Mi espectacular experiencia con un arnés, demasiado excitante, demasiado caliente
Resoplaba como un búfalo después de pelearme como una manada de leones hambrientos, mi abdomen estaba lleno de mi propio semen y el culo me ardía como si hubiese pasado por allí un convoy del metro y mis ojos estaban cerrados porque mi corrida no había sido de este mundo y mi orgasmo me había sacudido hasta las ternillas de mi orejas; pero perdonar que no me haya presentado y que comenzase por el final, me llamo Joan y un tipo normal, que le gustan las cosas normales, que tiene aspecto normal, vamos, alguien que por la calle no llamaría la atención de ninguna manera; quizás lo único que podría parecer que no es normal es que soy árbitro de rugby y en mi vida “normal” mando sin que nadie pueda replicarme y por eso en mi otra vida busco otro tipo de experiencias que sean radicalmente distintas a las mías.
En una de las revisiones de la federación, una bendita lumbrera sugirió que deberían hacernos un examen de próstata y a pesar de las consecuentes protestas de los más machotes, al final no hubo problemas y todos pasamos por el dedo de en mi caso uróloga, no voy a entrar en detalles de mis resultados médicos pero si puedo confesar que sentir ese dedo hurgando dentro de mi creo una necesidad de probar cosas más potentes que un simple dedo que apenas entraba cinco centímetros.
Buceé en páginas de Internet pero todas me llevaban a lo mismo y yo no sentía atracción por personas de mi mismo sexo, las transexuales me parecían demasiado masculinas y las mujeres que usaban un dildo en si cintura parecía que disfrutaban más con los cachetes, negación de placer de su compañero de juegos u otras prácticas más violentas que casi abandono; fue cuando tecleé en mi buscador la palabra “pegging” cuando descubrí un club de pegging en una gran ciudad muy cerca de mi pueblo; ese club era una sociedad cerrada de difícil acceso pero no por eso desistí en tratar de entrar y saber más de aquella práctica.
Mandada mi solicitud al club, tuve que esperar a que respondieran cerca de dos semanas que se me hicieron eternas, en dicha solicitud debía mandar varias fotos de cuerpo entero completamente desnudo que hice como pude con un palo de selfie, dos de la cara y una pequeña carta explicando porque quería entrar en tan selecto club y que esperaba de mi pertenencia a él; me expliqué lo mejor que pude y creo que las fotos fueron medianamente decente o eso me parecieron a mi, confieso que me dio cierto temor que pudiesen reconocerme aunque yo no soy un tipo famoso pero el temor siempre está ahí, confié con la esperanza de que me ofrecieran lo que estaba anhelando. Transcurridas esas dos semanas me citaron en una céntrica cafetería próxima a un hotel de gran prestigio para realizarme una entrevista, me vería con tres miembros del club; como era una mera toma de contacto, debía ir a las 16:00 y sentarme en una mesa discreta con tres sillas vacías más y dejar una carpeta roja sobre la mesa; estoy seguro que me estuvieron estudiando durante bastantes minutos pero soy un hombre paciente y para distraerme aproveché a leer un poco el libro que había llevado conmigo, la última e infumable obra de Vargas Llosa por cierto, a las 16:40 una pareja en la que la dama me era familiar se acercó a mi mesa y me preguntó amablemente si podían sentarse a lo que obviamente les dije que si, que claro.
Yo no quitaba ojo a la dama, no por guapa o bonita, que en realidad lo era, es que no conseguía recordar quien era; su compañero era un caballero de mi edad más o menos, bien parecido, de gustos refinados y unas manos y zapatos muy cuidados, no me preguntéis como me fijé en esas cosas, pero lo hice. La entrevista discurrió por extraños derroteros pues las preguntas fueron por mis gustos musicales, la última película que había visto o libro y cosas que parecía más una cita para ligar conmigo que una entrevista. Con todo, la cosa me pareció que fue bien o yo salí contento de ese encuentro salvo por ese resquemor por no saber de que conocía a la dama que estaba conmigo esa tarde en la mesa.
Pasadas otras dos semanas, recibí vía postal, me gustaba esa forma de decir las cosas, el rechazo del club a mi pertenencia, me sentí un poco frustrado pero como llevaba mucho tiempo buscando me estimuló a seguir buscando. En el sobre me daban las gracias por haber contactado con ellos, me devolvían tanto mi carta como las fotos pero no decían nada más.
