Esa noche mi mujer me sorprendió con un masaje, el cual termino siendo un trio. El masajista, Naty y yo disfrutando nuestros cuerpos
Me hace gracia cuando leo o escucho comentarios en los que me hablan de que represento el papel de un consentidor, supongo que será cuestión de semántica, pero yo no me siento así. Para ser un consentidor hay que consentir, valga la redundancia, y yo no consiento, yo incito, ¿incitador quizás? Sin embargo en este relato, soy un consentidor, pues esta vez fue Natalia la que organizó todo y yo fui una sorprendida víctima de sus planes.
Como ya he comentado en alguno de los otros relatos, nuestra variada vida sexual ha ido disminuyendo en frecuencia, los niños pequeños impiden organizar partidas de cartas en casa o que alguien venga a cenar. Así que para pesar de nuestros compañeros de juegos, las veces que nos hemos liberado ha tenido que ser fuera de casa, con lo que las cosas se han reducido a masajes con profesionales o algún viaje furtivo a un club liberal. Y aunque los clubes liberales son muy divertidos, al final acaban siendo reiterativos y algo exigentes para Natalia. Si vas a follar con un desconocido, mejor pagar a un profesional que aventurarte con quien no sabes cómo va a reaccionar. Esta vez permitirme que os hable de un nuevo viaje a nuestro centro de masajes.
Era un sábado de primavera, la noche estaba calurosa y el plomizo cielo amenazaba con descargar lluvia. Los niños estaban alterados, peleándose por la menor gilipollez y tirándose los mandos de la Xbox a la cabeza. Yo dudaba entre saltar por la ventana o tirarles a ellos, cuando sonó el portero automático. Que yo supiera no esperábamos a nadie, me dirigí hacia el telefonillo, pero antes de poder contestar, Natalia se me adelantó. La miré extrañado, pero no me dijo nada. Dejó la puerta de la casa entreabierta y volvió a meterse en el baño. Supongo que debería haberme dado cuenta de que algo pasaba al verla vestida con una braguita de encaje y un liguero, pero mi cabeza sólo era capaz de escuchar los gritos de los niños.
Mi sorpresa fue mayúscula al ver aparecer a mi primo pequeño, el que se suele quedar con los niños cuando decidimos salir. Me sorprendí porque hacía más o menos dos semanas que ya había venido a cuidarles para que pudiésemos ir al cine y a cenar con unos amigos. Y por norma sólo solemos hacer aquello una vez al mes, pero vamos, que no me iba a quejar, con tal de salir de allí era capaz de ir a cualquier sitio. Es verdad que suelo ser yo el que prepara las sorpresas y las salidas, así que me gustó que Natalia se hubiese encargado de hacerlo esta vez. Y no iba a ser la única sorpresa.
Saludé como pude a mi primo, rodeado de un par de más sorprendidos niños, hablándole a la vez como sólo lo saben hacer ellos. Y esperé apenas un par de minutos para ver cómo aparecía Natalia. Exquisita como siempre. Llevaba un vestido negro ceñido con un generosísimo escote en uve que casi le llegaba al ombligo. No hacía falta mucha imaginación para ver que no había sujetador debajo de aquel vestido de infarto. Mi cerebro inferior se desperezó y cobró vigor, saludándola cómo se merecía. Tragué saliva e intenté relajarme. Verla así no siempre significaba juerga, por lo menos no hasta volver a casa. La miré interrogativo y luego me miré a mí. Camiseta blanca y pantalón vaquero, vamos ropa para estar por casa o como mucho para ir al cine. Se me acercó y me susurró.
– Si vas depiladito, no necesitas nada más – me mordió la oreja fugazmente y añadió.- Como si no llevas ropa.
Mi sala de máquinas inferior echaba humo, las neuronas se me amontonaban alrededor de la palabra sexo y el pulso se me disparó. De cine y cena nada de nada, pensé. O por lo menos no únicamente eso. Así que con ese pensamiento en la cabeza salí de casa, nervioso y excitado.
– ¿Me vas a decir a dónde vamos?
– No. Pero vamos, que cuando lo veas lo reconocerás. Tranquilo. De todas formas antes tenemos que ir a tomar unas cuantas cervezas, las vamos a necesitar.
Un escalofrío me recorrió de arriba abajo. Sobre todo cuando añadió.
– Tú más que yo.
