El sustituto

Valorar

Cuando llegó al mostrador y preguntó por ella, Marina no pudo evitar un suspiro de alivio. Su compañero Juan tenía la espalda hecha un ocho y se pasaba más tiempo de baja que trabajando, así que las había pasado de todos los colores con los sustitutos, pero al ver a Tito, tan sonriente como siempre, no pudo evitar un suspiro de alivio.

—¡Hola a todos! ¡Acaba de llegar el prostituto! —dijo Tito a grito pelado haciendo que todos los presentes levantasen la cabeza de sus papeles.

Todo el mundo conocía a Tito. Era uno de los más veteranos y más experimentados de los trabajadores que mandaba la ETT con la que solían trabajar. Conocía la forma de trabajar de la empresa y era un tipo eficiente y trabajador, tanto que el director había dado órdenes a recursos humanos de no hacerle una oferta para un contrato fijo porque le interesaba tener un tipo como él, siempre a mano para una emergencia.

Marina se acercó a él y sonriendo le dio dos besos, sin dejar de apreciar que el muy cabrón estaba como siempre.

Tito era un hombre alto y delgado, con una boca amplia y siempre sonriente y unos ojos color miel enmarcados en unas pestañas largas, rizadas y oscuras que hacían su mirada irresistible.

Tras el saludo y las preguntas de rigor Marina recogió sus cosas, le pasó a Tito el maletín de trabajo y le guio hacia el garaje. Tenían trabajo y no tenían tiempo que perder. Como siempre Tito, sin hacer preguntas, colocó el maletín en el asiento de atrás y se puso tras el volante.

Marina se puso cómoda y le dio las primeras indicaciones. La empresa para la que trabajaban se dedicaba a la topografía en toda la península así que parte del trabajo consistía en pasar largas horas al volante, así que tener un compañero divertido y que no le importase conducir era una gran ventaja.

El trabajo de aquel día no era nada del otro mundo, tenían que medir un par de fincas para corregir errores en el catastro y así poder solventar un largo litigio familiar, pero las fincas en cuestión estaban en el quinto pino y tardaron más de dos horas en llegar al lugar. Afortunadamente encontraron un abuelete paseando por las cercanías que les indicó el sitio exacto y no tuvieron que pasar la mañana dando vueltas de un lado a otro como pollos sin cabeza.

Ante la mirada divertida de Tito, Marina se caló su aparatoso sombrero de paja y salió del coche. Eran solo las once y media de la mañana y el sol ya calcinaba aquel secarral a conciencia. Mientras Marina comenzaba a sudar bajo su vestido safari, Tito cogió uno de los aparatos haciendo bromas sobre las personas capaces de llegar a un juicio por aquellos pequeños pedazos de tierra estéril y reseca y se dirigió al otro extremo de la finca.

Trabajaron rápido, Tito se movía ágilmente entre las rocas y los arbustos secos, sin apenas esfuerzo mientras Marina apuntaba las mediciones en el ordenador y se echaba capa tras capa de protector solar sobre los brazos y la cara para proteger su delicada piel.

A la una de la tarde ya habían terminado y Tito recogió el material mientras Marina bebía de un golpe casi media botella de agua mineral.

—Veo que sigue sentándote muy bien el calor —dijo Tito mientras observaba la pálida tez de Marina ruborizada por efecto del asfixiante calor.

—Muy gracioso, —respondió ella tirando el sombrero de paja en el asiento de atrás y conectando el climatizador del coche— odio este jodido sol.

Tito sonrió, pero la conocía y no siguió con la broma, sabía perfectamente el horror que sentía por el cáncer de piel. Tenía la piel muy clara, casi lechosa y recubierta de un millón de pecas. Su abuela había muerto a consecuencia de un melanoma y ella se sometía todos los años a una revisión completa. Ya le habían quitado más de un lunar sospechoso así que jamás se exponía a los rayos del sol.

Comieron en un restaurante de carretera un menú bastante escaso y volvieron rápidamente al coche deseando llegar a casa cuanto antes.

Con el estómago razonablemente lleno Marina se acurrucó en el asiento del acompañante y durmió durante un rato. Cuando despertó solo estaban a mitad de camino. Tito conducía con una permanente sonrisa en tu cara.

—No entiendo cómo puedes estar de tan buen humor. Si yo estuviese en tu lugar me estaría tirando de los pelos. —dijo ella desperezándose.

—Bueno, es cuestión del punto de vista. Para mí el trabajo es un medio no es un fin. No tengo deudas ni grandes gastos, así que aunque no trabaje más de ocho o nueve meses al año me llega de sobra y que no se entere el jefe pero incluso lo prefiero.

—¿Y no te aburres el resto del tiempo? ¿Qué hiciste en el 2010 cuando estuvimos casi un año sin llamarte?

