es usted el señor Pablo Campero? – Alcancé a escuchar de una voz varonil.
– Si, soy yo. – Respondió mi esposo.
Usted se encuentra bajo arresto por supuesto delito de malversación de fondos. Pasará el resto del día en la celda del comisariado, desde donde tendrá la oportunidad de hablar con su abogado. Posteriormente, una vez llegada la orden judicial, estimamos en cuestión de uno o dos días, será trasladado al reclusorio correspondiente a la espera de juicio. – Dijo el policía que le hablaba a mi esposo.
Al escuchar esas palabras, mi mundo se detuvo por un momento, como si de repente hubiera perdido todos los sentidos. Todos menos uno, el de la vista, el cual de poco servía ya que mi cerebro no lograba procesar las imágenes. La taza de café rota y tirada en el piso, seguramente dejada caer por el shock. Mi esposo de rodillas, en lágrimas, intentando sacarse la corbata casi queriendo arrancarla, mientras el policía desenfundaba las esposas. Las luces cegadoras de fondo, intermitentes, roja y azul. Todo parecía estar desconectado, parecían imágenes de una horrible pesadilla.
Fue un policía quien me devolvió a la realidad, el colega de quien estaba llevando a Pablo esposado hacia la patrulla policial. Viéndome desconsolada me dijo:
– Señora consiga un abogado a la brevedad posible y llévelo al comisariado. Ambos podrán hablar con su esposo y determinar los pasos a seguir a partir de ahora.
Yo no pude contestar. Vi a mi esposo sentado en la parte trasera de la patrulla, desconsolado, aun con lágrimas en los ojos y mirando fijamente el piso. Vi como los policías subían al auto y, sin permitirnos despedir, partían rumbo al comisariado. Entré inmediatamente al departamento, cogí el teléfono y llamé rápidamente al único pero excelente abogado que conocía: Marco Landaeta.
Marco, 37 años, 1.80 de estatura, tez bronceada, pelo corto castaño claro y ojos café claro, color miel. Barba imponente, de color ligeramente más oscuro que su cabello, mantenida y curada por alguien que le otorga la debida importancia a su apariencia. Bastante fornido, una persona que le gusta mantenerse en forma. Definitivamente es un hombre atractivo, de mirada sexy y provocadora, un hombre que llama la atención en cualquier ambiente y que sobresale en cualquier ámbito de la vida, pero, sobre todo, un gran amante. ¿Cómo lo sé? Pues, Marco es mi ex novio.
Mi noviazgo con Marco fue muy intenso. Nos conocimos cuando yo tenía 28 años en una playa en Barcelona, donde yo pasaba mis vacaciones veraniegas con mis amigas. Nos compenetramos instantáneamente, comenzamos a salir y en poco tiempo ya habíamos formalizado nuestra relación. Vivimos dos años de amor intenso, reíamos, llorábamos, comíamos, bailábamos, viajábamos y, sobre todo, cogíamos. ¡Cogíamos mucho! No era solo el amor que sentía por él, su aspecto, su prestancia física y su potencia sexual, era algo más. Su actitud y el sexo que me daba, me provocaban un estado de éxtasis físico y mental y un estado de embriaguez que me llevaban a entregarme por completo a ese hombre. Un cocktail de pasión y lujuria que me provocaron la satisfacción sexual más plena que sentí en mi vida. Me abrió un mundo sexual hasta ese momento desconocido para mí y, ahora que lo conozco, se convirtió en irrepetible puesto que ningún otro hombre logró hacerme sentir de la misma manera, ni siquiera mi esposo Pablo. Simplemente, Marco es el único hombre que tiene y tuvo el poder de provocar una desinhibición sexual y mental completa en mí. Como alguna vez se lo dije a el entre risas, ¡creo que es su don!
Yo, Melisa, de ahora 36 años, tez trigueña. Cabello largo, castaño y semiondulado. Ojos color marrón claro, del mismo color de mi piel. A pesar de los 8 años pasados desde que conocí a Marco, mantengo la misma forma física. Piernas largas y torneadas, glúteos y pechos firmes debido a mi ejercitación diaria. A ser sincera, el tamaño de mis pechos no es excepcional, son más bien pequeños, un poco inferior al promedio, pero puedo permitirme lucir un escote a mi parecer provocador. Mis glúteos, definitivamente más generosos que mis pechos, sin ser excesivos, visualmente resaltan más debido al ancho de mis caderas. Físicamente, creo tener lo mío y atraer una que otra mirada, sobre todo porque procuro mantenerme en forma. En cuanto a mi carácter, recién ahora creo alcanzar la madurez plena. Lamentablemente, en aquella época cuando enamoraba con Marco, mi inmadurez reflejada en ataques de celos, me llevó a querer atar sentimentalmente a ese hombre, a privar nuestra relación de libertad y de oxígeno, elementos indispensables para su supervivencia. Así fue como tan rápido como nos enamoramos, nos tuvimos que separar.
