El día que le fui a entregar un trabajo a mi profesora Rosa
Rosa, mi profesora de inglés era una mujer de unos 45 años pero que aparentaba mucho menos. No sólo porque físicamente era bastante atractiva, sino porque tenía un espíritu joven y alegre. Tenía un nivel de conexión con sus alumnos muy especial, como si ella se siguiera sintiendo adolescente. Tenía un morbazo increíble.
Estábamos en el final del curso, y dio la mala suerte me puse enfermo durante los días de exámenes y entrega de trabajos. Por suerte Rosa comprendió mi situación y me dio un par de días más para entregar el último trabajo y hacer el examen otro día. Era viernes a última hora y todos, alumnos y profesores salían apresurados para comenzar el fin de semana. Yo todavía no había entregado el trabajo porque ese día no había tenido clase de inglés, así que fui al despacho de mi profesora para entregárselo. Llamé a la puerta y abrí despacio por si estaba ocupada.
– Hola ¿se puede? – dije.
– ¡Hola Isma! Pasa. – Siempre me llamaba así. Me encantaba, me hacía sentir más cercano a ells, y los alumnos también la llamábamos por su nombre. Estaba de espaldas, ordenando fichas en el archivo.
– ¿Qué tal? ¿Cómo te encuentras? ¿Ya estás mejor?
– Sí, la verdad es que lo he pasado un poco mal, pero ya estoy bien.
– Me alegro, me tenías preocupada… – Se giró para decirme eso mientras me sonreía.
Ese día estaba especialmente atractiva. Llevaba una camiseta ceñida blanca y una falda corta de vuelo. Su culo era impresionante, redondito y respingón. Tenía el pelo recogido con una pinza y se había pintado los labios de rojo intenso. No sé si fue porque aún seguía enfermo o por qué, pero dejé mi trabajo sobre la mesa y me acerqué a ella por detrás. La abracé por la cintura y le di un beso en el cuello. Sentí como se quedó parada un momento, entonces la volví a besar mientras la estrechaba un poquito más con mis brazos. Soltó un pequeño suspiro y dijo:
-¿Qué haces?… – Pero lo dijo con un tono muy suave, de tal manera que insinuaba de una manera muy sutil que no le desagradaba. Volví a besar su cuello, ahora un poquito más abajo. Mis brazos rodeaban su cuerpo mientras olía su perfume de vainilla. Ella no hacía nada por pararme, sólo se estremecía y suspiraba. La besé otras tres veces, y entre beso y beso acariciaba su cuello con los labios. Subió su mano para acariciarme la cara, y aun así dijo:
-Isma. Para…
Pero no paré. Todo lo contrario. Pasé de los besos a los mordisquitos. Y Rosa empezó a gemir ligeramente. Su mano no paraba de acariciarme la cara y el pelo.
– Para por favor…
Yo sabía que esas palabras no querían decir eso, porque sus gemidos expresaban otra cosa. La abracé un poquito más fuerte. Ella giró un poco la cabeza para que la pudiese besar mejor.
– Esto no está bien… – dijo con los ojos cerrados. Estaba muy excitada. Y yo también. Mi pene estaba muy duro y ella lo notaba en su culo, lo sé. Yo también gemía entre beso y mordisco. Me estaba deleitando con ese cuello tan bonito y suave.
– Isma, me estás poniendo mala…
En ese momento di un paso más allá. Solté mi brazo derecho de su cintura y me dispuse a subirle la falda. Quería comprobar cómo de cachonda estaba. Si metía mi mano dentro de sus braguitas podría confirmar su nivel de excitación.
Pero… no pude meterle la mano dentro de las bragas… porque no llevaba ropa interior.
Mis dedos rozaron su pubis. Tenía algo de pelo, pero recortadito. Poco a poco, mientras se lo acariciaba fui bajando. Llegué a la vulva. Como no podía ser de otra manera, estaba empapada. Soltó un gemido fuerte.
– Estás muy mojada. – Le dije muy bajito al oído.
– Isma… – dijo ella entre gemidos – …yo lubrico mucho cuando me excito.
Le acaricié los labios, esparciendo su humedad por todo su sexo. Le metí ligeramente un dedo por la vagina para coger un poco de flujo y llevárselo al clítoris. Se estremeció. Empecé a frotárselo despacito. Sus gemidos disminuyeron en intensidad pero aumentaron el ritmo. Dejó de acariciarme el pelo para agarrármelo. Mi pene estaba más duro que nunca y se lo apretaba contra su culo para que lo notase.
– La tienes… – dijo entre gemidos – … muy dura.
Rosa dirigió su otra mano hasta mi paquete y me lo agarró. Mi polla estaba atrapada, deseando salir. Por eso ella se apresuró a bajarme la cremallera del pantalón como pudo, porque además de hacerlo de espaldas también estaba muy nerviosa. Me la sacó con dificultad, la tengo muy grande y estaba muy dura. Después la recorrió suavemente con la mano antes de agarrarla con fuerza.
