En mi nuevo trabajo conozco a una chica muy apasionada que me enseña muchas cosas

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Después de los eventos ocurridos en la carretera, quedé en un momento muy frágil de mi vida. Me alejé de mis padres, de mi hija y busqué un nuevo trabajo. Simplemente ya no quería hacer nada relacionado a mi antigua vida y sólo quería recuperarme del impacto tan fuerte que recibí en aquellas vacaciones. Mis amigas, una a una, se fueron alejando de mí, hasta que finalmente me quedé sola casi por completo.

La vida es demasiado extraña. Quise salir de ella un par de veces, pero por diferentes, me encuentro aún entre los habitantes de este mundo. Tuve que aceptar mi trabajo recién obtenido de profesora de matemáticas en una escuela privada y darme la oportunidad de ser una persona más en este pequeño y mágico país. Al final, tuve suerte, creo yo.

Fue en esa escuela que tuve oportunidad de darle clases a una chiquilla llamada María Fernanda. Debía tener doce o trece años, pero escribía como una excelente escritora del viejo canon. Era talentosa en extremo, pero no era muy buena en mi materia y por esa razón tenía la visita semanal de alguno de sus padres.

Fue la semana en que no pudo ir ninguno de los dos en que sentí el primer nuevo impulso para mejorar mi vida. En esa semana fue su hermana, una preciosa joven de cabello café claro, bastante blanca, delgada y ropa holgada de estilo oriental. Subió por las escaleras hasta el tercer piso y entró a mi salón de clases. Se sentó en la silla que usualmente ocupaba alguno de sus padres y me habló. No entendí su primera frase, me quedé mirando sus ojos verdes (y luego sus senos bajo aquella blusa de tirantes sin sostén).

– Gusto en conocerte- Respondí.

– Mamá me dijo que debía hablar contigo sobre el estado de mi hermana, así que, ¿qué ha pasado con ella en esta semana?

Le expliqué rápidamente que había mejorado gracias a algunas técnicas que habíamos hablado anteriormente y que todavía era bastante temprano para saber si estaba mejorando realmente hasta que llegase la época de exámenes.

– Yo les dije que no sabían estar hostigando a la maestra cada semana, pero no me hicieron caso. Por lo menos dime que crees que está mejorando.

– Creo que lo hace, sí, pero igual debe poner esfuerzo en seguir.

Luego hablamos de las tareas y otros asuntos, pero eso no importan en un sitio como este. Lo que de verdad importa es lo erótico o lo morboso, y en este caso será sólo lo primero. No sé si soy la única que puede detener el tiempo y tener una fantasía sexual completa a mitad de una conversación. En este caso imaginé mi barbilla en discretas tetas, mis manos adentrándose en su cabello y sujetándola mientras nos besamos, y nuestras piernas entrelazándose para darnos un tierno beso con nuestras vulvas.

Creo que me sonrojé o algo parecido, porque ella también lo hizo. O tal vez fue que por un momento sólo miré sus labios antes de regresar a la realidad. Ella me miró con tranquilidad, pero también estaba un poco acalorada.

– ¿Qué edad tienes? – pregunté sin recordar cual fue su ultimo comentario.

– 25 – respondió – ¿Por qué?

Yo también me lo pregunté. La verdad es que sólo lo dije por curiosidad pasional. Tenía muchas ganas de conocerla, pero en ese momento necesitaba una razón verdadera para esa pregunta.

– Pues tú eres más joven que tus padres. Tú mejor que ellos sabes lo que es enfrentarse a la escuela y a los profesores. Podrías ayudar a María Fernanda o confiar en ella como ella quiere que hagan.

No sé si esquivé bien la bala, pero ella sonrió con timidez. Fue algo muy tierno.

– De acuerdo. Entonces… trataré de que confíen en ti y en ella.

– De preferencia sólo en ella.

Volvió a sonreír y se puso de pie. Yo también lo hice. Tenía muchas ganas de tomarla de la mano y besarla. Si se acostaba sobre el escritorio sería fácil recorrer todo su cuerpo con mis labios.

– Me llamo Samantha. – dijo.