Fue después de aproximadamente un año de romper mi relación con Marco que conocí a Pablo, mi actual esposo. Un hombre de 40 años, 1.70 de estatura, tez blanca, pelo ligeramente largo y negro, ojos castaños. Sin barba. Tiene la ventaja divina de no engordar fácilmente. Sin embargo, como todo lado bueno de las cosas, también existe un lado malo. La misma dificultad que demuestra en engordar, la refleja en crear musculatura, por lo que es un hombre flaco, de no mucha prestancia física. Es un hombre bueno, de sentimientos puros, detallista y atento. Sexualmente llevamos una vida normal, activa en lo posible, nada fuera de lo rutinario. Pablo nunca logró desinhibirme en ese sentido, pero fue él quien me hizo olvidar a Marco. Me enamoró y después de tres años de relación, decidimos casarnos. Llevamos ya dos años de un maravilloso matrimonio, hasta hoy…
– Hola Marco, soy yo, Melisa. – Le dije entre sollozos apenas contestó el teléfono.
– ¿Qué pasó, Melisa? ¿Por qué lloras? – Me preguntó con voz preocupada.
– Arrestaron a Pablo, se lo acaba de llevar la policía.
– ¿Cómo? ¿Pero qué dices, Melisa? ¿Dónde lo llevaron? ¿Cuál fue el motivo? – Me cuestionó con un tono de voz aún más perturbado.
– No lo sé, creo haber entendido por malversación de fondos. Ahora está en el comisariado, el mismo policía me dijo que llamara a un abogado. – Respondí aun entre lágrimas.
– No te preocupes Melisa, déjamelo a mí. Los delitos financieros suelen tener resoluciones más rápidas y penas no muy severas. Te pasaré a buscar en diez minutos y le damos alcance a tu esposo. Antes de poder planear una defensa, tengo que hablar con él.
No tenía duda de que iba a poder contar con Marco. Él y yo mantuvimos una excelente relación de amistad después de acabar nuestro noviazgo. Nunca volvimos a salir, pero nos mantuvimos en contacto por mensaje, hablábamos en nuestros cumpleaños, fiestas familiares y otros eventos o fiestas sociales. A Pablo no le hacía mucha gracia que yo siguiera hablando con Marco, según el por lo mucho que sufrí cuando rompimos, pero yo sé que es, más bien, por celos. ¿Cómo estoy tan segura? Pues, un día Pablo descubrió un cajón mío que tenía escondido en el que guardaba recuerdos de mi relación con Marco. Cartas de amor, fotografías, regalitos, es decir, nada que una pareja enamorada no tuviese. En esa misma caja también guardaba fotografías que a Marco le gustaba retratar mientras teníamos relaciones sexuales, no eran explicitas ni pornográficas, sino más bien sugestivas. Además, guardaba lencería erótica que el me regalaba para nuestros encuentros sexuales como ser alguna tanga diminuta con encaje sensual, alguna falda corta demás, algún babydoll por demás transparente y ese estilo de cosas. Una vez más, nada que una pareja enamorada y sexualmente activa no tuviese.
Probablemente debería haber tirado esa caja, ¡Lo sé! No lo hice simplemente porque, al estar escondida en un rincón del ropero, me había olvidado por completo de su existencia. Aun así, a Pablo no le molestó que yo haya guardado la caja. A Pablo le causó celos que, a juzgar por el contenido de esa caja y a pesar de sus intentos de regalarme lencería que nunca usé, nuestra vida sexual se mantuvo más pasiva y rutinaria que la que tuve con Marco.
Eventualmente los celos pasaron, Pablo aceptó que el problema nunca fue porque él no lo intentó, sino por mi poco deseo sexual. Terminó entendiendo que Marco formaba parte de mi pasado y que si me estaba casada con él, era porque lo amaba, y eso a Pablo le bastaba.
– Ya llegamos – Dijo Marco mientras apagaba el coche aparcado fuera del comisariado y desabrochaba su cinturón de seguridad.
Durante el trayecto de mi casa al comisariado Marco se encargó de tranquilizarme. Me habló de los tiempos estimados necesarios en nuestro país para que se convoque a juicio al imputado, de las penas medias aproximadas para este tipo de delito, de los atenuantes y agravantes, y de todos los detalles técnicos que debería saber para que tuviese un panorama real y concreto sobre cuál sería la salida a este problema.
– Buen día, oficial. Solicitamos hablar con el detenido Pablo Campero, preventivamente detenido en este comisariado. Soy Marco Landaeta, abogado del detenido; y ella es Melisa Sandoval, su esposa. – Dijo Marco con tono seguro al policía sentado en el mostrador de entrada del comisariado.
El policía, tras devolver el saludo, nos guió hacia la celda donde se encontraba Pablo.
Ver a mi esposo sentado en una celda es una de las situaciones más duras que tuve que vivir en mi vida. Los sentimientos de angustia, tristeza y miedo me invadieron instantáneamente, pero rápidamente recordé lo conversado con Marco en el auto. No podía, absolutamente, transmitir un sentimiento de derrota y resignación. Mi esposo necesitaba sentirse amparado y esperanzado.
– Hola mi amor, ¿Cómo estás? – Le dije a Pablo mientras lo abrazaba y le daba un beso.
– Mi amor estoy desesperanzado. No sé qué esperar de todo esto. – Me respondió casi entre lágrimas.
