Estudio para mi profesor

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ESTUDIANDO LA NORMAL PARA MAESTRO

Mauricio Adalid Campos N.

Hola, queridos lectores…

Quiero relatar a ustedes una grata experiencia que tuve en mi época de estudiante normalista, en la ciudad de México, de donde soy originario.

Debo aclarar a ustedes, que quienes teníamos la vocación de estudiar para maestros, tuvimos la suerte de pasar directamente de la secundaria a la normal, sin que fuera indispensable cursar la preparatoria, por lo que prácticamente la mayor parte de los normalistas andábamos entre los 19 años, transitando la frontera entre la niñez y la juventud. Nuestras hormonas estaban siempre al 100% y nos encendíamos fácilmente.

Recuerdo a Abel, un compañero que, en la escuela, a cada rato se le presentaba una erección y no lo disimulaba. Al contrario, caminaba en el salón de clases sin rubor alguno y si, tratando de rozar el brazo de alguna compañera distraída. Siempre he tenido la suerte de contar con buenas amistades de ambos sexos. Y cuando este compañero las rozaba, siempre exclamaban: “Mauricio, mira a Abel, me está molestando”. E intervenía para evitar lo que ahora llamamos “acoso”. Y Abel atendía mi reclamo y las dejaba en paz.

La normal se ubicaba por el Casco de Santo Tomás, aquella zona de tristes recuerdos de 1968. Yo vivía en Naucalpan, donde estudié la secundaria y varios compañeros de la misma zona, quisimos estudiar para maestros. Nos poníamos de acuerdo para viajar juntos de ida y vuelta a la normal.

Pepe vivía más lejos, hasta una colonia alejada de Naucalpan, y por conveniencia y mutuo acuerdo, durante la semana se quedaba a dormir en mi casa, que compartía con mi madre y mis abuelos. Por ello, en la noche, dormíamos en una cama individual, que, por nuestro físico, cabíamos muy bien.

Antes de dormir, por costumbre tomábamos un buen baño, ya que debíamos salir muy temprano para la primera clase de la normal. Y dormíamos en calzoncillos, en mi recámara. Eso sí, teníamos sábanas, cobijas y cobertor, pues el frío siempre hace de las suyas.

Varias ocasiones nos acurrucábamos y dormíamos de a “cucharita”, para evitar el frío y entrar en calor. A veces yo le daba la espalda y otras era él el que se acomodaba así. Algunas veces, ya estando “dormidos”, sentía que me abrazaba echándome el brazo sobre el pecho. Y sentía muy rica la tibieza de su piel. Y, además, el cuerpo hace su deber, y entonces sentía como se le paraba el pene y, “accidentalmente” me quedaba exactamente en mi ano, siempre con los calzoncillos defendiendo la intimidad.

Yo, en el profundo sueño, me recargaba hacia su pelvis suavemente. Pepe, poco a poco, bajaba mi trusa y entonces sentía la cabecita de su verga, que bastante lubricada, empezaba a penetrarme muy despacito, suavemente. Los movimientos eran muy discretos para no hacer ruido. Y empezaba un mete y saca que cada vez eran más profundos, llenos de delicia, siempre colocados de a cucharita, hasta que sentía como se venía dentro de mí. Al sentir su explosión de placer, yo también me vaciaba, en una forma rica, deliciosa, placentera. Ambos nos quedábamos quietos un buen rato, hasta que el sueño nos vencía. Esta rutina era frecuente, hasta que llegaba el fin de semana y al regresar de la normal, se iba directamente a su casa.

Viene a mi memoria, una ocasión en la que celebramos el cumpleaños de mi madre y preparó un rico pozole que comimos en la cena. Por excepción, me pidió que comprara unas cervezas para acompañar la comida.

Todo estuvo muy bien. Nos tomamos dos cervezas cada uno, Pepe y yo. Mi madre nos recomendó irnos a dormir, para que no se hiciera tarde por la mañana y no perder la primera clase de la normal. Seguimos la rutina del baño diario, y encendí el calentador para hacerlo con agua tibia.

La inocente de mi madre nos recomendó: báñense juntos para que les alcance el agua. Y nosotros, muy obedientes, así lo hicimos. Dejé preparada la cama y entramos al baño.

Nos desnudamos totalmente y vi como su verga se le paraba al 100% y a mí me ocurrió lo mismo. Aprovechamos para recibir el agua de la regadera tibiecita, y mientras, jugábamos arrojándonos agua. Tomé el jabón y empecé a lavarme el pelo. Mientras lo enjuagaba, Pepe lavaba el suyo. Tomé estropajo y jabón y empecé a lavarme el cuerpo.

Sin decir palabras, Pepe tomó el estropajo y empezó a tallarme el cuerpo. Empezó por el pecho, siguió por la espalda, brazos y piernas. Yo estaba en el cielo, sintiendo como sus manos recorrían mi cuerpo, especialmente cuando me tallaba la espalda y las piernas. Me enjuagué y le devolví el favor, recorriendo ahora yo su fibroso cuerpo. El lavado de piernas, nalgas y genitales, me tomaron mayor tiempo, preocupado por que quedaran muy limpios, como debería de ser.

En el baño no pasó a mayores, pues mi madre nos acarreaba a cada rato, diciendo que se iba a terminar el agua caliente. Nos secamos, prácticamente sin palabras, y nos metimos bajos las sábanas en mi rica camita.

Me acomodé para que él quedara de espaldas mí, como siempre, de a “cucharita”, y poder abrazarlo para que entrara en calor, pues el frío estaba fuerte. Sentía que tiritaba, por lo que lo jalé hacia mí, para que se calentara.

Poco a poco entramos en calor, y por la posición que teníamos, ahora me tocó ser el que iniciara el juego de penetración. Y ni tardo, ni perezoso, bajé suavemente su calzoncillo y coloqué la cabeza de mi verga en su culito, que nunca lo había probado.

Ambos estábamos muy excitados, pues mientras lo penetraba suavemente, jugaba con su pene, en ricos movimientos de vaivén, masturbándolo despacito. Ambos lubricábamos bastante líquido pre seminal, el que embarraba en la cabeza de su reata y él sentía más ricas las caricias, porque se empujaba hacia atrás y lo penetraba más profundo, como nunca lo habíamos hecho, ya que él siempre era el activo.

Y así seguimos un buen rato; yo con embestidas profundas y deliciosas y él empujándose hacia mí. Empecé a sentir como su ano presionaba mi pene, en ricas pulsaciones que me anunciaron su deliciosa vaciada. Aceleré un poco mis movimientos y juntos, nuevamente, nos venimos al mismo tiempo.

Quedamos sumidos en un dulce sueño, que se vio interrumpido por el despertador, que nos obligó a levantarnos para prepararnos e irnos a la normal.

Pepe se sentó a la orilla de la cama, y solamente me dijo: “Pinche puto”. No comprendí la razón, pues por primera vez, yo lo había penetrado.

En fin, todavía convivió conmigo en casa el año completo, hasta que terminó su carrera antes que yo.

El tiempo ha marcado distancias, pues por problemas familiares tuvieron que radicar en otra ciudad y ya no nos volvimos a encontrar.

Esa experiencia la conservo gratamente en mis recuerdos y pronto les contaré sobre otros encuentros, que irán más allá de lo vivido en esta ocasión y con sumo placer.