Recuerdo que eso fue un jueves, el viernes inmediato por la mañana, en el correo que uso para mis otras aficiones recibí un mail de un nick femenino disculpándose por no haber podido hacer más por mi entrada en el club y que a pesar de que corría el riesgo de ser expulsada de él, ella si deseaba conocerme mejor. Dudé por si era una trampa y esperé a la tarde para meditar mejor mi respuesta.
Con la mente fría me puse frente al teclado y respondí a Lady Lucía –ese al menos era su nick-, venía a decir algo como esto:
Estimada Lady Lucía,
Es verdad que me siento un poco apenado por no pertenecer al club de pegging ****, entiendo sus motivos y los respeto, después de la entrevista pensé que mi ingreso seria cuestión de horas pero compruebo que no todo es tan sencillo como todos deseamos y queremos; en cualquier caso, nuestro encuentro o al menos para mi fue muy agradable y también sería muy estimulante volvernos a ver, siempre que eso no suponga un riesgo para usted.
Un cálido saludo, ****
Y le dejaba un número de teléfono para que se pusiera en contacto conmigo, al ser yo un hombre soltero no tengo más número que ese y como soy un hombre maduro sin más cargas que las que acumulo en la hipoteca del banco, a nadie a quien dar explicaciones.
No pasó mucho tiempo hasta que recibí la respuesta de Lucía, era breve, muy breve y a través de un whatsapp:
– Hola Joan, soy Lucía, si te viene bien hoy en la cafetería del hotel “Los Montes” de la calle Constitución. Hora: 19:00. Por favor trae ropa para pasar la tarde-noche.
Mi respuesta fue tan rápida como explícita:
– Hola Lucía, conforme, allí estaré.
A las 18:00 y gracias a que los viernes tengo solo jornada hasta las 15:00 en la federación, pude ponerme en camino, duchado, recién afeitado y más bonito que un San Luis que dirían las mayores del lugar.
Como buen maniático de la puntualidad, a las 19:00 estaba allí, me senté en una mesa discreta y volví a colocar una carpeta roja sobre la mesa aunque no hiciese falta, ya había dado cuenta del libro de Varas Llosa y estaba empezando con el último de Ildefonso Falcones, esta vez no tuve mucho que esperar y Lucía llegó apenas ocho minutos pasada la hora, su presencia iluminaba mi vista y toda la cafetería, con un pantalón vaquero blanco ajustado que definía sus piernas sin matices y una blusa vaquera abierta hasta el tercer botón y dejando que algunos de sus mechones rubios se colaran en su escote matizado por el moreno y una fina cadena de oro con una A al final de ella como todo adorno.
– Perdona el retraso, aparcar a estas horas aunque sea el el parking público suele ser fatal
– No te preocupes, acababa de llegar, ¿te pido algo para tomar?
– Si por favor, un te verde y una taza con un hielo.
Atendí solícito a su petición y comenzamos una charla que yo creí informal y siempre con el comecome de donde conocía yo a esa mujer.
Mi duda quedó resuelta pasados diez minutos, porque ella se dio cuenta de que me estaba comiendo la cabeza sin resultado.
– Sigues sin saber de que me conoces, ¿verdad?
– Si, disculpa, no consigo recordar de donde o cuando.
– ¿Si te digo que te he tocado donde ninguna mujer u hombre lo ha hecho nunca te ayuda?
– Pues poco, sigo en blanco.
– Iba en bata blanca, pelo recogido en una coleta y te bajaste los pantalones y el bóxer para mi y solo para mi.
– Ays dios, tu eres la doctora de mi examen urológico.
– Si, soy yo, aunque entiendo que no me reconozcas. Cuando te vi en la entrevista de ingreso del club y a pesar de mi insistencia, los otros miembros no quisieron aceptar tu solicitud; me gustaría saber el motivo y sospecho cual es pero estaba en franca inferioridad y eso que el 70% de los miembros son mujeres.
– Que curioso, con lo que me ha costado a mi encontrar mujeres con las que compartir mi afición y al final vais a ser mayoría, jaja.
