Estar casada hace años empeora el sexo considerablemente, menos mal que siempre hay algún hombre disponible para follarme bien duro
Super puta
Soy Alejandra, vivo en un barrio común con mucho tráfico, ruido de máquinas, pibes jugando a la pelota en la canchita todo el tiempo, y fiestas con música al mango en la casa de los vecinos irrespetuosos de siempre.
Tengo 31 años, 3 hijos y un marido casi ausente en la semana, ya que es camionero. Digamos que sábado y domingo no sirve para mucho. Aunque a veces me da rabia que prefiera reunirse con sus amigos a pasar una tarde con sus hijos.
Eso sí, los sábados a la madrugada me coge en el nombre del deseo, la calentura y el amor que nos tenemos. Solo que, últimamente no me siento satisfecha.
Antes, cuando empezamos a salir, sus métodos sexuales eran más salvajes. Me encantaba que me agarre en cualquier parte de la casa, me arranque la ropa a lo bruto, incluso en ocasiones que me la rompa, que me penetre desesperado arriba de la mesa, contra la heladera o la cocina cuando estaba prendida con el almuerzo o la cena en marcha, que me deje la cola colorada de tantos cintazos o nalgadas con esas manos pesadas, que me cague a palos en la cama mientras me daba duro, y mi conchita se desvivía en un orgasmo tras otro.
Es cierto, hoy tenemos niños. No estamos solos, y las obligaciones juegan su papel.
Pero extraño a ese macho sacado, temperamental y rudo.
Para colmo, al frente de casa hay unos tipos construyendo un complejo de departamentitos, y no hay día que yo pase y no me digan barbaridades, las que no voy a negar que me calientan como a una pendeja de 15.
Siempre los miro como el orto. No soy de regalarme, aunque de a poco mi fuego sexual me plantea dudas y ratones con esos desubicados.
Una vez uno de ellos me dijo:
¡uuuy mamita, no sabés cómo se me para cuando te miro ese culito!
Esa vuelta fue mi primer reacción. Lo mandé a la mierda, y lo amenacé con la policía.
Pero, el que estaba pintando unas tejas me gritó:
¡no pasa nada flaquita, no te calentés… estás para partirte en ocho, por eso mi amigo se pone como loco!
No la seguí para no generar mayores problemas, pero lo fulminé con la mirada.
Otra vez, el que pintaba me dijo:
¡adiós bombachita roja! Después decime dónde venden esas calcitas perra!
Como una boluda salí a comprar apurada, y no me percaté que me había puesto una calza rota en la cola.
Le dije que era un pervertido, y él se rió exagerado para después murmurar:
¡si te tuviera en la cama te hago ver las estrellas mamita!
Una mañana cuando estaba llevando al más grande de mis hijos al colegio, uno de ellos me grita desde el techo:
¡¿no querés que le haga otro hermanito a tu nene?!
Y acto seguido su compañero agregó:
¡conmigo la lechita nunca te va a faltar preciosa, tengo una mamaderita que te va a volver loca!
Yo renegaba para que mi hijo se ate los cordones de las zapatillas más rápido, cuando el tercero se suma con sus acotaciones.
¡la verdad, yo por vos aprendo a cocinar, y te como en un pansito morocha… te la doy hasta que mi mujer me entregue la colita!
Los tres se reían aprovechando mi incomodidad. Los insulté y me apresuré a dejar al niño en la escuela.
En el camino de vuelta la furia se apoderaba de mis impulsos, pero la calentura se convertía en charquitos de flujo en mi bombacha, y no me da apuro confesar que tuve que detenerme en una plaza para serenarme. Me senté en un banco y, no pude controlar a mi mano que se hundió bajo los elásticos de mi bombacha para comprobar que me ardía la concha, me palpitaba con latidos irresponsables y que el clítoris se me endurecía de solo imaginarme rodeada de los cuerpos de esos degenerados abusando del mío.
Me levanté como si terminara de resolver un enigma, me compré unos chicles en un kiosquito y regresé a mi casa. Claro, antes de entrar comenzaron los habituales piropos.
¡hola mamita, no querés un matesito de carne bebota?!
¡yo ya no sé cómo ponerme para no mirarte ese culo mamita!
Es que tenés una carita de que querés pija que me puede!
