Exploré con mis dedos en mi tanga y me encontré

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Hace aproximadamente un año que mi único hijo, René, se vino a vivir conmigo tras divorciarse de su mujer Desirée. No entendí qué les pasó, hacían tan buena pareja que cuando me lo dijo no podía creerlo. Más tarde me enteré del porqué de su separación porque ella misma me lo contó, confirmando mis sospechas.

Al principio me dio mucha pena por ellos, porque se llevaban tan bien, pero a mi edad sabía que estas cosas pasaban, tras seis años de matrimonio su relación pasó por altibajos, como todas, pero esta se fue deteriorando hasta llegar al inevitable final.

Los primeros días me costó adaptarme a tenerlo en casa, pues estaba ya muy hecha a vivir sola y verlo en casa en calzoncillos con el torso descubierto me daba cierto pudor. Así como al salir de la ducha e ir a vestirme a mi cuarto, había perdido la costumbre de cerrar la puerta, lo que provocó algún encuentro inesperado mientras él pasaba por el pasillo y yo me estaba vistiendo. O igual estaba arreglándome para salir en el baño y él entraba y como si tal cosa se ponía a hacer pis, lo que me incomodaba, pues soy de naturaleza tímida y reservada.

René llevaba en paro ya más de dos años y estaba deprimido, casi no comía y se pasaba todo el día en el gimnasio o en su habitación, viendo videos en el ordenador.

Por las noches, la escena se repetía, se levantaba de la cena y se metía en su cuarto. Yo me quedaba viendo un poco la tele y luego me iba a acostar. A los pocos días de llegar empecé a oír los gemidos, al principio eran casi imperceptibles, pero poco a poco se fue confiando y terminé por escuchar los vídeos que veía. ¡Todos porno!

Horrorizaba escuchaba como seguía viendo este tipo de contenido hasta la madrugada, tuve que comprarme tapones para los oídos para poder dormir y a la semana me senté con él y le dije que no podía seguir así, ¡yo tenía que dormir!

— René, tenemos que hablar —le dije sentándome con él en el salón una noche.

— Bueno pues dime.

— Es que verás, por las noches oigo los vídeos que ves en el ordenador y no puedo dormir.

— ¡Oh, lo siento madre, es que a veces me quedo dormido y siguen reproduciéndose! —dijo el excusándose.

— Pues ten más cuidado por favor, además me da vergüenza que la vecina pueda oírlos también, tú ya me entiendes —le dije en referencia al contenido de estos.

— Bueno, ¡esa vieja lo mismo se pone cachonda! —me soltó escandalizándome.

— ¡Cariño, esa vieja es mi vecina desde siempre y tiene mí misma edad! —dije yo horrorizada—. Que luego me tengo que cruzar con ella en el portal.

Él se quedó callado y luego asintió.

— Está bien, tendré más cuidado con el volumen.

Yo me quedé más tranquila pensando que todo se resolvería, así que decidí interesarme por qué veía tantos vídeos “de esos”. Pero entonces él reaccionó de forma airada.

— ¡Los veo porque me da la gana! ¡Que ya soy mayorcito!

— Está bien René, sólo lo decía porque hombre entiendo que veas alguno de vez en cuando ahora que estás solo pero tanto rato y todos los días —especifiqué.

— ¡Pues bueno, compraré unos auriculares y así no te molestaré! ¡Contenta! —dijo visiblemente enfadado.

A continuación, se levantó y se metió en su cuarto.

Yo creía que ya estaba arreglado y en parte esa noche bajó el volumen, pero en el silencio nocturno yo podía seguir oyendo de vez en cuando un gemido y esto terminó por perturbar mi descanso.

De repente me noté excitada, hacía años que no sentía algo así, desde que falleció mi marido fatalmente me había consagrado a ayudar a los demás y a trabajar limpiando la casa de los novicios y casi sin darme cuenta me había ido desentendiendo de esa parte de mí.

Además, a mis cincuenta y cuatro años la menopausia me había llegado tempranamente y mi apetito sexual prácticamente era nulo. Hasta esa noche…

Suavemente me exploré con mis dedos bajo mis bragas y descubrí mi incipiente lubricación entre mis labios arrugados. Metida entre las sábanas profundicé entre mis surcos con mis yemas y el fluido se extendió por mi surco como por arte de magia. Y a ni me acordaba de la última vez que me había masturbado, pero aquella madrugada me descubrí, como una adolescente que se entrega al placer sin prisas, pero sin pausa.

Mis dedos entraban y salían de mí con fluidez, tremendamente lubricada terminé por quitarme las bragas y me entregué al goce y al disfrute, mientras con una mano me penetraba con dos de ellos, con la otra me frotaba el clítoris en círculos y frenéticamente a ratos, hasta aproximarme al clímax, entonces paraba y me relajaba, para a continuación acelerar el ritmo y acercarme una vez más al exquisito placer.

No sé el tiempo que estuve entregada a mi cuerpo, pero sé que fue mucho, extenuada y cansada me corrí sintiendo que los fluidos me corrían por los muslos mientras todo mi cuerpo, hasta la última fibra temblaba.

Por la mañana me descubrí en medio de un charco de fluidos, algo que ya tampoco recordaba que me pasase, pero que efectivamente, en los orgasmos más intensos conseguía.

Un poco avergonzada tiré las sábanas al suelo y me duché. René no se levantaba hasta el mediodía, así que no me lo encontré por el pasillo. Me horrorizaba que me hubiese podido oír, pues sé que cuando me corro profiero toda clase de gemidos y alaridos que trato de contener pero que escapan de mi garganta.