Vivimos en un barrio en el que no hay que moverse mucho para encontrar bares de moda. Es más, si alguna vez alguien intentase recorrerse la calle entera entrando en todos los bares a tomarse una sola caña, tengo mis serias dudas de que fuese capaz de llegar al final sin tambalearse y finalmente derrumbarse. Sin embargo aquella vez Natalia intentaba comprobar si mi teoría era aplicable. Mientras ella tomaba cañas yo me tomaba los dobles que ella me pedía, y aunque mi excitación era grande le hice ver que si seguíamos así, lo mejor era que volviésemos a casa ya que iba a ser incapaz de levantar nada.
– Había pensado llevarte a cenar y al cine, y no darte ni la más mínima idea de mis planes para esta noche, pero si te soy sincera, llevo muy nerviosa desde que planeé esta noche y estoy ansiosa por empezar.
Se acercó a mí y me dejó ver su ansiedad con un húmedo y largo beso en la boca y con un apretón en mi cada vez más tieso mástil. Mientras mordisqueaba el lóbulo de mi oreja y seguía acariciándome por allá abajo, me susurro.
– No sabes la de veces que me he masturbado estos días. Es como si hubiese vuelto a la adolescencia.
Sus palabras, su aliento caliente, el trabajo de sus manos, todo casi provoca un estallido de placer en mí. Sin embargo pude aguantar. Apuré la cerveza y la miré con ansia. Me tambaleé un poco al ir hacia la puerta y observé con placer como Natalia atraía las miradas de más de uno.
Nos subimos en un taxi y cuando Natalia le dio la dirección al conductor comprobé que efectivamente conocía el sitio al que íbamos. La polla se me puso tan tiesa que por momentos dudé de que tuviese sangre en el resto del cuerpo. Una de las últimas veces que habíamos estado allí, a Natalia se la habían follado dos tipos mientras estaba atada a la cama y yo todavía guardaba aquella grabación como oro en paño y como un secreto que llevarme a la tumba. La tenía vista tantas veces que empezaba a desgastarse, y era un archivo de video, no una cinta física.
Natalia golpeó la puerta y dejé que fuese ella la que hiciera las presentaciones, a fin de cuentas era ella la que sabía a qué íbamos. No puedo decir que fuésemos unos habituales, pero si somos lo suficientemente asiduos como para que nos conozcan por nuestros nombres. Así que la recepcionista nos saludó y nos entregó en mano un par de botellines helados, señal de que se acordaban de nosotros. Nos acompañó a la salita de espera y al poco tiempo apareció un chico. Guapo, de complexión media aunque muy definido, y apenas vestido con un albornoz que mostraba más que ocultaba. Esperé ver aparecer una chica detrás, pero la puerta se cerró a su espalda. Natalia me miró y se sonrió.
– Tranquilo cariño, la sorpresa te espera en el interior. Confía en mí.
El chico, Alex, nos llevó hasta la habitación del jacuzzi y nos dijo que avisásemos cuando estuviéramos listos, luego cerró la puerta y desapareció. Nos desnudamos con rapidez y nos metimos en el agua. No llevaba puesto el reloj, pero cuando Natalia salió del jacuzzi, nerviosa y acalorada, no debían de haber pasado más de diez minutos.
– Lo siento Fernando, pero no puedo más. Mira cómo estoy.
Agarró mi mano y la llevó a su depilado coño. Estaba tan húmeda y tan excitada que casi chorreaba.
– En el taxi para venir me hubiese corrido de haber tenido un par de curvas más. Voy muyyyyy caliente. Así que no puedo esperar. Túmbate.
Fue una orden excitante, a la que obedecí mansamente. Me tumbé boca abajo con la consiguiente incomodidad. Mi polla amenazaba con levantarme unos centímetros del suelo, así que respiré lentamente unas cuantas veces hasta que logré que aquella erección se me bajase lo suficiente como para poder estar cómodo. Y mientras lo hacía una venda me dejó ciego. Lo que no ayudó a que me terminase de relajar.
– Vaya, vaya. ¿También me vas a atar? – le dije acordándome de la vez anterior.
– No cariño, quiero que tengas las manos libres.
La escuché levantarse y golpear el timbre, luego la oí tumbarse a mi lado y mi pulso se aceleró hasta restallar en mis oídos, y sin saber cómo unas manos comenzaron a masajear mis piernas. Y me relajé. Curioso. Los nervios desaparecieron de golpe y en aquel momento sólo estábamos aquellas manos y yo. Es excitante lo que puede hacer la privación de la vista, de esa vista que tanto nos domina en el sexo, se despiertan todos los demás sentidos y todo se multiplica por cien. Contuve la respiración un par de veces con la esperanza de que otras manos se uniesen a las que ya subían piernas arriba, pero no ocurrió. Una lástima.