—Viajar, leer, visitar a los amigos y la familia, escribir…

—¿Escribes? —le interrumpió Marina curiosa.

—Sí, en realidad es lo que más me gusta y mi mejor antídoto cuando estoy aburrido o bajo de moral.

—¿Y qué tipo de cosas escribes? No te puedo imaginar sentado formal en una mesa escribiendo aplicadamente como si fueses Ken Follett.

—La verdad es que soy más como Mark Twain me llevo el portátil a la cama.

—¿Has publicado algo?

—No en el sentido que entiendes por publicar… los cuelgo en internet.

—Aun no me has dicho que tipo de cosas escribes. —le volvió a interrumpir Marina.

—No te rías pero escribo relatos eróticos.

—¿Tú? —preguntó Marina sorprendida— No te creo, ¿Por qué relatos eróticos?

—Por dos razones, primero porque me gusta y segundo porque los relatos eróticos tienen muchos más lectores en internet.

—Ah, entiendo. ¿Puedo leer algo tuyo?

—No sé… —respondió Tito haciéndose el interesante.

—Mejor, invéntate una historia conmigo como protagonista, algo fuerte, estilo Cincuenta Sombras de Grey. —le pidió Marina mordiéndose el labio excitada.

—Vale, lo haré, pero con una condición, cuando termine el cuento me tienes que dar tus bragas.

—Pides mucho, pero está bien, trato hecho.

—Bien, por donde empezamos… Ah sí.

Marina siempre estaba pensando, nunca podía dejar de pensar, ese era su defecto. Cada vez que conocía a un hombre por el que se sentía atraída empezaba a preguntarse cosas, a imaginarse tonterías y a buscar defectos en él. Hasta que llegó él con su impecable traje hecho a medida y su abrigo de pelo de camello, dispuesto a revolucionar toda su vida.

Aquella mujer llamó inmediatamente su atención no era muy alta, pero tenía una espesa melena negra y una tez tan fina y pálida que casi parecía transparente. Sus labios gruesos, pintados de rojo se curvaron en una dulce sonrisa mientras le daba la bienvenida al bufete.

—Hola, buenas tardes. Tengo cita con Fraser Goodman.

—¡Ah sí! Usted debe ser Noel Fisherman. Sígame por favor, Fraser le está esperando.

Noel asintió y dejó que la mujer se adelantase observando su trasero rotundo apretado por una falda de tweed y unas piernas esbeltas realzadas por unos interminables tacones.

Marina guio al desconocido por distintos pasillos sintiendo los ojos clavados en su culo. Sin poder evitar exhibirse, comenzó a cruzar ligeramente las piernas para contonear sus caderas mientras recitaba la típica información sobre el bufete que le daba a todos los nuevos clientes.

Le dejó en el despacho de Fraser y se volvió a la recepción sintiéndose una buscona. No sabía qué era lo que aquel hombre había desatado en ella pero no le gustaba nada. Como siempre que conocía a alguien que le gustaba comenzó a pensar, pero esta vez todos sus pensamientos se ahogaban e interrumpían en esa mandíbula cuadrada, esa sonrisa cruel y esos ojos color miel.

—Vaya, ya veo, ojos color miel… —dijo Marina.

Tito sonrió pero no replicó y continuó con su historia:

Veinte minutos después consiguió librarse de la apabullante sensación de haber estado en la proximidad de aquel hombre y pudo enfrascarse en el trabajo hasta la hora de cerrar. Justo antes de las ocho Fraser le llamó desde su despacho diciéndole que tardaría cinco minutos más en irse y que ya se encargaba él de cerrar. Contenta por poder quitarse los tacones al fin pero a la vez un poco decepcionada por no poder haber vuelto a ver al nuevo cliente, se enfundo las Nike y un ligero abrigo de punto y abandonó el bufete.

El sol se había puesto hacía un par de horas y la nieve azotó su cara haciéndole parpadear incómoda. Apretando el ligero abrigo contra su cuerpo se dirigió paso ligero a la boca del metro, deseando llegar a casa y darse un lago baño caliente.

Al llegar al andén pudo comprobar que su tren acababa de salir. Frustrada se sentó en un banco y armándose de paciencia se dispuso a esperar el siguiente convoy.

Veinte minutos después llegó el tren. No iba muy lleno, pero no había asientos libres, así que se agarró a la barra más cercana.

El tren cerró sus puertas y se puso en marcha. Marina se agarró a la barra para no caer y trató de ponerse cómoda cuando una presencia a su espalda le sorprendió. Sin atreverse a darse la vuelta se agarró a la barra deseando que el desconocido pasase de largo y cerró los ojos. Un intenso olor a perfume caro invadió sus fosas nasales recordándole a…

—Vaya que casualidad. —dijo Noel con una sonrisa.

