El romance que se termina convirtiendo en sodomía

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Tenía 21 años y estaba comenzado mi cuarto año en la universidad. Hasta ese entonces había llevado una vida relativamente normal, sobre todo en lo sexual. Había tenido dos noviazgos, uno de un año y otro de un año y medio; y algunas relaciones cortas y encuentros casuales. No más de diez mujeres en mi vida. Llevaba unos meses de soltería y ya extrañaba volver a enamorarme, o quizás enamorarme por primera vez. Mis relaciones habían terminado bien, solo que la pasión se apagó, y me dejó la duda de si realmente había sido amor o solo atracción y pasión temporal. Como sea, estaba ansioso de volver a relacionarme con alguna mujer y que sea más que un encuentro casual.

Me encontraba sentado esperando a que comenzara la clase cuando una chica se sentó junto a mí. Era Cintia. Jamás había hablado con ella, pero la conocía de vista ya que estudiábamos la misma carrera. Recuerdo que en mi primer año de carrera coincidimos en varias materias, pero en los años posteriores no volvimos a coincidir, sólo nos cruzábamos en los pasillos de la universidad y en la biblioteca.

Cintia me parecía bonita, no era la más bella ni la más hermosa, pero si era atractiva y femenina. Quizás lo único para comentar de su apariencia era que su rostro tenía algunos rasgos exóticos, pero que no la afeaban para nada.

— ¿Estaba libre este asiento?—preguntó repentinamente.

— Sí, lo está. ¿Eres Cintia, verdad?

— Sí, sí. Y tú… ¿Francisco?

— Así es—respondí con sonrisa que ella me devolvió— ¿Cómo llevas los estudios? Hace mucho que no te cruzaba en un aula.

— De verdad que sí. Desde primer año que no estabamos en una misma clase. Pues vengo bien con la carrera, esperaba estar mejor esta altura pero vengo bien. Algunas materias se hace engorroso estudiarlas sola.

— Me pasa lo mismo. Llevo años estudiando y no he logrado formar un grupo de estudio que dure más que una materia. Podríamos juntarnos para estudiar, aunque sea para esta materia. —Cintia asintió con una sonrisa.

La conversación no pudo continuar mucho ya que el profesor llegó y dio inicio a la clase. Pero para el final de esta ya habíamos intercambiado números para luego coordinar y juntarnos a estudiar.

No fue casual que le propusiese que estudiásemos juntos. Desde que se sentó al lado mío comencé a contemplar la posibilidad de relacionarme con ella. No recordaba haberla visto con chicos en la universidad, solo con algún que otro grupo de chicas, pero solía andar sola. Es que a mí me gustaba estar en pareja, era un romántico que fantaseaba con vivir enamorado de una doncella. No sabía si Cintia sería mi princesa azul, pero si no buscaba activamente chicas con las que relacionarme jamás la encontraría.

Al cabo de tres meses éramos inseparables. Íbamos juntos a las clases en las que coincidíamos, a almorzar, a la biblioteca a estudiar e incluso nos juntábamos a estudiar en su departamento. Ella vivía sola, así que era mejor estudiar siempre en su departamento pues podíamos estudiar en silencio y sin interrupciones. No había sido difícil formar esta amistad en tan poco tiempo, ella se mostró tan predispuesta como yo, o incluso más, a que forjar este vínculo.

Pero para entonces yo ya la veía como más que una amiga. Ya me había enamorado de su cabello largo y castaño, de su piel blanca y delicada, de sus ojos marrón claro que parecían tener brillo propio, de su voz tan dulce, de sus gestos y maneras tan femeninas, de su sonrisa más femenina aun, de su figura: senos pequeños pero notorios, una cola muy redonda y firme, y unas piernas esbeltas. No tenía una cintura de curvas pronunciadas, de hecho casi no tenía curvas, pero en la imperfección estaba la hermosura a mi parecer. Como en su rostro, que como ya dije tenía unos rasgos exóticos; difíciles de describir, pero que no la desmejoraban sino que la embellecían.