¡seguro que tenés marido vos? Digo porque esas tetas piden una buena chupada!
Yo no podía meter las llaves en la cerradura de lo nerviosa que me ponían. Pero, en medio de la confusión, la ira, de lo chorreada que estaba y de los temblores en mi cuerpo, fui con la idea de increparlos, de amedrentarlos, o al menos que se den cuenta de que así no eran las cosas.
Apenas me vieron con chispas en los ojos en la puerta del departamento que estaban alistando, dejaron todo y, uno de ellos solo me pidió disculpas. El pintor, sin embargo dijo:
¡yo te juro que si me hacés un buen pete te hago una reina!
El más grande dijo:
¡a mí no me digas nada, que la que anda escotadita, moviendo la cola y con carita de viciosa sos vos!
No alcanzo a comprender por qué, pero en un momento de euforia les dije:
¡qué mierda quieren de mí alzados de mierda?!
Entonces, seis manos decididas se agolparon en mi cuerpo. Me llevaron al interior del depto donde me manosearon completa, me dejaron la blusita sin un botón, me desabrocharon el corpiño, me metieron dedos en la boca, me deshicieron el peinado al alborotarme el pelo, me nalguearon mientras me bajaban el jean y me taparon la boca cada vez que intentaba pedir auxilio.
¡callate perrita, si te morís por sentir una pija en esa conchita… mirá cómo te mojás la chabomba pendeja!, decía el grandote al palpar mi sexo sobre la tela húmeda, mientras el pendejo me chupaba las tetas, y el pintor me hacía tantear su bulto diciendo:
¡vajame el cierre putita, dale, y sacala, así me hacés una pajita… mirá la carita de petera que ponés guachona!
Cuando lo hice presa de un goce que me perturbaba, el pibe me obligó a escupirme la mano, y entonces sí me pidió que lo pajee. Los otros dos entretanto me estiraban los pezones con sus bocas y dedos, y me apoyaban sus bultos durísimos en el culo, donde solo se sostenía mi bombacha, ya que el grandote me arrancó el pantalón.
De repente yo estaba con las palmas abiertas contra la pared, con las piernas separadísimas y con los tres husmeando en los aromas de mi conchita y mi culo, estirando mi calzón y buscando introducirme dedos en la vagina. Gemían, me nalgueaban para escuchar mis quejas, las que el pendejo amordazó poniéndome un pañuelo en la boca,me mordían la cola y me escupían.
¡uuuuf, parece que fueras virgen mamita, te meás encima por poco de lo alzada que estás! Me encantan esos pelitos rubios! Y ese culito pide verga urgente!
Podía escucharlos decir, cuando tenía mi primer orgasmo, culpa de los dedos que frotaban mi clítoris y mi ano indefenso. Ellos lo notaron porque estallé en flujos, gemidos, escalofríos, y porque mis piernas se vencían desobedientes a mi cerebro racional.
Entonces, el grandote me sacó el pañuelo de la boca y me preguntaba mientras me daba cachetadas:
¡y ahora qué querés putita, eee? Querés pija no? Querés lechita nenita petera? Ahora vamos a ver cómo te portás mamando pijas!
Ahí el pintor me vendó los ojos, me sacó la bombacha, me la refregó en la nariz mientras me gritaba:
¡mirá el olor a putita que tenés, estás muy caliente pendeja!, y me arrodilló a la fuerza en una tarima donde pronto me hizo pajearlo, a él y a sus amigos.
No sabía cuál era la pija de quién. Pero, sí sé que la paja no duró demasiado, porque enseguida mi boca era destinataria de gotas de presemen, de cogiditas y golpesitos. Entraba una, salía la otra, se colmaban de mi saliva a cambio de convidarme de sus olores y sabores, me obligaban a lamerlas, apretarlas, escupirle sus bolas y a gemir pidiéndoles la lechita.
¡haber cómo nos pide la lechita la bebé? Cómo abre la boquita y se toma la mamadera la cochina?!, me decían entre todos, cuando yo hasta eructaba de tantas atragantadas. Incluso uno de ellos me hacía provechitos en la espalda, justo cuando otro me llenó la boca de semen.
No me desagradó el sabor, ni que lo hiciera sin alertarme. De hecho, con esa determinación me animé a chupar más lanzada, desatada, y hasta se me ocurrió pedirles que me hagan lamer sus dedos junto a sus pitos.
