Encerrado con el negro
Había ido al departamento clandestino de Enzo Domingo.Della Chiesa, uno de mis clientes. Clandestino porque es un lugar de trampa, donde esconde sus infidelidades a su amadísima esposa. Enzo es un matarife ordinario y exigente que tiene una verga gorda. Gorda y cabezona. De esas que hacen doler. El tipo es sádico. Muy sádico. Le encanta, más que nada en el mundo, causar dolor, lastimar, le da placer que yo grite fuerte, desesperadamente mientras me la pone, y que yo haga aspavientos como si me doliera mucho, » Ay Papi me matás, sacámela por favor, me estas rompiendo el orto ahhh paaaapí». Ay Ayyyyyyyyyy. Si el tipo es sádico. Y yo soy buen actor. Lo exige el oficio. Además el me paga por eso. Me paga bien. El cliente siempre tiene razón-
Lo bueno es que el gordo se viene (se corre, acaba) como si participara en una carrera de cien metros llanos maratón, rapidito, en seguida, y yo sé muy bien que no tengo que hacer comentarios sobre sus eyaculaciones precoces. Su falta de ritmo. Su grosería. El desastre que este hombre es cogiendo. Menos decir que el suyo es un mal polvo. Ni se me ocurre pensarlo. El tipo me podría descuartizar como a una media res de vaca de su matadero.
Yo sólo tengo que alabar su potencia, elevar su amor propio, admirar la dureza y el grosor extraordinario de semejante poronga. Su tamaño. Lo macho que es garchando, y repetir una y otra vez, cuánto placer y «dolor» me provoca…… A mi me conviene porque todo termina pronto, es buen pagador y la molestia de semejante pija a esta altura de mi vida, no es tanta. Uno se acostumbra a eso y a mucho más. Tampoco voy a exagerar. He conocido vergas peores. Pijas de temer, porongas para sacarse el sombrero, pollas tamaño extra extra large, Instrumentos que daban miedo. Armas peligrosas Y comparadas con aquellas, la del matarife es un porotito, un frijolito, una mala imitación.
También, no voy a mentir a esta altura: me gusta, el auto usado que el gordo me regaló en un acto de generosidad. inaudita., cuando cumplimos el primer año de nuestros encuentros. Además de pijudo, sádico, asqueroso y muy feo, el hombre es rico. Millonario parece. Denunció que el auto había sido robado, luego le cambió el motor y la patente y me lo regaló recién pintadito, quedándose con la indemnización del seguro. Me digo «ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón» El es un gordo muy perdonado. Le gusta tirar la plata conmigo. Todo a espaldas de su legítima esposa, Araceli Belquis Obdulia,, alias «la chancha» a la que solo conozco por fotos .Las del bautismo de su primera nieta, (Vanessa Venus Desiré le pusieron a la pobre criaturita), A la mujer, la veo medio parecida a Monserrat Caballé pero no canta. Ni es famosa. Solo es muy gorda y supongo que grita parecido. .Tiene cara de gallina adolorida y, por ahí hasta cacarea y empolla huevos. Solo se, que es una obesa adicta a los helados de chocolate granizado, muy celosa y exigente y que está casada con el tipo que me alquila todos los jueves, Enzo Domingo Della Chiesa, el Rey del chorizo parrillero. o como dice la publicidad en la radio » Della Chiesa, siempre fresco, del matadero a su mesa «. Claro que el que se come el «chorizo» del dueño soy yo (con la señora ya no cogen, me dice él).
Ya se habrán dado cuenta que me gano la vida con el sudor del culo y a veces con la lengua o con la pija y otras partes según el gusto del cliente y la tarifa que esté dispuesto a pagar… Yo prefiero llamarme un pequeño empresario de servicios privados, no un chico de alquiler ni un taxi boy. No me gusta que me digan taxi o chico de alquiler, porque yo tengo otro estatus, y auto propio (regalado, de segunda mano, pero propio. Eso marca la diferencia. No necesito caminar para ganarme la vida. Viajo en automóvil. Además soy selectivo y exigente. No tengo tarifa fija, varía según la billetera del cliente, la oferta y la demanda. Me gustan los regalos, pero yo, no me obsequio. Gratis no doy nada, ni las gracias El tiempo es oro y la carrera es corta. Un día te levantás a la mañana y el culo se te cayó hasta las rodillas, o la pija no se te para ni con Viagra y ahí se termina todo. .Es una carrera corta…Yo todavía puedo elegir a mis clientes.