Una tarde de viernes, luego de horas de estudio, le propuse salir a comer algo esa noche. Sería la primera vez que saldríamos de noche. Ella acepto mi invitación, aunque noté que se puso un poco nerviosa. Creo que había notado que mi intención era que esa cena se transformase en una cita.

Esa noche nos vimos en un bar cercano. Ella estaba hermosa. Tenía el pelo suelto, un maquillaje sutil, pollera gris hasta las rodillas y un suéter fino color rosa claro, como gastado. Pedimos unas cervezas, algo de comer y no dejamos de conversar. Finalmente, llevé la conversación hacia temas de los que habíamos hablado poco, como nuestros noviazgos. Le conté sobre mis dos experiencias en pareja y luego deje que ella hablase. Lo único que sabía es que había tenido un novio pero hacia mucho y desde entonces al parecer no había tenido otra pareja.

— ¿Has estado soltera por dos años? ¿Qué pasó? ¿Fue decisión tuya estar soltera o simplemente no conociste al indicado?—le pregunté.

— Puesss…. digamos que no conocí a nadie. Osea…. si estuve con algunos chicos, pero no fue posible empezar una relación…. pero…. tampoco creas que estuve con muchos… de hecho… solo tres… me cuesta mucho relacionarme con chicos….—estaba cada vez más nerviosa al hablar.

No me pareció que hablar de nuestras experiencias fuese como para ponerse así, ya estábamos grandes. Pero por más que estuviese nerviosa, yo quería que me contase más, quería saber más de ella.

— Es que… soy transexual. No me gusta que se sepa, me gusta que me traten como a una chica más. Entonces lo chicos que se interesan en mí no lo saben hasta que yo se los digo, pero no se los digo hasta que estoy bien segura de que me gustan y de que yo les gusto más allá de mi apariencia y de que guardaran el secreto incluso si pierden interés en mí luego de saber que soy transexual. Además, algunos siguen interesados en mí luego de saber eso pero no están dispuestos a una relación a largo plazo, solo sexo y…—Cintia hablaba cada vez más rápido y se iba quedando sin oxígeno. Estaba muy nerviosa por saber cuál sería mi reacción al escuchar que era transexual. —y bueno… —hizo otra pausa para tomar aire—por eso no he tenido muchas relaciones con chicos en los últimos años.

Por mi parte, yo estaba anonadado. No podía creer que fuese transexual. Jamás lo habría adivinado. Nunca antes había siquiera visto o conversado con una chica trans, no ignoraba la realidad actual en la que hay mucha libertad sexual y chicas que nacieron en un cuerpo masculino y tienen que transexualizarse para verse como realmente se sienten. Pero yo siempre me había pensado heterosexual y no había mostrado nunca interés por nada que fuese LGTB. No sentía discriminación ni mucho menos repulsión, solo que era ajeno a todo eso.

Nos miramos en silencio durante varios segundos que parecieron eternos.

— ¡Di algo!—me dijo nerviosa, casi asustada.

— Pues… te había invitado a cenar para confesarte lo mucho que me gustas y… creo que me sigues gustando. —Yo también estaba un poco nervioso y dije algo que ni sabía que iba a decir; que me seguía gustando aunque fuese trans. Era la verdad, pero ni yo sabía que era así hasta que lo dije.

Ella sonrió aliviada y yo también sonreí. Retomamos la conversación, pero hablamos de otros temas. Terminamos de comer y la acompañé a su departamento. Jamás había estado en su departamento tan tarde, así que me pareció que lo más sensato sería acompañarla hasta la puerta del edificio y despedirme allí. Durante la vuelta seguimos conversando, pero no volvimos a tocar el tema. Cintia estaba entrando al edificio cuando se dio vuelta y me dijo:

—Tú también me gustas.