– No te preocupes, Pablo. Melisa me llamó para que te ayude, y no dudes que tendrás todo mi apoyo. Verás que juntos resolveremos este problema en la menor cantidad de tiempo posible. – Dijo Marco mientras le extendía la mano a Pablo.
– Sinceramente, no sé cómo agradecerles por esto. – Respondió Pablo estrechando la mano de Marco.
– Vayamos rápidamente a lo nuestro, aquí adentro no nos permitirán hablar por mucho tiempo. Melisa, antes de comenzar, tengo que pedirte que nos dejes solos por unos minutos. Por motivos legales necesito hablar en privado con tu esposo. – Me dijo Marco con tono serio.
Sin refutar mínimamente, hice caso a lo que Marco había pedido y me aparté inmediatamente. Habrían pasado aproximadamente 25 a 30 minutos cuando vi al policía dirigirse hacia la celda.
– El tiempo permitido para la visita ha culminado. Pido por favor a los señores retirarse. – Dijo el policía dirigiéndose a Marco y a mí.
– Enseguida nos retiramos, oficial. Muchas gracias. – Dijo Marco al policía. – Pablo, desde hoy empezaremos a trabajar en nuestra defensa, pierde cuidado que todo saldrá bien. Tengo elementos suficientes como para resolver este caso. Estaremos en contacto. – Prosiguió Marco, esta vez dirigiéndose a Pablo.
– Gracias Marco, no sé cómo agradecerte. – Respondió Pablo dándole un abrazo. Luego, mirándome a mí, añadió:
– Melisa creo que todo se resolverá rápidamente, ya te explicará Marco lo que hablamos. Por favor, ayúdalo en todo lo que necesite saber de mí. Te amo, gracias por todo.
– Te amo, Pablo. Saldremos de esto juntos. – Le dije mientras le daba un beso de despedida.
Marco y yo nos dirigimos al coche, subimos y partimos rumbo a mi casa.
– Marco cuéntamelo todo, dime la verdad, ¿Es grave? ¿Qué debo esperar? – Le dije apenas partimos del comisariado.
– Es menos grave de lo que creí. Hay un 95% de probabilidad de que logremos excarcelarlo en la primera audiencia judicial, sin recurrir a apelaciones. El único problema es el tiempo que deberemos esperar para que se fije una fecha de audiencia, tiempo durante el cual, inevitablemente, Pablo deberá permanecer en la cárcel. En nuestro país la justicia es muy lenta, hay reclusos que esperan hasta tres años para su audiencia y finalmente conocer su sentencia. Pero no te preocupes, hoy mismo me encargaré de realizar todas las llamadas posibles para intentar colocar el caso de Pablo como prioritario en cuanto presunto inocente y así adelantar en la medida de lo posible la fecha de audiencia. Aclaro que no será inmediata, yo apuntaré a que se conceda dentro de 6 meses, pero no debemos sorprendernos si nos conceden una fecha dentro de 12 o 15 meses. Según cuanto habrá que esperar, negociaré las visitas para que puedas ver a tu esposo y, posteriormente, visitas conyugales para que puedan tener momentos de intimidad.
– Marco, ¿Cómo haremos para esperar tres años solo para la audiencia, sin siquiera saber cuál será la sentencia? Es demasiado tiempo. – Le dije perturbada.
– No nos adelantemos Melisa. Yo te estoy hablando con sinceridad porque es mi deber. El tiempo de tres años es un caso extremo, pero no poco común. No desesperes, aun no agotamos todas las posibilidades, déjame realizar las llamadas de las que te hablé.
En cuanto a la sentencia, no te preocupes. Aun si tu esposo no fuese considerado inocente, el tiempo que habrá transcurrido en la cárcel hasta que se dictamine la sentencia, será más que suficiente para solicitar la excarcelación por cumplimiento de la pena o bajo fianza. – Respondió Marco. Mientras aparcaba su auto en la puerta de mi departamento, prosiguió. – Ya llegamos. Ve a tu casa, relájate un poco, toma un baño caliente y déjame hacer mi trabajo. Verás que lo haré muy bien. – Acompañó con un guiño y una sonrisa.
– Gracias Marco, y perdona si estoy un poco alterada e impaciente. Entenderás que esto no ha sido fácil para mi.
– No te preocupes, entiendo perfectamente. Te llamaré al finalizar la tarde, espero para esa hora poder darte una respuesta concreta.
Le di un beso en la mejilla y bajé del auto.
El reloj marcaba las 12:00. Estaba sentada en la mesa del comedor, la taza de café aun tirada en la puerta de entrada, las imágenes de lo ocurrido hace apenas cinco horas revoloteaban en mi cabeza. Decidí hacer caso a Marco. Fui a tomar un baño caliente y a esperar con ansias su llamada. Saber cuánto tiempo tendría que estar separada de mi esposo era primordial en ese momento. No era lo mismo tener que esperar tres años como en el peor del caso, que esperar seis meses como pretendía Marco. Tras el baño comí algo rápidamente y me dispuse a mirar televisión. Era una simple excusa para pretender estar distraída, puesto que mi mirada y pensamientos solo se concentraban en la llamada que esperaba.
Faltaban escasos diez minutos para las ocho de la noche, cuando mi celular notificó la llamada entrante de Marco.