– Métemela. – Ordenó mientras me apretaba. Procedí a hacerle caso y con la mano que tenía libre le levanté la falda. Ella me la soltó y se inclinó un poco para facilitar la inminente penetración. Ahora yo cogí mi polla y la coloqué en la entrada de su empapada vagina. Ella en todo momento mantuvo su respiración agitada.
– Pensé que me la ibas a meter por detrás.
– Te la meto por donde tú quieras, cariño.
– Seguro que te mueres de ganas de darme por detrás.
– Pues sí, no te voy a engañar. Me encanta tu culo y te quiero hacer el amor por ahí.
– A los tíos os encanta mi culo, y a mí que me lo penetréis, más.
No cabía duda. Rosa era una mujer muy promiscua y atrevida en el sexo. Le gusta el sexo anal. Ansioso froté mi duro pene por su vulva para recoger su flujo y después lo dirigí hacia su ano. Entró con asombrosa facilidad. Se la metía y se la sacaba poco a poco sin problemas, como si ya estuviera lubricada de antes. Aun así su agujero estaba apretadito y era súper placentero para mí.
– Dios Rosa, me encanta…. Ah… ah… – Gemí en su oído. – Si te hago daño dímelo… ah…
– Ah… tranquilo… no me duele… ah… ah… me gusta…
Mientras la penetraba por ahí, la agarraba fuerte y no dejé de darle besitos. Era un momento muy intenso y pasional.
– Ah… sí… dame… sí…
Sus palabras me pusieron más cachondo y aumenté ligeramente el ritmo y la profundidad. Mi polla y su ano encajaban a la perfección. Ella hacía presión cerrándolo a voluntad para apretarme y darme placer.
– Ah, joder… que gusto… – Le susurré.
– Soy experta… ah… en recibir por detrás… Ah… hoy eres el tercero que me da por el culo… ah…
En ese momento comprendí por qué entraba tan bien. La habían lubricado y dilatado antes. De hecho es posible que parte de la lubricación de su culito fuese semen de otros. Pero no me importaba. Al contrario, me parecía genial que ofreciera su precioso culo para dar placer a los hombres. Mi nivel de excitación no hacía más que crecer y con él la intensidad de mis embestidas. Al mismo tiempo le frotaba el clítoris muy fuerte con la mano derecha.
– Ah… au… ah… aaaah… ay…. – Gemía y se quejaba al mismo tiempo.
– ¿Te duele, cariño? – Le pregunté entre jadeos.
– Un poco… ah… pero no pares por Dios… aaah…
Cuando me quise dar cuenta la estaba follando muy duro y profundo. La sensación en mi pene y la idea de que me estaba tirando a mi profesora penetrándola por un sitio sucio y prohibido pudieron conmigo. Mi corrida era inminente.
– Sí… ¡Sí!… ¡SÍIII!… – Grité yo.
– Ah… ¡Ay!… ¡AAAH!… – Gritó ella.
Parecía un milagro, tuvimos un orgasmo simultáneo. Los dos sentimos una conexión muy especial en ese momento. Mi polla soltó varios chorros de semen que la llenaban por dentro mientras ella contraía el ano con cada sacudida de su intenso orgasmo. Ojalá el tiempo se hubiese detenido en ese instante de placer y lujuria. Fue el polvo más brutal y salvaje que jamás he tenido.
Yo, medio grogui saqué mi pene aun duro de su culito. Ella seguía gimiendo, estaba temblando. Me recreé por un momento en la imagen tan maravillosa que tenía delante. Rosa estaba inclinada hacia delante, apoyada en el fichero. La falda levantada, las piernas abiertas y el ano completamente dilatado chorreando semen. Se recompuso como pudo, su cara estaba roja y seguía respirando fuerte. Yo me guardé la polla.
– Dios, ha sido increíble… – Me dijo aún extasiada.
– Sí, ha sido un polvo brutal. Pero… ¿entonces te ha dolido?
– Sí, me ha dolido. Pero es que… – le daba vergüenza decirlo – … A ver… duele… pero es que también siento muchísimo placer… No sé cómo explicarlo. Me vuelve loca.
No voy a mentir, la idea de haberla hecho daño dándola por el culo me ponía un poco. Las mujeres que disfrutan recibiendo por detrás me parecen muy sexys. Creo que son atrevidas y sin complejos. Y también un poquitín guarras, para qué negarlo.
– Bueno Isma, ya está. Tu trabajo está muy bien, te pongo un 9.
– ¿Un 9? ¿Y por qué no un 10? – Me quejé con cierto tono irónico.
– Pues porque todo puede mejorar. – Se acerca de frente a mí y me rodea el cuello con los brazos. – Además te recuerdo que aún te queda por hacer el examen final…
Esa era, definitivamente, una cita para otra sesión intensa de sexo anal.
– Por mí, perfecto. ¿Vengo a la misma hora que hoy?
– Mejor ven 10 minutos después. Antes tengo otra revisión con otro alumno, ya me entiendes…
La sonreí con picardía y me dirigí a la puerta. Antes de salir me giré hacia ella y me despedí.
– Hasta el lunes Rosa, y… que te den por el culo.
– Gracias… – Ella me sonrió mordiéndose el labio inferior y me guiñó un ojo. Con profesoras así da gusto estudiar. ¿O no?