En la casa de mi suegro no había mas lugar para dormir, así que compartir la cama con mi mujer y mi cuñada. Esa noche fue una completa locura

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Eran las 11:00 de la noche cuando llegamos del viaje más largo de nuestras vidas. Mi mujer y yo veníamos de EE.UU. a pasar las vacaciones con nuestra familia. Bueno, concretamente con SU familia. De hecho, nos acogerían en su casa. Al llegar nos encontramos con la desagradable sorpresa de que la casa se nos quedaba pequeña, pues entre mis suegros y mis cuñados había déficit de camas para alojarnos esa noche. Mañana le daríamos solución, pero por el momento tendría que compartir habitación con mi mujer y su hermana pequeña, de 19 años. No era para tanto, juntaríamos dos camas y mi mujer dormiría en medio. Sobra decir el morbo que me causaba dormir cerca de mi cuñada, tan parecida a mi mujer pero más generosa en sus encantos. Para colmo, y debido al calor que hacía, aquella noche había escogido como pijama un conjunto que realzaba dichos encantos y dejaba poco para la imaginación.

Tras acomodarnos y pertrecharnos nuestros pijamas, dimos por concluido aquel día y nos dispusimos a irnos a dormir. Acomodado en el lado derecho de las dos camas, le di un beso de buenas noches a mi mujer, me despedí de mi cuñada y apagamos las luces.

Estábamos exhaustos, de modo que nos dormimos enseguida. Sin embargo, no se cuánto tiempo pasó, me desperté en mitad de la noche con ganas de mear. Procurando no hacer ruido, me levanté con cuidado, aunque el sonido de los ronquidos de mi mujer y mi cuñada amortiguaban cualquier ruido que yo pudiera hacer. Cuando salí del baño y volví a la habitación me encontré con un panorama complicado. Mi mujer, de manera inconsciente y aprovechando que el lado derecho de la cama se había quedado libre, se había estirado ocupando mi sitio, dejando libre el sitio en el medio. Debido a la somnolencia, no le di demasiada importancia, y con la buena intención de no despertar a nadie, me deslicé en medio de las dos, entre mi mujer y mi cuñada, que seguían profundamente dormidas.

A pesar de todo, no se me escapaba el detalle de que en aquel momento mi cuñada estaba a mi lado, dándome la espalda, pero rozándome con su culo en mi cadera, y desprendiendo un embriagador aroma que me producía cierta conmoción. Con esta sensación caí dormido. No obstante, me resultó inevitable tener un sueño subido de tono con mi cuñada como protagonista, y no tardaría demasiado tiempo hasta que despertara, con una erección importante, con ganas de despertar a mi mujer.

Olvidando momentáneamente el cambio de lugar que había realizado con mi mujer antes, pensé que ella quedaba todavía a mi izquierda, de modo que extendí mi mano por encima de mi cuñada para abrazar a quien creía mi mujer. Por unos instantes ella siguió dormida, pero cuando mi mano buscó más allá de su brazo y dio alcance a una de sus tetas, no se despertó con un suspiró de sorpresa. No le di importancia, seguía creyendo que se trataba de mi mujer e imaginé que enseguida entendería la situación y mis intenciones.

No fue hasta que mi mano bajó por su barriga hasta el pliegue de su pijama y comenzó a subir acariciando su piel hasta volver a dar alcance a su teta derecha y, posteriormente a su suave pezón, que no caí en la cuenta de mi equivocación. Esa teta que estaba acariciando era más voluptuosa que la de mi mujer.

En aquel momento creí que me iba a dar un infarto, se trataba de mi cuñada. Mi mano estaba apretando su teta izquierda y desde ahí podía notar lo desbocado de sus pulsaciones. En ese momento estuve a punto de batirme en retirada, pero entonces comprendí que ella no había mostrado ningún tipo de resistencia hasta ese momento. Aunque imagino que asustada y sin comprender nada, estaba tan interesada como yo en descubrir cómo podía terminar aquello.

A nuestro lado, los ronquidos de mi mujer seguían sonando, por lo que me armé de valor y seguí masajeándole la teta. Mi cara quedaba a escasos centímetros de su nuca, y su pelo acariciaba mi nariz, embriagándome con su fragancia.

Ella seguía totalmente quieta, dándome permiso para continuar y expectante con lo que me iba a atrever a hacer. Me arrimé un poco más hasta tener la audacia de hacer contacto con mi abultada erección entre sus nalgas.

Cuando encajé mi miembro aprisionado entre dichas nalgas, volví a notar ese grito ahogado y como levantaba la cabeza. Aunque yo no pudiera verlo, seguramente estaba abriendo la boca de la impresión. Cabía la posibilidad de que mi cuñada fuera totalmente inexperta.

Seguí masajeándole el pezón mientras movía ligeramente las caderas para que notara la presión de mi miembro. Al rato estaba claro que era hora de pasar a mayores.

En vista de la poca predisposición de mi cuñada por tomar algún tipo de iniciativa, deslicé mi mano de nuevo por su piel hasta liberarla de la camiseta de su pijama y la llevé hasta su mano. La agarré, estaba sudada, y la guié por detrás de su espalda. Ella había comprendido mi intención y se dejó guiar sumisa. Mi mano la llevó hasta mi paquete y ahí la solté, dejando que fuera ella la que abriera la mano y lo abarcara a placer.

-Dios…- dijo en un susurro casi inaudible, y más considerando los ronquidos de mi mujer, a nuestro lado.

