Esto hizo mi novia durante el verano
Cuando teníamos veinte años, mi novia se fue de voluntariado a un pueblo durante el verano. Iba a estar allí un mes, alojada en una residencia de estudiantes.
Durante esos dos meses le hice a mi novia María varias visitas, quedándome con ella un buen rato del sábado o domingo, cuando tenían tiempo libre en el voluntariado. Todo normal, nada extraño…
La cuestión es que, en aquella época, hacía poco que éramos novios y todavía no había mucha confianza en algunos sentidos… Así que ese verano no me contó lo que ocurrió en realidad. No me lo contó hasta pasados unos cuantos años…
Me dijo que conoció a un chico, llamado Julio, mientras hacía las gestiones para irse al voluntariado, en nuestra propia ciudad. Siendo verano, María llevaba un generoso escote, que mostraba buena parte de sus abundantes pechos, atrayendo constantemente miradas indiscretas de Julio.
– Tengo mucha curiosidad por cómo serán las habitaciones – comentó Julio.
– Ni idea – se encogió de hombros María – en estas cosas a veces son barracones, a veces habitaciones de cuatro… Según.
– ¿Mixtas? – preguntó sorprendido él.
– Si solo hay un barracón, pues claro, todos juntos – rió María – si estamos por habitaciones, pues depende. Hay que cuadrar camas y esas cosas.
– ¿Y si son mixtas no hay… momentos erótico-festivos? – dijo Julio.
María soltó una carcajada.
– Normalmente no son mixtas… – explicó María – y las pocas veces que lo han sido, nunca ha pasado nada.
– Que tú sepas – apuntó él.
– Por desgracia, sí – encogió los hombros ella.
Entonces fue Julio quien se rió.
– ¿Por qué dices por desgracia? – dijo él.
– Yo qué sé, porque es más divertido cuando suceden esas cosas… Movimiento, dramas, romances y tal… – expresó ella.
Ya que iban a ir juntos, se dieron los teléfonos y se mantuvieron en contacto. Julio la invitó a ir en coche con él, pero a ella le parecían muchos kilómetros y tampoco tenía confianza, así que prefirió ir en tren.
Cuando finalmente llegaron al pueblo, pudieron verse todos los participantes. Eran unas treinta personas, la mitad procedentes de otros países. Les informaron que pronto les dejarían ir a sus habitaciones, enterándose pronto de que iban a quedarse en una residencia de estudiantes, donde habían dicho que las habitaciones eran dobles.
Mientras esperaban que los ubicasen, Julio se sentó junto a María a hablar:
– Si nos toca en la misma habitación… ¿Tú me cubrirías si llevo a una chica? Yo haría lo mismo por ti si te consigues algún mozo… – dijo Julio.
– No creo que sean mixtas, pero sí lo son y se da la situación, claro que te cubriría – rió María.
Al poco les informó la organización las que asignaría las habitaciones al azar, pero separando chicas y chicas. A María le tocó con otra chica, una de Croacia. La habitación era bastante humilde, pero tenía lo necesario, además de un estrecho balcón propio.
Fue pasando la primera semana, la gente fue conociéndose, se fueron haciendo grupitos… Lo único extraño que pasó fue que la compañera de cuarto de mi novia decidió que aquel lugar no era para ella, dejando el voluntariado, por lo que María se quedó con el cuarto entero para ella.
El miércoles de esa segunda semana, Julio vio que la puerta de la habitación de María estaba abierta y ella estaba asomada al balcón. Se le acercó por detrás:
– Buh – le dijo, cogiéndola por la cintura de repente.
María solo se sobresaltó levemente.
– Me he asustado poco, pero si me llego a asustar más y me caigo…¿Qué? – rió ella.
– Solo es un primer piso, tampoco hubiese sido grave… – contestó él.
Julio no se alejó, manteniéndose detrás de ella. Se apoyó en la barandilla del balcón con las manos, apoyando el torso en la espalda de ella.
– ¿Qué hay por ahí? – preguntó él.