—Ya le digo —respondió Marina—Pensé que todas las personas que se pueden permitir contratar los servicios de nuestro bufete se desplazaban en limusina.

—A veces lo hago, pero soy un tipo responsable, me gusta el transporte público, nunca sabes que te puedes encontrar. —replicó Noel poniendo su mano en la barra por encima de la cabeza de Marina y abrumándola con el aroma de su perfume.

Encogiéndose de hombros se dio la vuelta esperando que el hombre la acosase con la típica palabrería, pero simplemente se quedó a su espalda dominándola con su presencia. Marina se agarró a la barra mientras sentía el cálido aliento del hombre rozar su oreja y se maldijo por haberse quitado los tacones.

El convoy frenó con brusquedad al llegar a una nueva parada y Marina se agarró a la barra con fuerza. En ese momento el desconocido se dejó llevar por la inercia lo justo para que Marina sintiese su cuerpo firme y cálido. La mujer no pudo evitar responder al contacto con un ligero temblor.

Cuando el tren arrancó de nuevo Marina se dio la vuelta buscando aquellos ojos color miel, pero solo encontró el vacio. Buscó al hombre y lo vio mirando hacia ella desde el andén mientras el tren se alejaba.

Llegó a casa con una inexplicable sensación de hastío. Hurgó en el bolsillo del abrigo buscando las llaves y sus manos tropezaron con algo que no debía estar allí. Sorprendida saco una tarjeta de visita.

Noel Fisherman, Fisherman Corporation, consejero delegado, decía la tarjeta. Marina le dio la vuelta a la tarjeta y pudo ver que había algo escrito a bolígrafo, con una elegante letra, sin ningún signo de haber sido escrita apresuradamente:

Mañana, hotel Hilton, habitación 233, doce y media, si llegas un minuto tarde me habré ido.

Marina le dio la vuelta a la tarjeta sorprendida y sintió como un escalofrío de emoción recorría su cuerpo. Por un segundo se le pasó por la cabeza acudir, pero enseguida la lógica se impuso. No conocía a ese hombre de nada. Ni siquiera sabía por qué había acudido al bufete. Podía ser un asesino en serie un ladrón de bancos o un pervertido…

Con esos pensamientos rondándole en la mente se desnudó y se sirvió una copa de vino mientras preparaba el baño.

Seguramente le había seguido hasta el metro y había aprovechado el frenazo del convoy para meterle la tarjeta en el bolsillo del abrigo. Eso había sido demasiado —pensó Marina mientras se acariciaba el cuerpo con la esponja— ¿Quién se creía que era?

Salió de la bañera y con la toalla envolviéndole el cuerpo se calentó algo de cenar, intentó saborear la pizza, pero un inexplicable nerviosismo la invadía y se lo impedía.

Además ¿Qué pretendía citándola en una habitación de hotel? ¿Acaso creía que se iba a presentar indefensa ante un desconocido que bien podía violarla o incluso algo peor?

Intentó ver la televisión un rato pero se pasó todo el rato cambiando de canal, la tele de los viernes era una mierda.

Porque después de todo ¿Qué tenía aquel hombre? Sí, era atractivo, tenía que reconocerlo y parecía un tipo sumamente educado, pero había en su mirada algo oscuro y retorcido.

Cuando se dio cuenta tenía la mano apoyada en su pubis acariciándoselo con leves movimientos circulares. Tres minutos después estaba en la cama, revolviendo en el cajón de la mesita. Deshaciéndose de la toalla Marina cogió el consolador, su viejo compañero de soledad. Se lo metió en la boca sin dejar de acariciarse con la mano libre.

No, de ninguna manera iba a ir…

Abriendo las piernas se introdujo el dildo poco a poco mientras conectaba la función de vibración. Marina soltó un fuerte gemido al sentir el aparato vibrar en su interior y por primera vez se imaginó que era Noel el que estaba sobre ella follándosela a cara de perro.

Poco a poco la excitación fue creciendo, sentía como todo su cuerpo vibraba al ritmo del consolador cuando el aparato se apagó.

—¡Mierda! —gritó frustrada.

Ansiosa revolvió en el cajón de la mesilla buscando unas pilas sin éxito. Desesperada miró a su alrededor y con una sonrisa de triunfo se lanzó sobre el despertador destripándolo apresuradamente y sacándole las pilas para ponerlas en el vibrador.

Con un suspiro de satisfacción se acercó el aparato al sexo y recorrió la vulva con él. Todo su sexo se hinchó y palpitó placenteramente con el contacto. Tras unos segundos no pudo aguantar más y se metió el aparato profundamente el coño. Cerró los ojos disfrutando del intenso placer metiendo y sacando el vibrador de su sexo mientras se estrujaba los pechos con la mano libre gimiendo y jadeando como una perra en celo.

