Estaba en el cuarto con mi prima quien es una chica muy caliente, yo estaba bastante estresado y ella se ofreció a ayudarme
Mi nombre es Santiago y les contaré una historia llena de perversión y depravación filial. Soy oriundo de Granada, sin embargo, me basté de un par de decisiones para terminar estudiado en la Universidad Complutense de Madrid. La Ciudad donde ocurrió todo. Al cumplir los dieciocho convoqué a mis padres a una reunión en el comedor para platicar de mi futuro universitario. Después de muchas palabras y cifras acordamos lo mejor: Te irás a Madrid, pero ni de mierdas rentarás piso tú solo, te irás a casa de tu tía Carmen, que nos debe la vida y no se negará a recibir a su querido sobrino. “Vale”, respondí.
La tía Carmen, una mujer casi cincuentona, casi sin chiste, pero le llovían pretendientes como fuente de plaza. Su mayor atributo físico eran sus enormes tetas y su culo gordo, el típico de una señora de su edad. Además, portaba piel blanca y los rastros de unos ojos esmeralda perdidos por la edad. Era viuda desde hacía diez años quedó sola con una hija única; Leticia. Que se mantiene aún bajo su cuidado. Leticia era una niña de 18 años recién cumplidos, delgada, blanca, ojos color miel y las tetazas del tamaño de melones. Su cabello caía en cascada lacia sobre sus hombros y clavículas huecas. Hasta dónde recordaba su voz era angelical. De eso ya hace unos años. Nuestra relación siempre fue buena, aunque lejana porque solo nos veíamos de vez en cuando en una festividad en común. Lo último que supe es que se había comprometido.
Todo listo, iba ya en el tren a punto de llegar a Madrid. En la terminal me esperaba Jorge, un amigo de la familia que se ofreció a llevarme a la casa, me subió y aprovecho para darme un pequeño tour por la ciudad. Al llegar a la casa solo bastaba saludar a las dos mujeres con las que conviviría por tiempo indefinido para poder acostarse y disfrutar de la última semana de vacaciones que me quedaba.
—Hijo mío! —exclamó la tía Carmen al verme- pero qué grande estáis, ¡Dios de mi vida!
—Hola, tía —dije mientas me apretujaba sobre sus pechugas— es bueno estar aquí, gracias por todo.
—¡Gracias ni qué nada! Más que un favor es un placer, querido.
Entró la hermosa Leticia, en la flor de la adolescencia, frágil, ligera y sonriente. Venía del hombro de su novio Ramiro. Al verme se precipitó ante mí.
—¡Santiago! —se elevó del piso y me abrazó en el aire- mírate, estáis enorme. (¿Qué acaso es lo único que le pueden decir a un hombre?)
—¡Lety! ¡Pero vaya que estás hermosa!
Fue rara esa reacción en ella, si bien teníamos buena relación nunca fue así de efusiva conmigo. Después averigüé que fue para darle un piquete a su novio porque habían discutido. Claro, su novio no estaba de ni enterado de que era primo de su prometida y menos de que compartiría techo con ella. Así que pude sentir sus celos mientras la cargaba sosteniendo sus glúteos.
—Que lindo es tenerte por aquí —dijo Leticia— déjame acabar con unas compras y te llevo de tour por los alrededores.
—Lety, deja descansar al muchacho, por el amor de dios —dijo la tía interrumpiendo su ímpetu.
Tenía ganas de llevarle la contraria a la tía Carmen y escaparme con Leticia de paseo, pero de verdad estaba cansado. Leticia observó mi mirada y se dio cuenta que era cierto. No insistió y procedió a salir no sin antes presentarme a su prometido.
—Por cierto, te presento a Ramiro, mi bello prometido.
—Qué tal, Santi. A ver si salimos todos a dar una vuelta cuando te repongas —dijo Ramiro—, a ver si te llevo unas amigas para que vayas calando mujer en Madrid —terminó entre risas.
—Vale, hombre. Nos vemos más tarde —concluí.
(Qué tipo tan pesado)
Mi tía me llevó al cuarto donde me quedaría.
—No es muy ostentoso, pero es cómodo y seco.
—No se preocupe, tía. Todo bien —dije mientras dejaba caer mis maletas.