Creo que la del pendejo era la más chiquita, pero segregaba tanto juguito que, necesitaba ese chupetito en mi lengua todo el tiempo.
Pero, justo cuando, atando cabos, descubro que el pintor estaba presto a largarme su lechita en la cara, el grandote dijo:
¡no no no, basta de enviciarte putita! Ahora nos vas a dar conchita! Qué dicen muchachos?!
Y todos celebraron tamaña decisión. Entre dos me levantaron, mientras sentía que las rodillas me ardían de tanta fricción, y de pronto estaba en los brazos del pendejo. Ya no tenía los ojos vendados, por lo que entonces podía mirar a los ojos al pintor cuando mamaba mis pechos mientras yo lo pajeaba, y la verga del pendejo me empomaba la argolla con unos movimientos apurados que me hacían gemir.
Al ratito, el pendejo retiró su carne de mi concha para punzar varias veces en mi culo, hasta que por fin logró transgredirlo. En ese segundo creo que agradecí que no fuera el zocotroco del pintor, porque, como hacía mucho que mi marido no me lo visitaba, lo tenía cerradito, casi tanto como a mi vagina.
El pintor me abrió las piernas, me escupió la vulva y, en un momento me la calzó toda por allí, después de pajearse contra mi clítoris.
¡mirá cómo goza la recatada negro… se la come por el orto y la concha, está re zarpada en trola la casadita!, decía el guacho haciendo más profundos sus ensartes, con el otro saceando su hambre de macho en los jugos de mi sexo.
Yo tenía un orgasmo tras otro, cuando de golpe un borbotón de semen se desprendió del pito del nene y comenzó a inundarme con una pasión desgarradora. Ahí el pintor me pone la bombacha, me separa del pibe que parece agotado y me tira al suelo. Se me sube encima para seguir cogiéndome la concha, mientras el grandote se pone en cuatro sobre mi cara para que se la mame.
¡bien que te hacías la santita guacha, y te la tragás toda… dale, chupame la pija putita!, decía el grandote pegándome con ese cacho de músculo en la cara.
¡así, pegame hijo de puta, cagame a palos si querés!,dije sin pensarlo, cuando el pintor eyaculaba litros de leche en mi vulva, agitado, boqueando entre hilos de baba y aire entrecortado.
Entonces, se levantó satisfecho y dejó que el grandote se me tire encima para garcharme como un animal. Me arrastraba por el piso mientras me penetraba, me cacheteaba la cara y me mordía los pezones.
¡pegame basura, violame toda, seguro que a tu mujer la tenés cortita, no hijo de puta? Mordeme toda, cogeme más fuerte que no siento nada!, gritaba jadeando cuando se le ocurrió sentarme en su pija para que lo cabalgue a mi antojo. Claro, él entretanto me metía un dedo en el culo, me pegaba y me escupía la cara, además de apretarme las tetas.
¡te vas a ir de acá llena de guachos en la panza putita, porque te re cabe cagar al cornudo de tu macho… sos una trolita, una peterita, y seguro que te garchás al vecino que te alquila la casa, a la noche, mientras tus hijos duermen, no chiquita? Y te lo movés en la cama en la que dormís con ese boludo!, me decía el tipo mientras su semen comenzaba a aflorar en lo más salvaje de mis orgasmos, y sanaba un poco el dolor de sus ensartes violentos.
Apenas me paré, y teniendo en cuenta que no me habían sacado la bombacha, noté que menos mal que la tenía, porque de una por mis agujeritos empezó a gotear lechita como loco!
Me vestí como pude, y mientras los tres me prometían que no me iban a molestar de nuevo, busqué mi cartera y me fui de la construcción, con la cara desfigurada, los ojos en celo, la bombacha repleta de semen, la mandíbula dolorida, los pechos moreteados, la cola enrojecida, llena de tierra, arena y sudor masculino.
No quedé embarazada de pedo, porque la noche anterior no había tomado la pastilla!
Llegué a mi casa derechito a pajearme como una cerda rememorando todo lo que me hicieron esos cabrones.
Menos mal que me llamaron del colegio para ir a buscar a mi hijo, porque me quedé dormida como una pelotuda! fin