Ambos nos sonrojamos. Nos despedimos. Cintia cerró la puerta y yo me quedé en la vereda pensativo. Ahora que estaba solo iba a poder analizar mis sentimientos con calma. Cintia era transexual, pero me seguía gustando. Emprendí la caminata a casa mientras esos pensamientos acechaban mi cabeza. Había hecho solo dos cuadras cuando pensé «¿porque no entré con ella?». En mi mente había fantaseado con acostarme con ella esa misma noche. Sabía que era un final poco probable, pero habría sido perfecto si eso sucedía. «¿Y por qué no sucedió? Tal como se dieron las cosas, estoy seguro que de haberle pedido pasar me habría dicho que sí». No tenía sentido quedarme con la duda. Di la vuelta y fui hacia su edificio, y una vez allí llamé a su departamento.

—¿Quién.. es?–parecía nerviosa por la hora a la que alguien llamaba a su departamento.

—Soy yo. Me quedaron cosas sin decirte. ¿Me dejarías pasar?

—Ssí… claro.

Cuando entré a su departamento me congelé. No supe que decir. Me parecía tan hermosa que me estaba excitando. Se había quitado el suéter. Llevaba una remera con un escote pronunciado. Más segundos pasaban, más nervioso me ponía. Hasta que me di cuenta no iba a ser capaz de modular una sola palabra y decidí actuar de manera improvisada y osada. Me le abalance y la besé.

La besé con ansias. De entrada la envolví con mis brazos para que no pudiera escaparse del beso. Puse mis labios sobre los suyos e invadí toda su cavidad bucal con mi lengua. Ella no solo que no se resistió, sino que cooperó. Me envolvió con sus brazos y abrió su boca para que mi lengua entrara en ella, y luego su lengua comenzó a competir con la mía por ver cual lograba invadir la boca del otro. Mi erección fue instantánea.

Aunque luego de su confesión no habíamos vuelto a hablar de su transexualidad, yo no había dejado de pensar en ello. Había asumido que me seguía gustando, pero me invadía una duda “¿sería capaz de tener sexo con ella?”. Esa duda ya se había disipado.

Sin dejar de besarla la arrastré hasta un sillón. Me dejé caer y ella se sentó encima de mí y continuamos besándonos desenfrenadamente. Rápidamente le quité la remera y ella me quitó la mía. La empujé un poco hacia atrás; ella puso sus manos sobre mis rodillas para sostenerse. Respiraba agitada. Yo quería ver su torso semidesnudo. Tenía puesto un brasier blanco, era simple y sensual, sin llegar a ser erótico. Su abdomen era plano y su cintura, como dije, casi sin curvas; pero se veía como un cuerpo suave y delicado, tal como el de una chica. Nos miramos a los ojos y nos volvimos a besar. Le quité el brasier dejando al desnudo unos senos redondos y poco prominentes. Luego bajé mis manos hasta su pollera. No sabía cómo quitársela sin que se levantase.

—Levantate. —Cintia actuó como obedeciendo.

Sin levantarme del sillón, le baje lentamente la pollera hasta que pasó la línea de sus caderas y terminó de caer por la gravedad. Llevaba unas bragas color lila, estas si eran de un tono casi erótico. El bulto era evidente. Aunque era muy pequeño, estaba claro que su miembro estaba erecto al igual que el mío. Procedí a quitarle la braga también. Mientras lo hacía, Cintia respiraba cada vez más agitada, tanto por nervios como por excitación.

Se la baje despacio hasta que, al igual que su pollero, terminó de caer por la gravedad. Cintia levantó una pierna y luego la otra para sacarse la braga de los tobillos. Luego se quitó los zapatos y quedó totalmente desnuda frente a mí. Tenía un miembro que incluso erecto, en su máxima expresión, medía 6×2,5 cm. No solo era pequeño si no que se veía delicado, completamente depilado al igual que el resto de su cuerpo; tan blanco como el resto de su piel; la piel que cubría el pene y la del escroto se veía tersa y sumamente suave.