– Hola Marco – Dije contestando el teléfono sin dejarlo sonar siquiera dos segundos.
– Hola Melisa, te tengo excelentes noticias o… no tan buenas, depende de cómo lo veas…
– ¡Dímelo todo, te imploro!
– Conseguí la fecha de audiencia para el 20 de octubre de este año, es decir en poco menos de nueve meses. En cuanto a la parte negativa, logré negociar visitas a tu esposo recién a partir del tercer mes, pero no conseguí ninguna visita conyugal. Veremos a partir del sexto mes si, por buen comportamiento, es posible renegociar este punto. Ya se lo comuniqué a tu esposo, estuvo muy contento, menos por la parte de las visitas conyugales. – Concluyó entre risas.
– Marco, la noticia es excelente. Ya le daremos solución al tema de las visitas conyugales. ¡Eres un genio!
– Gracias querida. Mañana mismo empezamos a preparar la defensa de este caso. Solo necesito que me ayudes con algunos datos básicos de tu esposo y de la empresa donde trabaja, será muy rápido, el resto déjamelo a mí. Eso no significa que tu presencia me molesta, al contrario, si gustas trabajar conmigo y hacerme compañía eres bienvenida y me daría mucho gusto. Mi estudio es en mí mismo penthouse, lo conoces. Te espero cuando gustes.
– Pues, me lo tomo a la palabra. ¡No te librarás de mí! – Dije entre risas con un tono de voz notablemente más distendido. – Estaré presente, ahí contigo. Gracias sinceras Marco.
– Besos, querida. Te espero.
– Besos.
Cuando colgué el teléfono sentí como si un peso inmenso se descargara de mis hombros. Me sentía mucho más tranquila. Considerado lo ocurrido y lo trágico que era el panorama esa mañana, nueve meses era algo totalmente aceptable y prometedor.
Pasaron los días, las semanas. Pasó febrero, pasó marzo. Con Pablo hablaba por teléfono de dos a tres veces por semana. Su vida en la cárcel no estaba siendo fácil, aun así, su sufrimiento no podía considerarse insoportable. El reclusorio en el que estaba era de mínima seguridad. Los reclusos de su pabellón estaban ahí por delitos menores o por similares a los que presuntamente cometió mi esposo, por lo que ninguno era considerado altamente peligroso. Su más grande desesperación y tristeza era esperar el paso de los tres meses para que le autorizaran las visitas, y de esa manera verme a mí. Estábamos ya a pocos días de que eso ocurra.
Mi vida, en cambio, fue mucho más llevadera y tranquila, y todo se lo debo a Marco. Claro, la ausencia de mi esposo me pesaba, realmente lo extrañaba, pero mantenerme ocupada trabajando con él me ayudó a distraerme y a provocar que el paso del tiempo sea mucho más fugaz. Salvo cuando viajaba algunos días por negocios, nos veíamos de cuatro a cinco veces por semana. Incluso si no era por trabajo, salíamos alguna vez a tomar una copa o a comer en algún restaurant bonito. Fortalecimos nuestra relación de amistad y confianza; estar con el realmente me agradaba.
Un viernes en la noche estábamos en su penthouse, terminando el trabajo del día y preparándonos para el descanso del fin de semana.
– ¿Te apetece si nos relajamos con una copa de vino? – Preguntó mientras terminaba de ordenar su escritorio.
No lo dudé mucho. Eran las 20:00, bastante temprano, y la segunda opción que tenía, además del plan que propuso Marco, era ir a mi casa a quedarme dormida en el sofá mientras miraba televisión. Y, si sumamos lo mucho que me gusta el vino, creo que no había comparación posible alguna.
– ¡Me encantaría! Gracias por haber preguntado, ya estaba pensando que película escoger para quedarme dormida en el sofá de mi casa. – Dije entre risas.
– Ven, vamos a la cocina. – Me dijo esbozando una sonrisa y guiándome hacia la mesa.
Esa noche yo andaba vestida con un jean claro, aprieto y de cierre alto, casi hasta el ombligo; una blusa amarilla con nudo en la parte baja de mis pechos, en los pies unos tacones plataforma negros y un moño semi despeinado para sostener mi cabello. Marco, en cambio, con la formalidad de siempre: una camisa celeste claro que resaltaba su figura, corbata y pantalón de vestir azul oscuro.
– Ponte cómoda. – Me dijo mirando mis zapatos mientras él se sacaba la corbata. – Esos zapatos te quedan muy bien, pero te deben estar matando los pies. – Añadió.
Lo miré, sonreí y le hice caso. Me saqué los zapatos, me senté en la mesa con las piernas cruzadas y miré atentamente como Marco abría la botella de vino. Empezamos por una copa, luego la segunda, luego la tercera. Estar con Marco era tan fácil, un hombre sencillo, que inspira y otorga confianza, interesante e inteligente. Hablábamos de todo, anécdotas suyas, anécdotas mías, recuerdos de nuestra relación. Risa, asombro, admiración, nostalgia, navegamos por un mar de sentimientos y sensaciones, por un mar de temas profundos y banales. Luego de un par de horas y dos botellas de vino, inevitablemente retornamos al tema que nos había vuelto a unir. Pablo.