– Janine. Puedes decirme Janiss.

Me sonrió otra vez. Me dio la mano para estrechársela brevemente.

– Espero que nos volvamos a ver pronto, Janiss.

Se despidió con un beso en la mejilla. En México, al igual que en otros cuantos países de Latinoamérica, la gente suele saludarse simulando darse un beso, pero en este caso, ella realmente me lo dio. No fue el típico golpe de mi cachete con el suyo, fue el contacto de sus labios conmigo.

Me mojé muchísimo.

Después de ese día hice un esfuerzo por mejorar mi animo general. Una corta conversación puede tener un impacto gigante en la persona indicada. Ni siquiera fue una conversación compleja. Practicmanete nos saludamos y hablamos de cosas académicas, nada sorprendente en realidad. Igual fue suficiente para que comenzara a sonreír de nuevo. Salí con unos amigos en varias ocasiones y me empecé a imponer rutinas adecuadas para sentirme feliz en breves momentos.

Fue en una de esas salidas con amigos que terminé notando la mayor de mis mejorías. En la fila para comprar palomitas empecé a mirar a una muchacha y a hacerle ojitos. Ella se sonrojó y trataba de evitar mi mirada, pero sonreía cada que me descubría viéndola. Ese corto juego ayudó bastante a mi mermada confianza.

Pero fue al salir de la sala del cine que ocurrió algo aún mejor.

Mis amigos se fueron cada uno por su lado y como yo no tenía un auto propio, me acerqué a la avenida con la intención de esperar un taxi. Me di cuenta de que el viento frio empezaba a encrudecer y cada vez había menos personas en la calle. Ni siquiera quería saber la hora, sólo esperaba que pasara uno de los característicos autos amarillos de mi ciudad, pero no parecía haber planes de ello.

– Hola, maestra – alguien me habló por detrás.

Me di la vuelta y me encontré con Samantha.

– Oh, hola. – la saludé de beso esperando recibir un beso similar al de nuestro anterior saludo. No ocurrió, aunque creo que fue porque ninguna de las dos se sentía especialmente cariñosa. – ¿Qué haces aquí?

– Acabo de salir del cine e iba hacia mi carro. Y, ¿tú?

– Espero un taxi.

– Mejor ven conmigo. Puedo llevarte y así ahorrarás un poquito.

– No quiero ser una molestia.

– No lo serás. Vamos.

Me llevó a su auto, un Chevy modesto y subimos. Le indiqué en donde se encontraba mi casa y empezó a avanzar con total seguridad. Me quedé en silencio por un breve momento. Trataba de aclimarme a la temperatura del auto.

– ¿y qué película viste?

La verdad no recuerdo cual había ido a ver. Le dije cual y sólo recuerdo que respondió:

– ¿y está buena?

– Está bonita. – No tanto como tú, pensaba decirle.

Volvimos a quedar en silencio, pero esta vez porque no teníamos de qué hablar. De todas formas, traté de forzar la situación.

– Por alguna razón no creía que tendrías un carro.

– ¿por qué no?

– Pues porque… no sé… – no quería decir que se veía muy hippie.

– ¿Es porque me visto cómo hippie?

– Jajaja, sí… lo siento.

Me gustaba verla sonreír. Era muy linda.

– ¿y qué haces normalmente, aparte de dar clases?

Por un momento quise decir “soy escritora erótica” para escucharme más interesante, pero hay quienes son mejores o por lo menos más constantes. Además, si me preguntaba, tendría que responder que mis textos son el testimonio de la relación incestuosa que me dio una hija.

– No mucho. Eh, a veces salgo con mi niña a pasear o cosas por el estilo.

– Oh.

No dijo nada más. Noté que se sentía avergonzada.

– ¿y te llevas bien con tu…?

– ¿con mi hija?

– No… hablo de su padre.

Me di cuenta de que estábamos por llegar. Le pedí que diera vuelta en la esquina de la calle de mi mamá.

– No me llevo bien con él. No te preocupes.

– ¿por qué no me debería preocupar?