Las manos eran suaves pero firmes y cuando llegaron a la altura de mi culo y se deslizaron arriba y abajo hasta acariciar levemente mis endurecidos testículos, me creí morir. Me deje llevar por el juguetón avance de las manos, que llegaban a acariciar y apretar la base de mi engordada polla, mientras me imaginaba que a Natalia la estaban haciendo lo mismo.
Las manos abandonaron mis partes hinchadas y se dedicaron a masajear y relajar la espalda, pero sin olvidarlas del todo. Así mientras esperaba ansioso a que alguien volviese a acariciar mi polla, una mano se deslizó por mi ano y jugueteó con el, con tanto aceite que por un momento temí que uno de aquellos curiosos dedos acabase dentro. Temí o deseé, no era capaz de discernir una sensación de la otra. El alcohol y la ceguera desinhiben, es como si nada estuviese sucediendo de verdad, no lo ves, no ocurre.
Pero no sucedió, sin embargo sí que se volvieron a acordar de mi ansioso miembro y lo masturbaron lenta y calculadamente, mientras yo levantaba como podía la cadera para facilitar el movimiento. Me estaba matando de placer. Además oía los suspiros de placer de Natalia y aquello me encendía más todavía.
– Daros la vuelta.
La voz del chico sonó a mi izquierda. Juguetona y divertida. Y luego volvió a hacerse el silencio más absoluto, mientras yo esperaba expectante y los segundos se me hacían días. Al final las manos volvieron a recorrer mis piernas hasta llegar sin pudor y sin pausa a mi dolorido miembro. Lo agarraron con dulzura y comenzaron una masturbación lenta y exasperante, que me tuvo cerca del orgasmo muchas veces. Así mientras una mano subía y bajaba por mi henchido miembro, la otra jugueteaba con mis pezones, retorciéndolos hasta casi hacerme aullar de dolor. Mi espalda se arqueaba en busca de un milímetro más de placer. Y de pronto todo cesó.
Una mano agarró la mía y abriéndola colocó en mi palma algo largo y duro, caliente y palpitante. Antes de que me diese cuenta de lo que estaba haciendo, aquella mano me ayudaba a masturbar con lentitud, lo que solo podía ser la polla del chico que nos había recibido. Una mezcla de emociones se desató en mi interior. Nunca había sentido deseos homosexuales, ni siquiera curiosidad, pero tampoco me había planteado qué hacer en caso de encontrarme con una polla ajena en la mano. Quizás porque nunca había pensado que aquello pudiese suceder. No detuve la masturbación pero tampoco contribuí a ella.
– Déjate llevar cariño. Hazlo por mí. Esta fantasía es mía, no tuya.
Escuché la voz de Natalia a mi lado. Tenía razón, aquella era su fantasía, su escena de sexo oculta, lo que no se había atrevido a decirme nunca, pero sí a prepararlo. Lo menos que podía hacer era intentarlo.
– Estamos solos los tres, ¿verdad?
– Si. Desde el inicio.
Me estremecí. Las manos que me habían estado masajeando desde que me había tumbado allí vendado habían sido las del chaval, las que me habían masturbado de aquella manera exquisita y decidí que me dejaría levar mientras pudiera, mientras Natalia no me pidiese más de lo que mi excitación pudiera darle. Así que agarré con firmeza la polla dura de mi masajista y le masturbé con lentitud, pensando que en realidad me estaba masturbando a mí mismo. Al notar que no reculaba, que no salía corriendo de la sala, Natalia colocó su mano sobre la mía y me ayudó con la masturbación. Al otro lado de mi venda podía oír los gemidos del chico, estaba allí, pero a la vez no lo estaba, oculto tras el velo de mi venda.
– Gracias cariño, me enciendo de sólo verte. Si supieras lo caliente que estoy lo hubiésemos hecho antes.
Podía notar su excitación sin verla. Su aliento era caliente y húmedo, y el olor a su sexo me inundaba. De pronto la oí gemir más rápido.
– Buff cariño, el chico este es un portento. No solo es capaz de masturbarte a ti, si no que a la vez me está acariciando el clítoris con maestría. Ahhhh… por dios…
Si mi polla había perdido algo de su rigidez, la recuperó de golpe con las palabras de mi mujer. Escucharla tan desatada, imaginármela penetrada por la otra mano del masajista me hizo estremecer, me hizo olvidarme de que era un chico el que me estaba masturbando y que a su vez era su polla la que se sacudía en mi mano.