Empezó a frotar mi paquete como podía, teniendo su brazo derecho extendido por su espalda. Aproveché el momento para volver a extender mi mano sobre ella, pero en esta ocasión mi objetivo se encontraba por debajo de su ombligo.  Su pijama de tela fina tenía una goma muy fácil de sortear. Mis manos se deslizaron y llegaron sin problemas a sus bragas. Su temblor se hizo más evidente.

-Oh, dios… Oh, dios…- volvió a susurrar, de manera casi inaudible. Mi mano se extendía sobre sus braguitas. Ella, como pidiendo, o suplicando que actuara de cierta manera, fue levantando lentamente su pierna derecha. Siguiendo mi ejemplo, ella deslizó sus manos por debajo de mi pijama.

Su respiración entrecontada se hizo más notoria mientras mi dedo corazón recorría sus bragas de arriba abajo, y su mano abarcaba mi miembrio, apretándolo y frotándolo.

De pronto ella tomó la iniciativa y aquello subió de nivel sin que yo hubiera reparado en que podía ocrurrir. Cogió el pliegue de mis calzoncillos y tiró para abajo, haciendo rebotar sobre sus nalgas mi erecta polla.

-Dios mío ¿qué estoy haciendo?- susurró para sí misma.

La cogió con ansia. No lo dudé y mi mano se deslizó por debajo de sus bragas. Hice contacto enseguida con su bello público, tenía sus labios ardiendo. Levantó un poco más su pierna derecha. Sus jadeos se hicieron más evidentes cuando con mi dedo índice y anular le  sepaé los labios y con el corazón comencé a acariciarle el clítoris.

Aquello era una locura en la que nos habíamos embarcado mi cuñada y yo por la más pura inercia, con la inconsciencia suficiente como para improvisarlo teniendo a mi mujer, su hermana, a nuestro lado, pero con el silencio suficiente como para que ella siguiera roncando.

Sus piernas temblaron y se tensaron momentáneamente, se había corrido. Bajó la pierna y soltó mi polla, parecía que ahí iba a terminar todo. Pero entonces, y llevado por la locura del momento, decidí tentar a la suerte y llegar al último nivel.

Con la mano que tenía libre, intenté bajarte los pantalones del pijama. Ella lo pilló al momento y se los agarró con fuerza, oponiendo resistencia. Me detuve, pero entonces me percaté que ella también lo hacía, cavilando para sus adentros. Una batalla feroz, llena de dudas, le corrían por la mente mientras se abarraba los pantalones.

Pero de pronto, y seguramente llevada por el mismo tipo de locura que yo, lentamente se soltó los pantalones y levantó un poco la cadera, dándome via libre para seguir bajándoselos hasta sus rodillas. Acompañado por los ronquidos de mi mujer, volví a subir la mano hasta la cintura de mi cuñada, le cogí la goma de sus braguitas y también la deslicé por sus piernas. Mi polla hizo en aquel memento contacto con la piel de sus nalgas, calientes como el fuego de un volcán.

-Madre mía, que no se despierte, por favor- Susurró. No me lo había dicho a mñi, se lo estaba diciendo a sí misma.

Con los pantalones de su pijama y sus bragas por las rodillas, volvió a levantar su pierna por última vez. Y con respiración ahogada por la emoción, arqueó la espalda para poner su culo respingón, acercando su entrada triunfal lo más posible al objeto de sus deseos en aquel momento.

Mi polla se deslizó por debajo de sus nalgas y, a tientas en la oscuridad y guiada por mi mano, busqué el modo de superar el último nivel de aquel episodio demencial y, a la vez tremendamente excitante.

Lo encontré. Estaba ardiendo. La dejé ahí y mi mano se posó sobre su cadera.

-¿Lo hago?- Le susurré.

En esa ocasión no habló, pero vi como asentía desde su espalda.

Empujé con mis caderas y mi polla se abríó paso dentro de ella con facilidad. Cerró su mano en un puño y volvió a levantar la cabeza, posiblemente abriendo la boca de nuevo.

Entre mi mujer y mi cuñada, con la parte de debajo de nuestros pijamas, mío y de mi culada, por las rodillas y su pierna derecha levantada, le hundí mi polla de hasta el fondo. Así estuvimos durante varios segundo, aguantando la tensión del momento.

Luego me retiré levemente hasta que mi polla estaba a punto de salir de su coño y volví a hundírsela. Volvió a abrir la boca y a temblar.

-Cielo santo… Me voy a morir del gusto…- susurró entre jadeos.

Mi mano fue de su cadera, subiendo por su piel y deslizándose por debajo de su camiseta una vez más, hasta su teta.

Con cuidado y en silencio, sellamos ese rapto de locura momentánea e improvisada con un vaivén de movimientos de caderas mientras mi polla entraba y salía del coño de mi cuñada con facilidad.

Invadida por la pasión, cogió mi mano de su teta derecha y se la llevó a la boca. Comenzó a chuparme uno de mis dedos mientras movía su cadera al compás de la mía.

Cuando alcancé el clímax la saqué y me corrí con fuerza sobre su cadera.

Lo que siguió después se hizo en completo silencio. Ella se limpió con un clínex que tenía en su mesilla y me pasó otro a mí. Se subió sus bragas y sus pantalones y yo hice lo propio. Mi mujer seguía dormida, ajena a todo aquello cuando los dos nos dormimos para no volver a comentar ese episodio jamás en la vida.

En adelante supimos actuar como si aquello nunca hubiera pasado. Había sido un episodio momentáneo de locura que mantendríamos en la recamara de nuestros recuerdo.

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