Experimentando en un club liberal con mi esposa
Estábamos delante de la puerta del local y nos mirábamos nerviosos. Acudir a un local liberal era un gran paso con el que habíamos estado fantaseando durante meses. Pero dejarme que os explique.
Esta es una historia real. Tan real que ni me inventaré nombres, ni lugares, ni nos describiré con exactitud. Sólo os diré que somos una pareja todavía joven pero con más de diez años de matrimonio y con hijos. Mi esposa es una mujer muy atractiva pero sobre todo sexy, guapa de cara y con un cuerpo en forma de guitarra española como me gusta decirle. Yo no destaco especialmente pero tengo mi punto. En la cama no podemos quejarnos, tenemos una vida sexual muy saludable a la que hemos ido incorporando fantasías. Desde que nos conocemos podemos decir que hemos hecho casi todo lo que puede hacer una pareja en la intimidad de su dormitorio (e incluso alguna cosa en el exterior) y lo hemos disfrutado. Llevamos años calentándonos en la cama mientras nos relatamos historias que incluían fantasías con alguno de los dos o los dos como protagonistas. Para darle mayor realismo yo me informaba y lo que aprendía lo incorporaba a nuestros juegos. Hasta que un día empecé a jugar con la fantasía de ir juntos a un club liberal y compartirla. Esa fantasía la excitaba muchísimo así que seguí desarrollándola, hablándole de dónde podíamos ir, cómo podíamos hacerlo… pero nunca pensé realmente que pasase de eso: una fantasía sexual que nos excitaba a los dos. Por eso cuando mi mujer me preguntaba y opinaba cómo podía hacerse realidad pensé que seguíamos jugando a excitarnos. Estaba muy equivocado. Aunque yo no lo sabía la idea había arraigado en su cabeza.
Un día en la cama después de tener sexo me propuso acudir a un local liberal. Pensé que seguíamos jugando pero fijó una fecha para verano para un local fuera de nuestra ciudad, un local que yo le había mencionado. Faltaban todavía meses y pensé que era un brindis al sol, nada que fuese a tener lugar de verdad. Le comenté que quedaba mucho tiempo y me dio la razón y tras pensárselo me dio una nueva fecha y un nuevo local liberal, esta vez en nuestra ciudad en menos de dos semanas. Quedé sorprendido. Lo único que se me ocurrió decirle era que ese fin de semana era complicado para mí, como lo serían los siguientes, que si decidíamos ir sería mejor hacerlo el próximo fin de semana. Lo pensó un poco y se mostró de acuerdo. En un momento habíamos acordado acudir a un local liberal en nuestra ciudad en menos de cuatro días.
Los días siguientes no podía quitarme la idea de la cabeza. No me considero ni creo ser un hombre celoso pero todo estaba lleno de temores sobre lo que podría salir mal: cómo reaccionaría ella, cómo reaccionaría yo, si alguno de los dos se echaría atrás, cómo podría cambiar nuestra relación… Esos temores me llevaron durante esos días a preguntarle si seguía dispuesta a ir y decirle que no pasaba nada si al final no íbamos. En realidad no lo decía sólo por ella, yo también tenía dudas pero había llegado a la conclusión que mi mayor temor era ella, que ni se sintiese obligada a hacer algo que no quería, ni se sintiese decepcionada por no hacer algo que estaba deseando experimentar. Pero ella seguía firme en la idea y así llegó el día. Esa noche salimos a cenar con mi grupo de amigos y sus esposas. El estar entretenido me facilitó no tener tan presente lo que iba a pasar esa misma noche. De vez en cuando miraba a mi mujer sentada a mi lado. Estaba preciosa con un vestido largo. Pensé que si no estaría mal de la cabeza por estar dispuesto a compartir lo más precioso que tenía en mi vida con personas desconocidas. En ese momento se giró y al verme mirándola me regaló una sonrisa. Me di cuenta que incluso aunque tuviese más dudas de las que tenía estaba dispuesto a regalarle esa experiencia, así que cuando la cena terminó puse una excusa a mis amigos y nos marchamos los dos solos.
Y allí estábamos, a la puerta del local liberal. Nos mirábamos nerviosos y tras asegurarme que ella quería seguir adelante entramos. Dentro había una barra en la cual se arremolinaban varias parejas que parecían haber venido juntas y algunos hombres solos. Esperamos a que la única camarera estuviera libre para atendernos. Al vernos dubitativos la camarera nos informó que aquel era un club liberal, no un bar, a lo que mi mujer respondió rápidamente «Sí, sí, sí», lo que hizo que me riese por dentro por lo ansiosa que parecía. Pedimos y le preguntamos si podía enseñarnos el local. Nos hizo esperar un momento para atender a otros clientes y entonces nos acompañó. Nos mostró la zona de bar, luego una zona más privada con unos sofás y un poco más allá unas taquillas, un cuarto oscuro, una sauna, un amplísimo jacuzzi y una zona de reservados comunes con un gran tatami. Aprovechó también para explicarnos las reglas, básicamente que no es no, que los hombres solos únicamente accedían a la zona de reservados con invitación de una pareja, que en las taquillas encontraríamos toallas, chanclas y un preservativo y que para cualquier cosa que necesitásemos le podíamos preguntar. Le agradecimos la atención y nos sentamos en una de las mesas que había en la zona del bar.
