Estaba muy nerviosa, por primera vez en tantos años fue de viaje a cumplir sus fantasías de dolor y placer, fue a sentirse un objeto desechable
Ya ha llegado la fecha más deseada del año y es el inicio de las vacaciones de verano, cuando durante un mes nos dedicamos a realizar aquellas actividades que nos son sumamente placenteras, en mi caso disfrutar del sufrimiento que inflijo a cualquier puta que se deje. Llevo en mi cabeza todo lo que voy a hacer a esa nueva zorrita para mi deleite. Sólo de pensar en las torturas que le daré a mi nueva esclava hace que mi coño sea un bebedero de patos y mis pezones sean lo más parecido a los Miuras de San Isidro. Acabo de llegar al pueblo abandonado, que compramos entre varias personas que teníamos gustos muy similares, donde se creó una comunidad BDSM. Después de tres horas de viaje por carreteras secundarias llegué a mi destino.
Me presenté primero en el antiguo ayuntamiento, ahora era la recepción del pueblo turístico, nuestro hotel «La Residencia», dónde me entregaron la llave de mi «granja». Cada uno de los que compramos el pueblo nos quedamos en propiedad una vivienda de las afueras, para poder llevar a cabo, en ellas, nuestras perversiones. Diseñamos dos páginas web, una la normal de un hotel, para reservar habitaciones dentro del pueblo, y otra para captar gente que haga disfrutar a los propietarios. Nada más recoger la llave me dirigí hacia la Iglesia y en una, de las muchísimas, hornacinas, que tenía la Iglesia, saqué un látigo. Sabía que mi nueva víctima para esclavizarla llevaba, al menos, quince minutos esperando, y como siempre la habrían dejado aislada del mundo exterior, así que si me retraso sesenta minutos más disfrutaré cuando la azote y la golpee. Cogí mi coche y me dirigí hacia la entrada principal de «mi granja». En mi dormitorio preparé elementos que la degradarán aún más, me puse un body negro, muy ceñido que marca todas mis curvas y volúmenes, hecho en cuero.
Llegué al establo y vi a mi juguete suspendida, con sus brazos y piernas totalmente estirados, además de aislada del entorno gracias a una máscara que cubría, casi en su totalidad, la cabeza. En ese instante di comienzo a mi juego favorito, el azotarla, de manera inmisericorde, hasta que su dolor me haga disfrutar de un espectacular orgasmo.
Perra
Domingo 2 de Julio
Ya llevo casi un mes gozando con los castigos que me autoinfrinjo, mañana tengo que estar a primera hora en un punto, cercano a un pueblo abandonado, para que me lleven a un calabozo o parecido. Tengo una pequeña maleta en la cual, lo único que llevo son juguetes para usar y marcar mi cuerpo. Ahora, cuando cierre este diario me iré a dormir.
Son las siete de la mañana, llevo más de tres horas conduciendo, y ya estoy en el punto de encuentro, se trata de una vieja casa de campo totalmente en ruinas. Tengo que entrar en ella totalmente desnuda y dejar mi coche abierto, con todas mis pertenencias. Hice lo que me pidier… ordenaron, no podía cubrirme con las manos ni tampoco ir corriendo hasta «la casa», así que fui como si estuviese dando un paseo, pero nada más entrar en «la casa», sentí como un fino cable se ceñía sobre mi cuello impidiéndome respirar, fui inmovilizada rápidamente y no tardé en sentir cómo mi cabeza era cubierta por una especie de máscara que me impedía ver y oír, aparte de obligarme a mantener mi boca abierta, de tal forma que, me parecía, se me iba a salir la mandíbula de su sitio. No tardaron en dejar mis brazos totalmente rígidos y dejándome de puntillas, al poco sentí cómo me dejaban suspendida en el aire, mis pies no se apoyaban en el suelo.