– Cuando le dije a Pablo que no había logrado negociar visitas conyugales, se entristeció. Creo que incluso hubiera preferido un tiempo de espera mas largo, pero con autorización a las visitas conyugales. En cambio, cuando te lo dije a ti, pareció no haberte molestado el hecho de no tener intimidad con tu esposo por nueve meses. Esa no es la Melisa que yo conozco, ¿Qué pasó?
La pregunta fue inesperada y personal, pero la confianza que tenía con Marco, más el efecto embriagador del vino, me llevó a dar una respuesta aún más inesperada, personal y sincera.
– Pues, la Melisa que conoces solo era así contigo, porque tu lograbas eso. Pablo no despierta lo mismo en mí. Para que entiendas a lo que me refiero, la última vez que tuve cinco minutos de sexo con Pablo fue tres meses antes de que fuera encarcelado. Creo que esperar otros nueve meses no le hubiera cambiado mucho la ecuación.
Que me perdone Pablo, pero ¡Que idiota! Tener una mujer como tú a su lado todas las noches, y no cogérsela, ¡Es idiotez pura! – Dijo Marco sorprendido por lo que le contaba.
– El no coge, hace el amor. – Contesté con tono irónico y provocador. – Marco, el problema no es que Pablo sea idiota, el problema es que tú eres extraordinariamente bueno.
– ¿Extraordinariamente bueno en qué?
– No me hagas decirlo, Marco. Sabes a lo que me refiero. – Le dije ruborizada.
– ¿Extraordinariamente bueno en qué? – Repitió la pregunta esta vez acercando su boca hacia la mía y posando su mano sobre mi pierna.
– Marco, eres extraordinariamente bueno en cogerme. Nunca nadie me cogió como tú lo hiciste. ¿Contento?
Ni bien terminé de pronunciar esas palabras, Marco hundió su lengua en mi boca, entrelazándola con la mía y fundiéndonos en un beso apasionado y lujurioso. Seguimos besándonos por un par de minutos mientras su mano subía desde mi rodilla hasta mi entrepierna. El beso era cada vez más frenético e intenso, ahora era mi mano la que subía hacia su entrepierna, la tensión en el pantalón que causaba su pene erecto ya se sentía.
– Marco debemos parar. – Dije tras un arranque de conciencia repentina.
– Entiendo Melisa, lo siento. – Respondió con un tono de decepción.
– Es mejor que me vaya, te agradezco por la velada.
– Lo siento de verdad. Quiero acompañarte a tu casa, pero no me siento en condiciones de poder manejar. Quédate a dormir, por favor, no confió en el servicio de taxis.
– Marco no puedo, entiéndeme, soy casada.
– No debemos compartir la cama, tendrás tu propio cuarto con baño. Solo por esta noche, Melisa, ya se hizo tarde y los taxis no me inspiran confianza. Te lo pido por favor.
– Solo por esta noche, Marco, y nadie tiene que enterarse, por favor.
– Nadie se enterará, aquí estamos solos.
Marco se levantó, me guió hacia el cuarto donde dormiría y me dijo:
– Aquí podrás dormir tranquila. El baño está detrás de la puerta del fondo. En el primer cajón del ropero encontrarás toallas y todo lo que puedas necesitar en el baño, incluso si quieres una ducha caliente. Melisa, me disculpo por lo que pasó, no volverá a suceder. Quédate tranquila, nadie se enterará.
– Creo que tu cuerpo no lo siente tanto… – Le respondí relajada mientras hacía referencia con mi mirada a su evidente erección.
Sonrojado, sonrió y se fue hacia su dormitorio.
– Le pedí que no me besara, pero le hablo abiertamente de su erección. Que broma innecesaria, es mejor que tome una ducha y me olvide de lo que pasó. – Pensé dentro de mí.
El agua caliente escurría por mi cabello, hombros, senos, glúteos y pies. La sensación era superadora. Mas que asearme, necesitaba relajarme, pensar, olvidar y fingir que ese beso no me había gustado. El problema es que el beso ¡Me había encantado! Entonces, lo que tenía que hacer era fingir que besarme con Marco estuvo equivocado. Solo pensaba y recordaba. Recordaba, fingía y deseaba. Recordaba el beso, deseaba más. Recordaba como Marco me cogía cuando era mi novio, deseaba más. Mis ojos cerrados, el agua escurriendo por mi cuerpo. Me mojaba. Mi sexo se mojaba con mis fluidos. Deseaba y deseaba. Yo ahí parada en la ducha del baño, con los ojos cerrados y el agua escurriendo por mi cuerpo, lo deseaba. ¡Yo, a Marco, lo deseaba!
Seguía mojándome con mis fluidos solo deseando, seguían fluyendo mis deseos, seguía mojándome con el agua chorreando sobre mi cuerpo. La repentina presencia de ese hombre que sentí detrás de mí era lo que necesitaba, lo que deseaba. Sus manos tocaban mi espalda, su aliento en mi nuca, su pecho musculoso contra mi espina dorsal, su pene duro contra mi culo. Por supuesto que era Marco, y yo lo estaba esperando. Mi sexo ya mojado lo estaba esperando.