Seguíamos nerviosos y mirábamos a nuestro alrededor. Allí estaban las parejas del principio que habían venido juntas y se sentaban juntas, alguna pareja más y varios hombres solos, un par de ellos sentados y otros que iban y venían de la zona privada. Donde estábamos no había nada distinto a cualquier otro bar: mesas, música, copas y personas entre treinta y cuarenta años principalmente. Bebimos lentamente, dilatando el momento de tomar una decisión, si seguir allí, entrar en la zona privada o irnos. Pero nuestras copas se acabaron y decidimos probar el jacuzzi. Fuimos hasta los vestuarios, nos desnudamos, calzamos las chanclas y nos cubrimos con las toallas de la taquilla. Así cruzamos la zona privada bajo la mirada de varias parejas, nos duchamos y entramos al jacuzzi donde había varios hombres que admiraron el cuerpo desnudo y totalmente depilado de mi mujer según entraba en el agua caliente. Nos dirigimos a una esquina donde había algo de espacio y nos quedamos quietos mirando a nuestro alrededor. Yo me sentía nervioso y cohibido por la situación: allí estábamos completamente desnudos mi mujer y yo delante de un montón de desconocidos. Pero no sucedía nada. Los hombres nos miraban, bueno, más bien miraban a mi esposa aunque sólo su cabeza y sus hombros sobresalían del agua.
Pasaba el tiempo y entonces mi mujer se acercó a mí y me besó. Yo respondí a su beso y a sus caricias y entonces me dijo susurrándome al oído «Me están tocando, ¿me dejo?» Yo le respondí que si le gustaba que adelante. Fue cuando me di cuenta que estábamos casi rodeados por cuatro hombres, uno de los cuales, el que más cerca se encontraba de ella, le estaba metiendo mano por debajo del agua. Ella se giró y le besó alejándose un poco de mí. Me quedé petrificado. Entendedme, no sentía celos, no estaba nervioso, fue como si el mundo se parase y sólo estuviésemos tres personas: mi esposa, aquel desconocido y yo de observador. Era como si viviese un sueño o una película pornográfica, viendo a mi mujer echándose hacia atrás mientras besaban y acariciaban sus pezones, notando cómo era penetrada por los dedos de un extraño, los gemidos que lanzaba con los ojos cerrados y cómo su cuerpo se ponía casi horizontal con su cabello mojándose en el agua y sus pechos emergiendo húmedos del jacuzzi siguiendo el ritmo de la penetración. Finalmente ella abrió los ojos que tenían ese brillo que tan bien conozco de extrema calentura y me preguntó si podíamos invitarlo al reservado. Le dije que como ella quisiera así que salimos los tres del agua bajo la mirada (y diría que la envidia) de los tres hombres que allí dejamos.
Mi mujer cogió nuestros preservativos y nos dirigimos al reservado donde no había nadie. Era un espacio común, alargado, con un amplio tatami en el suelo donde calculo que podrían tener sexo 10 u 12 parejas. Nos colocamos lo más lejos posible de la entrada, junto a un enorme espejo, y mi mujer se tendió en el suelo boca arriba. El desconocido se echó a su lado y empezó a besarla ligeramente en los labios y acariciar sus pechos mientras yo empezaba a hacer sexo oral a mi mujer y ella le agarraba su pene (que tenía un tamaño normal) y le masturbaba. En esa postura estuvimos hasta que ella se corrió en mi boca. Se recuperó rápidamente, cogió un preservativo y tras asegurarse que tenía la polla suficientemente dura se lo puso con la boca y comenzó una felación que debía disfrutar porque se oían sus gemidos mientras se la comía. Yo acaricié la espalda y el culo de mi mujer y me planteé penetrarla por detrás en esa postura pero a pesar de la increíble excitación que sentía no tenía una erección así que me senté a admirar el espectáculo, cómo por primera vez mi mujer chupaba la polla de otro delante de mí. Tras un rato en esa postura mi esposa se montó encima de él y me hizo señas para que me acercase y mientras subía y bajaba empezó a mamar mi pene, en mi caso sin preservativo alguno. Rápidamente se me puso muy dura pero me di cuenta que a su amante (porque ya se había convertido en su amante) la nueva situación le estaba descentrando así que volví a apartarme. Entonces se dedicó solamente a él y con la cabalgada que le metió no tardaron en correrse juntos dejándose caer mi mujer entre los dos. Le pregunté si se había corrido y me contestó que sí y entonces le pregunté lo mismo a él y me respondió lo mismo.