Estábamos muy cerca. No dejaba de mirarla. Se veía un poco decepcionada. Cuando frenó en la casa que le señalé, me le acerqué. Nos miramos por un breve instante y la besé en los labios. Un beso simple, bonito, pero cargado de muchas pasiones. De nuevo, mi entrepierna estaba empapada.

– Sólo… no te preocupes.

De nuevo nos besamos, pero esta vez fue ella la que empezó. Nos comíamos con los ojos cerrados, sintiendo las caricias de la otra con el borde de los labios. Su aliento era como una cuerda que me jalaba hacia ella y me hacía querer lanzármele y desnudarla. Mi cuerpo ya estaba reaccionando al contacto; el corazón latía con demasiada fuerza y mi vagina estaba empapando mis bragas. Mis pulmones golpeaban con demasiada fuerza y me obligaban a querer absorber más aire. Eso me obligaba a querer besarla más: cada vez que abría la boca para obtener aire, ella se juntaba más a mí. Una de sus manos me tocó la mejilla y creo que tuve algo así como un microorgasmo por sentir su toque.

Finalmente, nos separamos. Nos miramos por un instante gobernado por los latidos de nuestros corazones y nos reímos.

– Espero que no sea una forma de soborno para que tu hermana tengas buenas calificaciones. – dije, mirándole los senos, esta vez cubiertos por una delgada blusa holgada verde.

– No lo es, pero si quieres puedes ponerle un numero alto.

Tuve que irme. Mi padre miraba por la ventana de la casa para ver quien se había estacionado afuera de la casa. Tuve que irme sin volverla a besarla. Ver su carro yéndose me hizo suspirar como no había hecho en mucho tiempo. Mi madre incluso me dijo “¿estás enamorada o qué te pasa?”, y mi padre miró a otro lado, como si estuviera celoso.

Pasaron los días en mi trabajo y sentía que mi animo mejoraba bastante. Le pedí el numero de Samantha a su hermana María Fernanda, pero no me sentía capaz de enviarle un mensaje todavía. Pero el hecho de haber dado ese paso era un avance bastante grande si se consideraba que algunos días atrás no quería ni ver el interior de mis propios parpados.

Los rituales durante la depresión son muy importantes. Al ponerse pequeñas metas, uno puede sentir que cumple con un objetivo y así evita pensar en cosas no dignas. Yo tenía la meta de que cada jueves debía ir por un helado a una plaza comercial cercana a la escuela. Así que el siguiente jueves, lo hice. Iba a pie cuando un auto empezó a ir lento junto a mí. Me puse nerviosa, pero al ver a la conductora me relajé por completo.

– Hola, maestra – Me dijo.

– Hola, Samantha. Qué milagro.

– No, tú eres un milagro.

Me pidió que me subiera y se incorporó a su carril correspondiente.

– ¿A dónde vas?- preguntó.

– Voy por un helado la plaza. ¿Quieres acompañarme?

– Yo pensaba en ir al cine. ¿No sería mejor si me acompañas? Te compraré un helado.

– Por supuesto.

Siguió avanzando y justo cuando estábamos por entrar al estacionamiento, recordó que había olvidado su dinero.

– ¿No te importaría acompañarme a mi departamento por él, o sí?

– Claro que no. Vamos.

Condujo hacia un edificio de departamentos y subimos al tercer piso. Abrió la puerta y me dejó entrar. El lugar era muy sencillo, había un sillón, una televisión arriba de un mueble golpeado y un librero delgado. Todo tenía una sencillez bastante cómoda, como si no necesitase nada más. Y, a pesar de ser un lugar muy pequeño, la falta de muebles le daba una sensación de soltura.

– Es un lugar bonito – le dije.

Ella fue hacia el fondo, a lo que parecía ser uno de dos apretados dormitorios y desapareció tras la puerta. Me dirigí hacia la cocina y observé una serie de vasos de colección en un estante. Salió después de uno o dos minutos con una cartera en la mano, pero se detuvo al verme en la cocina.