Cuando el gordo acabó, con una exclamación animal,Ajh Ajh AAjj, como si fuera el gemido o el ronquido de una foca a punto de parir, me levanté y entré al baño a tomar una ducha. Tenía que sacarme pronto el olor a carne picada, a grasa en mal estado,, a queso rancio, a leche putrefacta, a gordo transpirado que no usa desodorante.. Mientras me secaba, escuché sus pedos y ronquidos y sin pensarlo, abrí las ventanas. Eso parecía un chiquero. Me vestí, jean negro bien ajustado marcando paquete como dicen los españoles, con botones nunca con cierre, remerita con una enorme lengua roja, estilo «rollinga», zapatillas caras, y dos gotitas de un perfume francés que le robé al gordo..
Enzo Domingo siempre me deja unos billetes, no en la mesita de luz, el gordo será ordinario y grosero, vulgar y asqueroso, pero tiene sus códigos. Prefiere ponerlos en un jarroncito chino que compró en un «todo por dos pesos» que deja en la mesa de entrada, la que está debajo del reloj cucú.. Yo siempre tengo en qué gastarlos: me gusta la ropa, claro que de marca, y las zapas Nike, y las botas de cuero, las fragancias importadas, y porqué no, un poco de «merca». Para consumo personal claro. Es para cuando me deprimo. Me deprimo bastante seguido. Un porrito me relaja. No me quiero justificar. Este oficio te quema la cabeza. Te paspa las entrañas, te subleva las terminaciones nerviosas. Soy un tipo angustiado. .Pero muy limpito.
Después del matarife, me tocaba ir a un appart hotel del barrio de Recoleta. para hacerle un bucal (con condón) a un viejito alemán, bastante repelente. Huele a repollo rancio, a salchicha ahumada con mostaza, a remolacha encurtida con fecha vencida,, a ungüento, a supositorio y también a agua lavandina. Su pija es como una tripa pálida tipo salchicha polaca pálida y moribunda porque casi nunca se le para. Lo llamé al celular y le dije que estaba llegando. El viejo dijo «ia ia» (si , si) y yo le corté lo más rápído que pude temeroso que su mal aliento pasara a través de la línea telefónica. Por eso nunca lo beso al viejo. Además de protegerme del mal aliento, besarlo me parecería estar lamiendo el cadáver de un nazi repugnante.
Me paga en euros, que creo es de una jubilación que cobra de Alemania: allá trabajó de enterrador creo. Le cobro bien, para compensar el disgusto. Siempre con condón y mirando de reojo el reloj..
Esperé el ascensor del edificio donde Enzo Domingo tenía su departamento de «soltero, Tardó un rato y cuando vino, el ascensor traía de arriba a un negro, bueno no tan negro, un mulato alto y flaco, atlético y con el pelo rapado, un bombón de chocolate de unos 22 años. Llevaba una gorrita con los colores de la bandera brasileña con la visera al revés, y me sonrió muy simpático. No lo acababa de mirar completamente cuando el ascensor pegó una caída brusca y se quedó entre dos pisos. Entre el 18 y el 17: cerca del cielo y lejos de la tierra. Se apagó la luz. Imagínense un corte de luz mientras este servidor estaba en un ascensor hermético en compañía de un negro, bueno de un mulato brasileño apetitoso, que me había sonreído simpático. Pasaron unos segundos en silencio y yo que sufro entre otras cosas de claustrofobia, agarofobia, «panic attaks» y otras yerbas, comencé a gritar, el encendió una pequeña linterna que llevaba anexada a su llavero y me miró entre sorprendido y asustado.
Seguimos gritando ahora los dos.: Al principio no escuchábámos nada. Después oímos al de la seguridad desde un piso cercano diciendo que nos quedáramos tranquilos que nos iban a rescatar en pocos minutos.
El brasileño se tranquilizó. O eso creí yo. Estaba oscuro. Se sentó en el piso y me pareció que en las sombras sus ojos brillantes como carbones encendidos , me miraban. Podia escuchar su respiración, oler la fragancia de su piel, sentir el calor de su cuerpo, imaginar el brillo de su piel transspirada. El olor que despedía era una mezcla de canela, cardamomo, agua de rosas, vainilla y jazmín. Quizás olor a macho en celo, a leche, a deseo. El habló primero, no sé qué me dijo y yo le contesté algo que ya no recuerdo.
Los ruidos desde los pisos de abajo se escuchaban por momentos y en otros solo se oía el respirar de nuestros cuerpos. El de seguridad no volvió a hablarnos y todo era oscuridad calor y encierro.