Descansamos un rato allí echados y mi esposa le confesó que era nuestra primera vez. Entonces le pregunté que si quería volver al jacuzzi, me respondió que sí e invitó a su amante sin preguntarme. Los tres volvimos al jacuzzi pasando entre varias parejas que estaban follando y que habían subido después que nosotros. Al poco ya se estaba enrrollando otra vez conmigo y luego con él, alternativamente, bajo la mirada de varios hombres. Uno de ellos se quiso sumar a la fiesta pero mi mujer le rechazó. Entonces se volvió hacia su nuevo amante y le preguntó si se recuperaba rápido, él le contestó que sí y mi esposa nos volvió a llevar al reservado, al mismo lugar donde estábamos antes. Esta vez fui yo quien se echó en el suelo y ella empezó a chupármela a cuatro patas mientras por detrás nuestro invitado la masturbaba. Pero ella quería más y le animó a follarla en esa posición pero tras varios intentos nuestro invitado se dio cuenta que no conseguía una nueva erección y siguió masturbándola. Entonces mi mujer abandonó mi polla y manteniéndose de rodillas se puso erguida con los ojos cerrados apoyando la espalda en su pecho lo que él aprovechó para acariciar una de sus tetas con una mano mientras la otra seguía machacando su coño y arrancándole gemidos.
Volví a dejarlos solos y se enrrollaron de nuevo. Él se echó en el suelo y ella le masturbó durante un rato hasta que consiguió una erección decente y volvió a ponerle un preservativo pero la erección se bajó rápidamente. Mi mujer me miró, se acercó a gatas donde yo estaba sentado y se abalanzó sobre mi polla comenzando una rápida mamada que me la puso dura rápidamente. Cuando lo consiguió me montó de espaldas y noté su coño, caliente y húmedo, por primera vez desde que otro se la había follado. Mientras seguía con un rápido sube y baja se inclinó sobre su amante y comenzó a chuparle la polla mientras sus gemidos aumentaban sin cesar. Y se corrió de nuevo con mi polla en su interior. Salió de mí y volvió a chupármela durante un rato, entonces paró y le pidió al desconocido que la penetrase en estilo misionero mientras ella se apoyaba en mi cuerpo. Él la obedeció pero no acababa de recuperar la erección. Mi mujer, que se dio cuenta que no acababa de ponérsele dura lo volvió a echar boca arriba y se montó en él que le acariciaba las tetas pero nada cambiaba, seguía fláccido. Tengo que decir que eso me enorgulleció: allí estaba mi esposa, una diosa del sexo, agotando a su semental y yo con una erección de caballo que no desperdicié y me incorporé para follarle la boca. Ella me lanzó una mirada de puro vicio y desmontó, me hizo echarme en el suelo y me chupó la polla con muchísimas ganas para a continuación subirse encima de mí, apuntar mi polla a su coño y descender penetrándose y lanzando un gemido de placer. Volvió a cabalgarme rápidamente bajo la mirada de su amante y entonces se me ocurrió una maldad.
La abofeteé las tetas y luego abofeteé su hermoso rostro como tantas veces habíamos hecho en la intimidad, algo que la vuelve loca. Ella se corrió a continuación mientras nuestro invitado se masturbaba furiosamente. Pero yo no había llegado todavía así que mi mujer siguió montándome durante un buen rato hasta que le anuncié la llegada de mi corrida y entonces ella bajó, se metió mi polla en la boca y se tragó mi semen hasta la última gota. Los tres quedamos echados boca arriba, viendo nuestro reflejo en un espejo en el techo que no habíamos descubierto hasta ese momento. Ella estaba entre los dos, hermosísima. Unos minutos después nos despedimos y mi esposa y yo nos duchamos mientras otro desconocido la miraba con lujuria cosa que no le pasó inadvertida. Para nosotros la noche había terminado, así que nos vestimos y abandonamos el local, abrazados y felices. Pero fue llegar a casa y no pudimos evitar volver a follar, escena que se repitió varias veces más esa noche y a la mañana siguiente. Éramos incansables, como si nuestra aventura nos hubiese convertido en otras personas. Y no acabó ahí, los días siguientes eran pura excitación, una y otra vez recordábamos y hablábamos de lo sucedido, nos excitábamos y acabábamos follando en nuestro dormitorio. Todo había salido perfecto y decidimos que volveríamos al club.