– ¿y sí mejor nos quedamos? – preguntó. – Hace calor afuera y aquí tengo Netflix y… – No continuó hablando porque me acerqué a ella demasiado. Me miró a los ojos como si yo significara todo para ella. Nos acercamos a la vez. Nuestros labios se tocaron de la misma forma que se verifica la temperatura de una piscina, primero la punta del pie; pequeños toque y caricias con nuestros labios, y luego nos envolvíamos con las manos al fundirnos en un beso largo y apasionado. Mis manos pasaron por debajo de su blusa para tocarle la cintura y la espalda. Sentir su piel me provocaba más, quería besarla con más fuerza, asimilarla, absorverla. La presionaba contra mí con mucha fuerza, pero ella no parecía resistirse. Al contrario, se juntaba más a mí, y hundía sus manos en mi cabello para seguirla comiendo. Sus senos se unían con los míos y, aunque en cirsunstancias normales eso significaba algo doloroso, en este momento era algo placentero. Era la pisca de excitación que necesitábamos. – ¿Entonces no usaremos Netflix?

Reímos brevemente antes de besarnos otra vez. Pero no duró mucho, porque me tomó de la mano y fuimos hacia su cama. Su habitación era tan simple como el resto del departamento, con la diferencia de que ahí sí había una pequeña multitud de objetos electrónicos que podrían encontrarse en cualquier habitación de una persona de su edad. Su cama, destendida, me hizo tener una extraña sensación de intimidad que no había sentido desde la primera vez con mi padre. La diferencia era que ahora yo estaba completamente consciente y muy, muy excitada.

Se me acercó y mientras me besaba, me desabotonaba la blusa que solía usar al dar clases. Como buena seguidora del anime, tenía la fantasía de verme como una profesora sexy de alguna serie japonesa. Me la quitó y levanté su pequeña camiseta. No había notado que era más alta que yo por muy pocos centímetros, pero con los brazos arriba me dio una extraña sensación inmensidad. Quería que me tomara, que me levantara y que me pusiera contra el colchón mientras me besaba. Antes ya había estado con mujeres, pero siempre con una extraña barrera, algo que dejaba claro que por más cerca que estuviésemos, seguíamos alejadas. Ahora no. Yo quería estar con ella, tan cerca como fuese posible. Me encantaba su sonrisa tímida mientras tocaba los tirantes de mi bra en busca de quitármelo.

– Eres hermosa – me dijo. Y así me dejó claro que no existía la distancia que hubo entre otras chicas y yo.

– Si tú me consideras hermosa, imagínate cómo siento que te ves. Eres aun más bonita que yo.

Me envolvió en sus brazos y siguió besándome, esta vez con nuestros pechos tocándose desnudos. Pasaba su mano por encima, acariciándomelos y provocándome más humedad en mis calzones.

– ¿has estado con chicas antes? – preguntó.

– Con algunas, sí. – respondí suspirando por sus caricias.

Llegó a mi pezón con el dedo, y con una caricia en la aréola, me hizo gemir con un poco de fuerza.

– ¿y tú?

Se sonrojó.

– Nunca he pasado de los besos. No sé qué hacer ahora.

Mi respiración estaba a mil. Sus caricias me estaban haciendo enloquecer y apenas podía pensar en una solución. Tomé su cara con mis manos y le di un largo beso de nuevo. Me soltó el pezón, pero ya era el momento de superar esa fase.

– Entonces yo te enseño.

La seguí besando. Sentía que sus caricias aumentaban de velocidad y su temperatura aumentaba. Quería comérmela, la devoraba con la boca y la unía a mí tanto como fuese posible.

Llevé mis manos al botón de su pantalón y lo abrí sin problemas. La tomé de los hombros y la empujé hacia su cama. Me recosté sobre ella, atrapándola como a una presa, y la volví a atacar con mis labios. Ella empezó a bajarse los pantalones, pero yo no esperé tanto. Le metí la mano. Buscaba algo suave, tierno y húmedo. Por su gemido casi violento, comprendí que había alcanzado su clítoris por accidente. Con el dedo índice y anular separé sus labios y usé el medio para tocar sus labios menores.