– Hay más de las que imaginas y si luego lo llevas a BDSM, ahí son amas, señoras y las que mandan y deciden, pero no solo por ser amas, es que son las que mandan.
– Eso lo entiendo, pero precisamente eso es lo que no buscaba, no me gusta el dolor, ni la negación del placer. Creo que por eso lo que busco es diferente.
– Claro, claro, es por eso que me gustó tu reacción en la clínica cuando metí mi dedo para explorarte y cuando vi tu solicitud en el club enseguida quise conocerte para mi, quería que fueses mi nuevo compañero de juegos.
– Uf Lucía, me halagas y quizás sea una rana en una charca y no un príncipe como deseas y tal y como me gustaría corresponderte.
– Venga no seas modesto, ¿cómo has venido hasta aquí?
– He venido en el cercanías, precisamente porque aparcar por aquí es un suplicio.
– Perfecto, vamos a recoger mi coche y nos vamos a un sitio más tranquilo y para que domines la situación, dime donde te gustaría ir.
Pagué las dos consumiciones y nos pusimos en marcha a recoger el coche de Lucía, yo estaba un poco mosca pero excitado a la vez, camino del coche pensé en que posibles sitios teníamos al alcance y pensé en cierto Love-hotel de la carretera A1 que de más joven empleé con una amiga y le sugerí el sitio, lo más intranquilizador es que lo conocía y me demostraba que estaba en una verdadera experta en todo lo que hablase e hiciese y eso me gustaba.
Media hora de camino, una charla amena y música suave de una emisora con éxitos de los 80 nos llevaron al hotel, nos identificamos en esa garita sin personal y nos dieron paso hasta el parking individual.
Mi hormigueo iba en aumento, mi excitación era más que evidente y la de Lucía creo que también, a pesar de estar un poco cohibido al principio, nuestra conversación fue por derroteros cada vez más sensuales y sexuales, por eso cuando vi el brillo de los ojos de Lucia me di cuenta de que realmente me deseaba y yo la deseaba a ella y de que manera.
Dejó su pequeño Fiat 500 aparcado y sacó un bolsa de viaje ciertamente voluminosa, como me dijo, tomamos la opción del día completo y que difería muy poco del precio de las cuatro horas que era la otra posibilidad. Abrió la puerta, colocó la tarjeta en su ranura y se encendieron las luces de la habitación; Lucía dejó la bolsa en la mesita de la habitación y comenzó a sacar sus juguetes uno por uno, yo miraba sorprendido mientras ella sonreía cuando sacaba algunos de los dildos.
– No te asustes, no tenemos que usar todos, solo los que tu quieras.
– Es que hay algunos que me temo que ni en un millón de años.
– Anda exagerado, si tu vieras como luego pedirás más grande, jeje, venga pasa a la ducha que ahora voy yo a verte, no seas tímido.
Me desvestí y dejé mi ropa doblada sobre uno de los sillones y puse la televisión o mejor dicho la radio para que nos hiciera compañía. Encendí la ducha de agua caliente y comencé a enjabonarme, mientras me aclaraba apareció Lucía con una bolsa de color azul, unas cuchillas de afeitar desechables y espuma de afeitar, ¿qué querría hacer con eso?
– Hazme sitio guapo que nos vamos a poner guapos por dentro y por fuera.
Me besó levemente mientras su mano acariciaba mi polla erecta.
– Ummm, creo que tu y yo lo vamos a pasar muy bien Joan.
– ¿Qué es esa bolsa blanca y ese tubo con una cánula?
– Es para poner enemas, con esto nos quedamos limpios por dentro y podemos jugar con nuestra puerta trasera sin miedo a manchar.
– Ah, pues mejor porque debe ser muy cortante.
– Bueno es un riesgo, pero no siempre pasa. Ven cielo, ponte como en la clínica cuando te hice el tacto rectal.
Obediente me coloqué con las manos sobre la bañera y lubricando la cánula con un poco de vaselina me la metió entera, al ser virgen por esa puerta, yo la sentía plenamente y también sentía como la movía con cuidado. La conectó a la bolsa que estaba llena de agua tibia y dulcemente me dijo:
– Ahora no te preocupes, voy a abrir la llave un poco para que entre agua tibia dentro de ti.