– Te tardaste mucho. – Le dije mientras exhalaba un suave gemido al sentir el roce de su pene.
Dejé apoyar su cabeza en mi hombro, sentía su barba mojada en mi cuello. Apoyé mi mano derecha sobre su nuca y lo atraje hacia mí para sentir su aliento más cerca. Instintivamente, arqueé la parte baja de mi espalda para sentir aún más ese pene duro que se interponía entre él y yo. Sin ser penetrada, el pene parado de Marco se posicionó entre mis glúteos. Para ese momento, mi cuerpo se movía autónomamente en busca de placer. Me encontraba moviendo ligeramente mi culo de arriba abajo, sintiendo su pene duro como piedra entre mis glúteos, mi brazo acariciaba su nuca mientras sus manos ya se habían posado sobre mis senos, masajeándolos a su placer y voluntad.
– Sabía que me estarías esperando. – Me dijo suavemente al oído.
Repentinamente, solo sentir el roce de su pene se volvió insuficiente. Necesitaba más. Paré de mover mi cuerpo para favorecer el roce de su pene en mis glúteos, giré y lo miré a los ojos. Ahora fue mi mano izquierda la que se posó detrás de su nuca, lo acerqué hacía mí y nos besamos profundamente. Lógicamente, por la situación, un beso aún más lujurioso del que nos dimos en la mesa mientras bebíamos vino. Mi mano izquierda no lo liberaba, quería sentirlo, quería que no me dejase respirar con ese beso, quería sentir su lengua adueñarse de mi boca. Su pene erecto aún se interponía entre nosotros, esta vez lo sentí a la altura de mi vientre. Decidí darle placer con mi mano. Mientras seguíamos besándonos, mi mano izquierda en su nuca, mi mano derecha se posó sobre su verga y comencé a masturbarlo lentamente.
– Hace mucho tiempo que no sentía un pene tan grande y duro entre mis manos. – Le dije con mirada deseosa mientras mordía instintivamente el labio inferior de mi boca.
Para aquellos que sostienen que a las mujeres nos les provoca placer los genitales masculinos, si no solo tras la penetración, déjenme decirles que se equivocan. ¡Rotundamente! Cuando se trata del hombre correcto, en la situación y ambiente adecuado, sentir con la mano, con la boca o con cualquier otra parte del cuerpo un pene erecto, grande y duro gracias a ti, es igual o más excitante que el acto sexual. ¿Prueba de ello? ¡Mi coño estaba empapado y Marco siquiera había empezado a tocarme!
Mi mano no lograba recubrir todo su pene, pues era bastante grande, aun así, no tengo dudas que a Marco le gustaba mi tacto. Mientras lo masturbaba, su respiración se tornó más intensa, su beso más profundo y apasionado. Su mano derecha se posó sobre mi glúteo, apretando, masajeando y atrayéndome hacia él. Su mano izquierda rodeó mi espalda, abrazándome, sin dejarme escapar.
Sentí la necesidad de para abruptamente el beso. Lo miré a los ojos, con mis labios aun cerca de los suyos y le dije:
– Lo necesito dentro de mí. ¡Te necesito adentro, Marco!
– Te daré lo que necesitas, Melisa. – Respondió con su gruesa voz masculina.
En esa misma ducha, parados, con el agua mojando nuestros cuerpos desnudos, se separó un poco de mí, levantó mi pierna derecha posicionado su brazo por debajo de mi rodilla, e hizo los movimientos necesarios para que la punta de su pene coincidiera con la entrada de mi sexo. Una vez más, como con aquel beso en la mesa del comedor, una conciencia repentina me invadió.
– ¿Tienes preservativo? – Le pregunté.
– No, sinceramente jamás imaginé que esto iba a suceder. – Me respondió desconsolado.
En la rapidez de ese dialogo, por la cercanía de su pene y la exagerada humedad de mi sexo, casi mitad de su pene ya me había penetrado. Lo miré a los ojos, rodeé con ambos brazos su nuca y le dije entre jadeos:
– Marco, métemelo todo, ya no puedo más, necesito sentirlo todo. Solo te pido que no te corras dentro.
Marco me miró a los ojos fijamente, levantó mi otra pierna de la misma manera como hizo con la derecha, y con una sola embestida me penetró hasta el fondo. Mis flujos vaginales que ya habían mojado toda su verga, además de su potencia varonil, fueron suficientes para que todo su pene desapareciera en mi sexo. El ruido del agua escurriendo no fue suficiente para ocultar el estrepitoso gemido que emití.
– ¡¡¡Ahhhhh!!!
Mis manos rodeando su nuca, mis dos piernas abiertas sostenidas por él. Mi espalda contra la pared de la ducha y Marco penetrándome mientras nos besábamos. Yo gemía, gritaba, disfrutaba, me liberaba. Al cabo de algunos minutos, Marco salió de mí, me dejo apoyar las piernas en el suelo, me dio la vuelta y apoyó su mano en mi espalda para que me agachara y arqueara mi culo. Yo apoyé mis dos manos contra la pared de la ducha, hacia la misma dirección donde dirigí mi mirada, separé mis piernas, agaché mi espalda y arqueé mi culo tal como mi hombre lo quería. Sus dos manos agarraron mis caderas y me penetró nuevamente. Gracias a la posición, a que no tenía que sostener todo mi peso y a que usaba mis caderas como soporte, sus embestidas eran más profundas, veloces y potentes.