Luego de unos segundos de observarnos mutuamente se inclinó sobre mí para besarme. No se sentó encima de mí, sino que mientras me besaba sus manos se dirigieron a mi pantalón y comenzó a tirar de él para bajármelo. Como yo me quedé sentado se tuvo que agachar para que le sea más fácil quitármelo a la altura a la que estaba. Luego para quitármelo del todo por debajo de los pies se tuvo que arrodillar. Yo le alcance un almohadón para las rodillas. Fue instintivo de mi parte, no es que quisiese que se quedase allí, pero no importaba, ella lo tomó y lo puso bajo sus rodillas. Luego como si no pudiese controlarse arrojo sus manos hacia mi erección y comenzó a masajearlo por arriba del bóxer que llevaba puesto.

Un cosquilleo como el que nunca antes había sentido recorrió mi cuerpo. Creo que estaba más excitado de lo que había estado nunca. Tal excitación era porque iba a probar algo nuevo, algo que era tabú para mí, y que me daba más morbo a medida que pasaba el tiempo. Separe más mis piernas para que pudiese masajearlo mejor. Al cabo de unos segundos comenzó a bajarme el bóxer y mi erección quedó expuesta. Mi polla era mediana, de 15×4,5 cm, pero al lado de la polla de Cintia parecía enorme. No es que tuviese que importar el tamaño de su polla, pero tenerla claramente más grande que ella me hacía sentir mucho mejor. No sabría decir el porqué, me sentía más cómodo, y eso era bueno para el desempeño sexual, sentirse cómodo.

Cintia tomo mi polla con una mano. Sentí como si de golpe mi pene se endureciese aún más. A medida que sus labios se acercaban al extremo de mi falo mis tripas se revolvían, como si hubiese cientos de mariposas dentro de mí buscando una salida.

No bien vi desaparecer la mitad de mi polla dentro de su boca suspiré como nunca. Cintia inició la felación despacio, pero de a poco aumentó la intensidad. No es que mamase más rápido, si no que cada vez lo hacía con más ganas. Pocas de las chicas con las que estuve me la habían mamado así. Mamaban más para satisfacer su propia necesidad de tener un pene en la boca que para darme placer a mí. Aun así yo estaba gozando muchísimo. No dejaba de acariciar su cabello, moviéndolo de un lado a otro.

No sé cuánto tiempo transcurrió. Quizás fueron cinco minutos, quizás fueron quince. No estoy seguro y nunca lo estaré. Pero llegó el punto en donde no pude aguantar más.

—Cintia!!! Me corro!!—Cintia no se detuvo en absoluto—ME CORROOO!!—No sabía si era mi imaginación, pero Cintia succionó con más intensidad. —QUE ME CORRO TE DIGOOO…….OOHOO……OH…GGHGGHGHG…..— Cintia no dejó de mamar. Se tragó todo.

Una vez que los espasmos post-orgásmicos redujeron su intensidad desplomé mis brazos sobre el sillón. Cintia terminaba de retirar sus labios de mi polla. Me quedé mirándola pero ella no me miraba a la cara. Le daba vergüenza. Se había dejado llevar por sus más bajos instintos y ahora estaba avergonzada. No puede ver mi eyaculación, pero sentí que había eyaculado como nunca. Una gran cantidad de semen de la que Cintia había disfrutado hasta la última gota.

Parecía que se avergonzaba más conforme pasaban los segundos. Se encontraba arrodillada, con sus puños sobre sus rodillas, y los movía nerviosamente. Decidí actuar. La tomé de los brazos y la levanté hasta que quedó sentada sobre mí y nos fundimos nuevamente en un beso. Podía sentir su erección apretada contra mi ombligo y eso me gustaba, poder sentir su excitación de una manera palpable hacia que yo me excitase más. Había perdido mi erección y debía esperar un tiempo hasta estar de vuelta a tope, pero mi mente se aceleraba más y más anticipándose a lo que se vendría.

Le besé los labios y luego bajé a su cuello, el cual le besé y succioné hasta dejarle marcas que parecían enormes moretones. Eso iba a requerir mucho maquillaje por unos días. No resistí más y quise bajar a sus partes más íntimas. Me levante y me arrodillé detrás de ella. La puse contra el borde del sillón, dándome la espalda y exponiendo todo su ano hacia mí.