– Vacas, mira, a lo lejos – señaló ella.
– ¡Oh! Sí, es verdad… – asintió él.
Él iba vestido con pantalones de chándal, y ella con una falda. La ropa fina pronto le hizo a María notar la erección de Julio contra sus nalgas. Por un momento pensó en apartarlo, pero se lo pensó mejor.
Siguieron mirando el paisaje del pueblo, pero en realidad ambos prestaban más atención a lo que ocurría mucho más cerca. El pene erecto de Julio estaba ya atascado entre las nalgas de María. Él soltó la barandilla, colocando las manos en la cintura de ella.
– Vamos a tener un problema tú y yo… – suspiró María.
– ¿Un problema duro? – le susurró al oído Julio.
– Sí, eso parece… – contestó María.
– ¿Y húmedo también? – siguió Julio.
– También, sí, eso también… – respondió ella, moviendo un poco las caderas.
En ese momento escucharon que entraba a la habitación la compañera de María y se separaron. No volvieron a estar solos, haciendo actividades en grupo, hasta después de la cena.
– ¿Quieres que después de la cena demos una vuelta? – le preguntó Julio a María.
– Sí, claro – sonrió ella.
– Podemos coger el coche para ir un poco más lejos, que el pueblo al final ya hemos dado muchas vueltas y no da más de sí – propuso él.
– Pues sí, buena idea – asintió María.
Condujeron el coche por la serpenteante carretera de montaña, hasta que encontraron una zona de servicio que daba a un gran barranco boscoso.
– Para y bajamos a echar un vistazo – propuso María.
Julio aparcó el coche. Estaban en silencio y no se veía ni un alma. También hacía rato que no veían otro coche en ninguno de los dos sentidos.
– ¿Vamos? – dijo Julio, abriendo la puerta.
– Espera – lo sujetó por el brazo María – escucha…
Él se detuvo, escuchando. No se oía nada.
– ¿El qué? – preguntó él.
– Hay mucho silencio, está muy oscuro… – dijo María con una risita nerviosa – yo no salgo.
– Vale, pues lo vemos desde dentro… – propuso él.
– Sí, sí, mejor… – admitió ella.
Después de unos momentos de silencio total, María estiró la mano, posándola en la entrepierna de Julio… Descubriendo que ya había una erección bajo la ropa.
– ¿Tan claro lo tenías? – rió ella.
– Sí, un poco… – asintió él.
Julio se acercó a ella, comenzando a besarse los dos. Ella seguía tocándole por encima de la ropa, a lo que él respondió tocándole las tetas, notando los pezones duros a través del vestido y el sujetador. María bajó el pantalón de Julio, revelando su miembro hinchado.
– ¿Puedo comértela? – preguntó María, lamiéndole el labio.
– ¿Alguna vez alguien te ha respondido que no a eso? – rió él.
María se agachó hacia Julio, empezando a mamársela sin contemplaciones.
– Si no hubiese aparecido mi compañera, así habríamos acabado esta tarde… – susurró María, entre lametón y lametón.
– Bufff… Cómo la chupas, esto no me lo imaginaba… – gimió Julio.
– Pues disfruta, disfruta… – sugirió ella.
Julio deslizó una mano hacia uno de los pechos de María, sacándolo del vestido y del sujetador, acariciando toda su piel y jugando con su pezón, haciendo que ella se acelerase con la boca.
En ese momento sonó el teléfono de María. No pensaba parar, pero el tono de llamada seguía sonando, así que mi novia María se detuvo:
– Un segundo – pidió ella, rebuscando en su bolso el móvil con una mano mientras con la otra seguía pajeándole a Julio.
Al coger el móvil vio que era una llamada mía. Por un instante se detuvo: En su mano derecha tenía el móvil con la llamada de su novio, y en la izquierda tenía el pene ensalivado de Julio. Dejó el móvil en silencio sobre el salpicadero y volvió a chupársela a Julio.
– ¿Todo bien? – preguntó él.
– Eso dímelo tú – contestó ella, guiñándole un ojo para luego metérsela entera en la boca.