Hacía calor, él se sacó su camisa y yo me reprimí de hacerlo pero empapado en sudor tuve que hacer lo mismo. Se descalzó y en la penumbra adiviné sus pies desnudos pues no llevaba medias. Dijo algo que no entendí y largó una carcajada mientras yo quería gritar. Grité auxilio o socorro o alguien y hasta me paré para pulsar el timbre de emergencia pero nada. Nadie respondía.
Quería llorar de la desesperación- Me sentía asaltado por el pánico y la claustrofobia. El me dijo que me sentara en el piso junto a él y con su encendedor iluminó el ambiente hasta que me deslicé hasta el suelo apoyándome en la pared de acero del ascensor.. Ahí noté que se había quitado el pantalón pues mis piernas rozaron sus piernas desnudas. No tenía miedo de él, pero la proximidad me inquietaba. Parecía que el aire se iba a terminar y yo transpiraba profusamente. Me descalcé y volví a gritar pero él me tapó la boca. Dijo algo asi como «calla a boca, porra» que pronunció como «poga». El sonido gutural de su voz me estremeció. Mi temor lo ponía nervioso. Sacó su mano de mi boca y me ayudó a quitarme el jean ajustado que cubría mis piernas. Mi cuerpo transpiraba ríos y mares como seguramente lo hacía el suyo. Mis piernas y mis sobacos estaban húmedos..
Ahí estábamos, los dos casi desnudos, descalzos , muertos de calor, con el aire escaso , encerrados , sin luz. Con la sensación que el mundo se había olvidado de nosotros.
Dijo llamarse Darcy pero yo no lo escuché bien e inventé un nombre falso, Emilio dije que me llamaba. Buscó mi mano para estrecharla y dijo algo así como mucho gusto o eso creí entender. Su mano era flaca de dedos largos y nudosos, pero caliente, como afiebrada , su mano me transmitió su humedad y me di cuenta que me calentaba aún más
En un momento sus pie derecho acarició mis pies en la oscuridad, suavemente, como sin querer, y en un momento subió un poco por mi tobillo. Me estremeci y doblé mis rodillas apoyando mi cabeza entre mis piernas como agobiado. El extendió su mano, y me acarició la nuca y la cabeza como a un niño. Su mano hervía y me producía un temblor impensado. Quise mover la cabeza para alejarme de esa caricia pero él continuó tocando mi cara y marcando con un dedo el controno de mis labios.uno y otra vez. No podía resistir ese avance, Mi cerebro trabajaba a mil por hora pero mi pija era aún más rápida. Se me había parado. El detuvo su mano sobre mis hombros y parecía dormitar. No me aparté. En un momento creo que me dormí yo también porque al despertar sentí su brazo derecho refregándose al mío, y su pie recorriendo mis piernas.
Saqué su mano de mi hombro pero el apretó mi mano y quedamos con las manos unidas, entrelazando los dedos. Calma dijo como si adivinara mi inquietud, como si pudiera ver lo que su contacto producía en mi cuerpo. » Fica tranquilo» decía , acercando su boca peligrosamente a la mía. Sentía su nariz en mi cara, su aliento pegado al mío, la respiración entrecortada. Quise levantarme y el me lo impidió apoyándome los hombros con sus dos manos huesudas.
El muchacho me atraía, ,:todas mis defensas para no calentarme con mis clientes se habían desarmado como un castillo de naipes. No podía hablar, el deseo que endurecía mi pija, dilataba mi orto, y me hacía temblar, me hacía débil,, ,vulnerable: Sentía deseo de que ese macho me hiciera gozar, me cogiera hasta decir basta, y ese deseo tantas veces relegado y reprimido renacía en ese instante con un desconocido que encima no era un cliente. Era como si volviera a nacer. Como si esa calentura que subía por mis venas y temblaba en mi pija haciéndola llorar y en mi culo convulsionado, me reconveritieran en un ser humano, sin relojes ni tarifas, sin mentiras, ni falsedades, sin nada que disimular.
El me apretó nuevamente el hombro y acercando su cabeza a la mía, me besó con sus labios gruesos y húmedos. El beso se prolongó por un rato largo que no supe contar, porque lo devolví con lengua, con los dientes, con una calentura loca, que era hasta ruidosa en el ascensor a oscuras.