Toda su cola estaba depilada y la piel era tan tersa y blanca como en el resto de su cuerpo. Su ano resaltaba por su color rosado. Con mis manos separé sus nalgas para dejar aún más expuesto su ano. Pero no me detuve ahí. Hice fuerza para separar sus nalgas hasta el extremo así su ano quedase como estirado. Hice esto pensado que quedaría más sensible. Solo empujé un poco más con mis manos sus nalgas, milimétricamente, sin ocasionarle el más mínimo dolor.

Cintia gimió con fuerza apenas mi lengua tocó su ano. Pero al contrario de lo que había hecho ella, que aumento la intensidad de sus mamadas progresivamente, en cuanto la oí gemir, envolví su ano con mis la labios y empuje mi lengua lo más que pude, y chupé y lamí y succioné su ano desaforadamente.

Cintia gemía agitada. De golpe sentí un impulso que no pude frenar. Puse mi dedo índice en su ano y empuje hasta que entró todo. Había tanta saliva que se lubricó por completo. Así como entró lo saqué y lo volví a meter. No pude esperar y puse también el dedo mayor junto al índice. Dejé caer abundante saliva y luego empujé ambos dedos hacia dentro. Era notorio como ella gemía con más fuerza cuando los dedos entraban por completo. Yo estaba embriagado de morbo. Nunca antes había hecho esto. No de esta manera, con tanto morbo, ni mucho menos en la primera cita. Me divertí metiéndolos y sacándolos; metiéndolos y moviéndolos dentro, hacia un lado y hacia el otro. Prestaba atención a sus gemidos para ver donde le gustaba más. Sin siquiera darme cuenta estaba buscando su punto G. Estaba a pocos centímetros del ano, pues lo podía alcanzar con los dedos, y estaba hacia el frente de su cuerpo. En ese momento ignoraba por completo que su punto G era la próstata, ya que era transexual, pero en fin, supe dónde estaba y donde debía aplicar presión si quería tenerla rendida.

Para entonces mi polla ya estaba completamente erecta, hinchada, a punta de explotar. Tomé a Cintia de un brazo para que se levante y la llevé a su habitación. Solo prendí la luz de un velador, me gustaba la luz tenue al hacer el amor. Pero mientras me dirigía al velador Cintia no se quedó quieta. Abrió el cajón de la mesa de luz y sacó un pomo. Era un gel lubricante. Lo dejó sobre la cama y yo lo tomé enseguida. Puse a Cintia boca abajo, separé sus piernas y puse una cantidad generosa de gel en su ano. También embadurné mi pene con el gel.

Para este momento ya me había dado cuenta de que Cintia era de lo más sumisa en la cama. Y yo esa noche me sentía una bestia feroz. Me sentía más hombre que nunca. Ninguna de las chicas con las que había estado había sido tan sumisa como Cintia. Esa noche estábamos en extremos opuestos: ella sumisa y dócil, yo repleto de morbo y lujuria irrefrenable.

Puse mis rodillas sobre la parte baja de sus muslos, una mano sobre su hombre y otra en su cintura. Apunte mi polla hacia su ano, sin ayuda de las manos acerqué la punta hasta que “calzó” en su ano, ahora solo tenía que empujar y entraría.

Cintia jadeaba… y temblaba!!! No me había dado cuenta hasta entonces de que estaba temblando, pero no hacia frio, solo estaba muy nerviosa por la energía que yo emanaba y que estaba a punto de ser descargada dentro de ella.

Empujé hacia abajo y enseguida entro la cabeza. No me pude detener, fue más fuerte que yo. En cuestión de segundos la había metido toda, no la penetré repentina ni violentamente. Mi pene entro con suavidad, gracias al lubricante, pero con velocidad. Cintia lo sintió. Gemía a gritos. Sus piernas estaban inmovilizadas ya que yo estaba casi arrodillado encima de ella; su cadera estaba siendo retenida por todo el peso de mi cuerpo y por mi polla de 15cm que ahora mismo llegaban hasta lo más profundo de su ser; su cintura estaba siendo sujeta por una de mis manos; y todo su cuerpo era aplastado por otra de mis manos que la sostenían por el hombro. Solo tenía libertad de movimiento en los brazos.