Miró hacia arriba y cerró los ojos. Su respiración era bastante violenta. Gemía mucho. Apoyándome sobre el codo, bajé un poco y la besé de nuevo. Por los gemidos, tenía la boca bien abierta, y yo aproveché para meterle la lengua sin problemas. Hasta ese momento, mis dedos no habían ido tan rápido, pero empecé a acariciarle la vulva completa conforme metía y sacaba mi lengua de su boca.

– Espera- logró decir entre su respiración agitada. Tenía los ojos en blanco. – Métemelos.

Metí el dedo medio en su vagina. Cada centímetro, cada milímetro, mejor dicho, que avancé, hizo que ella gritara. Algunas personas creen que el sexo lésbico es como masturbarse, que cualquier cosa es como tocarse a una misma porque es un cuerpo idéntico. Pero sentir que alguien más busca dar placer, es mejor que cualquier otra cosa. Mi dedo era extraño para ella, y por eso su espalda se curveó y gritó con mucho placer con sólo introducirlo un poco. Lo hice varias veces, lo metí y saqué con lentitud para sentir su interior. Quería probar su humedad. Quería untar sus pezones con su lubricación y luego lamerlos. Pero tenía que resistir. Tenía que atraparla y luego me saciaría con ella.

Deslicé mi dedo una vez más, y lo saqué. Acaricié su vulva hasta el capuchón del clítoris y empecé a hacer movimientos circulares. En ese momento ya no la besaba, sólo me deleitaba con sus expresiones enloquecidas. Me encantaba esa confianza que me permitía tenerla a mi merced. Ella, de alguna forma tácita, me había dado permiso de hacerle cualquier cosa.

Me incorporé y terminé de retirarle los pantalones y las bragas. Su aroma me enloquecía. El pelo de su pubis era oscuro, aunque con tonos dorados como el de sus cejas, pero más rizados. Empecé a besarle los labios, luego el mentón, el cuello, una de sus tetas, su ombligo y finalmente me abrí paso entre sus piernas. Su olor era embriagante, caliente. Era la pasión misma. El primer contacto de mi lengua inició en la zona de su vagina, ascendió y terminó en su clítoris. Lanzó un chillido de placer. Ella me miraba, alzando la cabeza. Acomodó una almohada para verme. Le lancé una mirada picara y volví a pasar mi lengua entre sus labios, una y otra vez. Fueron varias pasadas hasta que me sujetó por detrás del cabello y restregó mi cara con hermosa raja. Succioné, chupé, acaricié y exploré. Ella gritaba y gemía. A veces decía cosas incoherentes y en otras sólo ponía sus ojos en blanco y se retorcía. Había mucha humedad, más que antes. Eran sus fluidos combinados con mi saliva. Me manchaban la barbilla y la nariz, pero me encantaba. Seguramente mi coño ya estaba desbordándose de tanto liquido que me producía estar comiéndole el suyo.

Entonces se retorció con más fuerza. Gritó aun más que antes y luego ahogó el grito por mantener la boca tan abierta. Se sujetó las tetas por esos breves segundos e inmediatamente se relajó.

Normalmente, con hombres, al notar sus orgasmos, es señal de que todo terminó, pero con chicas, es señal de que es necesario más. Así que me levanté, me puse de pie y me quité los pantalones también. Pude verla de cuerpo completo. Su cuerpo desnudo eran un hermoso espectáculo. Era bastante pálida, delgada, con caderas curveadas y tetas pequeñas y discretas. Su rostro se había relajado por haberse venido y su cabello se había alborotado bastante. Noté que le temblaban las piernas.

– Quiero más, profa Janine. – dijo entre jadeos.

– Espero que esto no sea para asegurar mejores calificaciones.

Sonrió divertida.

– ¿En serio? No me molestaría hacerlo hasta que pase con diez mi hermana.

Subí a la cama. Abrí sus piernas y me recosté sobre ella para juntar nuestros cuerpos. Nos besamos mientras nuestras tetas se tocaban. Nuestros vientres se acariciaban mutuamente y los pubis se frotaban. Pero me levanté de nuevo, y empecé a juntar mi vulva con la suya. No había contacto directo, pero se sentía bastante bien. Abrí una pierna para quedar juntarlas, y empecé a rozarnos mutuamente. Nuestros clítoris se encontraron y me hicieron sentir como si fuese a salir disparada hacia el espacio. Estaba tan excitada y alterada, que me vine apenas la toqué.