Un calor leve me entró entre las piernas llenándome por dentro, cuando había entrado algo así como cuarto de bola y yo estaba como loco por ir al baño a expulsar toda esa agua, sacó la cánula con cuidado y me retuvo.
– Espera un poquito de tiempo, mueve tus manos sobre tu abdomen y cuando yo te diga evacuas todo, ¿vale?
Yo obediente hice lo que me dijo, trataba de distraerme enjabonando sus cuerpo que cada vez me parecía más hermoso, una talla 85 de pecho, bien inhiesto, con unos bellos pezones sonrosados, unas piernas firmes y depiladas y un coño con una depilación brasileña que invitaba a comérselo allí mismo.
Casi seis minutos pude aguantar y al final evacué todo lo que llevaba dentro con cierto placer por cierto.
– Muy bien Joan, otro más y creo que será suficiente.
Me puso de nuevo la cánula y volvió a meter dentro de mi quizás algo más de agua tibia y que esta vez aguanté un poco más.
De regreso a la ducha, me lavé de nuevo de arriba a bajo cuando con una sonrisa perversa se dirigió hacia mi con la cuchilla de afeitar en ristre en la mano derecha y con la espuma de afeitar en la izquierda.
Al tener todos los poros abiertos de la piel, la experiencia del afeitado fue muy placentera y mi miedo a ser cortado fue un espejismo, apenas le llevó cinco minutos afeitarme todos mis bajos con cuidado y con una sensación de piel de niño pequeño digna de un anuncio. Me refresqué con agua tibia de la ducha y ya estaba listo para lo que venía a continuación, nada de cremas, solo las caricias de Lucía que estimulaban cada vez más mi sexo y culito hambrientos.
– Venga cielo, déjame secarte un poco y vamos a la cama.
– Yo me dejo, me siento como un corderillo que va al matadero.
– Que exagerado, ven tonto.
Y dándome un beso y agarrando mi mano derecha me llevo a una cama de sábanas blancas enorme con algunos de sus juguetes encima de la cama.
– Se que te va a parecer extraño pero confía en mi -dijo colocándome un antifaz negro sobre los ojos-, ponte a cuatro patas, como en la postura del perrito sobre la cama, relájate y respira con el diafragma suavemente.
Obediente me coloque mirando hacia el cabecero de la cama o eso creo porque no veía nada, sentía sus movimientos colocándose el arnés y quizás poniéndose unos guantes de latex, no sé, porque oía como cuando los cirujanos se colocan los guantes antes de operar.
– Ahora cariño voy a dilatarte un poquito, tu relájate y déjame hacer a mi.
Un lubricante fresquito empezó a deslizarse por el canalillo que hacía mi culo, viscoso más que líquido, apenas se movía si no era con ayuda de unos hábiles dedos y Lucía mientras acariciaba con su mano desnuda mis huevos, jugaba con la puerta de mi ano haciendo círculos concéntricos y apretando suavemente pero sin llegar a meter el dedo dentro de mi todavía.
Olía como a fresa y sus manos eran suaves, sin uñas que resaltar, su tacto era delicado y paciente, no creo que ese fuera su perfume y si el aroma del lubricante que estaba usando, lo digo porque aunque ella me olía de flores frescas en la ducha, cuando estábamos en la cama apenas pude distinguir un aroma que no fuese el de la piel recién duchada.
Controlando mi respiración me centraba en notar esas manos mientras me acariciaba, cuando Lucía se echaba sobre mi notaba un armazón sobre su cintura pero sin ningún dildo todavía, también mi piel apreciaba ciertas tiras de cuero que había alrededor de sus pechos, con quizás unas tachuelas también en algunas tiras que debían cruzar su cuerpo desnudo, digo quizás por el frío que me daban y por la punta cuando contactaba con mi piel.
Al ritmo de música disco de la radio, Lucía metió un dedo dentro de mi de golpe sin avisar, mi propio ano se cerró sobre tu dedo y ella lo notó, dejó su dedo metido hasta el fondo moviéndose en círculos hasta que mis músculos anales se acostumbraron a ese tamaño, poco a poco mi relajación iba en aumento y ella lo notaba, acariciaba mi espalda susurrándome y sentí un nuevo dedo dentro de mi, esta vez mi reacción fue menos violenta y aceptó ese par de dedos moviéndose de dentro a fuera, en círculos, doblándose y tocándome la próstata en un dulce masaje que casi me hace correrme en apenas diez minutos de encuentro con Lucía.