Me cogió en esa posición por varios minutos. Yo no podía creer el placer que estaba sintiendo. No podía creer de lo que me había perdido todo este tiempo. Gemía, gritaba y abría más mis piernas para que su penetración sea los más profunda posible. Necesitaba sentir su pene dentro hasta el último milímetro. El ruido del agua se confundía con el choque de su vientre contra mis glúteos.
– Ay si, así Marco, me encanta sentirte, cuanto me gusta tener tu pene adentro. – Le decía mientras mis gemidos eran ya prácticamente gritos de placer.
– Así, Melisa. ¡Disfruta! Grita y libérate, aquí nadie te escuchará. ¡Libérate! Hoy vas a disfrutar conmigo.
– Mira cómo me tienes Marco, siente como disfruto. Dame más, dame más, por favor, ¡Quiero más! – Gritaba mientras abría más mis piernas y arqueaba más mi culo para que su pene llegue hasta el fondo.
Con sus palabras y el sexo que me daba, Marco había logrado llevarme al lugar que él quería. Al lugar de completa entrega y desinhibición total. Al lugar del momento, de disfrutar y vivir el momento sin temer ni que primen consecuencias o factores externos.
– ¿Esto te gusta? ¿De esto quieres más? ¡Demuéstrame cuanto te gusta! – Me decía mientras aceleraba paulatinamente el ritmo de sus embestidas y procuraba clavarme su verga en lo más profundo de mi sexo.
– Tenerme en tu casa a escondidas de mi esposo, desnuda y gritando de placer mientras me coges duro, ¡¿No es prueba suficiente de cuanto me gusta?! – Pregunté retóricamente.
– No dije ni pienso eso, es solo que te conozco Melisa, ¡Tu cuerpo quiere más, tú quieres más! ¡Libérate, hoy olvídate de todo! – Me respondió mientras seguía penetrándome.
Levanté mi espalda, dejé de arquear mi culo, con una mano cerré la llave del agua que seguía escurriendo y con la otra paré las embestidas de Marco, quien no entendía lo que pasaba. Lo besé rápidamente y agarré su mano para que me siguiera. Lo dirigí fuera de la ducha y con una toalla sequé el agua de nuestros cuerpos. Sostuve su pene aun erecto y duro en mi mano. Mientras lo masturbaba lentamente con la mano derecha, acaricié sensualmente su pecho con la mano izquierda. Lo miré a los ojos y le dije:
– ¿Quieres que te demuestre cuanto me gusta? Sígueme.
Me dirigí a la cama del cuarto. Marco me seguió y, mientras caminaba, yo seguía sosteniendo su pene en mi mano, como si no pudiera despegarme de la verga de ese hombre. Lo dejé parado al pie de la cama, yo me senté sin despegar mi mirada de la suya, recosté mi espalda, levanté mis piernas al aire, las abrí por completo y le dije:
– Si no me gustara, ¿Crees que me tendrías en tu cama completamente entregada, con las piernas abiertas y con el coño mojado esperando que tu pene se adueñe de mí? Cógeme Marco, ¡Cógeme duro y hazme tuya!
Marco, aun confundido, pero más excitado que antes, se abalanzó sobre mí, me besó y empezó a cogerme otra vez. Posó sus manos sobre mis senos, aceleró paulatinamente el ritmo de sus embestidas y rápidamente recobramos el morbo que teníamos en la ducha.
Cuando su pene invadió mi sexo sentí un estado de éxtasis como hace mucho tiempo que no lo hacía. La última vez que sentí ese placer fue, justamente, cuando Marco me cogió por última vez antes de separarnos. Después de casi cinco años volví a probar esa sensación de plenitud sexual, de entrega, de satisfacción, de lujuria y de pasión.
– ¡¡¡Ahhhh, siii!!! Marco, dame más duro. Métemelo todo hasta el fondo. Cógeme duro como a mí me gusta. – Le dije con los ojos cerrados entre gritos y gemidos.
– Así Melisa. Disfruta y grita. Mantén tus piernas abiertas para mí y grita cuanto te gusta que te coja. Grita mi nombre y pídeme sexo. Pídeme a gritos que te coja mientras me abres las piernas. – Decía Marco mientras sus manos se sostenían de mis caderas para embestirme con más potencia.
– ¡¡¡Ahhh Marco!!! ¡Marco, Marco! Me encanta como me coges. Marco me estas enloqueciendo de placer, tu sexo me esta enloqueciendo, tu pene duro me está enloqueciendo. Dame duro, dame lo que necesito, dame lo que sabes que me gusta. ¡CÓGEME DURO MARCO! – Le dije mientras abría completamente mis piernas hasta mi máxima capacidad.
– Si Melisa, enloquece y déjate llevar por completo, eso es lo que necesitas. Yo sé cuánto lo estas disfrutando, ¡Tu cuerpo te delata! Estas muy mojada, estas empapada. ¡Melisa, tu coño chorrea tanto de placer que has mojado hasta la cama! No cierres tus piernas y sigue mojándote con mi pene dentro tuyo. – Me dijo mientras me miraba mover mi cabeza de un lado para otro y gimiendo, gozando a mas no poder.