Con su boca solo gemía, jadeaba y gritaba. No pedía que me detuviese, no rogaba piedad ni nada. Al contrario, eran gemidos de placer, de eso no me cabía duda, pero su lenguaje corporal era opuesto. Con un brazo se agarraba del borde del somier e intentaba inútilmente arrastrarse hacia delante como zafarse de la penetración. El otro brazo lo había extendido hacia atrás, había puesto su mano sobre mi cadera y había trabado el brazo, quería empujarme hacia atrás para que retire la penetración o para que al menos no llegue tan profundo. Yo no le estaba dando lo que ella quería, le estaba dando lo que ella necesitaba.

Ambos esfuerzos que hacía con sus brazos eran inútiles. No solo yo era bastante más fuerte, si no que ella estaba en una posición desfavorable, debajo de mí resistiendo todo mi peso, yo no tenía ni que esforzarme por retenerla, la gravedad hacia todo. Y finalmente, con una polla dura como el acero metida hasta lo más profundo, sus músculos de ablandaban hasta hacerse manteca y no podría hacer uso ni de la mitad de su fuerza. Podía sentir su mano en mi cadera, pero no tenía efecto alguno, cuando envestía, su brazo se flexionaba sin poder frenarme en lo más mínimo. Jamás me había sentido tan potente en la cama, me la estaba follando salvajemente y sentía que podría aguantar toda la noche sin correrme.

Mi morbo aumentaba. Con la mano con la que sujetaba su hombro junte su cabello a la altura de su nuca, pero con mi puño bien pegado a su cabeza y tiré levemente para atrás. No quería que sintiese el tirón de cabello, ni que le doliese en lo más mínimo, quería que se sintiese totalmente sometida a mi voluntad, desprotegida y desahuciada, que supiese que no había nada que ella pudiese hacer para impedir mi desenfreno sexual. Podría haberle sujetado ambos brazos y dejarla inmóvil por completo, pero quería se sintiese más impotente aun, darle la posibilidad de luchar, pero de luchar en vano. Quería que luchase hasta que se rindiese, no que se entregase, sino que se rindiese.

Decidí buscar ese punto G que había encontrado con los dedos, pero ahora con mi erección. Moví mi cadera hacia delante para que mi polla entre de manera perpendicular en su cuerpo. Aun no conocía la anatomía de Cintia a la perfección, pero el cambio de posición dio resultado. Sus gritos de placer se volvieron más desesperanzadores. Pero en el cambio de posición Cintia encontró una posibilidad. En lugar de poner su palma sobre mi cadera, puso su mano entro su nalga y mi cuerpo, reduciendo así mi capacidad de penetración. Por más fuerte que envistiese, su mano estorbaba. Además, buscaba mi polla con su mano, estaba intentado hacer que mi pene resbalase fuera de su ano. Así que la ensarté hasta el fondo, aplastando su mano, y ahí me quedé pensando unos segundos, como hacer que quita la mano sin tener que quitársela yo.

Se me ocurrió una idea. Pase mi mano de su cintura a su hombro y tire hacia arriba para que se arquease. Con la mano con que sujetaba su cabello tire un poco para que arquease la cabeza junto con su torso. Quedó tan arqueada que tuvo que poner sus brazos delante para sostenerse, ambos brazos. Quedó como una esfinge, pero mirando casi hacia el techo. Me sentí tan victorioso que la envestí con más fuerza aún. Sentí que mi cuerpo desbordaba energía y la descargue toda en su cola. Cintia se había rendido, no había nada que pudiera hacer más que recibir placer, aun si recibía más del que ella quería.

La estaba torturando, pero de placer. La postura de Cintia no era incómoda como podría parecerle al lector. Pero no podía moverse o sí sentiría incomodidad por la postura de su espalda. Sus gritos desconsolados eran música para mis oídos. Al cabo de un minuto o dos se me ocurrió hacer algo. Le solté el cabello y puse ambas manos en su cintura. Cintia mantuvo la pose en la que estaba. Aunque ahora era libre de mover sus brazos y su torso, no lo hizo. Se había rendido por completo, yo la había doblegado.