Sus muslos chocaban contra mis nalgas, en un caricia suave y cálida cada vez que metía sus dedos dentro de mi, no se cuando porque ni lo lote, tres dedos se movían como pez en el agua en mi ano cada vez más dilatado, fueron instantes de caricias suaves y dulces que me abrían poco a poco; minutos de mimos de una amante atenta y delicada que sabía que hacía. Mi respiración se aceleraba, mi piel se erizaba y mis ganas de ser penetrado por uno de esos dildos se hacía cada vez más perentoria pero no me atrevía a pedir nada por miedo a sentir dolor y por nada del mundo deseaba que me doliese.
Habrían pasado veinte minutos o a lo mejor más, cuando sacó sus dedos de mi ano y me dijo que esperase un instante, que no me moviese, unos brincos sobre la cama y deduje que había acoplado unos de los consoladores en su arnés; ¿cuál sería? Ni idea y no quería saberlo, mejor así.
Lucía colocó uno de sus consoladores y se aproximó a mi por detrás, susurrando y con caricias se puso entre mis muslos y embadurnó el dildo con lubricante de forma generosa. Apuntó con él sobre mi ano pero sin metérmelo y jugó con mi entrada igual que hizo con los dedos. Puso su mano izquierda sobre mi cadera y agarrando con su mano derecha la parte central del dildo comenzó a apretar para meterlo dentro de mi. Os describo como debía ser, debía tener una cabeza prominente, más que el cuerpo, porque le costó meter lo que haría de capullo, pero una vez que entró el cuerpo central se deslizaba con mucha facilidad, el diámetro podría ser tanto como los tres dedos juntos porque esa era mi sensación, el cuerpo central tenía como venillas que hacían más grueso el cuerpo del mismo y a pesar de ser blando, era rígido y firme.
Lucía lo metió sin dificultad hasta el fondo y allí esperó unos instantes. Sus muslos tocaban con mis nalgas en una deliciosa comunión y sus manos acariciando mis huevos, mis abdomen y mis pechos me distraían de todo, creo que ni la música escuchaba, pero si los susurros y gestos de placer de Lucía.
– Ah mi putita tiene un culito tragón. Pues tendremos que darle un poquito más, ¿no te parece?
Se movía suavemente, de atrás hacia delante, moviendo su cadera en círculos que hacían que el consolador se moviera del mismo modo dentro de mi. Me tuvo así varios minutos, hasta que el lubricante apenas ya hacía su función y mi ano ya comenzaba a irritarse. Sacó el dildo de mi ano y volvió a lubricarme con generosidad, cosa que agradecí porque me ardía un poco y ese bálsamo me alivió notablemente.
Lejos de pensar que se había acabado, Lucía cambió de dildo o colocó uno nuevo, mayor, más grueso, más realista y que podría pasar por la polla de cualquier actor porno por tamaño, forma y detalles; digo esto sin verlo y guiándome exclusivamente por las sensaciones que me transmitía mi ano dilatado, de modo que imaginaros.
Lubricó su nuevo consolador y procedió del mismo modo pero me advirtió:
– Cariño, si este te duele podemos cambiar de postura porque de lado siempre es más fácil, tu me dices, ¿vale?
– Vale Lucía, yo te aviso.
Me acarició con toda la dulzura del mundo y volvió a apoyar su arma de destrucción masiva sobre mi ano; esta vez no fue tan paciente, un brusco movimiento de sus caderas me clavaron hasta el higadillo ese nuevo y descomunal consolador, no era el doble del otro pero como si lo fuera, el dolor fue indescriptible y las lagrimas asomaron en mis ojos.
– Sácalo por favor, me duele.
– Si, si, despacito, tendré cuidado.
Lucía comenzó a sacarlo y a medida que salía mi dolor disminuía, pero no lo sacó por completo, dejó la punta dentro y lubricó de nuevo el consolador con más y abundante lubricante fresco que me aliviaba.
Se paró unos instantes que me parecieron horas y volvió a moverse, lentamente y cuando quise darme cuenta, los huevos de plástico que decoraban el consolador estaban pegados a los míos.