Una vez más, tal y como sucedió en la ducha, con sus palabras y sexo me había llevado al lugar donde quería.
– ¡¡¡Ahhhhh siiii!!! Marco, ¡¡¡siii!!! Tendré mis piernas abiertas todo el tiempo que tú me pidas, pero te imploro que no pares de cogerme. Esto es lo que necesitaba. Te ruego, Marco, no me dejes chorreando así, necesito tu pene en el fondo de mi coño para llegar al orgasmo. Te suplico Marco, cógeme duro como a mí me gusta, cógeme duro como solo tú sabes hacerlo. Por favor, ¡¡¡CÓGEME DURO, DAME DURO HASTA EL FONDO!!! Lo tengo, Marco, lo tengo, ¡¡¡Ahhh, ahhhh, ahhh!!!
Entre gritos, mientras Marco hacía caso a mis suplicas y no dejaba de cogerme duro, un intenso orgasmo se apoderó de mí. Sentí una explosión de placer recorrer todo mi cuerpo, desde la punta de mis pies hasta el extremo de mi cabeza. Un orgasmo de los que Pablo nunca logró provocarme. Un orgasmo de los que enloquecería a cualquier mujer, de aquellos que te provocan una sensación de perdida de sentidos por algunos segundos. El placer fue extremo.
Marco siempre fue así, hasta no asegurarse que su mujer estuviese completamente satisfecha, no paraba de coger. Era inconcebible para el tener un orgasmo antes que su pareja, debía ser después o al mismo tiempo, nunca antes. Pues, conmigo, esa noche ya lo había logrado.
Después de algunos segundos tras el orgasmo, mis piernas seguían abiertas instintivamente. Mi coño chorreando flujos vaginales y Marco seguía cogiéndome. Abrí los ojos, mantuve mis piernas abiertas, posé mis manos en su nuca, lo acerqué lentamente a mi hasta sentir su pecho contra mis senos, acerqué mi boca a su oído, y mientras me seguía penetrando le susurré muy suavemente y con voz sensual:
– Esta es la prueba que querías, ¿No es cierto? Yo sé que esta es la manera que querías que te demuestre cuanto me gusta. ¡Lo sé! ¡Pues, lo lograste! Aquí me tienes, tumbada en tu cama a escondidas de mi esposo, desnuda, con las piernas completamente abiertas, con tu pene grande y duro adueñándose de mi coño empapado y chorreando, mientras grito tu nombre y te imploro que no dejes de cogerme duro para que me hagas llorar de placer tras un orgasmo. ¡Tal como lo querías, tal como te supliqué, tal como lo necesitaba!
A Marco le excitaba haber provocado todo eso en mí, pero que yo se lo confesara con tanta libertad y sinceridad, simplemente lo llevaba al extremo. Le excitaba sentirse tan buen amante, y, a decir verdad, ¡Qué amante que es Marco! Su penetración empezó a ser más calmada y profunda, se dejaba acompañar por mis movimientos de cadera que provocaban que mi coño húmedo envuelva y masajee su pene erecto dentro de mí. Con mi mano tras su nuca, y con la misma voz sensual, seguí susurrando.
– Eres un macho, Marco. ¡Eres un verdadero macho! Has logrado lo que querías conmigo. Gracias por darme lo que necesitaba. Gracias por haberme permitido disfrutar de ti. Gracias por haberme cogido duro hasta el orgasmo. Ahora quiero que seas tu quien lo tenga. Quiero que te corras y me des tu semen. Dame tu semen sobre mi cuerpo.
Marco había parado de moverse casi por completo, disfrutaba excitado de mis susurros y del movimiento de mis caderas. Su respiración agitada lo delataba, estaba por eyacular. Se separó de mí, sacó su pene de mi sexo, se paró al borde de la cama y apuntó su glande hacía mi cuerpo.
– ¿Quieres mi semen? – Me preguntó con voz excitada mientras se masajeaba lentamente el pene.
– Dame todo tu semen, Marco, ¡Lo quiero! – Le dije mientras lo miraba desde mi posición tumbada en la cama.
Con su pene aun en la mano, lo acercó más hacia mi cuerpo, cerró los ojos y entre gruñidos explotó en un intenso orgasmo. Una excesiva cantidad de semen caliente brotó de ese pene erecto y pulsante, lo cual no me sorprendió puesto que conocía a Marco, y sabía que esa cantidad era normal para él. Su semen saltó por todo mi cuerpo, esparciéndose en patrones de charco desde mi vientre hasta la base de mi cuello. Tras el orgasmo, yo me quedé echada en la cama en la misma posición que había recibido su eyaculación, Marco se tumbó a mi lado exhausto, me abrazó y dijo:
– Explícalo como quieras, escúsalo como quieras, pero reafirmo que Pablo es un idiota por no disfrutar de una mujer como tu todas las noches. ¡Eres espectacular, Melisa!
Lo miré, le sonreí sonrojada, pero el cansancio no me permitió responder. Aun cubierta de semen, me dormí en su abrazo mientras el sueño también lo vencía a él.
Continuará…