Rodando sobre la cama se puso a cuatro patas y mientras dejaba el dildo zumbando en su interior se palmeó el clítoris con fuerza imaginando que eran los huevos de Noel los que le golpeaban. Sintiéndose cada vez más excitada cogió el vibrador y poniéndolo a la máxima potencia se apuñaló salvajemente con él hasta que el orgasmo la obligó a arquear su cuerpo varias veces y caer derrotada sobre las sábanas en medio de fuertes gemidos.

Cuando los espasmos cesaron se estiró en la cama, insatisfecha a pesar de todo . Se le pasó por la cabeza volver a masturbarse, pero finalmente se rindió y reconoció que lo único que acabaría con su comezón sería acudir a la cita con el desconocido.

—No es justo, me estás poniendo como una salida.

—Lo siento, pero soy yo el que cuenta la historia. Si no te gusta siempre puedes poner la radio. —dijo Tito antes de continuar con la narración.

Despertó sobresaltada. Se había olvidado de poner las pilas de nuevo al despertador y eran casi las once y veinte. Teniendo en cuenta que necesitaría como mínimo treinta minutos para llegar al Hilton disponía de quince minutos para prepararse.

Salió de la cama de un salto y se dirigió al baño corriendo, sabiendo que solo tenía tiempo para lavarse la cara y orinar. Afortunadamente el no disponer de tiempo le ahorró una mañana de dudas ante el espejo. Se ajustó un conjunto de seda negro con portaligas y unas medias con una elegante costura en la parte trasera. Sin pararse a pensar se puso un cálido vestido de punto y un collar de plata y corrió al baño a maquillarse. Dos minutos después corría por el pasillo calzándose los tacones procurando no matarse en el intento.

Había parado de nevar, pero el ambiente seguía siendo extremadamente frío. Caminó con cuidado entre la nieve sucia y helada y llamó a un taxi que se estaba acercando. El taxi frenó a su lado y Marina entró con un suspiro de alivio. El conductor paquistaní le hizo un par de preguntas en pastún que Marina no se preocupó por entender limitándose a darle la dirección del hotel. El taxi comenzó a arrastrase en medio del congestionado tráfico del centro de la ciudad. Desesperada al ver como los minutos volaban sacó un billete de cincuenta pavos y agitándolo ante las narices del chofer le hizo entender que sería suyo si lograba llegar al hotel en menos de quince minutos.

A partir de ese momento el viaje se convirtió en una locura, como si hubiese sido poseído, el taxista le llevó por las calles atestadas a una velocidad endiablada cambiando de carril con brusquedad e incluso subiéndose en una ocasión a una acera para evitar un cruce congestionado.

Trece minutos después estaba ante las puertas del Hilton un poco mareada pero ilesa. Sin darse un respiro atravesó la recepción y se dirigió a los ascensores. Faltaban dos minutos cuando las puertas del ascensor se cerraron tras ella. Mientras le decía al ascensorista su destino Marina se recompuso su pelo y su ropa frente al espejo.

Con un leve carraspeo el ascensorista le insinuó que habían llegado. Salió al pasillo y llegó a la habitación 232 jadeante. Levantó la mano para llamar a la puerta pero descubrió que ya estaba abierta.

La empujó con suavidad y entró. La habitación estaba a oscuras y alargó la mano buscando el interruptor de la luz. En ese momento una mano la agarró por la muñeca y aparentemente sin esfuerzo se la puso a la espalda.

Asustada Marina intentó resistirse y salir de la habitación, pero la puerta se había cerrado e impotente notó como alguien la empujaba contra la pared y le ataba las muñecas a la espalda en la oscuridad.

Lo siguiente que se le ocurrió fue gritar pidiendo auxilio, pero el agresor con las manos libres le tapó la boca y le cubrió los ojos con un antifaz.

Marina se debatió durante un tiempo que le pareció interminable hasta que se dio cuenta de que toda resistencia era inútil.

Temblando de la cabeza a los pies Marina sintió a través del fino tejido de su vestido como unas manos exploraban su cuerpo. Tras unos segundos el desconocido que la retenía se acercó un poco más dejando que el tranquilizador aroma del perfume de Noel invadiera su nariz.

No hicieron falta más palabras y la emoción y el miedo se transformaron casi inmediatamente en excitación. Cuando un par de manos la cogieron por las muñecas y la arrastraron al centro de la habitación, ella se dejó hacer.