Julio deslizó la mano por la cadera de María hasta su falda, subiéndosela y bajándole las bragas, estirando la mano para meterle un dedo en su húmedo coño, haciéndola gemir más. Ella se terminó de quitar las bragas, separando las piernas y usando la mano derecha para tocarse.
– Bufff… así sí… – gimió María, volviendo a llenarse la boca.
Él volvió a ocuparse de los pechos de María, mientras sentía que palpitaba su pene dentro de la boca de ella.
– Me vas a hacer correrme… – avisó Julio entre suspiros.
– ¡Ufff! ¡Eso me pone mucho! – gimió María – cuando llegues, apriétame la cabeza, manténmela abajo…
Julio asintió, con la mano derecha ocupada en una teta y usando la izquierda sobre la cabeza de ella. María aceleró su mano, tocándose frenéticamente, lo que a su vez le dio más morbo aun, teniendo un orgasmo en aquel momento, en las profundidades de la boca de María. Ella se lo tragó todo sin dudarlo, gimiendo mientras, terminando de tocarse y tener su propio orgasmo sin dejar de tener la boca llena.
Volvieron a la residencia, ya que cerraban las puertas a las once de la noche.
El resto de la semana volvieron a repetir cada noche, yéndose a rincones oscuros con el coche y follando furtivamente.
Aquel fin de semana pasaron dos cosas. La primera es que la compañera de cuarto de María decidió que aquel voluntariado no era para ella, así que María tuvo el cuarto para ella sola. La segunda es que fui a visitar a María la tarde de aquel sábado. Me llevé una agradable sorpresa con lo de que su compañera no estuviera, ya que así pudimos tener un rato de intimidad… También me sorprendí cuando nos quitamos la ropa y le acaricié la entrepierna, notándola muy húmeda, mucho más abierta que de normal… Aunque yo no lo sabía, el rato antes de que viniera yo había aprovechado Julio para follársela…
Me quedé ese día hasta que fue la hora de cerrar la residencia (más tarde, por ser fin de semana) y volví a mi casa.
A la mañana siguiente, el domingo, María escuchó que llamaban a la puerta temprano… Al abrir vio que era Julio, dejándole entrar. La besó, acorralándola contra la pared.
– Vengo a por el polvo que me debes, el de anoche – anunció él, metiéndole la mano dentro del pijama.
– Pues vamos a la cama a arreglarlo – contestó ella, devolviéndole los besos.
La tercera semana llegó. Siguieron María y Julio realizando las actividades del voluntariado y las que eran en grupo, pero aprovechando los ratos libres para intimar. Aquella tercera semana le llegó la regla a María y una sorpresa para Julio: Que María pasó a lo que llamaron “mamada de buenas noches”, justo antes de dormir en el cuarto de María, antes de que Julio volviera a su cuarto para no llamar demasiado la atención.
Me contó María que uno de los días, como estaba hablando con ella por teléfono, no podía chupársela a Julio, así que le estuvo pajeando todo el rato que duró la llamada, hasta que pudo poner la boca para que se corriese al terminar de hablar conmigo.
La cuarta y última semana, en cuanto la regla de María se fue, Julio y ella permitieron a propósito que se les hiciera demasiado tarde y les cerraran la residencia, aprovechando para ir a un hostal. Allí, sin nadie que les conociera ni compañeros al otro lado del tabique, María pudo gemir y chillar sin contenerse, disfrutando de las folladas de aquella noche.
Cuando llegó el día de regresar, María esta vez sí acepto volver en el coche con Julio. Diciendo la excusa de que había tráfico, hicieron una larga parada en un motel, echando un último polvo a escondidas, antes de volver cada uno a su vida.
María tardó años en confesarme todo esto. Cuando me lo dijo, fue porque precisamente le había dicho de quedar Julio, pero entonces ya nos lo contábamos todo… Así que me lo dijo, dimos un paseo juntos y la dejé en el hotel donde iba a pasar la tarde y la noche con Julio.