– Veo que a mi niño le está gustando esto.
Entre jadeos y gemidos aquellos estaba siendo demasiado para mí. Su voz sonaba acelerada o entrecortada en función de lo que yo suponía que era el ritmo al que la masturbaba.
– Dame lo que yo deseo y jamás volveré a decirte que no a nada.
Detuve mi mano en seco y se detuvo todo. No sabía a qué se refería mi esposa, pero había cosas que no estaba dispuesto a hacer, ¿verdad?
– Tranquilo cariño, no te voy a pedir todo.
En ese ‘todo’ me refugié y volví a retomar el ritmo. Mi mano acariciaba a veces rápido a veces lentamente una polla que no era la mía, y había algo en mi interior que me hacía desearlo. Pero por el contrario el masajista me había dejado de masturbar y mi polla se balanceaba de un lado a otro, golpeando como una manguera desatada, en busca de alguien que la diese consuelo. Mientras, podía escuchar los gemidos incontrolables de Natalia, ajeno a lo que estaba sucediendo, tentado de quitarme la venda, y temeroso de hacerlo. De darme cuenta de que estaba masturbando a un tío.
Una mano frenó la mía y la polla desapareció de ella. Casi suelto un sonido de fastidio, pero logré contenerme, no me desagradaba aquello, pero tampoco quería dejarme llevar del todo. Me quedé allí tumbado, ansioso del siguiente paso. Cuando de pronto un fuerte gemido inundó la habitación. Natalia gemía como una posesa.
– Lo siento cariño, ahora nos encargamos de ti, pero es que Alex me está preparando para recibir en mi interior la hermosura que hace poco masturbabas – los gemidos hacían casi ininteligibles sus palabras.- Me está comiendo el coño con maestría, espero ser capaz de aguantar el avance de su lengua.
Joder, joder, joder. Llevé mi mano derecha hacia la venda con la intención de quitármela, pero una mano, no se de quien, me lo impidió.
– No, no, esa no es la idea. Espera, quiero que me lo coma un poco más para que entre bien. Tú que la has tenido en la mano, ¿crees que me entrará?
Gimió al decirlo y luego se hizo el silencio. Coloqué mis manos bajo mis caderas en un doble intento de negarme a tocarme y a quitarme la venda. Aquel era el juego de Natalia e intentaría respetar sus normas, aunque cada vez me estaba resultando más complicado.
Noté que Natalia apoyaba su pecho sobre el mío y me abalancé sobre sus tetas como si nunca más las fuese a tener en mis manos. Ella se incorporó un poco para permitirme mejores movimientos.
– Me va a follar encima de ti, quiero que lo sepas. Y luego si te portas bien te tocara a ti.
Dejó resbalar el cuerpo hasta colocar sus tetas y su cara encima de mi vientre y mi dolorida polla y un instante después soltó un fuerte gemido.
– ¡Joder que maravilla!
Su balanceo sobre mí, el sonido del sexo de Alex al entrar y salir de mi mujer, todo aquello estaba sucediendo allí, pero a la vez no. La privación de la vista lo estaba haciendo delicioso, pero a la vez doloroso. En aquel momento hubiese vendido a mis hijos para quitarme la venda.
– ¡Me está follando cariño, me está follando! Y sin tu permiso…
Jadeo y noté como se aceleraba. El ritmo de embestidas era admirable. A mí se me estaba haciendo eterno, notando sólo su balanceo y el aliento de mi mujer sobre mi miembro. De pronto todo se aceleró mucho, y Natalia era una sinfonía de gemidos y de imprecaciones, hasta que un fuerte estallido la dejó quieta sobre mí. El silencio se me hizo eterno, aunque no creo que pasasen más de dos minutos.
– Ha sido brutal cariño. ¿Quieres que te quite la venda para el segundo asalto?
Asentí tan rápido que casi me hago daño en el cuello. Estaba deseándolo. Para un voyeur como yo no ver nada estaba siendo demasiado doloroso.
– Bien, pues vas a tener que hacer una cosa por tu mujercita.
– Lo que sea.
– Quiero que te corras en su boca.
Me paralicé. No sabía si iba a ser capaz de hacerlo. El miedo hizo que mi rigidez se relajara un poco.
– No tengas miedo, podrás. Te ayudaré.