A continuación sintió como las manos de Noel acariciaban sus medias y resbalaban poco a poco hacia arriba recogiendo y levantando la falda de su vestido a su paso. Lentamente sintió como el hombre iba tirando hacia arriba de su vestido sacándoselo por la cabeza hasta dejarlo arrebujado en torno a su muñecas. De nuevo la presencia del hombre se diluyó y se sintió en ese momento más desnuda que nunca. Consciente de que su ropa interior casi transparente apenas cubría su intimidad.

En total oscuridad agudizó sus sentidos, no se oía ningún ruido aparte del apagado rumor del aire acondicionado que enviaba una suave brisa fresca sobre su cuerpo haciendo que se le pusiese la piel de gallina y sus pezones se erizasen.

Se mantuvo en pie, erguida con las manos a la espalda, esperando una voz o una orden que no llegaba.

Noel permanecía sentado en un sofá frente a la mujer, disfrutando, observándola como si fuese una obra de arte. Se fijo en su nariz pequeña, sus labios rojos perfectamente delineados y su pelo largo, negro y espeso derramarse por su cuello y sus hombros blancos y luminosos como la luz de la luna.

El cuerpo de Marina era rotundo, con unos pechos grandes que pugnaban por escapar del suave tejido del sujetador, un vientre liso, unas caderas anchas y unas piernas esbeltas pero un poco cortas que disimulaba con unos tacones de más de diez centímetros.

—Así que soy culona y paticorta. —dijo Marina cruzando los brazos sobre el pecho enfadada.

—También te comparo con una obra de arte… y lo digo sinceramente. —respondió Tito con una sonrisa—¿Por qué coños las mujeres siempre os quedáis con lo malo? Lo que hace bella a una mujer son sus imperfecciones, sobre todo si encajan tan bien en el conjunto como en ti.

—Continúa pelotero.

En silenció se incorporó y se acercó un poco más para poder observar la miríada de pecas y lunares que cubrían todo su cuerpo haciendo contraste con su piel extremadamente pálida. Noel no pudo contenerse más y rozó de nuevo la piel de sus costados bajando por su ombligo y terminando en su ingle acariciando la suave mata de pelo rizado que se adivinaba a través de la fina tela del tanga de Marina.

Marina no pudo evitar soltar un gemido, sentía la presencia de Noel más cerca que nunca y llevada por la excitación entreabrió los labios y ladeó un poco la cabeza invitándole a que la besara. La respuesta no tardó en llegar y notó como algo suave rozaba sus labios. Marina abrió la boca para recibir la lengua del hombre pero fueron tres dedos los que la exploraron profundamente hasta invadir su garganta.

Marina abrió los ojos bajó el antifaz sorprendida mientras trataba de contener las nauseas. Unos instantes después Noel los retiró un poco y Marina comenzó a chuparlos y lamerlos embadurnándolos con abundante saliva que rebosaba de su boca y caía entre sus pechos.

Noel apartó la mano y finalmente la besó. Marina respondió con abandono y se sobresaltó cuando los dedos húmedos de Noel se colaron bajo su tanga acariciando y penetrando su sexo húmedo e hinchado.

Llevada por su instinto comenzó a mover las caderas a la vez que forcejeaba con sus ligaduras. Deseaba colgarse de los hombros de aquel hombre, apretarse contra él, sentir su calidez, sentir su cuerpo envolviéndola.

Noel separó los labios de los suyos y comenzó a recorrer con ellos su cuerpo lamiendo y mordisqueando. Sin dejar de masturbarla bajó las copas del sujetador para poder besar sus pechos y mordisquear su pezones haciendo que el dolor y el placer se fusionasen aumentando su excitación.

Marina no se pudo contener más y soltó un largo gemido. En total silencio Noel se volvió a retirar. Marina desesperada hubiese alargado sus brazos, pero solo pudo dar unos pasos temblorosos en dirección al lugar donde creía que se había ido Noel.

Noel lo esperaba y se apartó en silenció. Cuando Marina pasó por su lado la agarró por la melena y tiró de ella violentamente hasta que la mujer tropezó contra un mueble que no llegó a distinguir. El hombre aprovechó el desconcierto de la mujer para empujar la cabeza de la joven contra la superficie del mueble obligándola a doblarse por la cintura.

Marina sintió la superficie pulida del mueble y el aroma del barniz y la madera vieja invadieron sus fosas nasales mientras Noel le arrancaba su tanga.

Noel no esperó más y la penetró a la vez que estrujaba su culo. Marina sintió como su coño se estremecía de placer mientras se dilataba para acoger el miembro grueso y caliente de su amante. Inconscientemente intentó mover los brazos para colocarse en una postura más cómoda sin darse cuenta de que aun estaba atada.

Ajeno a esto Noel la agarró por las caderas y comenzó a embestirla con movimientos rápidos y secos, penetrando profundamente y golpeando el clítoris de Marina con sus testículos y clavándole los muslos contra los bordes del mueble.