En fin, pasó la noche, cenamos y pasé mi primera noche ahí. Ramiro no vivía en la casa, pero se la pasaba casi diario con Leticia. Así que no era raro verlo merodeando por la casa. Mi relación con Leticia se fue acrecentando, de noche, cuando la tía dormía solíamos tomar unas cervezas mientras recordábamos episodios chuscos de nuestra infancia juntos. Nunca se lo dije, pero ella fue de mis primeros amores y representó una pieza importante en mi niñez. Me quedaba hasta tarde en su cuarto, ahí bebíamos porque era más grande y tenía una terraza que permitía fumar sin el problema de los aromas. La tía Carmen era algo conservadora, por eso Ramiro no vivía aún en la casa, pero no tenía problema si bebía algo de alcohol con su hija porque eran vacaciones y entendía nuestra emoción de volvernos a conocer. Como sea, esto abrió pauta a una libertad nocturna sin precedentes en la vida de Leticia. Que, con muchos novietes a lo largo de su adolescencia, nunca tuvo esa libertad de estar con un hombre pasadas las ocho de la noche. Ni con Ramiro. Toda la semana nos juntamos en la noche ya sea para fumar tabaco o cannabis, beber alcohol o simplemente parlar sobre todo hasta que los parpados nos dormían. El viernes salimos de fiesta a uno de los clubs más exclusivos de Madrid, me presentó a unas amigas suyas y conocí a mi primer ligue en la capital; Susana. No pasó mucho más que un encerrón en su carro y un secuestro a su piso. Llegué a las seis de la mañana del sábado. Al entrar a la casa Leticia tenía un café listo y un desayuno:
—Mírame, te tiras a una de mis amigas y aquí me tienes haciéndote el desayuno —dijo sarcástica.
—Es que me amas, querida —me aventuré a decirle aún bajo efecto del alcohol.
Hizo caso omiso y se metió a bañar. Verla en ropas ligeras y transparentes alejándose mientras su culo danzaba frente a mí me convencieron de mis sentimientos hacia ella. El día transcurrió normal y esa noche me contó ciertos problemas que tiene con su novio. Me di cuenta entonces de lo fragmentada que podía estar la relación. Sin embargo, me confesó que siempre le ha sido fiel y que no había tenido ningún desliz en cuanto a ese tema. La noche del domingo ocurrió lo inesperado una oleada de calor azotó la capital a 42 grados Celsius, al acostarme sentía el infierno, el ventilador eléctrico no ayudaba y al asomarme a la terraza de la sala el aire parecía vapor. Leticia salió de su habitación para beber agua antes de dormir:
—Madre mía, esto es un infierno —dijo mientras caminaba a la cocina, al beber el vaso me vio a lo lejos, observó cómo me escurría de sudor con una botella de agua en el antebrazo— ¡Madre mía, Willy! ¿Pero qué haces ahí? Ven a mi cuarto.
Al entrar a su habitación una nube de frescura seco mis gotas en segundos. Tenía control de clima de última generación.
—Qué pena, Santi. No recordaba que en el cuarto de huéspedes no hay control de clima.
—Vale, no te preocupes, que de todas maneras ya me estaba acostumbrando. Buenas noches.
—No te vayas, esta noche te duermes conmigo. No dejaré que mi primito se derrita allá afuera.
Nos acostamos entonces y dormimos nuestra primera noche juntos. Mi mente se alborotó, hace tiempo que no tenía el cuerpo de una mujer tan hermosa tan cerca de mí en una cama. Escuchar su respiración recalcitrante, su movimiento bajo la sábana y por leves momentos sentir su calor eran sensaciones placenteras. Era ya la una de la mañana.
—¿Aún no te duermes? —dijo susurrando Leticia.
—No, me cuesta trabajo dormir en cama nueva.
—Entonces hablemos.
—No puedo, tengo que estar mañana a primera hora en la uni.
—Anda, prometo aburrirte para que te quedes dormido.
—Vale…
—Esto es muy raro para mí, nunca había hablado con un hombre tan tarde, sé que eres mi primo, pero sigues siendo de mi sexo opuesto.
—No te creo, no te ves tan inocente.
—¿Qué? ¡Claro que soy inocente! —gritó Leticia.
—Cálmate, despertarás a mi tía. Lo decía por la forma en la que te mueves al caminar y …
—¿y?
—Y la forma en la que miras los hombres… Ese día en el club… —dije. Leticia guardó silencio— pero vale que no hay problema, no digo que esté mal… Pero creo que te has dormido —concluí mientras me ponía boca arriba.
A los poco segundos comencé a escuchar un solloce.
—Es difícil ser yo —dijo Leticia entre lágrimas—, es difícil pretender ser la niña perfecta. Quise a Ramiro por ser el único en no pasarse conmigo, todos querían sexo o querían tocarme. Él no, pero ahora, en este último año siento una llama, un fuego abrasante que destapa instintos que Ramiro no puede apaciguar y que solo puedo arrancar cuando estoy bebiendo rodeada de “tíos buenos”.
—Te respeta demasiado.
—No, no es eso, lo hemos intentado, pero… simplemente no puede y cuando eso pasa se queda sin ganas, se cabrea consigo mismo y tenemos que regresar a casa.
—Ya veo —dije mientras recobraba mi posición dirigida a ella esperando un río de desahogo.