Se veía tan menuda, pero era apenas tres centímetros más baja que yo. En cambio yo me sentía enorme, hinchado, imponente e imparable.

Tomándola de la cintura, me sentí más cómodo para penetrarla mejor, y ella lo sintió. No paso mucho hasta que sus gemidos se intensificaron. Extendió sus brazos y tomó todas las almohadas que pudo y se las llevó a la boca. Las mordió con fuerza y ahogo allí sus gritos. Su cola se cerró con fuerza. No sabía con certeza porqué, pero asumí que se estaba corriendo, y actué en consecuencia: la penetré aun con más fuerza. En parte para contrarrestar la fuerza de su ano cerrándose y en parte por morbo, para darle todavía más placer en el momento del clímax.

Me apretaba tanto la polla que yo también llegué a mi clímax. Supe que me iba a correr. Sentí los músculos de mi pelvis contraerse. Sentí mis tripas revolverse y sentí con cosquilleo que me recorría las piernas. Y finalmente sentí como mi polla, que ya estaba dura como el acero, ahora se endurecía aún más hasta hacerse más sólida que el diamante. Y finalmente la descarga.

Jadié y jadié mucho. Era la eyaculación más placentera hasta el momento. Su cola seguía apretando, pero Cintia ya estaba terminando de correrse y yo recién empezaba.

Me deje caer encima de ella. No tenía más energía. Ni siquiera saque mi polla de su cola. Se fue saliendo sola a medida que mi erección se desvanecía. Ambos respirábamos muy agitados.

Al cabo de unos minutos me incorporé. Instintivamente busque su cola con mis manos y separe suavemente sus nalgas. Creo que mi peso sobre ella había mantenido su cola apretada, pero ahora que ya no estaba encima suyo, su ano se relajó y comenzó a salir todo el semen que le había depositado. No dejaba de brotar semen y más semen que descendía por el perineo hasta bañar sus testículos y luego formar un charco sobre la cama.

Tiré un poco de su cadera para que se voltease. Se volteó desplomándose boca arriba. Su pene sin erección era aún más pequeño y delicado. Había una gran mancha de humedad donde antes había estado su abdomen, el cual estaba todo embadurnado en semen. Era difícil medir la cantidad de semen ya que se había esparcido todo entre su panza y las sabanas, pero era indudable que era mucho. Y pues calculando el tiempo que duro su clímax, había estado un buen rato eyaculando.

Me recosté sobre ella y la besé.

Nos abrazamos.

—Di algo!—le dije, así como ella me había dicho durante la cena en el bar.

—Jamás había estado tan empapada en semen en mi vida. —Nos reímos a carcajadas. —¿Qué dices si nos damos un baño juntos?

—Es una excelente idea. Pero hacerlo ahora sería un despropósito. Ya que te volverás a empapar de semen en un rato. —Cintia casi se ahoga en su propia saliva al escuchar eso.

—Como… me quieres… que… quieres volver a follar? Creo que quedé un poco dolorida.

— ¿Sólo un poco? Eso es bueno. Tendrás que acostumbrarte por completo. Pienso follarte así cada vez que nos veamos. Es decir, a diario. —Cintia se quedó petrificada tras oír eso. Y mi orgullo estaba por los cielos.

Por mi parte, estaba sorprendido por lo rápido que había asumido mi atracción sexual hacia una chica trans. No tenía duda de que era una mujer, pero me sorprendí a mí mismo al ser capaz de mantener todo el acto sexual y además de hacerla sentir una mujer como nunca en su vida a pesar de tener un pene, testículos y de correrse a chorros.

No sé si era por ser transexual o porqué motivo, pero Cintia despertaba sentimientos diversos, casi opuestos, en mí. Me hacía sentir amor, morbo, pasión, lujuria; quería hacerla mi princesa y mi esclava sexual al mismo tiempo. Pero eso, a mi parecer, era imposible… ¿o no lo era?

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