Marina recibía con un gemido cada vez más fuerte con cada nuevo empujón. Sentía como todo su cuerpo hervía de placer y deseo y no podía evitar mover las caderas acompañando las andanadas de Noel.

Estaba a punto de correrse cuando sintió como el hombre la cogía por el pelo levantándola en vilo y se corría en su interior de dos salvajes empujones.

La incómoda postura y el dolor de su cuero cabelludo no le impidieron a marina correrse al sentir el calor de la semilla de Noel inundando su coño. El hombre la mantuvo sujeta en la misma postura mientras los relámpagos de placer se extinguían y cuando creía que la iba a soltar dando por finalizada la sesión de sexo, la obligó a arrodillarse y le metió la polla en la boca.

Marina abrió la boca dócilmente y dejó que el miembro de Noel la invadiese aun recubierto por el semen y sus propios jugos orgásmicos. Sin capacidad para hacer otra cosa se limitó a chupar y lamer la polla de su amante respirando solo cuando él se lo permitía.

Tenía los ojos inundados de lágrimas y le dolía la mandíbula y la garganta de forzarlas para acoger el miembro del hombre, pero seguía sintiéndose tremendamente excitada.

Todavía atada Noel la obligó a levantarse y tras magrear su cuerpo indefenso con lujuria la empujó de nuevo. Durante un segundo se vio levantada en el aire y con alivio sintió un mullido colchón bajo su cuerpo.

Noel no estaba dispuesto a darle una tregua y enseguida sintió como su polla la perforaba de nuevo. Con la cabeza contra el colchón y el culo en pompa le agarró por las muñecas y empezó a penetrarla con fuerza. Marina disfrutaba tanto que ni siquiera se enteró cuando el dedo de él empezó a hurgar en su culo. Gemía y agitaba sus caderas como una loca. El sudor la cubría debido al esfuerzo escurriendo, goteando, haciéndole placenteras cosquillas.

Estaba a punto de correrse de nuevo cuando Noel se separó un instante para cogerse la polla y comenzar a presionar con ella la entrada de su ano. Marina gritó y contrajo el esfínter involuntariamente mientras luchaba inútilmente contra sus ligaduras. Noel no tuvo piedad y siguió presionando hasta que enterró la totalidad de su polla en el fondo de su culo.

Marina mordió las sabanas ahogando un grito de dolor. Todas sus entrañas palpitaban dolorosamente mientras su esfínter se contraía intentando expulsar aquel objeto grueso y ardiente que la asaltaba.

Tras unos dolorosos segundos notó como el brazo de Noel rodeaba su cintura y acariciaba su sexo mientras comenzaba a moverse con suavidad. Marina comenzó a respirar superficialmente lo que unido al placer que comenzaba a sentir de nuevo en su sexo le ayudó a soportar el dolor primero y a acentuar el oscuro placer que comenzaba a sentir en sus entrañas después. En cuestión de segundos el placer se intensificó hasta el punto que los quejidos se transformaron en gemidos y luego en gritos de placer descontrolado cuando se corrió de nuevo. Noel siguió aun empujando unos segundos más acariciando sus medias y sus muslos hasta que no aguanto más y separándose y dando la vuelta a Marina eyaculó sobre sus muslos.

Marina despertó un par de horas después aun atada y con el cuerpo pegajoso de sudor y fluidos, pero cuando abrió los ojos se dio cuenta de que ya no tenía puesto el antifaz y pudo ver el rostro de Noel tan perfecto como lo recordaba observarla sonriendo.

—Eres una mujer encantadora. —dijo él abriendo la boca por primera vez desde que había entrado en la suite y acariciando su pelo con ternura.

Marina no pudo evitar sentir una oleada de placer y agradecimiento y movió su cuerpo dolorido hacia su amante para besarle de nuevo…

—¿Qué tal? —preguntó Tito aunque por el silencio de su compañera ya sabía lo que sentía.

—¡Uff! Muy excitante, pero espero que no le hagas eso a tus amantes.

—En la realidad soy bastante más convencional.

Tito siguió conduciendo con aparente tranquilidad mientras Marina se revolvía incómoda en su asiento como si algo le picase.

Veinte minutos después entraban de nuevo en la ciudad. Como siempre que trabajaban juntos se dirigió a su casa para que luego Marina condujese hasta la suya, quedándose el coche de empresa.

Tito tuvo suerte y encontró un sitio para aparcar casi enfrente de su casa.

—Bueno mañana será otro día. Me encanta trabajar de nuevo contigo.—dijo ella abriendo la puerta.

—Creo que me debes algo.

—¡Ah! Sí. Claro. —respondió ella un poco avergonzada. ¿Si no te importa, podríamos hacerlo en tu casa? En plena calle me da un poco de corte.