—Además me faltan tetas y culo, cuando me beso con Ramiro noto que casi no les presta atención.
Vi por la poca luz que pasaba su mano por sus pechos y los apretaba ligeramente.
—¿Crees que estoy buena? —soltó sin más Leticia.
Me puse frío y nervioso, tenía que ser preciso para que quedara claro que está buena pero que no se dé cuenta de lo que me provoca. De que en el fondo me gusta.
—Cuando éramos más niños los chavales pensaban que éramos novios, nunca estuve tan orgulloso de tener una novia ficticia como tú, imagínate cuando tenía que desmentir y decir que somos primos.
Leticia de rio y dijo— pero eso era de chavales, ¿Qué tal ahora? Ahora ni tú me ves el culo cuando me agacho —rio de nuevo pero un poco más alto.
Antes de que pudiera decir cualquier replica sentí cómo ella buscó mis manos en la oscuridad y al hallarlas las solapó con la nobleza de sus manos tersas:
—Ando de oferta, dejaré que las toques.
Dicho esto, llevó mis manos por la brisa fría y las colocó sobre sus enormes pechos que solo estaban cubiertos por un camisón ligero, estaban tibios. Me atreví a apretarlos y supe al fin la textura esas tetas que soñé con tener en mis manos. Sentí sus pezones tiernos, incluso sus aureolas y pude adivinar su color con el tacto. No sé cuánto tiempo estuve ahí, pero al recobrar conciencia ya estaba estimulándolas con mis dedos. Buscando hacerle placer indiscriminadamente, seguido esto me precipité para besarla. Sentí sus labios flojos. Al soltarla, Leticia ya estaba dormida y en un arranque de cobardía subí su camisón para intentar chuparle las tetas. Al levantarle la prenda vi su par descomunal en la resolana de luna, acerqué mi boca y su mano vidente apareció para detenerme por la frente, lentamente me llevó al lado contrario, se bajó el camisón y se dio media vuelta para dormir. Lo entendí, me había pasado. Me giré sin decir nada más con el corazón en la garganta y el cuerpo más frío que un hielo
Unas horas después me levanté, ella seguía dormida, salí sin hacer ruido, desayuné y me fui al primer día de universidad. A las nueve de la mañana recibí un mensaje de Leticia: “Perdóname por lo de ayer, sé que me pasé y quedé como una calientahuevos. No sé en qué estaba pensando, de verdad me siento muy mal. No quiero que esto cambie nuestra relación, vales demasiado como para dejarlo ir por la calentura”. Me sentí como cuando uno se besa con la mejor amiga y te avienta más o menos el mismo cuento, de todas maneras, me había dado cuenta de que no se quedaría ahí porque me trató más como un amigo que como su primo de sangre y para mí ya era tarde parar, después de degustar parte de su cuerpo no era posible que alguno de los dos no quisiera un poco más. “Vale, Leticia. No pasa nada, no te preocupes, queda olvidado lo de ayer. Nos vemos al rato. Saludos a Ramiro”, respondí. El resto de la semana no pasó nada interesante en cuanto a Leticia, salimos de paseo los dos y recobramos sin problemas la informalidad. En Granada las cosas no fueron bien, mi padre se quedó sin trabajo y eso repercutió directamente en la mesada para gastos escolares, mi presupuesto se redujo por la mitad y la única opción era buscar trabajo de medio tiempo. Encontré uno sin problemas; una cafetería local, perteneciente a Jorge (¿Lo recuerdan?) Me parece que está enamorado de mi tía porque nada más le bastó con mencionar que su sobrino estaba pobre y en seguida ofreció la vacante. Era trabajo de tres a ocho de la noche, por lo que si antes regresaba cansado ahora llegaba molido a casa de mi tía. Ya no tenía tiempo ni energías para hablar con Leticia y nos dejábamos de ver durante días, los fines ella salía por lo que el distanciamiento era obligatorio. Pasaron dos meses y fue cuando la vida dio un giro esperado (por mí, claro), una nueva oleada de calor. Inesperadamente la que tomó la iniciativa fue la tía Carmen: Ve al cuarto de Leticia a dormir, hijo. Ya con Leticia reconectamos enseguida y hablamos hasta las tres de la mañana. En esta ocasión la oleada de calor duró más que un par de días por lo que llegar molido a su cuarto, hablar un rato y dormir a su lado se volvieron cosa normal. Días después la suerte seguía dando frutos, si no tenía suficiente placer con ver su cuerpo en delgados pijamas, a veces sin sostén y algo trasparentes, el día jueves comenzó a cambiar mi suerte:
—Entonces… déjame ver si entendí; ¿te paras a las 6 am para llegar a las 7 am a clases, sin horas libres hasta la una de la tarde, para llegar a comer a la casa a las 2 pm e irse cagando leches para llegar a tu trabajo, servir a niños pijos del centro hasta las 8 pm, llegar a hacer trabajos escolares y después dormir para repetir todo mañana?