Me dejaron sola unos pocos minutos, tras los cuales otro grupo, no sé si eran los que me capturaron o diferentes, empezó a manipular varios grilletes y barras metálicas, cuando, de improviso, varios pinchazos, muy fuertes, en mi entrepierna. Al no disponer de un apoyo tuve que tirar de mis brazos, aunque sabía que no iba a durar mucho ya que mi fuerza es más bien escasa, no tardé en sentir nuevos pinchazos en la planta de mis pies. Durante un buen rato, creo que fue algo más de una hora, estuve soportando, estoicamente, los pinchazos en mi entrepierna y en mis pies, intentaba elevarme pero al carecer de apoyos me era muy complicado intentar eludir los pinchos. Estaba en uno de esos intentos de separarme de los pinchos cuando algo se aferró con fuerza a lo largo de mi espalda, llegando a acariciar mis senos. Di un grito ahogado por la bola de goma que me había incrustado en mi boca otro golpe que cruzó, nuevamente, mi espalda. El dolor que me provocaba los latigazos se reflejaban en mis pezones, no los veía pero los sentía ponerse duros aparte de sentir mi flujo caer por mis muslos.
Realmente soy una depravada, disfrutar y desear ser golpeada con saña y crueldad es de locos, y sin embargo estoy excitada sexualmente después de haber recibido una buena tunda, no he contado los latigazos pero los primeros dolían cómo no está en los escritos y al pensar que habían otras personas viendo cómo estaba desnuda y expuesta, además de recibir un fuerte castigo, hizo que mi cuerpo reaccionará de una manera que, para mí, ya era habitual el dolor se transformó en un aditamento del placer, y ya no «gritaba» sino que gemía empecé a desear la violenta caricia del látigo sobre mi cuerpo, tanto que disfruté de un orgasmo brutal.
Madame
Nunca me había encontrado con nadie que disfrutase tanto siendo tratada como esta cerda, creo que voy a tener una estancia muy placentera abusando y denigrando a placer. Lo primero es mostrarle cuál es su sitio natural después de curarle la espalda. Seguidamente pediré a dos de mis amigos para que envíen a sus esclavas para que hagan sus necesidades en la zona reservada para su comida. Esta cerda dispone de un cuerpo apetitoso para fustigar y marcar a gusto, le puse el collar de perra, junto con su correa, y la llevé hacia su comedero.
Madame: «Ahí tienes tu comida, espero que la disfrutes.»
El comedero estaba lleno de mierdas dejadas por las otras esclavas, no me gustan los esclavos, disfruto más sometiendo y humillando a mujeres. Cuando vio cuál sería su menú me miró con cara de cachorro degollado, pero no tuve compasión la hice que empezara a comerse las mierdas de otros. Le costó trabajo terminarse su menú, cuando lo hizo la llevé a dónde debería hacer sus necesidades y cómo tenía que hacerlas.
Perra
Cuando vi la humillación que me había preparado tuve una doble sensación contradictoria, por un lado me asqueó el tener que comer las mierdas de otras que estaban por encima de mí, y por otro el sentirme degradada hasta unos extremos que ni yo misma hubiera imaginado. Esa contradicción hizo que mi cuerpo reaccionara de dos formas opuestas, por un lado mi estómago intentó expulsar bilis, ya que no había comido desde hacía más de siete horas, y por otro mi entrepierna pedía a gritos verme todavía más relegada a ser un mero objeto de usar y tirar. Mi coño hizo que empezase a comer, los primeros bocados me costó trabajo tragármelos así que me acerqué a un cuenco que contenía un líquido, agua creía yo. Comencé a beber como si fuese un animal, tenía un gusto raro pero lo que me hizo casi rebelarme fue el olor, «¡LO QUE ESTABA BEBIENDO ERAN ORINES!».
Respiré hondo y continué con «mi alimentación». Nada más terminar el Ama se dignó a explicarme mis obligaciones.
Madame: «Mientras dure tu estancia en «la Residencia» no dispones de derechos eres un objeto de mi propiedad. Podré hacer contigo lo que quiera desde darte palizas brutales, insertar objetos en tu cuerpo o mutilar partes del mismo. Asimismo manipularé tu mente para que cualquier ruego, sugerencia u orden mía la cumplas sin dudas ni miedos absurdos. Mi nombre para ti es Madame, el tuyo no importa a nadie…», durante algunos minutos más siguió indicándome obligaciones.
Terminada la charla me llevó, a todo esto yo tenía que estar como la perra que era a cuatro patas, a una habitación amplia, fría y lóbrega. Toda ella estaba repleta de muebles y elementos de tortura, lo cual me excitó y me dio pavor.