—Por su puesto. Pasa. —dijo él abriendo la puerta.

El trayecto en el vetusto ascensor fue el más confuso e incómodo que Marina hizo en su vida. Estaba nerviosa y ansiosa, deseaba a Tito y a la vez se sentía en inferioridad de condiciones ante él, sin maquillaje y con un leve pero inconfundible olor a sudor tras un largo día de trabajo al sol y para colmo Tito parecía disfrutar de su incomodidad.

El ascensor terminó el trayecto y salió tras Tito camino de su apartamento sin poder evitar fijar la mirada en su trasero. Tras abrir la puerta la hizo pasar amablemente y se quedaron en el recibidor mirándose el uno al otro.

Deseando acabar con todo aquello allí mismo, se agachó y metiendo las manos bajo la falda de su vestido tiró de las bragas y las bajó lo más rápido que pudo. Las muy putas se enredaron con las sandalias y estuvo un par de segundos peleando con ellas hasta que consiguió quitárselas con un suspiro de alivio.

Intentando mantener un gesto digno las cogió en una mano y se las tendió a Tito notando como su cara ardía de vergüenza.

Tito las cogió el tanga húmedo y caliente de las manos de Marina y lo olfateó. Marina se ruborizó aun más consciente de el olor mezcla de sudor y sexo que despedían. Tito aspiró el aroma un segundo más y dejando caer al suelo la prenda se abalanzó sobre ella besándola.

Quiso quejarse, sin sus tacones, el maquillaje y un vestido decente se sentía vulnerable, pero aquel hombre con sus labios y su lengua le impidieron decir nada y las manos avanzando por sus costados le hicieron olvidar todo lo demás.

Sin dejar de besarla e inundar su boca con el sabor del chicle de cereza que había estado mascando buena parte de la tarde, las manos de el subieron por su flanco hasta sus brazos inmovilizándoselos por encima de la cabeza.

Tras unos segundos los labios de Tito se despegaron y comenzaron a explorar su cuello y sus hombros hasta llegar a sus axilas. Marina intentó resistirse consciente de que estaban un poco sudadas, pero él sin hacerle daño le sujetó los brazos mientras las recorría con su lengua. Pronto la vergüenza empezó a dar paso a la excitación y no fue capaz de contener un gemido de satisfacción.

Acercándose un poco más el hombre la arrinconó contra la pared dominándola con su estatura y soltándole dos botones del vestido introdujo las manos entre sus piernas. Marina se puso rígida, pero no se lo impidió dejando que con sus dedos el hombre comprobase lo caliente que estaba. El contacto de los dedos con la raja de su sexo la incendió obligándola a soltar un nuevo gemido de placer. Todas las dudas y la vergüenza se evaporaron en un instante mientras se frotaba ansiosa contra esos dedos suaves y experimentados.

Tito se separó obligándola a volver al mundo real. Con una sonrisa tranquilizadora le cogió de la mano y la guio por el pequeño apartamento hasta la habitación. Era bastante grande comparada con el resto del apartamento y estaba decorada con muebles sencillos pero con mucho gusto. En el centro una gran cama cuadrada dominaba la estancia con un cabecero de ébano labrado con motivos tribales. A ambos lados había unas sencillas mesitas y en un lateral había un gran espejo que camuflaba la entrada a un vestidor.

Marina no pudo evitar echar un vistazo a su cara arrebolada y a su pelo enmarañado. Tito se acercó por detrás y le abrazó por la cintura soltando el cinturón y desabrochando el vestido dejándola desnuda salvo por el sujetador.

Observó con desasosiego la forma en que destacaba la blancura de su tez en comparación con el cuerpo potente y moreno de él. Parecía una estatua de alabastro, fría e inanimada. El hombre le besó el hombro y le quitó el sujetador dejándola totalmente desnuda. La contempló a través del espejo, recorriendo con sus dedos las finas venas azules de su vientre y sus pechos que se transparentaban a través de la pálida piel.

Con el deseo de toda una tarde acumulado Marina entrelazó las manos con las de él y se las llevó a la rala mata de pelo negro que cubría su pubis. Tito le dejó hacer y la acompañó en sus caricias mientras pegaba su cuerpo contra ella para que fuese consciente de su erección.

Unos instantes después se dio la vuelta y desnudó a Tito admirando su cuerpo duro, con los músculos definidos y la piel suave y morena. Acercó las manos a sus ingles y mirándole a los ojos acarició su polla grande y rosada haciendo que se irguiese totalmente al sentir el calor de las manos de Marina.

—Veo que también has tenido tiempo de hacer ejercicio. —dijo ella mientras él la cogía en brazos y la depositaba en la cama.

