Estrenamos la cocina de la nueva casa con la familia en otra habitación

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Flamantes propietarios, eso éramos. Mi novio y yo recién recibíamos las llaves de nuestra casita, un PH algo viejito, y ese mismo día realizamos la mudanza. La alegría de mudarnos era tanta que decidimos compartirla esa misma noche organizamos una cena con nuestros amigos más íntimos y mis suegros.

Un dormitorio, una cocina y un comedor. Acomodamos a la familia en el comedor, la mayoría se entretenía con un juego de mesa, el resto con el partido de futbol. Esteban y yo íbamos y veníamos de la cocina llevando copetín, cerveza, vino, todo lo que pudiera agasajar a nuestros invitados. ¿Ya les hablé de la alegría? Éramos felices y se nos notaba en la cara. Cada vez que me cruzaba con mi pareja se nos escapaban mimos o besos.

– ¡Sisí! – llamó mi suegra – Traje unas paltas, ¿las querés?

– Gracias, suegri. Ya mismo hago un guacamole.

Fui rápido a la cocina y me puse manos a la obra. Esteban entró en busca de una cuchilla, con la hoja me golpeó la cola. Sobresaltada gemí, que pervertida que soy ¿Cómo me puede excitar algo asi? Ni bien volvió del comedor Esteban se colocó detrás de mí y apretujó con fuerza mi cola, se me escapó un quejidito. – ¿Te gusta que te golpeen, hermosa?. Le respondí con mi cuerpo, presioné mi cola contra su cuerpo y fue ahora su gemido el que oí.

Sin mediar palabra Esteban se desabrochó el pantalón, tomo su pene que comenzaba a endurecerse, corrió mi tanga y apoyó su glande en mi vulva. Estaba tan caliente, era tan grande. ¿Por qué son tan pervertida? Sentí mi cuerpo mojarse ante el tacto de mi novio y me moví, su miembro ingresó dentro de mí y comenzó a crecer hasta llenarme toda. Oía las risas del comedor y me excitaba más, muestra de todo eso eran mis pezones que se ponían duros ante la perspectiva de lo que se venía.

Con una mano Esteban presionaba mi pezón con muchísima fuerza, él sabe cuánto me gusta que me haga doler mis pezoncitos. Con la otra mano me sostenía del abdomen para que no me escapara de él. Tampoco quería escapar, lo sentía entra y salir de mi cuerpo y yo solo deseaba que el momento no se termine. Lo oí resoplar en mi oído, sentía los flujos correr entre nuestros cuerpos, me dolía cada vez más mi pezón. Ay, pero como me gustaba lo que me hacía, me gustaba saber que a unos pasos se encontraba la familia de mi novio ajena a todo, mis amigos ni se imaginaban lo que sucedía en la habitación de al lado, las frígidas de mis amigas ni pensaban que yo era capaz de tanto.

¿Por qué soy tan pervertida? Aproveché los festejos de un gol para soltar un grito desesperado, no sabía qué me excitaba más: el dolor del pene de Esteban golpeando mi útero o el de mi pezón que ya se veía amoratado. Mi novio no suele ser violento cuando me coge, pero esta vez estaba frenético. Mordisqueaba mi oreja y rasguñaba mi vientre, lo sentía cada vez más duro si eso fuera posible. Los movimientos se volvieron más rápidos y sentí como se hinchaba el glande, el dolor era inmenso. “Uuugh” descargó su semen y en cada espasmo lo sentía gemir suavecito, como si quisiera guardar el secreto de lo sucedido en la cocina.

Se separó de mi cuerpo y recién en ese momento pude darme vuelta, su cara estaba enrojecida y extasiada. Me tomó del pelo y sin decir una palabra empujó mi cabeza hacia su miembro. Abrí la boca y tragué, limpié todos mis jugos y los restos de semen que quedaban en su miembro. Lo amaba, lo miré con la adoración que mi novio se merecía. Cuando Esteban sintió que estaba completamente limpio me pegó una cachetadita en la cara para que lo suelte y se fue. ¿Por qué? ¿Por qué soy tan pervertida? Acomodé mi falda, tomé el guacamole y lo llevé al comedor. Del otro lado de la habitación estaba Esteban como si no hubiera pasado nada. Me mojé pensando en cómo tomó todo de mí, y me mojé más pensando en cómo iba a continuar todo cuando los invitados se fueran. Éramos felices, estaba bien cogida y era feliz.

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