Sin darme cuenta, Natalia se había sentado en mi cara y me ofrecía su húmedo y abierto coño. Olía a limpio, pero a la vez olía a sexo, y mi lengua no era capaz de llegar y de abarcar todos los pliegues de su coño. Incluso allí con los ojos vendados sabía que estaba bastante abierta, que la polla de Alex la había penetrado bien. Y también sin darme cuenta, Alex se metió mi polla en su boca y comenzó a chupármela con delicadeza, por un instante me paralicé, pero el coño de Natalia en mi boca era demasiado excitante para que mi cuerpo se parase a pensar si la boca que succionaba mi duro miembro era de mujer o de hombre. Y lo hacía jodidamente bien.
Cuando Natalia se despegó de mi cara ni me di cuenta, únicamente estaba pugnando por controlar mi excitación. Hasta que al final no pude más y agarrando la cabeza de Alex le invité a que acelerase su mamada. Momentos más tarde me había corrido por primera vez en la boca de un hombre.
Mi esposa me quitó la venda y me la encontré sonriente, feliz, cachonda y desatada. Todo cobró visos de realidad, pero yo seguía encendido, deseaba verla follar, deseaba que nos la follásemos los dos. Así que me incorporé y la tiré sobre el tatami, con la intención de comérmela entera, pero sus manos me detuvieron.
– No. Quiero que veas lo que antes sólo has escuchado.
Se tumbó y le indicó a Alex que volviese a comerla el coño. El muy cabrón se sonrió y se puso a ello. Y yo allí sentado, disfrutaba como un poseso viéndolo, verla ser devorada por aquella lengua inquieta, viéndola retorcerse de placer. Me acerqué a ella y me dediqué a chuparla los pezones, todo aquello me estaba excitando y mi polla empezaba a cobrar cierto vigor.
– Cariño, quiero que prepares a Alex para mí. Quiero que se la pongas dura para que me folle contigo.
Sin pensármelo dos veces me tumbé al lado de Alex y comencé a acariciársela con timidez, moviendo mi mano arriba abajo de aquel trozo de carne cada vez más dura, mientras Natalia nos miraba separada, acariciándose tímidamente. Recordé lo que Alex me había hecho durante el masaje e intenté reproducirlo, con lo que al final mis manos se paseaban por un trozo largo y duro, acelerando más y más a cada segundo. Debía de reconocer que me gustaba la sensación.
Agarré sus testículos y los arañe suavemente, con lo que Alex soltó un grito de placer que me hizo perderme. Sin saber muy bien lo que hacía, ni cómo hacerlo, me metí su polla en la boca. Estaba salada y sabía a Natalia. Era un novato y mi única obsesión era no arañarle con los dientes.
– ¡Cabrón!
El grito de ansiedad de Natalia me hizo saber que aquello le estaba gustando, que aquel era el fin de fiesta que había soñado. Se lanzó sobre mí y comenzó a mamármela con avidez, hasta que logró que mi polla pareciera de nuevo de roca. Yo intenté acompasar mi nada a la de Natalia, repetir sus gestos, pero me estaba costando. Así que me la saqué de la boca y la miré.
– ¿Ahora sí me dejas ver cómo te folla?
Sin decir nada, se lanzó sobre la dura polla de Alex y se empaló de una sola tacada, mirándome en cada embestida que le sacaba, disfrutando como una posesa, excitada como pocas veces la había visto. Me puse a su lado y dejé que juguetease con mi polla, dura y ansiosa, pero evitando correrme. Necesitaba follármela, lo ansiaba tanto que casi me dolía. De pronto el masajista se agarró a sus caderas y aceleró el ritmo de su penetración, lo que hizo a Natalia estallar en su segundo orgasmo y a Alex derramarse en su interior.
Sin dar tiempo a mi mujer para que se recuperase, la tumbé en el suelo y la penetré con ganas. Todo aquel jueguecito me había excitado mucho, el simple hecho de que hubiese llevado a cabo su fantasía me había puesto como una moto, y verla allí tumbada, follada y satisfecha me hizo amarla. Aceleré mi penetración y estallé en menos tiempo del que me hubiese gustado.
Cuando salí de ella, Alex había desaparecido, cosa que yo agradecí. No tenía dudas ni me arrepentía de lo que había hecho, pero para mí fue mejor no verle la cara. Natalia me miraba feliz, agradecida.
– Te has portado como un auténtico hombre. No es sencillo hacer lo que has hecho. Gracias cariño.
Así que sí. Siempre me suelo considerar un incitado, pero aquella vez fui de verdad un consentidor. Pero un consentidor feliz. Como todos, supongo.