Al moverse, su cuerpo hacía un rico sonido al chocar con el mío, incluso me parecía oir como mi ano succionaba esa polla de goma para que no saliera de mi pero creo que esto es fruto mas de mi calenturienta mente y del deseo que de lo que realmente oía.
Palabras nunca antes dichas por mi boca comenzaron a salir de mis labios.
– Fóllame Lucía. Te quiero toda dentro de mi –si ya se que suena a Jesulín, pero en el ardor que queréis que os diga, en ese fregado cualquier cosa se diría-.
– Así me gusta mi reina, ¿sientes como te follo con mi dura polla?
– Si, quiero más, me gusta mucho.
– Que culito más tragón tienes mi putita, me encanta follarte tu culito virgen.
Apenas podía moverme con ese consolador dentro de mi de lo lleno y pleno que me sentía, sigo diciendo que yo no veía como era, mis manos apenas me podía sujetar a la cama en la postura del perrito de los temblores que sentía y de los empujones que me daba Lucía cada vez que me la metía hasta dentro. Tenía que guiarme solo por las sensaciones que me proporcionaban los contornos de mi ano, mi perineo y mis nalgas con cada empuje de Lucía.
Las falsas venas de esa polla de goma entraban y salían y los labios de anos se dejaban acariciar, el lubricante hacía a la perfección su labor y aliviaban el ardor provocado por la fricción de la silicona del consolador y que a fuerza de entrar y salir con cada vez más velocidad, calentaba mi ano como si fuese un volcán pero en el no salía nada y si entraba todo.
Cuando me hubo metido el primero de los consoladores mi erección se había ido de paso pero cuando me metió el segundo, no se donde todo pero estaba como un caballo en celo; Lucía apenas hacía caso de mi polla aunque poco importaba, en cada roce del capullo del consolador con mi próstata era como si me la estuvieran mamando y sin saber como, empecé a correrme, mis piernas se quebraron y mis brazos ya no soportaron mi peso, Lucía se volcó por completo sobre mi al darse cuenta que me corría como una fuente sin fin y gimiendo como una mujer en una película porno.
– Así me gusta, como disfrutas. Mmm. Tendrías el culete virgen pero te has comportado como toda una guarrilla, jeje.
No tenía ni voz, estaba destrozado sobre la cama con una mujer preciosa sobre mi espalda y con una polla de plástico enorme dentro de mi cuerpo. Sus labios besaba mi espalda, mi cuello y yo no podía ni corresponderla de cómo me había dejado.
– Me gusta cuando un hombre se entrega así, tan completamente y se queda a merced de mis manos, es posible que haya personas que no lo entiendan, pero me da una sensación de poder indescriptible.
– ¿Y yo me he comportado así?
– Si Joan, has sido mi mejor amante, te has dejado hacer sin protestar y cuando lo has hecho ha sido con dulzura, me encanta penetrar a hombres así.
Lucía sacó con delicadeza el consolador y se colocó a mi lado, yo me giré como pude y me retiré el antifaz de los ojos, entonces pude ver las dimensiones del dildo, no eran tan grandes como yo había sentido, era una polla bien formada de unos veinte centímetros de largo, con unos huevos a sus pies y un capullo perfectamente definido que sospecho que era el que mi hizo esos destrozos tan placenteros cuando entró, eso si, más grande que la mía y por descontado, más gorda y de lejos, más pequeña que un consolador negro que no había usado conmigo que rozaba unas dimensiones ultrahumanas.
Lucía buscó mi cara mientras acariciaba mi abdomen lleno de semen y me preguntó:
– ¿Y qué tienes tu previsto para darme placer?
Con un beso en sus labios y una sonrisa que dejaba entrever que algún arma secreta tenía para ellas cerramos esa conversación. La luna ya asomaba por la ventana de nuestro hotel pero aún quedaba mucha noche por delate y yo esta vez estaría sin antifaz y podría ver de que piel estaba esa diabla que había hecho que mis piernas no se sujetaran del placer que le habían dado.
Pero eso ya forma parte de otra historia que ya os contaré otro día, porque Lucía quedó encantada conmigo, tanto que ya no pertenece a ese club extraño y yo pertenezco al suyo solamente y no solo porque me haga mis revisiones de próstata.