—Excepto si me toca cerrar, en ese caso llego a las 10 pm a casa.
—Mierda… Está duro.
—Sí…
—Debes estar muy estresado, con razón no hablabas conmigo, debes llegar molido. Yo me quejaba con todos de que ya no me querías.
—No seas tonta, claro que te quiero, chiquilla, pero llego hecho mierda —lancé una risa cansada y me acosté en la cama.
—Si pudiera hacer algo por ti, lo que sea, lo hago. Yo no estoy tan molida como tú así que puedo hacer lo que me pidas.
En seguida mi mente comenzó a jugar sucio y comencé a inventar salvajadas en mi mente, por extraño que parezca esa idea relajó mi cabeza.
—Gracias, Lety. Estaré bien, no es necesario.
—En serio, un té, un masaje de pies o de espalda. ¡Ya sé, mejor una cena especial preparada por mí!
(Mejor hazme una paja, eso me ayudaría bastante) Me abrumé y me di vuelta en la cama dándole la espalda y apagando la luz.
—Estoy bien, te lo juro. Gracias, Lety.
El lugar quedó con el único sonido del viento artificial. Comencé a sumergirme en la perdición de los sueños hasta que un tacto me regresó a la realidad. Leticia masajeaba mi espalda.
—No lo estás, tienes la espalda muy tensa —dijo con una voz suave sobre mi oído.
No tardó en darme sueño de nuevo a causa de la relajación, pero mi mente volvió a jugármela y en lugar de dormirme me colocó a un nivel elevado de excitación. Mientras ella seguía recorriendo mi espalda y hablándome de su día al oído yo simplemente estaba perdido solo con ella.
—Ahora te toca allá abajo.
(¿Qué?) Prendió la luz me tomó de la cintura y me giró boca arriba.
—Puta madre —dije.
Sin pensarlo, ella fue testigo de la enorme erección que respingó por debajo de mi pants y que sin presumir puedo decir que se veía majestuosa, en ese momento me sentí, claro, apenado. Por lo que me giré y apagué la luz.
—Perdón, solo quería darte un masaje de pies…
No podía decir nada porque la vergüenza comió mis palabras. Todo quedó en silencio de nuevo. Estaba más despierto que nunca, apenado, oprobiado y ligeramente excitado por su mirada de sorpresa al ver mi animal descomunal.
—Nunca había visto una así —dijo Leticia.
Guardo otro silencio y se notaba que estaba en un conflicto mental. Me giré boca arriba y me quedé escuchando su respiración. (Ahora es mi turno). Moví mi mano rozando la cobija a su dirección hasta que tomé su mano, que estaba caliente, y la apretó un poco. Metí el pulgar de mi mano derecha en mi pants y lo bajé para liberar mi miembro. Entonces la llevé lentamente a mi paquete erecto, no dijo nada, segundos después noté como lo trató de sujetar, su respiración a lo lejos se pausó y se agitó.
—Me puedes ayudar con esto, primita.
Seguía sin hablar, pero no había duda, estaba moviendo ligeramente su mano arriba y abajo en un vaivén celestial. Yo cerré los ojos y comencé a disfrutar de ese placer carnal en una atmosfera de peligro y prohibiciones. Se llevó a cabo un incendio en aquel cuarto frío donde no se produjo una sola palabra hasta horas después por la mañana. Estiré mi mano y comencé a tocas sus pechos por encima de camisón, los estrujé y apreté, después las dejé desnudas y comencé a estimularlas con mis dedos álgidos. Bajé mi mano por su cintura hasta sus piernas y dilucidé la forma tan sensual que tenía mi prima. Pasaron cinco minutos y estaba extasiado, ella estaba igual de caliente que yo, entonces puse mi mano en su nuca y busqué atraer su boquita. Ella cedió sin problemas y sus labios rodearon mi pene, no tardé mucho en rendirme y no me pude contener. Llevé mis manos a su nuca y descargué semen de una semana en su boquita mientras yo lanzaba un rugido sordo de animal. Hizo arcadas y tosió cúmulos de mi leche sobre mi falo. Se paró rápidamente y salió del cuarto, yo me paré a limpiarme con unos pañuelos y me acosté. Minutos más tarde ella llegaría con un aliento a pasta dental para luego quedarse dormida.
Estaba asustado porque no sabía qué iba a pasar, mil cosas pasaron por mi mente; pelea, discusión, conflicto familiar, mi exilio de la casa de la tía. En fin, todo se disipó la noche de ese día cuando Leticia entró al cuarto, puso seguro a la puerta, se acercó a mí y de un movimiento tajante me bajó los pants y engulló mi miembro hasta devorar cada gota.
Continuará…