– ¿estás bien? – Samantha tenía una cara de preocupación.

– No podría estar mejor.

Seguí moviendo mi cadera. En varias ocasiones ya me había frotado con almohadas, pero hacerlo con una mujer es algo imperdible. Incluso si son heteros, les recomiendo hacerlo, chicas.

– Estás muy mojada – dijo.

Claro que estaba mojada. El placer iba en aumento. Me movía tan rápido como me era posible, y gemía bastante. Ella también lo hacía, y eso me provocaba aun más excitación. Adoraba su expresión preorgasmica. Era como ver una flor abrirse. Primero se abre poco a poco hasta que está completamente de par en par. Gritó con fuerza y yo lo hice al mismo tiempo. Quería eyacular, dejar salir ese flujo que se produce con el orgasmo, pero tenía miedo de manchar sus sabanas. Intenté resistir, pero ella lo hizo. Yo también.

Caí rendida sobre la cama. Me aparté de ella y la miré con una gran sonrisa.

– ¿Te gustó?

Ella me miró con sus labios hermosos entreabiertos, jadeando por todas las sensaciones que acabábamos de experimentar. Se dio vuelta hacia mí y me tocó la cara. Nunca vi tanta ternura en una sola expresión. Se me acercó y me besó con mucha fuerza. Nos juntamos tanto como fue posible mientras me devoraba y acariciaba. Era un remolino de sensaciones. Por un lado, estaba la sensación de satisfacción posterior al sexo, y por otros estaba la sensación de estar con alguien que despierta tantas sensaciones.

– Lo odié – dijo con sarcasmo. – sólo me vine para que no te sintieras mal.

Reímos.

– Los gritos se pueden imitar. La humedad, no. – dije antes de volverla a besar.

Algo se escuché afuera. Algo así como risas y una puerta abrirse.

Samantha se puso de pie de repente y corrió a cerrar la puerta de la habitación.

– ¿Qué pasa? – pregunté.

Alguien gritó del otro lado:

– ¿Sami? ¿estás aquí? – fue la voz de un hombre.

– Sí… estoy con alguien.

– Uy, perrilla. ¿quieren que los dejemos solos?

Samantha me miró en busca de ayuda.

– Ya me tengo que ir de todas formas.

Miró al suelo avergonzada.

– Es mi roomie Luis y algunos de sus amigos. Lo siento. No creo que podamos seguir.

La miré sonriendo como si se tratara de la complicidad propia de una travesura. Éramos dos niñas jugando escondidas.

– ¿Sami? – volvió a hablar su amigo. – ¿Todo está bien? ¿Habrá que golpear a alguien?

Samantha se quedó en silencio por no saber qué decir. Yo respondí:

– Está conmigo. Me llamo Janine y acabamos de tener sexo.

Hubo un sorprendido silencio.

– ¿Sami? Tu amigo tiene nombre de mujer y se escucha como mujer. ¿Quieres confesar algo?

Samantha estaba roja de vergüenza, pero no dejaba de sonreír.

– Lo siento, madre superiora. Lo que pasa es que la profesora de mi hermanita es muy sexy y no la podía desaprovechar.

Él y sus amigos rieron.

Me vestí. Me acerqué a Samantha y la besé de nuevo, pero esta vez sólo con ternura. Aún quería más, pero creía que por ahora bastaría con besos tiernos. No podíamos seguir. Estaba muy avergonzada.

Fue mejor que cualquier película o helado.

Por ahora eso es todo, amigos y amigas guapas. Este relato es para contar cómo empecé otra etapa de mi vida. Aun sigo con morbos anteriores, pero aquí explico cómo conocí a la chica con la que mantuve una relación bastante apasionada. Tal vez siga hablando de ella en el futuro, o de otras chicas con las que he estado. No sé. Ya veré qué hago.

Nos veremos luego. Besos