Esto es una sueño pensé. Un «deja vu». Este momento me parecía una escena repetida hasta el hartazgo de tantas películas porno hetero, donde el tipo se coge a la mujer en un ascensor estancado entre dos pisos,(ella teñida de rubio y despeinada, con zapatos de taco aguja todavía puestos) Tambíen pensé en esos videos porno gay en los que se habla de cogidas que los gringos llaman interraciales, donde el blanquito rubio y depilado se come la pija enorme, venosa y dura de un negro bien macho con gorrita puesta al revés… Pero no era asi: en está «película» estaba yo, desnudo, vulnerable y desamparado con un hermoso mulato sudado y sensual que buscaba mi boca una y otra vez y en el medio de la oscuridad yo también buscaba la suya deleitándome con la suavidad de sus labios gruesos y el frescor de su aliento a anis.
Encendió su linternita para iluminar nuestros cuerpos, para exhibir su maravillosa erección, para sonreir con picardía y señalar con sus ojos encendidos en sangre, la intensidad de su deseo, el tamaño de su calentura. Se rió y me abrazó como quien quiere salvar a un niño de un naufragio y me desnudó despacito y suavemente, arrojando mis ropas en la oscurdad y tanteando mi cuerpo excitado y tembloroso :Yo ayudé al despojo de todas mis armaduras, de todos mis prejuicios,, de mis máscaras de seducción y maquillaje y lo busqué: allí en ese ascensor inmóvil y herméticamente cerrado. En ese pozo negro donde dos hombres comenzaban la antigua ceremonia de los cuerpos.
Como un ciego erotizado, el fue tanteando mi piel , y yo como otro ciego caliente y entregado, percibía el calor de las yemas de sus dedos, la fuerza de sus manos, la intensidad de su boca y de su lengua recorriendo mis labios sedientos, mi cara, mi cuello, mis orejas, mis manos, mi nuca, mis mejillas
Al llegar con su lengua a mis tetillas, lamió mis pezones hasta hacerlos crecer como pequeñas vergas anhelantes, y muy suavemente mordió sus puntas, haciíendome estremecer, besó mi pecho, volviendo luego a mi cuello para chuparlo con pasión. Por lo bajo decía cosas que yo no entendía, salvo dos palabras que me calentaban mucho «que delicia» «que delicia».
Yo devolvía sus caricias y en un momento, encontré su verga entre mis dedos, su verga dura y caliente, su enorme sexo ardiente, sus huevos mojados, el esplendor de su piel suave y tirante, y como movido por un imán y guiándome por su olor, por ese olor sensual que emanaba de toda su carne, me llevé su pija a la boca, y la besé enloquecidamente. Me preguntó muy bajito si me gustaba su verga y yo que tenia la boca llena de pija no contesté y seguí chupándola, como si fuera la última vez por toda respuesta y acariciando con una mano el tronco gordo de aquel miembro deseado: subía y bajaba su prepucio.. Comenzó a jadear y a repetir aquello de «que delicia» «que delicia» mientras mi boca subía y bajaba por su pija gruesa y dura.
No sé en qué momento me tiró en el piso sobre el montón de ropa, y levantando mis piernas comenzó a lamer mi culo, a hurgar con su lengua en la intensidad de mi orto afiebrado mientras yo me tapaba la boca con las manos para no gritar, consciente que en algún lugar alguien estaba tratando de sacarnos del encierro. Pero el brasileño, ajeno a cualquier otra situación, seguía dilatándome el orto para prepararme para el ataque final.
Primero con uno y luego con dos dedos me fue abriendo y yo sentía como una vergüenza mayúscula por la forma en que mi culo respondía a sus desafíos, levantando todas las barreras. Comenzó a penetrarme y a repetir el que delicia como un mantra, como un rezo pagano y sensual que inundaba mi cuerpo de deseo y pasión «Que delicia,, meu amor, que delicia». Bombeaba y bombeaba, hundiéndose con fuerza en mi culo, conquistando todos mis rincones, abriendo todos los caminos, Yo no podía hablar, sentía su pija entrando y saliendo entrando y saliendo. Que delicia. Que delicia meu amor.
Chorreando leche y empapados en sudor, escuchamos las voces de los bomberos que venían a rescatarnos, nos limpiamos como pudimos y esperamos que vinieran a buscarnos. Al rato se encendieron las luces, el ascensor comenzó a bajar y nosotros ya de pie nos estuvimos mirando esos contados segundos en que tardamos hasta la planta baja: y esa mirada fue como descubrirnos por primera vez. Y también fue de despedida.
galansoy. Un relato erótico para calentar frias noches de invierno.