Marina se tumbó y abrió ligeramente las piernas, pero Tito se limitó a tumbarse a su lado y a acariciar su piel pecosa.

—Me encanta tu piel, es como mirar el firmamento.

—¿Ah sí? —preguntó ella escéptica.

—Me encanta buscar las constelaciones. —dijo arañando su piel.— Aquí está la osa mayor… y Hércules —dijo uniendo los lunares con los rastros rojos que dejaban sus uñas en la delicada piel de Marina.

—Que interesante. —dijo ella sintiendo rastros de fuego allí por donde pasaban las uñas de Tito.

—Además han servido durante siglos para orientar a los navegantes. Ves, si coges la cruz del sur —dijo haciendo dos nuevos arañazos en el vientre de Marina— y prolongas cuatro veces u eje mayor llegas a…

Marina sintió un sobresalto al sentir los labios de Tito sobre su sexo. Un calor abrasador se hizo dueño de su bajo vientre extendiéndose por todo su cuerpo en una oleada de placer. Marina abrió sus piernas abriendo su sexo enrojecido y tumefacto por el deseo. Dejando que la lengua de él repasase la raja de su sexo y acariciase su clítoris y la entrada de su coño cada vez más húmedo y anhelante.

Estaba a punto de gritarle que le follase de una puñetera vez cuando Tito se colocó encima y la penetró con movimientos lentos y profundos. La polla del hombre se abrió paso en su coño colmándole de placer. Marina gimió y apoyo las manos contra sus pectorales separándole lo justo para ver como aquel instrumento de placer entraba y salía de su cuerpo una y otra vez sin descanso.

El orgasmo llegó intenso, apresurado, casi doloroso después de que aquel hombre le hubiese estado haciendo el amor todo el día por todos los medios a su alcance. Tito acompañó los estremecimientos y agónicos jadeos de ella con movimientos lentos y circulares de su polla prolongando su placer.

Con las últimas oleadas de placer Tito la levantó y la puso de pie frente al espejo poniéndose de nuevo a sus espaldas. La cogió por las caderas y volvió a penetrarla de nuevo. Marina apoyó sus manos contra el espejo y separó las piernas mientras Tito la penetraba con fuerza obligándola a ponerse de puntillas para no perder contacto con el suelo.

En un minuto estaba gimiendo y jadeando, sorprendida de estar de nuevo excitada y avergonzándose de su avidez. Con un nuevo impulso la empujó contra el espejo. Marina se sintió aprisionada entre el frío del espejo y el calor de Tito que la follaba cada vez con más intensidad hincando los dedos en su culo y sus muslos.

Tito no pudo aguantar más y con un último empujón que la levantó en vilo descargó su leche ardiente dentro de ella. Tras unos segundos Marina se separó con el semen corriendo por el interior de sus muslos pero aun sedienta de sexo.

Cogiéndole la polla le obligó a sentarse en la cama y arrodillándose se la metió en la boca, chupándola y lamiéndola mientras él gemía y acariciaba su negra melena. Poco a poco la polla de Tito volvió a estar dura como una piedra. Con un último lametazo se incorporó y se sentó sobre él, restregando su sexo a la vez que le golpeaba la cara con los pechos.

Un segundo después tenía de nuevo el miembro de Tito dentro de ella. Abandonándose al placer se colgó de su cuello y comenzó a subir y bajar sus caderas tan rápido como podía disfrutando de la sensación de sentirse empalada por el miembro del hombre a la vez que él acariciaba su culo estrujaba sus pechos y los chupaba y mordisqueaba con fuerza.

La cabeza le daba vueltas cuando Tito la cogió en el aire y agarrándola por las caderas siguió penetrándola como un poseído hasta correrse de nuevo en su interior. Esta vez el calor de la semilla de su amante fue el detonante para un nuevo y brutal orgasmo. Paralizada por el placer sus brazos se soltaron del cuello de Tito dejando que su cuerpo se cayese hacia atrás mientras Tito, sujetándola por la cintura descargaba en su interior los últimos restos de su corrida.

Tras unos segundos se separaron y se tumbaron en la cama exhaustos. Dormitaron un buen rato abrazados hasta que Marina se levantó y comenzó a vestirse. Se sentía cansada y satisfecha pero a la vez no sabía que decir a aquel hombre.

Tito se despertó y poniendo las manos bajo la cabeza la observó vestirse con una sonrisa en los labios.

No sabía muy bien qué decir ni qué hacer, finalmente se puso las sandalias y se acercó para darle un beso rápido intentando ignorar la cara divertida de Tito.

—Mañana paso a buscarte a las siete y media.

—De acuerdo, pero no te olvides de que las bragas son mías. Ni se te ocurra llevártelas. —replicó Tito riendo.

FIN

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